Nuevamente un año ha tocado a su fin. Filatélica y musicalmente hablando, hubo numerosas estampillas que honraron los más variados aspectos de la música y, como ya hemos advertido en otras ocasiones, nos es materialmente imposible reseñarlas todas en nuestros trabajos. Unas porque la información no llega –la privatización en los servicios postales nos está dejando un páramo de inexplicable cobertura- y otras por la ingente cantidad de sellos que año tras año honran a los protagonistas del mundo de la música.
Los interesados en visionar, votar, descargare o investigar sobre filatelia musical sólo tienen que visitar las páginas electrónicas del correspondiente grupo temático en donde podrán ver no sólo las del año en curso, sino todo un abanico de materiales relacionados que deleitarán incluso a los melómanos.
Hoy les traemos dos sellos de sendos bicentenarios honrados por varias administraciones en el año que acaba de fenecer. Escogemos los sellos del correo vaticano: 0,65€ (Chopin) y 1€ (Schumann), en la hojita bloque “gigante” se reproduce la partitura de un Nocturno, y en la parte inferior el sello de 4,40€ con los dos genios de la música de aquella época. Para esta emisión también se editó el CD nº 2 con música seleccionada de ambos compositores y el conjunto se comercializaba por 9,90€. La tirada ha sido de 150.000 series completas, 110.000 hojitas y no se ha especificado el número de CD que representa 3,85€ de coste añadido al valor de los sellos. Se imprimieron en offset en la imprenta del correo sueco y los dos faciales se realizaron en minipliegos de diez ejemplares en dentado 13 que comenzaron su circulación el 20 de septiembre de 2010.
FRYDERYK FRANCISZEK CHOPIN (nació el 1 de marzo de 1810 en Zelazowa, murió el 17 de octubre de 1849 en París). Hijo de Nicolás Chopin (lorenés oriundo de Nancy emigrado a tierras polacas en un momento de guerras y penurias en todo el continente europeo) y de Justina Kryzanowska (huérfana que vivía en la casa de la condesa Skarbek, en la que su padre se había convertido en el preceptor de sus hijos) en la pequeña población de Zelazowa-Wola (Masovia, el país de la mazurca, a unos 50 kilómetros de Varsovia).
Otro de tantos músicos precoces que inició su carrera a la edad de siete años, su primera instrucción musical la recibió de un músico bohemio: Zywy. Su debut fue en Viena en 1829, a los ocho años estaba considerado un genio. Su formación la finaliza en 1826 cuando rinde su examen de bachillerato; poco después parte junto a su hermana pequeña Emilia, que también padecía una grave enfermedad, para Silesia tras cinco semanas en el balneario, regresan a Varsovia y Chopin elige, definitivamente, el rumbo de su vida: se consagra a la música y comienza en la Escuela Central de Música (Conservatorio) que dirigía José Elsner, le impone un riguroso plan de estudios en el centro: cada alumno estaba obligado a seguir uno o dos cursos en la Universidad.
Nuestro personaje elige los cursos de estética y literatura, incorpora el italiano [ya dominaba el alemán, francés y polaco]; igual que hoy sucede en la Universidad española donde, al margen de “aletargarte” no tienes opciones de avanzar ni de simultanear estudios, como si el esfuerzo que el discente realiza tuviera nada que ver con el sistema educativo. Nos entretienen y nos aburren; mientras el sistema no para de romper costuras.
El progresa adecuadamente nos hundió, por méritos propios, en la lista de los peores en materia educativa, ya hemos visto que el XXI continúa ese viaje a las profundidades al que parece se apuntan todos los políticos de nuestro tiempo con leyes inútiles que no paran de cercenarnos libertades. Como ejemplo, poder simultanear estudios o cursos que hace años permitían conseguir expedientes que enorgullecían a los estudiantes y a sus familias. En el caso de Chopin, al finalizar sus exámenes musicales a los 19 años, su profesor Elsner, escribió en su informe anual: “Federico Chopin, músico genial”.
Como polaco de nacimiento, era lógico que su música tuviera esa impronta; nada extraño entonces que las mazurcas [compuso 52] fueran su pasión. De ese medio centenar de piezas, prácticamente ninguna muestra una repetición, cada una tiene carácter e identidad propia: son únicas, al margen de estar consideradas verdaderas piezas maestras en su género.
