Historia y Arte
LAS CIVILIZACIONES FLUVIALES
Egipto - 3ª parte
Mentalidad y pensamiento
a regularidad con que, anualmente, el Nilo le daba la vida a Egipto con sus crecidas, parece que conformó el carácter y el modo de pensar de las gentes de este país. Los egipcios fueron poco dados a introducir cambios en sus formas de vida, en su religión o en sus manifestaciones artísticas. Parece como si al comienzo de la época histórica hubiesen descubierto unas fórmulas de existencia y de comportamiento que, dándoles buenos resultados inicialmente, ya no quisieron cambiar.
Si algo se respetó en el antiguo Egipto, casi tanto como al faraón, fue la tradición; si algo había funcionado una vez, funcionaría ya siempre, como siempre el Nilo había de repetir su fórmula de crecida vivificadora año tras año. En realidad, todo en Egipto parecía tener una coherencia interna que hacía del sistema un conjunto sin fisuras y garantizador de un orden casi natural. El faraón era un dios, por lo tanto, todo le pertenecía y todo se debía a él. El Nilo también era considerado una divinidad.
El bienestar dependía, pues, de estos dioses y justo era pagar por ello; así, los impuestos que se le debían entregar al faraón o a los santuarios eran el pago justo de una riqueza que, año tras año, los dioses enviaban (las crecidas del río). La construcción de templos o pirámides exigió otro tipo de entrega, la de la mano de obra, pero los dioses (los faraones) eran justos y sólo la demandaban cuando el río estaba fertilizando las tierras y las tareas agrícolas no eran posibles.
Había, por otro lado, que procurarle al dios-faraón una buena morada para su posterior renacimiento; no hacerlo sería como buscar el enojo del dios o su posterior venganza (tal como le sucedía a Set en el mito de Osiris). La vida así no resultaba demasiado difícil, las cosechas eran buenas y el faraón se encargaba de promover las obras de canalización y regadío; no había hambre, una simple falda de lino era suficiente para estar vestido y las casas de adobe eran frescas en los calurosos veranos. El dios-río y el dios-faraón mantenían las cosas en su orden, no era preciso buscar soluciones nuevas y casi nunca se buscaron.
Eso explica que, en tres mil años de historia, tan sólo hubiera un intento de reforma religiosa (la de Amenofis IV) y además sin éxito, que no se produjeran apenas guerras internas y que las únicas revueltas sociales se dieran cuando el equilibrio social establecido estuvo a punto de romperse.
Para el habitante del fértil valle, ser egipcio era un orgullo, según se desprende del texto histórico-literario de la Historia de Sinuhé. Ese orgullo significaba una aceptación del estado de las cosas y, al tiempo, la existencia de una conciencia de colectividad que fue la que permitió la sorprendente unidad política y religiosa que se dio en el Egipto antiguo.
En toda esa aceptación de una existencia sin cambios, la religión jugó un papel importantísimo.
Los egipcios fueron politeístas, aunque el conjunto de sus dioses estuvo presidido, desde época muy temprana, por Ra, el dios solar. Cada localidad tenía su propia divinidad; con una categoría superior estaban los dioses de cada nomo que, probablemente, procedían de las antiguas tribus anteriores a la unificación. Los dioses de los nomos solían estar representados por animales o plantas.
A comienzos de la época histórica aparecieron los dioses cósmicos o creadores del universo. La primera cosmología teológica estuvo compuesta por nueve dioses, siendo Atûm-Ra, dios originario, y Osiris el más importante después de Atûm-Ra. Desde esta época, al dios principal se le añadía el nombre de Ra, con lo que quedaba asimilado al dios solar.
Genealogía de Osiris, en base a la cosmología
teológica
de Heliópolis (también conocidada como Gran Eneada)
El sistema teológico sufrió variaciones, pero éstas no supusieron la eliminación de los dioses anteriores. Así, cuando en Menfis se creó un nuevo sistema teológico a partir del dios Path, lo que se hizo fue considerar a éste como el corazón y la lengua de Atûm-Ra. De esa forma, todo lo que Atûm-Ra manifestaba lo hacía después de haberlo reflexionado Path y a través de la lengua del propio Path, pero sin haber hecho desaparecer a Atûm-Ra, que en buena lógica era ya un dios innecesario. Esta contradicción y otras semejantes las aceptaban los egipcios en ese afán de mantener viva su más profunda tradición.