Desde que el mundo existe, su clima fluctúa. La vida ha tenido que evolucionar, adaptándose a la sucesión de periodos cálidos y fríos. pero hoy las actividades humanas alteran la dinámica del planeta y el ritmo del cambio climático se ha acelerado en proporciones alarmantes, provocando la extinción de miles de especies animales y vegetales.
Glaciar de Pattar, en el Parque Nacional de Sagarmatha (Nepal)
Por: Jacqueline McGlade
Al quemar los combustibles fósiles, hemos aumentado las emisiones naturales de gases con efecto de invernadero que retienen el calor en la atmósfera. Su índice de concentración ha alcanzado el más alto nivel desde 800.000 años atrás, provocando inevitablemente una subida de las temperaturas.
Según el último informe científico publicado en 2007 por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (GIEC), en un siglo la temperatura de la Tierra ha aumentado en 0,74 grados centígrados por término medio. En ese mismo periodo aumentó en cinco grados en las tierras del Ártico, y todo induce a pensar que dentro de veinte o treinta años el hielo del Polo Norte se derretirá por completo en la estación estival.
El hielo de los glaciares se derrite a mayor velocidad de lo previsto provocando la subida del nivel de las aguas de los océanos y amplificando las crecidas de las aguas de deshielo, así como las penurias no estacionales de agua en algunas regiones densamente pobladas. Al mismo tiempo, ha llegado a ser evidente que si no conseguimos frenar las emisiones de CO2 desde mañana mismo, la masa de gases con efecto de invernadero acumulada en la atmósfera bastará para hacer que la temperatura de ésta aumente en medio grado, o en un grado entero.
Estamos viendo ya lo que ocurre cuando la temperatura aumenta en un grado centígrado con respecto al nivel que alcanzaba en la era preindustrial, y estamos intuyendo ya los efectos que tendría un aumento de dos grados en el crecimiento de las plantas, las migraciones de los animales y el funcionamiento de los ecosistemas.
Un mundo en el que la temperatura fuese superior en tres grados a la actual, podría ser muy diferente del que conocemos. Se multiplicarían las inundaciones, las tormentas y las sequías, lo cual tendría graves repercusiones para nuestro modo de vida en lo que respecta al acceso al agua, los alimentos y los recursos energéticos indispensables. Un aumento de cuatro grados de las temperaturas podría desgarrar incluso el tejido social de la sociedad humana. Algunas regiones hoy habitables no podrían acoger al hombre, sobre todo teniendo en cuenta las condiciones demográficas previstas para los veinte o treinta años venideros.
Y para qué hablar de un mundo en el que la temperatura media aumentase en cinco grados o más… La vida moderna está organizada en tono a recursos energéticos obtenidos del carbón, el petróleo y el gas que habíamos supuesto ilimitados, y que alimentan nuestras industrias para que éstas respondan a la implacable expansión de la demanda. Habíamos dado por descontado que la naturaleza iba a ser eternamente pródiga en carburantes y capaz de soportar ilimitadamente sus subproductos.
Nuestras economías son dependientes de los combustibles fósiles y esa dependencia es la que ha producido las emisiones de gases con efecto de invernadero causantes del calentamiento de la Tierra. La producción y el consumo de energía representan el 70% de las emisiones de dióxido de carbono de la humanidad. La mitad de esas emisiones se generan hoy en China, los Estados Unidos y la Unión Europea, pero la demanda de energía va a experimentar un verdadero “boom” en los países de economías emergentes como la propia China, la India, Brasil, Indonesia, etc. Podría ocurrir incluso que se duplicase en los próximos decenios. Si optamos por seguir explotando las energías fósiles hasta su agotamiento, la masa de gases con efecto de invernadero almacenada en la atmósfera aumentará y el calentamiento de la Tierra también.
La vía de la eficacia energética
Hay una solución alternativa: adoptar nuevos métodos de producción y uso de energía basados en las fuentes renovables y la eficacia energética. Esto nos evitaría muchos de los problemas que podría ocasionar el aumento de la temperatura en el mundo.
Las industrias y los hogares son los dos principales usuarios de la mayor parte de la energía producida. Es obvio que la lucha contra el cambio climático se debe llevar cabo en esos dos ámbitos. Si logramos una mayor eficacia energética, no sólo reduciremos el volumen de las emisiones, sino también el del gasto. En efecto, según las estimaciones de la Asociación Internacional de la Energía (AIE), por un dólar invertido en economías de energía se ahorrarán dos dólares de inversiones en nuevos recursos.
Las medidas a pequeña escala adoptadas en cada hogar –por ejemplo, la elección de aparatos y electrodomésticos de menor consumo– pueden adicionarse y llegar a tener un impacto considerable en el ahorro de energía. La prohibición del uso de lámparas incandescentes en la Unión Europea, que entrará en vigor dentro de algunos años, generará un ahorro financiero de 5.000 a 10.000 millones de euros anuales y permitirá una economía de energía equivalente al consumo anual de electricidad de un país como Rumania.
