GEOGRAFÍA - PAÍSES: Alemania - 5ª parte
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Geografía

PAÍSES

Alemania - 5ª parte


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Arte

 pesar de los importantes restos romanos y germanos, el inicio del arte propiamente alemán se sitúa en el reinado de Carlomagno. La división del Imperio carolingio y la posterior evolución política incidieron en su desarrollo, que fue la suma de evoluciones simultáneas. El arte carolingio predominó entre los siglos VIII al X. La arquitectura en piedra y la representación de la figura humana, con claras influencias del arte bizantino, llegaron a alcanzar un notable nivel (capilla palatina de Aquisgrán, 805). También se desarrolló la pintura en manuscritos, como demuestran las abundantes obras conservadas (Evangeliario de la escuela de Aquisgrán).

Tras la muerte de Carlomagno, el protagonismo creador se trasladó a los monasterios, talleres provinciales repartidos por el sur de Alemania, Suiza y el valle del Rin, que, al margen de los cambios políticos, supieron establecer un puente de contacto entre el arte carolingio y el románico. El efecto civilizador de estos centros fue notable, por cuanto actuaban como verdaderos núcleos aglutinantes de la cultura. Por otro lado, también destacaron la pintura mural (iglesia de Müstair, en Suiza), la escultura en marfil y la orfebrería, con una considerable producción, como atestigüan los tesoros de las catedrales de Colonia, Essen y Aquisgrán.

Las invasiones de húngaros y normandos, y la instauración del régimen imperial sajón, significaron un punto de inflexión: el arte otónico (919-1024) se caracterizó por un gran desarrollo respecto al anterior. La devoción de los emperadores sajones se plasmó en la construcción de las catedrales de Magdeburgo (955), Maguncia (975) y Worms (1018), de las que se conservan importantes vestigios. Así mismo, se alcanzó un elevado nivel de perfección en la escultura.

Entre los siglos XI y XIII, y como derivación del arte otónico, floreció el arte románico. En él predominó sensiblemente la arquitectura: la planta que más abundó fue la de una nave en cuyos costados se abrían dos ábsides, con orientación E-O, y con una altura de dos pisos; el techo fue inicialmente de madera, siendo luego substituido por una bóveda. Fue decisiva la influencia de las órdenes del Císter y de Cluny, que aportaron una nueva forma de trabajar la piedra. También siguieron desarrollándose la miniatura y la pintura, en las que los artistas adquirieron un alto grado de virtuosismo. La escultura en piedra no tuvo frutos destacables hasta el siglo XII, pero en madera y en bronce los artistas alemanes sobresalieron con ventaja de sus contemporáneos (León de Brunswick, 1166).

Procedente de Francia, desde principios del siglo XIII empezó a difundirse el arte gótico, que se prolongaría hasta los inicios del siglo XVI. Su implantación en Alemania se produjo de manera muy paulatina, dado el arraigo del arte románico. Ello se hace patente en Bamberg y Naumburg: a un interior gótico (planta de doble ábside) se añade una estructura exterior de estilo netamente románico. Alemania no participó en el origen del arte gótico, pero sí contribuyó en gran medida a su difusión. La influencia francesa fue decisiva, como lo demuestra la extensión del sistema de coro con deambulatorio y capillas (catedrales de Magdeburgo y Colonia, entre otras).

Las artes en general conocieron un amplio desarrollo gracias al humanismo del emperador Carlos IV. Bajo su protección se generó un grupo de escultores y arquitectos que, hasta mediado el siglo XV, ejercieron un total dominio en el ámbito europeo. Con el tiempo, el gótico alemán adquirió rasgos propios: iglesia-plaza con tres naves de igual altura y bóvedas con profusión de nervaduras; torres altas y con extremos puntiagudos (agujas). Paralelamente hubo un desarrollo del urbanismo no religioso: proliferó la construcción de ayuntamientos y se modificó la estructura de las calles. La escultura adquirió tal nivel que llegó a superar a la arquitectura; con el tiempo su interés se centró en la individualidad, lo que representaba un primer paso hacia el arte del Renacimiento. A esta época pertenece, por otro lado, la aparición del cuadro, que en un principio se destinó al altar como objeto de culto. Tras un inicial dominio de la escuela de Bohemia (arte cortesano: drapeados, sensación de espacio, vivos colores), a partir de mediados del siglo XV resurge el realismo con las obras de Konrad Witz (paisajes) y Stefan Lochner (anatomía, movimiento). Pero la pintura alemana conoce su mayor impulso con Martin Schongauer, Michael Pacher y Holbein el Viejo, artistas que mantendrán una actitud abierta hacia las propuestas renacentistas.

El Renacimiento (s. XVI-principios del s. XVII), procedente de Italia, entró con fuerza en el ámbito alemán. La cultura conoció un gran impulso gracias al florecimiento económico de las ciudades de Alemania del Sur, en donde un desarrollo del urbanismo favoreció una profusión de casas burguesas y fuentes monumentales. Pero la pintura fue, sin duda, la gran beneficiaria del espíritu creador renacentista: los retratos de Holbein el Joven, los desnudos femeninos de Cranach el Viejo, que intentó una síntesis entre el puritanismo luterano y el erotismo y los paisajes «por sí mismos» (no como accesorios) de Altdorfer, son una clara muestra de ello. Las artes gráficas vivieron una época dorada, destacando los dibujos de Durero, autor prolífico que obligó a sus contemporáneos a renovarse incesantemente.