Chopin, como tantos jóvenes de su tiempo, tiene que enfrentarse a la realidad y casi de inmediato parte en diligencia para Viena en donde el 8 de agosto de 1829 es recibido por el conde Gallenberg (director del Kärtnertheater) que le ofreció tocar el martes siguiente, el éxito le permitió un segundo concierto una semana después. Luego llegarían los de Praga, Dresde, Wroclaw, Kalisz, etc. Prefería improvisar y tocar en salones con público de calidad y acceso restringido. Su música y estilo denota diferentes influencias, entre otros estarían Weber, Hummel, Fielol, Dussek o sus coetáneos Orginski, Lessel, Kurpinski o Szymanowska. A su vez, ningún compositor de su tiempo pudo sustraerse de la influencia del genial compositor e intérprete polaco que marcó, profundamente, toda la música de piano en Francia, Polonia y Rusia durante el XIX y XX. Según la bibliografía consultada, fue el noruego Eduardo Grieg el que se acercó más a su estilo musical.
Poco después, la revolución; con ello las dificultades del genial músico que en Viena se le vuelve a reproducir su enfermedad; al vacío que se produjo entonces contra todo lo polaco, se le añadía su falta de salud. En esa etapa, contaba 21 años, escribiría una de sus grandes piezas El primer cuaderno de estudios. Dejó Viena y partió para Munich y Stuttgart en donde recibirá la noticia de la caída de Varsovia, improvisaría en la ciudad alemana [dicen que de una tacada] su famoso Revolucionario y el 11 de septiembre de 1831 llega a París. En Francia vivirá y morirá el genio polaco, allí vieron la luz piezas de inigualable calidad y belleza. En ese contexto aparece otro personaje que irá ligado íntimamente a su nombre, el de la periodista Aurora Dudevant (Jorge Sand) que malvivía de los escritos que publicaba en el satírico Le Figaro.
La vida transcurre lentamente y parece sonreír al músico genial, en varias ocasiones hará acto de presencia su terrible dolencia, aparece en su vida Mendizábal y éste le recomienda el clima de la isla de Mallorca en donde esperaba mejorar su aspecto y vivir con tranquilidad su particular historia de amor con aquella desvergonzada periodista que escandalizó a la sociedad de su tiempo [si miramos, en realidad eran unos adelantados en materia de libertad sexual y de acción]. ¡Menos mal que no había televisión porque los habrían crucificado si comparamos cuanto acontece en el XXI en esta maltratada piel de toro, donde lo banal y chabacano no para de hundirnos en el fango!
A la isla mediterránea llegaron, procedentes de Barcelona. El viaje se realizó en El Mallorquín, que los dejó en una ciudad que en nada se parecía a la actual meca del turismo continental; alojados en La casa del viento (no tenía puertas ni ventanas) las lluvias de la época empeoran su estado de salud y en ese contexto se le ofrece la entonces abandonada cartuja de Valldemosa que le atrapó desde el primer momento (aunque la sociedad de su tiempo le fue totalmente hostil y tuvo que abandonar su refugio unos meses después en penosas condiciones de salud, sufriendo también un maltrato en el traslado naval hasta la Ciudad Condal en donde toma el camino de Marsella), esa estancia le permitió componer y terminar los Preludios (de los que Liszt dijo “es un modelo de absoluta perfección y lleva la marca del genio”) y Segunda balada (pieza de enorme dificultad técnica).
Mallorca, Marsella y, finalmente, Nohant en donde pasa los siete años más fecundos de su vida, abandonó el lugar para siempre en 1846, tras la ruptura con Jorge Sand a causa de sus hijos: como siempre los vástagos postizos acaban rompiendo la convivencia entre las parejas. En esa etapa se instala en París y el 16 de abril de 1841 se presenta en la Sala Pleyel para cosechar nuevos triunfos.
Tras los hechos revolucionarios de 1848 marchó a Londres donde tiene lugar su primer concierto el 16 de noviembre, a finales de mes ya estaba de nuevo en su residencia parisina, el 17 de octubre de 1849 expiraba el gran músico y fue enterrado en el camposanto de Père-Lachaise. Se codeó con grandes de su tiempo, encontramos no sólo músicos, sino personajes de otras disciplinas: Rossini, Zimmermann, Kalkebrenner, Liszt, Mendelssohn, Schuman, Czartorisky, Plater, Franck, Balzac o Heine son algunos de los nombres que, de una u otra forma, influyeron en su obra que fue editada por completo en 1852.
