En las religiones es preciso ser sinceros;
verdaderos paganos, verdaderos judíos, verdaderos
cristianos.
No es bueno ser demasiado libre. No es bueno
tener todo lo que uno quiere.
Nuestra imaginación nos agranda tanto el tiempo
presente, que hacemos de la eternidad una nada, y de
la nada una eternidad.
La felicidad es un artículo maravilloso: cuanto
más se da, más le queda a uno.
Dos excesos: excluir la razón, no admitir más
que la razón.
Muy débil es la razón sino llega a comprender
que hay muchas cosas que la sobrepasan.
El espíritu cree naturalmente y la voluntad
naturalmente ama; de modo que, a falta de objetos
verdaderos, es preciso apegarse a los falsos.
Estando siempre dispuestos a ser felices, es
inevitable no serlo alguna vez.
El hombre tiene ilusiones como el pájaro alas.
Eso es lo que lo sostiene.
La razón obra con lentitud, y con tantas miras,
sobre tantos principios, que a cada momento se
adormece o extravía. La pasión obra en un instante.
La virtud de un hombre no debe medirse por sus
esfuerzos, sino por sus obras cotidianas.
Por muchas riquezas que el hombre posea y por
grandes que sean la salud y las comodidades que
disfrute, no se siente satisfecho si no cuenta con
la estimación de los demás.
Para quienes no ansían sino ver, hay luz
bastante; mas para quienes tienen opuesta
disposición, siempre hay bastante oscuridad.
Las cuerdas que amarran el respeto de unos por
otros son, en general, cuerdas de necesidad.
Sólo conviene la mediocridad. Esto lo ha
establecido la pluralidad, y muerde a cualquiera que
se escapa de ella por alguna parte.
Descripción del hombre: dependencia, deseo de
independencia, necesidad.
Sólo hay dos clases de personas coherentes: los
que gozan de Dios porque creen en él y los que
sufren porque no le poseen.
Los hombres creen buscar sinceramente el reposo,
y en realidad no buscan sino agitación.
Aquel que duda y no investiga, se torna no sólo
infeliz, sino también injusto.
La conciencia es el mejor libro moral que
tenemos.