“Los Comentarios Reales” (II-III) [Inca Garcilaso de la Vega]

SEGUNDA PARTE

CAPÍTULO III

EL MARQUÉS HACE REPARTIMIENTO DEL REINO Y PROVINCIA DE LOS CHARCAS, Y GONZALO PIZARRO VA A LA CONQUISTA DE LA CANELA

Sosegada la guerra, y los indios puestos en paz, hizo el marqués repartimiento dellos en los más principales españoles que se hallaron en aquella conquista; dio un repartimiento muy bueno a su hermano Hernando Pizarro, y otro a Gonzalo Pizarro, en cuyo distrito se descubrieron, años después, las minas de plata de Potosí, en las cuales supo a Hernando Pizarro, como a vecino de aquella ciudad (aunque él estaba ya en España), una mina que dieron a sus ministros para que le enviasen plata della. La cual salió tan rica, que en más de ocho meses sacaron della plata acendrada, finísima, de toda ley, sin hacer otro beneficio al metal más de fundirlo.

Añadimos esta riqueza aquí porque se me fue de la memoria cuando tratamos de aquel famoso cerro en la primera parte de estos comentarios. A Garcilaso de la Vega, mi señor, dieron el repartimiento llamado Tapacri. A Gabriel de Rojas dieron otro mucho bueno, y lo mismo a otros muchos caballeros en espacio de más de cien leguas de término que aquella ciudad entonces tenía, del cual dieron después parte a la ciudad que llamaron de la Paz.

No valían aquellos repartimientos entonces cuando se dieron sino muy poco, aunque tenían muchos indios, y eran de tierra muy fértil y abundante, hasta que se descubrieron las minas del Potosí; entonces subieron las rentas a diez por uno, que los repartimientos que rentaban a dos, tres, cuatro mil pesos, rentaron después a veinte, treinta y cuarenta mil pesos. El marqués don Francisco Pizarro, habiendo mandado fundar la villa que llamaron de la Plata, que hoy se llama ciudad de la Plata, y habiendo repartido los indios de su jurisdicción en los ganadores y conquistadores della, que todo fue año de mil y quinientos y treinta y ocho y treinta y nueve, no habiendo reposado aún dos años de las guerras civiles y conquistas pasadas, pretendió otras tan dificultosas y más trabajosas, como luego se dirá. Con la muerte de don Diego de Almagro quedó el marqués solo gobernador de más de setecientas leguas de tierras que hay Norte Sur, desde los Charcas a Quitu, donde tenía bien que hacer en apaciguar y allanar las nuevas conquistas que sus capitanes en diversas partes hacían, y en proveer de justicia y quietud para los pueblos que ya tenían pacíficos; pero como el mandar y señorear sea insaciable, no contento con lo que tenía, procuró nuevos descubrimientos, porque su ánimo belicoso pretendía llevar y pasar adelante las buenas andanzas que hasta allí había tenido.

Todo nueva que fuera de los términos de Quitu y fuera de lo que los reyes Incas señorearon, había una tierra muy larga y ancha donde se criaba canela, por lo cual llamaron la Canela. Parecióle enviar a la conquista de ella a su hermano Gonzalo Pizarro, para que tuviese otra tanta tierra que gobernar como él; y habiéndolo consultado con los de su secreto, renunció la gobernación de Quitu en el dicho su hermano, para que los de aquella ciudad le socorriesen en lo que hubiese menester, porque de allí había de hacer su entrada, por estar la Canela al levante de Quitu. Con esta determinación envió a llamar a Gonzalo Pizarro, que estaba en los Charcas ocupado en la nueva población de la ciudad de la Plata, y en dar orden y asiento para gozar del repartimiento de indios que le había cabido. Gonzalo Pizarro vino luego al Cozco, donde su hermano estaba; y habiendo platicado entre ambos la conquista de la Canela, se apercibió para ella, aceptando con muy buen ánimo, la jornada, por mostrar en ella el valor de su persona para semejantes hazañas.

Hizo en el Cozco más de doscientos soldados, los ciento de a caballo, y los demás infantes; gastó con ellos más de sesenta mil ducados. Fue a Quitu, quinientas leguas de camino, donde estaba Pedro de Puelles por gobernador. Por el camino peleó con los indios que andaban alzados; tuvo batallas ligeras con ellos; pero los de Huánucu le apretaron malamente, tanto, que, como dice Agustín de Zárate, libro cuarto, capítulo primero, le envió el marqués socorro con Francisco de Chaves.

