“Los Comentarios Reales” (II-V) [Inca Garcilaso de la Vega]

SEGUNDA PARTE

CAPÍTULO V

DON DIEGO DE ALMAGRO SE HACE JURAR POR GOBERNADOR DEL PERÚ, ENVÍA SUS PROVISIONES A DIVERSAS PARTES DEL REINO, Y LA CONTRADICCIÓN DELLAS

El marqués falleció, como se ha dicho, por la demasiada confianza de Francisco Chaves, que no cerró las puertas como le fue mandado; que a cerrarlas, mientras los contrarios las rompían, tuvieran lugar de armarse los que con el marqués estaban; y quizá sobrepujaran a los de don Diego. Pues siendo no más de cuatro, que eran el marqués, y su hermano, y sus dos pajes, y mal armados, mataron cuatro, como dicen los autores, y hicieron otros; de creer es que si estuvieran bien apercibidos, bastaban los cuatro y los otros que se echaron por las ventanas a defenderse de los enemigos y aun a vencerlos, que cuando no alcanzaran la victoria, pudiera llegar el socorro con tiempo. Mas cuando la desgracia viene, mal se remedia por consejos humanos. El negro que Gómara dice que mataron los de Almagro fue que sintiendo el tropel que traían peleando con el marqués, subió por el escalera arriba y ayudar a su señor, o morir con él; y cuando llegó a la puerta sintió que ya lo habían muerto; quiso echar el cerrojo por defuera para dejarlos encerrados y llamar la justicia; yendo el negro juntando las puertas, acertó a salir uno de los de dentro, y sintiendo la intención del esclavo arremetió contra él y lo mató a estocadas. Fueron siete los que murieron por parte del marqués, y entre ellos un criado de Francisco Chaves. Luego salieron a la plaza los de Almagro con las espadas ensangrentadas cantando la victoria. Así acabó el buen marqués, más por negligencia y confianza de los suyos, que no por la pujanza de sus enemigos. Con el alboroto de su muerte se levantó un gran ruido por toda la ciudad: unos, que gritaban diciendo: “Aquí del rey, que matan al marqués”. Otros que a grandes voces decían: “Muerto es ya el tirano, y vengada la muerte de don Diego de Almagro”. En esta vocería y confusión salieron muchos del un bando y del otro, cada cual a favorecer su partido, y en la plaza hubo muchas revueltas y pendencias, donde hubo muertos y heridos; mas luego cesaron los del bando del marqués con la certificación de que era muerte. Los de Chili sacaron a don Diego de Almagro el mozo a la plaza, diciendo que no había otro rey en el Perú sino don Diego de Almagro. El cual, sosegaba la revuelta de aquel día, se hizo jurar del cabildo por gobernador de la tierra, sin que nadie osase contradecirlo, aunque todos los del cabildo eran del bando contrario; pero no osó nadie hablar ni contradecir lo que pedían los victoriosos. Quitó los ministros que había de la justicia, y puso otros de su bando. Prendió los hombres más ricos y poderosos que en la ciudad de los Reyes había, porque eran del bando contrario; en suma, se apoderó de toda la ciudad. Tomó los quintos del rey, que era una grandísima suma la que estaba recogida. Lo mismo hizo de los bienes de los difuntos y de los ausentes, y bien lo hubo menester todo para socorrer a los suyos, que estaban tan pobres como se ha dicho.

Nombró a Juan de Rada, por su capitán general. Hizo capitanes a Juan Tello de Guzmán, natural de Sevilla, y a Francisco de Chaves, deudo muy cercano del otro Francisco de Chaves que mataron con el marqués; que eso tienen las guerras civiles, ser hermanos contra hermanos. Nombró también por capitán a Cristóbal Sotelo, y nombró otros ministros de guerra. A fama destas cosas acudieron a la ciudad de los Reyes todos los españoles que por tierra andaban vaganzos y perdidos; y así hizo don Diego más de ochocientos hombres de guerra. Envió a todas las ciudades del Perú, como fue al Cozco, Arequepa, a los Charcas y, por la costa abajo de la mar, a Trujillo, y la tierra adentro a los Chachapuyas, a requerir y a mandar absolutamente que le recibiesen por gobernador de todo aquel imperio. En una o en dos ciudades le obedecieron más por miedo que por amor, porque no tenían fuerzas para resistir a cincuenta hombres que don Diego envió a ellas; las demás ciudades resistieron, como luego diremos.

En el Perú es común lenguaje decir la costa abajo y las costa arriba, no porque haya cuesta que subir y bajar en la costa, que en figura redonda no la puede haber, sino que se dice la costa abajo por al nueva navegación que el viento sur hace en aquella mar a los que vienen del Perú a Panamá, que es como decir cuesta abajo, porque corre allí siempre aquel viento. Y al contrario dicen costa arriba yendo de Panamá al Perú, por la contradicción del mismo viento, que les hace ir forcejeando como si subiesen cuesta arriba. Juan de Rada proveía todo lo que se ha dicho, en nombre de don Diego, muy absolutamente, sin dar parte a los demás capitanes y compañeros que habían sido en la muerte del marqués; de lo cual nació envidia y rencor en todos los demás principales, y trataron de matar a Juan de Rada.

