La decena de veces que llegué a Palermo no menguan mi curiosidad ni me llenan de aburrimiento a pesar de lo ajada que está: siempre descubres rincones que te sorprenden, siempre hay un algo que hace que regreses y no sólo es el célebre «canolo» de su tradicional pastelería.
Es cierto aquel dicho que los abueletes me decían cuando era un crío: el que tuvo retuvo y guardó para la vejez; esa es la sensación que percibes cuanto te pateas esta histórica y fastuosa ciudad venida a menos. Sin pensarlo quieres irte al ambiente que tantas veces percibiste por medio de la literatura o el cine así que, siquiera mentalmente, la ciudad te permite disfrutar de aquella policromía de la suntuosidad de una sociedad definitivamente finiquitada que, arquitectónicamente, nos dice lo fácil que es destruir algo de tanta belleza y que se fue acumulando desde los tiempos de los fenicios cuando le dieron el nombre de Panornos (puerto) y desde esa etapa inicial ofrece mucho para el que quiere disfrutarla desde la vertiente histórica y arqueológica.
La capital de la isla de Sicilia floreció extraordinariamente bajo la dominación musulmana, en esa época competía en belleza con El Cairo y Córdoba: parte de ese legado arquitectónico aún pervive, aunque tendríamos que colegir que se necesitarían muchos miles de millones de euros poder devolverle todo su esplendor.
Dependiendo del tiempo que estemos en ella, lo normal será escoger unas cuantas joyas para tener una primera impresión, entonces hará falta centrarnos en el qué y luego ir a por él. Sería el caso de su fastuosa Catedral o el Palacio de los normandos, pero si uno tiene buen aparato locomotor, en una jornada se podrá hacer prácticamente toda la parte histórica sin morir en el intento, eso sí: tendrá que dosificar el tiempo en tantos monumentos y, sobre todo, iglesias.
Se puede escoger la ruta desde que llegas a puerto [siempre llegué por esa vía a la isla], tomas las instalaciones portuarias y, tras dejarlas atrás, generalmente tras pasar los carros con caballos que pacientemente esperan para pasear a la gente y, de esa manera, agenciarse el sustento porque ahí verá que se cumple, al pie de la letra, aquello de ganarás el pan con el sudor de tu frente porque se convierte en una constatable realidad. No sólo están los caballos, también encontraremos infinidad de chamarileros que se buscan la vida y, a veces, te acabes preguntando cómo logran sobrevivir, porque ese es otro misterio.
Por ejemplo, las camisetas de Marlon Brando con su magistral papel en El Padrino [parte se filmó aquí, pero no adelantemos acontecimientos] que estuve a punto de comprar en Tenerife pero cuando regresaba al barco, el tenderete había cerrado. Llegué a Palermo y en esa salida me encontraba las mismas a mitad de precio y, además, tenían el plus de comprarlas en el lugar en que se filmó la película, algunas tomas inolvidables en su famoso teatro: recuerden la famosa escena del palco y así fue como por el precio de una tuve dos [serían cuatro] y algunos amigos de esos que te agencias cuando viajas, las lucen por las tierras de Sandino. Otra constante del viajero que, por doquier, comparte vivencias con toda clase de gente, pero volvamos al núcleo de Palermo.
Ya hemos salido del puerto, toca agarrar un camino, la primera vez oteé el horizonte desde el piso 16 para extraer unos datos básicos sobre la ciudad. Una vez que abandonas el barco tienes que tener claro hacia dónde orientarás tus pasos y la decisión tomada fue la correcta, lado izquierdo y a una media hora de placentero caminar hay que tomar la célebre Corso Vittorio Emanuele, ya estamos en la zona Oeste de Palermo, una parte verde, ajardinada primorosamente. Ahí tenemos el Metro y las oficinas de turismo, aunque, lógico decirlo, la ciudad histórica es relativamente fácil de recorrer.
Inicialmente nos parecerá sucia, decadente, ajada, una ciudad poco afortunada para una escala de descubrimiento. Poco a poco, las reservas naturales, del visitante, irán cayendo y comenzarás a disfrutar de los sentidos [no sólo el olfativo] a medida que vas encontrando los restos de ese esplendoroso pasado que queda plasmado en la suntuosidad arquitectónica de los edificios civiles y religiosos del XVII-XVIII cuando la ciudad resplandeció. Es cierto que el bombardeo masivo durante 1943 la dejó patas arriba y muchos de sus edificios nunca se recuperaron. Ya saben el gran problema que muchas veces traen [en los serones] las democracias garantistas cuando la corrupción campa a sus anchas ¿hay algún sistema político que esté libre de esa lacra? y aquí, además de la impresentable clase política, está la mafia. Palabras mayores.
JUAN FRANCO CRESPO
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