Tras la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), no había en Alemania un ambiente propicio para el desarrollo cultural. Los artistas alemanes hubieron de trabajar fuera de su país, principalmente en Italia (Elsheimer, Liss). A finales del siglo XVII se produjo una cierta normalización que permitió la expansión de un nuevo estilo: el arte barroco (ss. XVII y XVIII). A través de las pequeñas cortes principescas se dio un nuevo impulso a la creación artística: iglesias, castillos, palacios, proliferaron sobre todo en la parte meridional de Alemania, que recibió fuertes influencias de Italia. Una decoración abundante y esmerada (ángeles, pájaros, guirnaldas, estuco) invadió las construcciones; Cuvilliés, en Munich, desarrolló un estilo rococó bávaro de gran belleza y exuberancia, superando incluso al modelo francés. El dominio de la arquitectura durante este período hizo que la pintura y la escultura pasaran a un segundo plano, supeditadas a aquélla.

A finales del siglo XVIII se produjo un nuevo cambio que daría paso al neoclasicismo (s. XIX). Las teorías de Winckelmann y Mengs, unidas al fervor provocado por el descubrimiento de las ruinas de Pompeya, devolvieron el protagonismo a los mundos griego y romano. Uno de los productos de ese interés es la puerta de Brandeburgo (1788), en Berlín. Con la llegada del romanticismo, en cambio, el modelo se trasladó a la época medieval. El resultado de esa búsqueda de la inspiración en el pasado fue que el siglo XIX careció de un estilo propio. A pesar de algunas realizaciones notables (Isla de los museos, Reichstag, ambos en Berlín), en general la producción fue pobre en originalidad, lo que también se reflejó en la escultura. En la pintura, en cambio, se dio una mayor calidad; partiendo del ideal neoclásico, Carstens logró dar un carácter más personal a su obra, mientras Phillip Otto Runge y Caspar David Friedrich definieron las claves del romanticismo alemán: la minuciosa observación de los elementos de la naturaleza sirvió de base para describir el estado de ánimo.

A mediados del siglo XIX se derivó hacia un realismo poético (G. von Dillis, J.C. Dahl), mientras que en Berlín se desarrolló una historia del realismo burgués que recogió minuciosamente los acontecimientos históricos del momento. Con la llegada del siglo XX empezó la época moderna del arte alemán. Los nuevos materiales aportados por la industria condicionaron un importante cambio en la arquitectura: se impuso una concepción funcional del espacio, que tendría sus máximos exponentes en Walter Gropius y Mies van der Rohe. Esta nueva tendencia se consolidó definitivamente tras la Segunda Guerra Mundial, cuando se tuvieron que reconstruir grandes ciudades: estructura de acero y hormigón, techo plano, abundancia de cristal en la superficie y distribución cúbica del espacio. Fruto de ello fueron obras como la Filarmónica de Berlín, el aeropuerto de Colonia, el edificio Thyssen en Düsseldorf y el estadio olímpico de Munich. La intensa actividad intelectual de principios de siglo, por otro lado, dio vida al realismo impresionista berlinés y al modernismo, que fue sensible a la influencia de las innovadoras obras de artistas extranjeros como Cézanne, Munch y Van Gogh.

A partir de 1911 se desarrolló un expresionismo en el cual la idea era transmitida a través del contraste cromático, y no de la forma. Las artes gráficas y la escultura evolucionaron hacia el realismo social (Käthe Kollwitz), mientras Ernst Barlach unía el expresionismo a la preocupación plástica del cubismo. Se preparaba, así, el camino hacia el arte abstracto, a través de una profusión de ritmos y colores, bajo la influencia del ruso Jawlensky y de Delaunay (cubista). En 1919, W. Gropius fundó la Bauhaus, escuela de enseñanza artística que sintetizó las artes a través de la arquitectura. Los estudios sobre la dinámica de la forma, la luz y los colores dieron paso a nuevas corrientes pictóricas: la Nueva Objetividad (M. Beckmann, G. Grosz, O. Dix y C. Schad), que realizó duras críticas a la sociedad; el dadaísmo, centrado en Berlín, Colonia y Hannover, y el surrealismo (Max Ernst). Durante el dominio nazi, las artes sufrieron un sensible empobrecimiento: la obligación de ponerse al servicio del ideario del partido nacionalsocialista impelió a la mayoría de artistas a un exilio en ocasiones definitivo.

Tras la Segunda Guerra Mundial se produjo la confirmación del arte abstracto (E. Wilhelm, E. Schumacher). En los años sesenta, e inspirado en los movimientos revolucionarios del momento, el arte alemán conoció un nuevo auge: el grupo Zero (H. Mack, O. Piene y G. Uecker) realizó estudios sobre la luz; el grupo Zebra (Hamburgo) propuso el «arte más real que lo real». En los setenta, se produjo el dominio del antiarte (J. Beuys, W. Vostell); en los ochenta, los neoexpresionistas pasaron al primer plano: destacan en la escultura E. Cimiotti, G. Haese, N. Kricke y B. Meier-Denninghoff; los museos se convierten en centros activos en la difusión del arte y la cultura. Los más importantes son: la Gemälde-Galerie, en Dresde, y el Residenz Museum, la Alte Pinakothek y el Bayerisches Nationalmuseum de Múnich.

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