Sabido el motín, dieron garrote a Francisco de Chaves, que era el principal de la liga, y mataron a otros muchos, y entre ellos a Antonio de Orihuela, natural de Salamanca, aunque era recién llegado de España, porque supieron que por el camino había dicho que eran unos tiranos; y él fue tan mal mirado en su salud, que habiéndolo dicho se fue a meter entre ellos.

Uno de los ministros de don Diego envió por la costa a tomar la posesión de aquellos pueblos y hacer gente para su valía, y tomar armas y caballos a los vecinos señores de indios, que favorecían la contraria, que todos los más eran sus enemigos, fue un caballero llamado García de Alvarado. El cual fue a Trujillo, quitó el cargo de justicia a Diego de Mora, aunque era teniente de don Diego de Almagro, porque supo que avisaba de todo lo que pasaba a Alonso de Alvarado, que era del bando contrario.

Y en la ciudad de San Miguel degolló a Francisco de Vozmediano, y a Hernando de Villegas, y hizo otros grandes desafueros; y mató en Huánucu a Alonso de Cabrera, mayordomo que había sido del marqués don Francisco Pizarro, porque juntaba algunos compañeros para huirse con ellos al bando del rey.

Otro ministro de don Diego, llamado Diego Méndez, fue a los Charcas, a la villa de la Plata, donde halló el pueblo sin gente, porque los vecinos de él se habían ido por unas partes y por otras a juntarse con los de la ciudad del Cozco para ser con ellos de la parte del rey, como luego veremos. Diego Méndez tomó en aquella villa mucho oro que los vecinos tenían escondido en poder de sus indios; los cuales en común son tan flacos, que por cualquiera amenaza que les hagan descubren todo lo que saben.

Tomó asimismo más de sesenta mil pesos de plata acendrada de las minas que llamaron de Porco, que entonces aún no eran descubiertas las de Potosí. Confiscó y puso en cabeza de don Diego de Almagro los indios y las haciendas que eran del marqués don Francisco Pizarro, que eran riquísimas. Lo mismo hizo de los indios del capitán Diego de Rojas, y de Peranzures, y de Gabriel de Rojas, y de Garcilaso de la Vega, y de todos los demás vecinos de aquella villa, que todos los más eran amigos de los Pizarros. Otro mensajero envió a la provincia de Chachapuya, donde andaba Alonso de Alvarado pacificándola. El cual, luego que vio las provisiones de Diego y sus cartas, aunque en ellas le hacía grandes promesas si le obedecía, y grandes amenazas si le contradecía, dio por respuesta prender al mensajero, y persuadir a cien españoles que consigo tenía que siguiesen y sirviesen a Su Majestad, y con el consentimiento dellos alzó bandera. Y aunque don Diego le escribió con otros mensajeros, nunca le quiso obedecer; antes respondió que no le recibiría por gobernador hasta ver expreso mandato de Su Majestad hasta entonces se había hecho. Todo esto hizo Alonso de Alvarado confiado en la aspereza de aquella provincia, que, como otras veces hemos dicho, es asperísima, y esperaba Alvarado, aunque tenía poca gente, defenderse hasta que se juntasen otros del bando de Pizarro a servir al emperador, que bien sabía que habían de acudir muchos; y así estuvo esperando lo que sucediese, haciendo llamamiento a la gente que por la costa hubiese. Donde lo dejaremos por decir de otros que hicieron lo mismo. Los mensajeros que con las provisiones y poderes de don Diego de Almagro fueron al Cozco, no se atrevieron a hacer de hecho insolencia alguna como habían hecho en otras partes, que aunque en aquella ciudad había muchos de su valía, había más del servicio del rey, y eran hombres más principales, ricos y poderosos que tenían reparticiones de indios; y los de don Diego eran pobres soldados recién entrados en la tierra, que deseaban semejantes revueltas para medrar ellos también. Eran alcaldes a la sazón en aquella ciudad Diego de Silva, ya otra vez por mi nombrado, hijo de Feliciano de Silva, natural de Rodrigo, y Francisco de Carvajal, que después fue maese de campo de Gonzalo Pizarro.

Los cuales, habiendo visto las provisiones, por no irritar a los del bando de don Diego a que hiciesen algún destino, respondieron, y todo el cabildo con ellos, no contradiciendo ni obedeciendo; y dijeron que para hecho tan solemne era necesario que don Diego enviara poder más bastante del que envió, y que luego que lo enviase lo recibirían por gobernador. Esto dijeron con determinación de no recibirle, mas de entretenerle para que hubiese tiempo y lugar de juntarse los que de su bando estaban ausentes, que los más estaban fuera de la ciudad en sus repartimientos y minas de oro, que casi todos los repartimientos del Cozco las tienen.

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