En lo que respecta a las posibilidades de economizar energía, cabe señalar que en los Estados Unidos se podrían adoptar también algunas medidas. En efecto, en varias regiones de este país está prohibido secar la ropa al aire libre, lo cual impone el uso de aparatos eléctricos de secado. Se estima que la energía necesaria para hacerlos funcionar es equivalente a la producida por quince centrales nucleares.
Las medidas adoptadas para reducir la demanda energética son manifiestamente esenciales, ya que tienen un efecto inmediato en las emisiones de gases con efecto de invernadero emanadas de las plantas de producción de electricidad. Pero esto es tan sólo un aspecto del problema, porque se seguirá necesitando mucha energía, habida cuenta de que su demanda va aumentar rápidamente en los países en desarrollo. Para responder a esa situación tendremos que renunciar a los carburantes fósiles y recurrir a las fuentes de energía renovables.
La Unión Europea ha recorrido ya la mitad del camino que la separa del objetivo de conseguir que, de aquí a 2020, el 20% de su consumo energético proceda de energías renovables, en particular la eólica y la solar. No obstante, las diferencias entre países son muy considerables. Con más de un 40% de energía no fósil, Suecia se sitúa en cabeza y ofrece un modelo de lo que se puede hacer cuando se tienen altas miras y se aplican buenas políticas.
No perder de vista los costos y los beneficios
Para que el cambio climático no tenga efectos incontrolables, el aumento medio de la temperatura no debe sobrepasar dos grados. En la práctica esto significa que, de aquí al año 2050, las emisiones de gases con efecto de invernadero tendrán que reducirse por lo menos en un 50% con respecto al nivel que tenían en 1990. En los países industrializados, cuyas emisiones por habitante son mucho más elevadas que las de los países en desarrollo, la disminución tendría que cifrarse en un 80% aproximadamente.
Un aerogenerador en la isla de Santiago (Cabo Verde)
La eficacia energética y el desarrollo de energías renovables son dos soluciones posibles. No obstante, cabe señalar que hay diversas posibilidades de reducción de las emisiones y que no debemos optar precipitadamente por las menos costosas, sin preguntarnos antes qué impacto van a tener. Si tratamos de explotar al máximo los escasos recursos de que disponemos, hay que tener mucho cuidado para no optar por soluciones a un problema que sean susceptibles de crear problemas mayores.
Los beneficios reportados por algunas energías renovables pueden verse anulados por la contaminación que provocan, o por sus repercusiones en los recursos hídricos. Algunas medidas adoptadas para contrarrestar la contaminación del aire contribuyen a frenar el calentamiento del planeta, pero otras lo aceleran. En vez de generar costos externos, lo que debemos hacer es optar, allí donde sea posible, por la adopción de medidas en las que siempre se obtengan resultados igualmente beneficiosos.
Central de energía solar Themis (Francia)
La modificación necesaria de nuestros modos de producción y explotación de energía exige obviamente una movilización de la sociedad en su conjunto. Las decisiones que adopten los empresarios y los consumidores son las que van a sellar, en definitiva, el destino del medio ambiente. No obstante, los gobiernos tendrán que desempeñar un papel esencial, creando los estímulos e incentivos que los orienten.
Un elemento fundamental a este respecto es la señal emitida por el precio que captamos tanto los productores como los consumidores. En una economía de mercado, nuestras decisiones en materia de compras se orientan por los precios. Ahora bien, ocurre a menudo que los precios nos dan una imagen falsa de los costos de producción reales, habida cuenta de que excluyen, por ejemplo, los costos actuales y futuros inducidos por la contaminación, el cambio climático, etc.
En este momento, el precio de las energías fósiles refleja por regla general los costos de extracción y distribución, pero dista mucho de tener en cuenta su impacto en el medio ambiente. Corregir esas deficiencias mediante dispositivos como la “fscalidad verde” incitaría a las empresas y las personas a invertir en energías eficaces y renovables.
El desafío planteado es gigantesco y exige esfuerzos en todos los sectores y todos los países. Es esencial que no retrasemos la acción discutiendo a quienes incumben las responsabilidades, porque así sólo conseguiremos aplazar la consecución de los objetivos. Según la AIE, cada año de retraso en la transición hacia las energías bajas en carbono supondrá un costo adicional de 500.000 millones de dólares suplementarios, que vendrá a añadirse al costo total de los esfuerzos que se realicen para que la temperatura del planeta no suba más de dos grados. Por eso, un retraso de varios años imposibilitará la consecución de este objetivo. Cuanto más vacilemos, más elevado será el costo. La conclusión, por lo tanto, es muy sencilla: es preciso actuar ahora mismo.
Jacqueline m. mcGlade es una eminente especialista de biología marina y profesora de informática ambiental en la Universidad de Londres. Desempeña el cargo de directora de la Agencia Europea del Medio Ambiente
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Fuente: www.unesco.org
Felicitaciones al autor de este valioso documento que nos llega a lo mas profundo de nuestro corazon, la belleza que se confunde con las obras del creador, son un claro testimonio de amor por nuestro mundo, hoy a mal traer y que espera una reparacion de la mano del hombre causante de su lenta destruccion…desde aqui al sur del mundo en Chile llamo a la conciencia internacional para tomar cartas en este grave asunto, que finalmente terminara con el hombre y su autodestruccion.