Tecnología, Sociedad y Medio Ambiente. El equilibrio responsable

El ser humano se ha servido de la naturaleza desde que existe sobre la tierra. Ha extraído de ella los frutos y materiales necesarios para su defensa y subsistencia. Durante un largo periodo de la historia humana el equilibrio entre sus necesidades y el ambiente natural ha sido estable. Desde que el humano cazador y recolector abandonó el bosque, estableciéndose en comunidades y comenzando a cultivar la tierra y criar ganado, se inició paralelamente una explotación del ambiente que no resultaba en principio preocupante, gracias a la capacidad del planeta para asimilar grados determinados de agresión. Pero, las sociedades que adquieren niveles de conocimientos científicos y tecnológicos, tienen la capacidad de modificar nuestro mundo, de hecho el ser humano es industrioso, es el único ser vivo capaz de alterar, conscientemente, el medio en el que vive.

Durante milenios las actividades tecnológicas humanas mantuvieron la armonía y equilibrio con su hábitat. Sería a partir de la Revolución Industrial cuando el incremento desmesurado de esas actividades, vendría a incidir muy negativamente sobre el ecosistema de la Tierra; el impacto continuado podría concluir en consecuencias irreversibles. La biosfera, debido al sistema de vida y productividad de las actividades industriales, especialmente en los países más desarrollados, provocan efectos nocivos en la atmósfera terrestre, que resultan perjudiciales para el ambiente natural y los seres vivos.

La tecnología puede ser sinónimo de calidad de vida, pero también de alteración del ambiente con resultados negativos si no se busca el adecuado equilibrio en todos los parámetros implicados. Concienciarnos en el uso responsable de materiales y aparatos tecnológicos, como pueden ser unas simples bolsas ecológicas cuando nos disponemos a realizar nuestra compra habitual, o la adquisición y uso de unos pendrives ecológicos cuando realizamos tareas informáticas, entre otros muchos posibles ejemplos, son acciones que se transmiten a nuestro entorno y permanecen en la memoria colectiva.

Es evidente que la ciencia y la tecnología permitió a los seres humanos realizarse, engrandecerse y alcanzar metas insospechadas. Por supuesto le ha permitido crecer en diversos campos, económico, industrial…, o mejorar de manera importante en la calidad sanitaria, en conocimientos y máquinas de diagnóstico y aplicación de variadas terapias y de recuperación de la salud, lo que ha traído consigo la prevención y tratamiento de muchas enfermedades y, en consecuencia, una mayor esperanza de vida.

Paralelamente al crecimiento industrial y tecnológico, y la supuesta mejora de la calidad de vida, se manifestaron efectos indeseables que contradecían los éxitos obtenidos. Casi el 95% de la energía consumida por la humanidad procede de los combustibles fósiles, como el carbón, el petróleo o el gas natural, siendo el resto, en su mayor parte, de origen nuclear o hidroeléctrico. Y así, el automóvil, exponente del desarrollo humano, se convirtió en una fuente de emisión de sustancias tóxicas a la atmósfera, como el dióxido de carbono, por efecto de la combustión de hidrocarburos procedentes del petróleo. Otras fuentes de energía, como el carbón o el gas natural, presentan igualmente perjuicios para el medio ambiente, al tratarse de fuentes no renovables, es decir, que no se pueden reponer a la litosfera al mismo ritmo que son consumidas. Las industrias químicas colaboran igualmente en el desequilibrio ambiental, al tratar con compuestos fluorados, abonos sintéticos, insecticidas de amplio espectro…, que resultan perjudiciales para los ciclos ecológicos (biológicos y químicos) que permiten renovar los ecosistemas terrestres.

Estación de energía de combustibles fósiles.
Estación de energía de combustibles fósiles. Imagen Wikimedia Commons

La disminución de la capa de ozono o el efecto invernadero, aún siendo éste último una actividad que se produce de forma natural en la atmósfera, están siendo alteradas por las actividades humanas. Pero no todos los habitantes del planeta tienen la misma responsabilidad sobre estos fenómenos; una cuarta parte de la humanidad reside en países desarrollados, que son los que producen las dos terceras partes de los gases que inciden directamente sobre la atmósfera terrestre.

Las sociedades han desarrollado una tecnología que, aún satisfaciendo gran parte de las necesidades de confort, salud y esperanza de vida, han puesto a la humanidad en su conjunto en el punto de mira de las consecuencias secundarias de esa tecnología. No obstante, la humanidad puede atajar a tiempo el problema, de la misma forma que ha conseguido llegar a los actuales niveles de tecnología e industrialización, y es aplicando la misma tecnología para superarlo, junto con la promulgación de legislaciones que permitan revertir en un tiempo determinado los efectos negativos que ya se han hecho presentes.

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