GEOGRAFÍA - PAÍSES: Alemania - 6ª parte

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PAÍSES

Alemania - 6ª parte


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Música

a desde muy antiguo existió en Alemania una tradición musical (el canto heroico) que nada tuvo que ver con el mundo clásico o el cristianismo. Con la expansión de éste se impuso el canto gregoriano, si bien para ello fueron necesarios varios siglos. Carlomagno impulsó su difusión, así como la del organum de la escuela de París. A partir del siglo XII se hizo notar la influencia de la lírica provenzal: los Minnesänger (poetas cortesanos) dieron a conocer el amor cortés y las canciones de cruzadas.

Desde el siglo XIII se desarrollaron en Baviera los cánticos, que ejercieron una influencia determinante en los coros protestantes auspiciados por Lutero y Johann Walther. La música polifónica completó así sus bases; los Minnesänger fueron relevados por los Meistersänger (maestros cantores, burgueses o artesanos, organizados corporativamente), se acentuó la influencia de Italia (villanela, madrigal) y el desarrollo de la música instrumental introdujo el estilo concertante. Quedaron así fijados los auténticos orígenes de la escuela musical alemana. En una etapa inicial destacaron H.L. Hassler, M. Praetorius, H. Schütz, J.J. Froberger y J. Pachelbel; ellos cubrieron la etapa diversa del Barroco alemán, hasta la aparición de G. Philipp Telemann, G.F. Händel y J.S. Bach.

La influencia italiana marcaría profundamente a los músicos del Barroco, incluso hasta el siglo XVIII (Händel, Hasse). No obstante, con el tiempo, se daría una tendencia a germanizar las aportaciones exteriores; resultado de ello fueron la cantata protestante, la historia sagrada y la Pasión, en el ámbito del oratorio y la cantata. Además de la influencia italiana, también fueron importantes la francesa, inglesa y holandesa, evidentes en la música de órgano y de clavicordio. Sin embargo, a pesar de tales influencias externas, el lied profano con bajo continuo, género genuinamente alemán, continuó su desarrollo con compositores como H.L. Hassler, H. Albert, J.H. Schein, A. Krieger y J. Rist, cuyas obras establecieron la característica sensibilidad germánica del siglo XIX (R. Schumann, J. Brahms, R. Strauss).

Por otro lado, en el XVII la música instrumental se desarrolló en torno a la suite (francesa) y a la sonata da camera y sonata da chiesa (italianas), que gozaron de gran éxito entre el público alemán. La síntesis entre las propuestas técnicas de Francia, Italia, y de la misma Alemania, se ultimó con J.S. Bach, G.F. Händel y G.P. Telemann; tales compositores, a través de su genio creador, consagraron los géneros establecidos: cantatas, suites, Pasiones (Bach, Telemann), oratorios y óperas (Händel); paralelamente se creó el concierto para solista (A. Corelli, A. Vivaldi). La obra conjunta de los hijos de J.S. Bach (Wilhelm Friedemann, Karl Philipp Emanuel y Johann Christian) y los componentes de la escuela de Mannheim (J. Stamitz, I. Holzbauer, F.X. Richter), dio lugar a la denominada época galante, en la que se abandona el contrapunto y se incurre en un estilo elegante que adopta ya ciertos rasgos prerrománticos.

En el campo de la ópera, C.W. Gl[ck consagró la supeditación de la música a la emoción del texto: La flauta mágica, de Mozart, se convirtió en la primera ópera alemana. Tras pasar el último tercio del siglo XVIII a la sombra de la escuela vienesa (Haydn, Mozart), la música alemana resurgió con Ludwig van Beethoven; su estilo revolucionario y creativo relegaba la forma a un segundo plano, insistiendo en el acento. Ello confirmó la tendencia de la escuela germánica y sirvió de base para los compositores de música inspirada en textos literarios (F. Liszt, R. Strauss). La primera ópera romántica alemana (Cazador furtivo) fue compuesta por Carl Maria von Weber, antecesor, en muchos aspectos, de Richard Wagner, el más importante compositor dramático. Éste, precursor de la escuela vienesa del siglo XX, ejerció una influencia determinante sobre autores como R. Strauss y G. Mahler. Ya en época más reciente, Carl Orff desarrolló un teatro musical de carácter neoprimitivista, al tiempo que Kurt Weill derivaba hacia un realismo popular y Werner Egk recuperaba la tradición italiana.

Después de 1945, los compositores se lanzaron a una renovación y abrazaron el dodecafonismo vienés (W. Fortner, B. Blacher), que fue continuado por la joven generación que les siguió. El resultado fue una gran variedad estilística, con una cierta oscilación entre las conclusiones del festival de Donaneschingen y los estudios de música electrónica de Munich y Colonia. Clásicos nacidos en los años veinte (H.W. Henze, K. Stockhausen) han dominado, sin embargo, el panorama musical contemporáneo en Alemania, a los que, por su significación, conviene agregar autores como G. Kroll, Aribert Reimann, W. Heider, Hans Zender, J. Fritsch, H. Lachenmann, M. von Biel y el joven Detley Müller-Siemens.

Cine

El cine alemán empezó a tomar forma durante la década de los años diez. El punto de partida fue la creación de la Universum Film Aktiengesellschaft en 1917. Así, se produjeron los primeros intentos del actor Paul Wegener, que junto al danés Stella Rye alumbraron El estudiante de Praga (1913), obra de carácter expresionista; al año siguiente realizó El Golem. Ambas obras determinaron y anunciaron las obras maestras de los años veinte: temática centrada en torno a las maléficas fuerzas que dominan al ser humano, importancia de la iluminación, de los decorados, etc. Tal y como sucedió con el italiano, el cine alemán centró su atención en las obras históricas con gran despliege de medios: tras la Primera Guerra Mundial tuvieron gran éxito las películas de R. Oswald, Otto Rippert y, principalmente, las de Ernst Lubitsch. No obstante, las superproducciones fueron pronto desplazadas por creaciones más originales; muy importante fue El gabinete del doctor Caligari, de Robert Wiene. Fue esta la época dorada del cine alemán, en donde destacó la gran inventiva del guionista Carl Mayer.

El expresionismo cinematográfico se extendió en un momento en que la sociedad alemana se encontraba en un clima de gran agitación, lo cual se plasmó en unas producciones de carácter mágico, místico, que revelaban un desasosiego vital. Algunas obras maestras de ese momento fueron: Tres luces (1921) y El doctor Mabuse (1922) de Fritz Lang, Nosferatu (1922) de F.W. Murnau, y El hombre de las figuras de cera (1924) de Paul Leni.

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