El retrato utilizado para el sello fue realizado por Ary Scheffer y aparece sobre un fondo en el que encontramos un facsímil de la Balada número 2 en F gracias a la Biblioteca del Conservatorio de Música de París en donde conservan el original.
ROBERT ALEXANDER SCHUMANN (nació el 8 de junio de 1810 en Zwickau (Sajonia-Alemania), murió el 29 de julio de 1856 en Endenich, cercanías de Bonn). Está considerado uno de los más geniales compositores del Romanticismo, su vida fue relativamente corta, pero laboriosa. A temprana edad perdió el uso del dedo anular de la mano derecha que le obligó a abandonar su gran carrera de pianista y concentrarse en la composición en donde destacó por su pasión e inquietud.
Al parecer la enfermedad en su mano derecha le vino por el uso de un ingenio de su invención para alargar los dedos, sin embargo, algunos de sus biógrafos consideran más probable que fueron los efectos secundarios de las medicinas que tomaba para combatir la sífilis, las verdaderas causas de su inmovilidad. No olvidemos que era un apasionado del champán y las mujeres.
Era hijo de un editor sumamente culto y preparado que había escrito varias obras y regularmente publicaba un periódico, sin embargo él parece que se decantó por el mundo musical a pesar de la inicial oposición materna que era por donde le llegó la música a temprana edad. A los siete años recibía sus primeras clases de piano y componía las primeras obras apenas un lustro después, época en la que también publicó algunos artículos y poemas.
A la muerte de su padre, con 16 años, ha de someterse al deseo materno y se matricula en la Facultad de Derecho de Leipzig en 1828; en el verano siguiente lo tenemos en la Universidad de Heidelberg en donde encuentra un ambiente más propicio a sus pretensiones y, a hurtadillas, sigue su pasión por la música hasta que consigue que su madre le deje seguir su propio itinerario en 1830. Regresa a Leipzig en donde había recibido lecciones de piano de Friedrich Wieck y se acaba instalando en la casa del músico en donde se enamora de la hija, allí compone algunas piezas para piano, cuartetos y lieder. Ya se ha confirmado su idea estética, se aleja de la vulgaridad, admira las grandes obras y el clasicismo vienés del momento, en esta ciudad fue profesor superior de piano en el Conservatorio que Mendelssohn había fundado, trabajo que abandonó casi de inmediato tras una de sus crisis mentales.
En 1831, con H Dorn [director de orquesta del Teatro de Leipzig] estudia durante un semestre armonía y contrapunto para pasar a vivir durante algún tiempo totalmente libre y de manera modesta hasta que toma su definitiva decisión: convertirse en pianista y compositor, faceta esta última que será la que lo consagrará como uno de los grandes en el mundo de la música. Con algunos socios, crea la gaceta musical Neu Zeitschrift für Music (NZfM), su primer número vio la luz el 3 de abril de 1834, fue redactor responsable durante una década y se volcó como crítico.
Contrajo matrimonio en 1840, a pesar de la oposición frontal de su suegro Friedrich Wieck [se tuvo que enfrentar en los tribunales], con Clara Wieck (1819-1896), ese año firmó casi 150 canciones y algunas de ellas están consideradas las mejores de su época, destacan su Fraunlieb und leben (El amor y la vida de una mujer) o Dichterliebe (El amor del poeta) que narra un amor trágico que florece y se marchita, empleó versos de Heine y parece que se anticipaba al ocaso de su propia existencia.
El matrimonio no fue nada fácil [tuvieron siete hijos] y se vio en la tesitura de tener que abandonar el entorno familiar debido a su hereditaria enfermedad y la mala gestión de los éxitos de su esposa. Schumann, como el más común de los mortales, no veía con buenos ojos el éxito de su mujer.
