“Los Comentarios Reales” (II-VI) [Inca Garcilaso de la Vega]

SEGUNDA PARTE

CAPÍTULO VI

EL AUTOR DICE CÓMO SE HABÍA GONZALO PIZARRO CON LOS SUYOS. CUENTA LA MUERTE DE VELA NÚÑEZ. LA LLEGADA DE FRANCISCO CARVAJAL A LOS REYES. EL RECIBIMIENTO QUE SE LE HIZO

Yo conocí a Gonzalo Pizarro de vista en la ciudad del Cozco, luego que fue a ella, después de la batalla de Huarina hasta la de Sacsahuana, que fueron casi seis meses, y los más de aquellos días estuve en su casa, y vi el trato de su persona en casa y fuera de ella. Todos le hacían honra como a superior, acompañándole doquiera que iba, a pie o a caballo, y él se había con todos, así vecinos como soldados, tan afablemente, y tan como hermano, que ninguno se quejaba de él; nunca vi que nadie le besase la mano, ni él la daba aunque se la pidiesen por comedimiento: a todos quitaba la gorra llanamente, y nadie que lo mereciese dejó de hablar de vuesa merced. A Carvajal, como lo hemos dicho, llamaba padre; yo se lo oí una vez que estando yo con el gobernador, que como a niño y muchacho me tenía consigo, llegó a hablarle Francisco de Carvajal; y aunque en el aposento no había quien pudiese oírle sino yo, se recató de mí, y le habló al oído de manera que aun la voz no le oí. Gonzalo Pizarro le respondió pocas palabras; y una de ellas fue decirle: “Mirad, padre”. Vile comer algunas veces, comía siempre en público; poníanle una mesa larga, que por lo menos hacía cien hombres; sentábase a la cabecera de ella, y a una mano y otra, en espacio de dos asientos, no se asentaba nadie; de allí adelante se sentaban a comer con él todos los soldados que querían, que los capitanes y los vecinos nunca comían con él, sino en sus casas. Yo comí dos veces a su mesa, porque me lo mandó, y uno de los días fue el día de la fiesta de la Purificación de Nuestra Señora; su hijo del marqués, y yo con ellos, comimos en pie todos tres en aquel espacio que quedaba de la mesa sin asientos , y él nos daba de su plato lo que habíamos de comer; y vi todo lo que he dicho, y como testigo de vista lo certifico. Los historiadores debieron de tener relatores apasionados de odio y rencor, para informarles lo que escribieron. También le notan que llevando todos los quintos, y rentas reales, y los tributos de los indios vacos, y de los que andaban contra él, que todo venía a ser más que las dos tercias partes de la renta del Perú, no pagaba la gente de guerra, y que la traía muy descontenta; y cuando le mataron, no dicen que le hallaron tesoros escondidos: donde se ve adúltero, con gran encarecimiento de su delito, como es razón que se acriminen casos semejantes, principalmente en los que mandan y gobiernan.

Volviendo a nuestra historia, es de saber que en el tiempo que Gonzalo Pizarro estuvo de esta vez en la ciudad de los Reyes, acaeció la desgraciada muerte de Vela Núñez, hermano del visorrey Blasco Núñez de Vela, que la causó el capitán Juan de la Torre, el cual se había casado años antes con una india, hija de un curaca de los de la provincia de Puerto Viejo. Los indios, viéndose favorecidos con el parentesco de aquel español, estimándolo más que a sus tesoros, le descubrieron una sepultura de los señores sus antepasados, donde había más de ciento y cincuenta mil ducados en oro y esmeraldas finas. Juan de la Torre, viéndose tan rico, deseó huirse de Gonzalo Pizarro, y venirse a España a gozar de sus riquezas; mas pareciéndole que según los delitos que contra el servicio de Su Majestad había hecho (porque fue uno de los que pelearon las barbas del visorrey, y se las puso por medalla), no venía seguro, tentó a Vela Núñez para que se huyese con él en un navío de los que en el puerto había, para que en España, él y sus deudos le apadrinasen y favoreciesen, por haberle sacado de poder del tirano, y teniendo ya el consentimiento de Vela Núñez, por hablillas y novelas que se inventaron, de que Su Majestad confirmaba la gobernación a Gonzalo Pizarro, mudó parecer, porque siendo así no quería perder la gracia y amistad de Gonzalo Pizarro, de quien esperaba grandes mercedes; y porque Vela Núñez, o otro por él no descubriese a Pizarro al trato que con él había hecho, que fuera causa de su muerte, quiso ganar por la mano al que lo hubiese de descubrir, y así dio cuenta de ella a Gonzalo Pizarro, por lo cual cortaron la cabeza a Vela Núñez, y hicieron cuartos a otro sobre ello, aunque se murmuró que Gonzalo Pizarro lo había hecho más por persuasión del licenciado Carvajal, que no por gana que tuviese de matarle; porque siempre Pizarro sospechó de la blanda condición de Vela Núñez, que antes había sido incitado que incitador. Así acabó este buen caballero, por culpa de un traidor que lo fue de todas maneras. Francisco de Carvajal, teniendo días antes nuevas de la ida de Gonzalo Pizarro a los Reyes, y mandato suyo, vino de los Charcas a juntarse con él a la misma ciudad. Salió Gonzalo Pizarro, buen rato fuera de ella a recibirle; hízole un solemne y triunfal recibimiento, como a capitán que tantas victorias había ganado, y tantos enemigos había desperdigado. Dejó Carvajal en la villa de la Plata a Alonso de Mendoza por capitán y teniente de Gonzalo Pizarro; trujo consigo cerca de un millón de pesos de plata, de lo que había sacado de las minas de Potosí, y de los indios vacos, de que tuvo bien que gastar Gonzalo Pizarro; donde le repitió Carvajal lo que en la carta le había escrito acerca de hacerse rey. Dejarlos hemos a ellos y todos sus ministros y amigos, particularmente los vecinos de las ciudades de aquel imperio, ocupados en la paz y quietud de los indios y españoles que en él había, y en el aumento de la santa fe católica, en la doctrina y enseñanza de los naturales, y en el aprovechamiento de sus haciendas, y del común de los mercaderes y tratantes, que con las guerras y revueltas pasadas no osaba nadie granjear ni mercadear, porque todo andaba a peligro de que se lo quitasen a sus dueños, como lo hacían; los unos, con color descubierto de tiranos, robándolo; y los otros con decir que lo habían menester para servicio del rey. Que río revuelto (como dice el refrán), ganancia es de pescadores. Pasarnos hemos a España a decir lo que Su Majestad Imperial proveyó, sabida la revuelta y alteración del Perú y la prisión del visorrey Blasco Núñez Vela.

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