La revolución que se dio en el Renacimiento literario se manifestó con el rechazo inicial de los primeros poetas de este periodo a los temas procedentes de la tradición castellana, que se sumaron a la que se estaba produciendo en toda Europa.
Toda la actividad poética de la primera generación de poetas «italianizantes» viene determinada por el lírico italiano Francesco Petrarca; su descubrimiento e imitación, especialmente de su Cancionero, constituye el hecho más relevante por la influencia y orientación que imprimió a la poesía del siglo XVI.
Esta influencia, lejos de desaparecer, se afianzó en la literatura castellana, aunque abandonando paulatinamente la imitación italiana para adoptar su propia personalidad, nacionalizándose las formas renacentistas a lo largo de todo el siglo. Los ya citados Boscán y Garcilaso son los primeros poetas que adoptan y practican la métrica y temas de procedencia italiana, a los cuales se unirían otros poetas de la llamada «primera generación petrarquista», como Diego Hurtado de Mendoza.
El sentir petrarquista, introducida por la primera generación nombrada, asimila y adapta definitivamente el metro y temas italianos a la poesía castellana de la mano de la «segunda generación», encarnada en poetas como Francisco de la Torre, Gutierre de Cetina, Hernando de Acuña o Gregorio Silvestre.
Otros poetas de la segunda mitad del siglo XVI, dominando las formas pocos años antes consideradas novedosas, escriben la mejor poesía castellana del siglo XVI; estamos hablando, además de Garcilaso de la Vega, de los grandes poetas San Juan de la Cruz, Fray Luís de León o Fernando de Herrera (de la escuela sesvillana), en cuyo grupo se integran, por contemporáneos, otros poetas de gran calidad pertenecientes a diferentes escuelas, como Francisco de Aldan y Francisco de Medrano (Escuela salmantina). No obstante, la crítica discute la existencia de estos dos grupos poéticos.