Por: Katherine Richardson Christensen
Rara vez, sin duda desde la publicación de “El origen de las especies” de Darwin, un descubrimiento científico ha provocado una reacción pública y política tan viva y emotiva como la suscitada por el anuncio de que el clima está cambiando y que nosotros, los hombres, seríamos los primeros responsables. En ambos casos, esos progresos en la comprensión científica intuyen en la idea que el hombre se hizo de sí. Si la sociedad acogió con reticencia los trabajos de Darwin, se debió a que rechazaba la idea de que el hombre no es nada más que “una especie entre otras”. Lo mismo ocurre con el cambio climático: a muchos les cuesta admitir que nuestra especie es capaz de alterar realmente el curso de una realidad tan poderosa como la del planeta tierra.
Según un reciente sondeo efectuado en Estados Unidos, el porcentaje de estadounidenses que piensan que el hombre desempeña un papel en el cambio climático descendió en relación con años anteriores. Esto se debe sin duda a que 2008 fue un año relativamente frío y a que los periódicos no cesaron de pregonar, al año siguiente, que esto era signo de un “enfriamiento” mundial, o en todo caso, hacía por lo menos incierta la tesis de los climatólogos sobre el calentamiento climático.
Lo que revelan estos titulares tan llamativos, en realidad es que raros son los no especialistas que comprenden qué es el clima y cómo funciona, pues el hombre no lo percibe sino a través de la delgada porción de atmósfera en contacto con la superficie terrestre. Así, pensamos (sin razón) que los cambios producidos en las temperaturas de esta capa superficial son el reflejo de modificaciones que alcanzan al conjunto del sistema climático. Ahora bien, el clima está en función de la cantidad de energía almacenada en forma de calor y de la repartición de éste a través del globo. Sólo una ínfima cantidad –menos del 5%– del calor almacenado en la Tierra se encuentra en la capa superficial de la atmósfera. La mayor parte –85% aproximadamente– es retenido en los océanos. Las modificaciones de la temperatura oceánica son índices más fiables de la evolución del clima que las de la temperatura del aire. Una de las conclusiones más inquietantes a las que llegaron los científicos tras el informe 2007 del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (GIEC), es que las temperaturas de la capa superior del océano (700 m) aumentan unas dos veces más rápido de lo que se pensaba, tendencia en alza observada desde mediados de los años 1970.
Por lo mismo, el repentino descenso de la temperatura del aire en 2008 no obliga para nada a los climatólogos a dudar de su análisis sobre el sistema climático, ni de la realidad del recalentamiento mundial. Sin embargo, debemos reconocer que los científicos no tienen una opinión unánime sobre el tema de la influencia humana en el calentamiento climático. Tengamos asimismo en cuenta que un tal concierto de la comunidad científica es prácticamente imposible. La duda es signo de que el debate científico continúa animado: la ciencia sólo progresa cuando la interrogación es constante. Los estudios demuestran que más del 90% de los científicos interesados están convencidos de la influencia humana sobre el clima. Cabe suponer que las probabilidades de que tal masa de científicos se equivoque son mínimas.
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Katherine Richardson Christensen es vicedecana de la Facultad de ciencias de la Universidad de Copenhague y profesora de oceanografía biológica. Presidió un importante congreso científico titulado “Cambio climático: riesgos, desafíos y decisiones a nivel mundial”, celebrado en Copenhague del 10 al 12 de marzo de 2009.
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Fuente: www.unesco.org