Historia militar: El amanecer del arma atómica

Los estrategas militares y políticos de mediados del siglo XX descubrieron la realidad de la famosa afirmación de Clausewitz «la guerra es la continuación de la política por otros medios». Este Militar prusiano del siglo XVIII influyó decisivamente en el desarrollo de la moderna ciencia militar, especialmente la occidental, y sus discípulos no perdieron tiempo en practicar sus enseñanzas, publicadas en los ocho volúmenes de su tratado De la guerra.

Los científicos estadounidenses ya habían descubierto en 1942 que las doctrinas y futuras estrategias militares podrían cambiar de alguna forma la historia de la humanidad, en lo que se refiere a los poderes militares y la decantación de los equilibrios en base a una fuerza militar superior que la hiciese patente. Esos hombres de ciencia, ajenos a la dinámica militar, ante su hallazgo reaccionaron en principio con escepticismo, ignorantes de las verdaderas posibilidades de los ingenios nucleares de destrucción masiva que se alzaban ante sus ojos, pero sus teorías fueron llevadas a la práctica con indiscutible éxito.

El 16 de julio de 1945, alrededor de las cinco y media de la mañana, en Alamogordo, desierto de Nuevo México, la primera bomba atómica era explosionada. Tres años de esfuerzos en un proyecto llevado a cabo en EEUU por un equipo de científicos de varios países culminaba satisfactoriamente para los estrategas militares, que inmediatamente asignaron un objetivo a la nueva arma atómica.

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Sólo tres semanas después de la primera prueba nuclear, un arma de similares características fue arrojada sobre la ciudad japonesa de Hisoshima; la devastación produjo más de 70.000 muertos, y un área de varios kilómetros alrededor del epicentro quedó completamente arrasada. Tres días después, otra bomba fue lanzada sobre Nagasaki; entre ambas poblaciones, por efecto directo de la explosión, o indirecto de las radiaciones, se produjo alrededor de medio millón de víctimas. A partir de este momento, comenzarían a revisarse todos los conceptos que el poder militar aplicaría a la política.

Tras descubrirse que la «fisión» de los átomos de un elemento pesado, como el plutonio o el uranio, permitía liberar energía, los físicos nucleares no tardarían en plantear el proceso inverso, es decir, la «fusión» nuclear de elementos ligeros, como el hidrógeno, para formar así elementos más pesados, como el helio, cuya liberación de energía sería mucho mayor que la generada por el proceso de fisión. Nacería así el arma termonuclear o bomba «H», cuyo poder de destrucción no parece tener límites.

La bomba H ya no era un arma cuyo poder de destrucción se medía en kilotones (miles de toneladas del explosivo trinitrotolueno o TNT), sino en megatones (millones toneladas de TNT). Así, la bomba atómica que destruyó Hiroshima, era de unos 13 kilotones (13.000 toneladas de TNT), pero los soviéticos consiguieron hacer explosionar en pruebas una bomba H de 58 megatones (superior a 50 millones de toneladas de TNT). El escepticismo y confusión creados en los estrategas militares a partir de esta realidad fue grande. La utilización de tales armas en el futuro planteaba igualmente una nueva realidad, que podría ser de consecuencias incalculables para cualquiera de los bandos implicados.

Utilizar armas nucleares como medio para alcanzar fines políticos parecía contradecir los posibles beneficios, pues los resultados del uso de tales armas negarían las ventajas territoriales o políticas que se deseasen obtener. De hecho, la destrucción que las armas convencionales ya habían infligido a Japón y Alemania en la II Guerra Mundial, suponían por si mismas una importante advertencia sobre las consecuencias en futuros conflictos bélicos.

El concepto de «disuasión», que no era nuevo, renació y adquirió nuevo énfasis con la amenaza de la guerra nuclear, especialmente a principios de la década de 1950 cuando la Unión Soviética comenzó a levantar su arsenal de armas nucleares. Una nueva época en la búsqueda de la supremacía militar en materia nuclear había comenzado.

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