Botánica
HISTORIA
El culto a las plantas - 3ª parte
La ferviente adoración de los galos a los bosques y árboles
os galos eran silvícolas (cultivadores de los montes y bosques) y fervientes adoradores de los bosques y los árboles; testigo de esto son la selva de los Carnutes, centro de la religión druídica; los Vosgos, los Ardennes, la Selva Negra (Vosegus, Arduinna, Dea Abnoba), sitios todos de verdadero culto a las divinidades forestales.
Entre los galos, el roble era el árbol sagrado por excelencia, sobre todo si llevaba adherido el muérdago (Phoradendron leucarpum), parásito que, como es sabido, era objeto de particular veneración, dando su recolección lugar a interesantes ceremonias que refiere Plinio el Viejo en el libro XVI de su Historia natural.
El muérdago era especialmente venerado por los druidas galos
Por lo demás, el muérdago adherido al roble era muy raro, y al hallarlo se le recogía con gran ceremonial; ante todo, se había de coger en el sexto día de la luna, día que era el comienzo de sus meses, de sus años y de sus siglos, que duraban treinta años; día en el que la luna, aunque no en la mitad de su carrera, estaba ya en la plenitud de su fuerza y al que daban un nombre que significa remedio universal; una vez preparado debajo del árbol todo lo necesario para los sacrificios y para un banquete, traían dos toros blancos, a los que se les ataban por primera vez las astas; entonces subía al árbol un sacerdote vestido de blanco y cortaba con una podadera de oro el muérdago, el cual caía en una saya blanca; luego se inmolaban las víctimas. Es creencia común que el muérdago, tomado en bebida, da la fecundidad a los animales estériles y sirve de triaca contra toda clase de venenos.
El culto en los pueblos americanos
En América no está menos probado el culto a los árboles: Charlevoix observó en Acadia el culto tributado a un frondoso árbol que crecía aislado en la playa, y en las llanuras abrasadoras de la Patagonia, Charles Darwin vio el árbol sagrado de Walitchu, al que saludan religiosamente los gauchos, y al que los transeúntes ofrecen cigarros, cintas, pan y carne conservada.Los peruanos, los nicaragüenses y mexicanos, profesan una especial veneración a las plantas; los españoles, al llegar a México, vieron unos añosos cipreses de los que colgaban un sinnúmero de exvotos. Los mingos invocan a los manitus eternos de los árboles y de las plantas; y los hurones de lago Superior depositan sus ofrendas al pie de un gran fresno. Lo propio se observa en Oceanía y en las islas Malayas. Los tahitianos adoran las varúas o almas de los frutos y los árboles, y una vez muertos, los envían a los misteriosos paraísos de Bolotu.