En 1844 la acompañará a su gira de conciertos por Rusia y a finales de ese año se recluye en Dresde, abandona la revista, la familia, los amigos; busca un lugar tranquilo en donde superar sus crisis y ese lugar fue la ciudad en donde se instaló para dedicarse por completo al mundo de la composición. En 1847 dirige un coro masculino y en 1850 acepta el cargo de director de música en Dusseldorf que le cedió su amigo Hiller y el que tendrá que dejar debido a una nueva crisis en 1853.
Tampoco se lo puso fácil su numerosa prole que acentuaba sus problemas mentales y el 27 de febrero de 1854 desemboca la gran crisis, que le sume en una insufrible alucinación y se lanza al Rhin, fue rescatado y llevado a una casa de reposo [curioso eufemismo para un centro psiquiátrico] en Endenich donde vivió una década más, el declive definitivo se manifestaría años más tarde y se especula, aún hoy, que la soledad y el silencio en que vivió Schumann, probablemente tengan directa relación con el combate que libraba en su interior una enfermedad que lo iba destruyendo lentamente, murió trampeando la terrible realidad de su herencia genética y en los momentos de lucidez componiendo y disfrutando de la música. Nunca volvió a ver a su familia
Su legado musical puede dividirse en dos períodos casi similares en la duración: dos décadas. En el primero encontraríamos las piezas para piano en donde destacan sus Estudios sinfónicos (1834) cuando alcanza la plenitud de su creación en la primera etapa, también dejó casi 150 lieder en un año (1840), las sinfonías I y IV, el concierto para piano, tres cuartetos de cuerdas, etc. En ese tiempo también lideraba un grupo de personas que estuvieron contra lo pueril y estéril; su forma de combatir la vulgaridad fue con la música y la cultura. Era un apasionado de la poesía, sobre todo de las obras de Byron, Goethe i Richter, eso explica en parte su legado musical en el que no tenía rival y la música se acaba confundiendo con la poesía en su gran producción de lieder.
En la década siguiente escribe la que será su única ópera Genoveva (1848); en 1952 incluye su Misa latina y un Requien latine en su catálogo, pero ya son obras prácticamente opuestas a su primer período creativo; su rebeldía, su enfermedad le han cortado las alas y le han hecho un compositor domesticado al servicio de la sociedad burguesa de su tiempo. Posiblemente sin su enfermedad, hoy estaríamos hablando de un genio totalmente diferente. En definitiva, las composiciones de Schumann ofrecen un raro ejemplo de fogosa pasión, sentimientos íntimos y delicados unidos a una de las más perfectas realizaciones musicales. Desarrolló, hasta un insuperable grado el género de la miniatura musical [Escenas para niños, Carnaval, etc.] que apenas estaba esbozada en la obra de Schubert o Mendelssohn; aunque sin duda, su perfección la logra en el género lied donde sus sentimientos muestran toda su gran potencia poética. Fausto y Manfredo son el claro ejemplo que rebosa poesía y sentimiento.
A pesar de la gran cantidad de composiciones para orquesta, Schumann destaca, sobre todo, por sus fragmentos para piano, instrumento en donde alcanza el cenit de su carrera artística y a él se le atribuye la inmortal frase dedicada a su compañero de instrumento en la emisión postal realizada por el correo del Vaticano: “A Chopin se le reconoce hasta en las pausas”.
Y, aunque sólo sea de pasada, citar aquí que la revista electrónica OPUS MUSICA ha dejado de realizarse, el último número fue el 50 y se colgó el pasado noviembre al cumplirse el V aniversario. R. I. P. por un buen proyecto y felicitaciones por el trabajo realizado aunque la despedida haya sido poco elegante [en mi pueblo dicen que se despidieron al estilo Jatar, con nocturnidad y alevosía] a pesar de que se sabía desde hacía meses que las cosas no funcionaban como debieran costaba poco unas escuetas líneas, sobre todo a los que de una u otra manera habían sacrificado su tiempo en un proyecto apasionante e ilusionante. Confiamos en abrir nuevas rutas a la filatelia musical y esperamos mantener la energía, vital para estos proyectos, que nos haga más humanos y más sabios al permitirnos descubrir tantas y tantas cosas sobre el mundo de la música. El año que la FILATELIA MUSICAL conseguía el mayor galardón por los trabajos allí colgados, cosas del destino, es también el año del adiós.
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JUAN FRANCO CRESPO
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