La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (2)

<– Viene de la 1ª parte

A la iniciativa de Felipe V y al esfuerzo de Fernando VI hay que sumar el empuje dado a la Academia por Carlos III, cuya inercia acompaña todo el reinado de Carlos IV. Carlos III vino a confirmar el carácter instrumental de la Academia como órgano de alcance dentro del reformismo ilustrado, para lo cual la Corporación no sólo contaba con el apoyo del monarca sino que estaba garantizado por los hombres cercanos a su real persona bien fuera en calidad de Protectores, como Grimaldi o Floridablanca, bien asumiendo el decisivo papel de consiliarios, entre los que se encontraban los nombres más destacadas de la nobleza como los Alba, Osuna, Berwick y Liria, Medinaceli, Aranda, Santa Cruz, Abrantes, Fernán Núñez, Altamira, Granada de Ega, y un largo etcétera que fue creciendo, asegurando así el carácter político-estamental de la institución. Detrás de aquellos nombres había embajadores, consejeros reales, sumilleres, gentilhombres de cámara, mayordomos de su majestad, altos grados militares y jerarquías eclesiásticas que, con los académicos de honor representaban el verdadero poder de la Academia. Frente a ellos Mengs intentó, sin éxito, que pasara la dirección efectiva de la Academia a los artistas siendo el pintor de cámara de Carlos III la primera víctima de su pretensión, de tal modo que fue excluido de la relación de profesores y directores honorarios de la Academia en 1769, año en que Mengs volvió a Italia.

De los años de Carlos III hay que recordar igualmente la gestión de dos secretarios que reforzaron con su actividad la personalidad del cargo, esto es, Ignacio Hermosilla y Antonio Ponz. Al celo de este último se debe la creación de la Comisión de Arquitectura (1786), con un decisivo cometido fiscalizador y crítico sobre cuantos edificios y reformas se llevaban a cabo con cargo a los fondos públicos.

La Academia conoció un fuerte incremento de alumnos a lo largo de la segunda mitad del siglo XVIII, de tal manera que en 1758 se contabilizaban unos trescientos mientras que pasaban holgadamente del millar en 1800. Ello obligó a buscar una nueva sede más capaz, abandonando la Real Casa de la Panadería una vez que se concertó la compra (1773) del antiguo palacio de Goyeneche, en la calle de Alcalá, cuya fachada y portada reformó Diego de Villanueva dos años más tarde.

Para atender a las enseñanzas la Academia contó con un selectísimo cuadro de profesores pudiendo recordarse, entre los que alcanzaron el grado de Director General, a los arquitectos Saccheti, Ventura Rodríguez, Juan de Villanueva, y Arnal; a los escultores Olivieri, Castro, Mena, Robert Michel, Álvarez, y Carnicero; y, finalmente, a los pintores Giaquinto, González Ruiz, Calleja, Francisco Bayeu, Maella, y Ferro. No obstante, hubo otros muchos nombres como Goya, Bails, Castañeda, o Manuel Salvador Carmona, que harían interminable y por razones distintas la nómina de quienes dieron el prestigio alcanzado por la corporación.

La Academia y la Escuela de Nobles ArtesEl hecho más notable que afectó en el siglo XIX a la Real Academia de San Fernando fue la segregación de la enseñanza de las bellas artes que, desde 1844, se impartirían en la nueva Escuela de Nobles Artes. Esta dependía inicialmente de la Academia pero fue el primer paso hacia la radical separación de la Academia de la enseñanza que, paradójicamente, había sido su razón de ser en el ánimo de de los fundadores.

Retrato del cardenal Borja, por Velázquez. Entre la colección de dibujos que pose la Academia se encuentra este de Diego Velázquez (1599- 1660).


La comida frugal, por Picasso. Este magistral grabado marca el final de la llamada «época azul» del pintor y el inicio de su época rosa.


Paisaje, por Benjamín Palencia. Cuadro donado a la Academia por el autor al ingresar en ella.

Todo esto se regula por un Real Decreto de 25 de septiembre de 1844 en cuyo preámbulo se dice literalmente: “Tiempo hace ya que se reclama por todos los amantes de las bellas artes una reforma radical de su enseñanza, a fin de elevarla a la altura que tiene en otras naciones europeas, dándole la extensión que necesita para formar profesores. Cierto es que la Real Academia de San Fernando ha desplegado siempre el más laudable celo en favor de esta enseñanza; pero escasa de medios, no ha podido menos de darla incompleta…”

Reinaba en aquel momento Isabel II y estos cambios coincidieron con la llagada de los moderados al poder, encabezados por Narváez, figurando entre sus ministros Pedro José Pidal, académico de San Fernando por la Sección de Arquitectura. De aquí que los estudios de arquitectura alcanzaran muy pronto una vida propia e independiente de la mencionada Escuela de Nobles Artes, con lo que se fue haciendo cada vez más evidente la cesura producida entre la Academia y las enseñanzas artísticas. La nueva Escuela de Nobles Artes contó inmediatamente con un Reglamento para su “régimen y organización”, publicado en 1845, y al año siguiente se aprobaron los nuevos Estatutos de la que desde entonces, y sólo desde entonces, se llamaría Real Academia de Nobles Artes de San Fernando.

De la separación entre Academia y Escuela surgió una nueva Academia en cuya organización y gobierno recuperaron terreno los artistas. Desaparecieron los académicos honorarios, haciendo a todos los individuos de la corporación “iguales en consideraciones y prerrogativas”. Se limitó el número de los miembros de la Academia, organizándolos por vez primera en secciones: pintura, escultura y arquitectura, en este orden. Se contempla la existencia de comisiones; se establecen juntas generales a la que tienen derecho a asistir todos los individuos de la corporación; se señala la existencia de académicos “corresponsales”; se nombra una Junta de Gobierno y, en fin se vislumbra una Academia que está en el origen de la actual, a través de treinta y seis artículos.

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 Información procedente de la R. A. Bellas Artes de S. Fernando
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