Gonzalo Pizarro, libre de aquel peligro y de otros no tan grandes, llegó a Quitu. Mostró a Pedro de Puelles las provisiones del marqués su hermano; fue obedecido. Y como gobernador de aquel reino aderezó lo necesario para su jornada: hizo más de otros cien soldados, que por todos fueron trescientos y cuarenta, los ciento y cincuenta de a caballo, y los demás infantes.

Llevó más de cuatro mil indios de paz cargados con sus armas y bastimento, y lo demás necesario para la jornada, como hierro, hachas, machetes, sogas y maromas de cáñamo, y clavazón para lo que por allá se les ofreciese.

Llevaron asimismo cerca de cuatro mil cabezas de ganado de puercos, y de las ovejas mayores de aquel imperio, que también ayudaron a llevar parte de la munición y carguío.

Dejó en Quitu por su lugarteniente a Pedro de Puelles, y habiendo reformado y dado nueva orden en ciertas cosas que tenían necesidad de reformación, salió de Quitu por Navidad del año mil y quinientos y treinta y nueve. Anduvo en buena paz y muy regalado de los indios todo lo que duró el camino, hasta salir del imperio de los Incas. Luego entró en una provincia que los historiadores llamaban Quixos. Y porque en esta jornada de la Canela, Francisco López de Gómara y Agustín de Zárate van muy conformes, contando los sucesos della casi por unas mismas palabras, y porque yo las oí a muchos de los que en este descubrimiento se hallaron con Gonzalo Pizarro, diré, recogiendo de los unos y de los otros, lo que pasó.

Es así que en aquella provincia de los Quixos, que es al norte de Quitu, salieron muchos indios de guerra a Gonzalo Pizarro; mas luego que vieron los muchos españoles y caballos que llevaban, se retiraron la tierra adentro, donde nunca más parecieron. Pocos días desto tembló la tierra bravísmamente, que se cayeron muchas casas en el pueblo donde estaba. Abrióse la tierra por muchas partes; hubo relámpagos, truenos, rayos, tantos y tan espesos, que se admiraron los españoles muy mucho; juntamente llovió muchos días tanta agua, que parecía que la echaban a cántaros; admiróles la novedad de la tierra, tan diferente de la que habían visto en el Perú. Pasados cuarenta o cincuenta días que tuvieron esta tormenta, procuraron pasar la Cordillera Nevada; y aunque iban bien apercibidos (como aquella Sierra sea tan extraña), les cayó tanta nieve y hizo tanto frío, que se helaron muchos indios, porque visten poca ropa, y ésa de muy poco abrigo. Los españoles, por huir del frío y de la nieve, y de aquella mala región, desampararon el ganado y la comida que llevaban, entendiendo hallarla dondequiera que hubiese población de indios. Pero sucedióles en contra, porque pasada aquella Cordillera tuvieron mucha necesidad de bastimento, porque la tierra que hallaron (por ser estéril) no tenía habitadores. Diéronse priesa a salir della, llegaron a una provincia y pueblo que llamaban Zumaco, puesto a las faldas de un volcán, donde hallaron comida; pero tan cara, que en dos meses que allí estuvieron no les cesó de llover jamás ni sólo un día, con que recibieron mucho daño, que se les perdió mucha ropa de la que llevaban de vestir.

En aquella provincia llamada Zumaco, que está debajo de la Equinocial, o muy cerca, se crían los árboles que llaman canela, la que iban a buscar. Son muy altos, con hojas grandes como el laurel, y la fruta son unos racimos de fruta menuda, que se crían en capullos como de bellota. Y aunque el árbol y sus hojas, raíces y corteza huelen y saben a canela, la más perfecta canela son los capullos. Por los montes se crían muchos árboles de aquellos, incultos, y dan fruto; pero no es tan bueno como el que sacan los indios de los árboles que plantan y cultivan en sus tierras para sus granjerías con sus comarcanos; mas no con los del Perú. Los cuales nunca quisieron ni quieren otras especies que su uchu, que los españoles llaman allá ají, y en España pimiento.

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