LA RADIO EN LA LITERATURA: KATIBA

“La gente cree que nuestros enemigos se van a compadecer de nosotros”
[Página 45]

Jean-Christophe Rufin, KATIBA, Ediciones B, Barcelona 2011, 382 páginas. Traducción de Juan Vivanco.

La presente reseña es una de esas joyas que esperaba hacía tiempo en la caja, hasta que la lluvia penetró en casa y una veintena de textos se mojaron, así que una vez secados y con esas clásicas huellas del percance meteorológico, uno le mete mano y al final resulta que es un verdadero placer adentrarse en su lectura.

Se trata de una excelente novela que, llegado el caso, uno puede confundir perfectamente con una narración real, sobre todo si está al día del terrorismo y lo que sucede al otro lado del Mediterráneo: el desértico territorio sahariano que, en cierto momento, me devuelven a otro de los grandes escritores, aviador y avanzado en el mundo postal: Saint Exupéry y su Principito.

El traductor realiza un magnífico trabajo y hace que la obra gane respecto a su original francés. Hay que felicitar a este gran maestro del lenguaje. Vaya, que uno, después de varios días con el tocho a cuestas, acaba dando un suspiro por llegar al final que incluso, al más versado, le atrapará. Sin duda ha hilvanado una historia de amor, terror, desolación y voluntariado que muchas veces supera a las que realmente se viven. Es una apasionante confrontación con la realidad y demuestra que el periodista francés tiene unas fabulosas fuentes en estos momentos en donde predomina el páramo, reconforta llegar al final de un libro y ver que tus 18€ no fueron tirados al muladar y tras la breve reseña, vayamos a lo que nos interesa para LA RADIO EN LA LITERATURA, porque aunque sea poco, está presente en esta novela de acción.

“Detrás de un lienzo sujeto a las varas de la jaima había unos aparatos sofisticados de comunicaciones. El teléfono satelital estaba conectado a Internet. Tres ordenadores portátiles podían conectarse al mismo tiempo. El conjunto funcionaba con pequeñas placas solares de gran rendimiento. Una red de radios VHF cubría todos los grupos de la milicia de Kader. Un mapa plastificado, colgado de un cordel y sembrado de chinchetas de colores, localizaba todos los contactos. Hacía poco que se habían unido al grupo dos jóvenes especialistas en telecomunicaciones. Se relevaban en el puesto. Uno de ellos era un peul oriundo de Kanel, en la frontera de Senegal con Malí. Había estudiado en Francia.

-Yahia –le dijo Kader-, ¿puedes establecer comunicación con Abu Musa?

El hombre miró su reloj, un Rolex de oro robado a unos rehenes, del que estaba muy orgulloso.

-Lo intenté hace un par de horas, y nada.

-Será que están desplazándose –dijo Beshir.

-Vuelve a llamar.

El operador marcó el número y activó el altavoz del teléfono. Sonó el timbre. Nadie lo cogía. Al cabo de un buen rato Yahia levantó la vista hacia Kader para conocer su decisión.

-Insiste.

El timbre seguía sonando en el vacío. Luego, de repente, alguien contestó. Una voz ahogada, poco familiarizada con los códigos, que tardó un poco en descifrar el que le indico Yahia para designar la estación de Kader. Después de consultar con alguien, el interlocutor acabó pronunciando su propio nombre codificado: era realmente la estación de Abu Musa. Kader dio a entender que era él personalmente quien quería hablar. Pronto se oyó la voz del emir, con su acento característico.

Kader cogió el aparato.

-¿Qué pasa? Llevamos dos días sin contacto con vosotros…

Abu Musa le cortó con una risa amarga.

-Y habéis estado a punto de perderlo para siempre.

Kader desactivó el altavoz. Con una seña le indicó a Beshir que hiciera salir a todo el mundo de la jaima.

-Estabas en los cierto –prosiguió Abu Musa-. Tenían agentes entre nosotros”. [119/120]

“Caminó hasta la roca tras la que había escondido el paracaídas y la impedimenta. Varios metros más allá, una piedra plana formaba una mesa natural. Instaló allí su material. La maleta Immarsat y la antena no necesitaban muchos ajustes. El avión de Albert la había lanzado cuatro horas antes, y le había dado tiempo a hacer varias pruebas mientras esperaba al coche. Todo funcionaba a la perfección. Pasó las fotos hechas con teleobjetivo a un pequeño programa de compresión. Cuando se estableció la línea telefónica, se conectó a Internet y transmitió los archivos. Las imágenes pesaban mucho y la operación llevó su tiempo. Esperó el acuse de recibo, luego empaquetó de nuevo el material y lo guardó en la mochila”. [181]

“-Interesante. Entre ellos utilizan un pequeño código contextual que no es demasiado difícil de traducir. Hemos podido averiguar que Kader va al encuentro de la katiba, que ésta tiene problemas con un grupo armado al que no hemos identificado muy bien y que los médicos de Nuakchot se han asustado mucho tras el asesinato de uno de ellos.

-No está mal, para empezar.

-Sí –cortó Tadeusz que, como todos los tímidos, no se detenía cuando se había lanzado-, pero hay otras comunicaciones que están totalmente encriptadas con programas complejos.

-¿En pleno desierto codifican las comunicaciones?

-Les basta con tener un ordenador portátil y una conexión a Internet por teléfono satelital. Los programas de encriptación que se venden en línea son muy eficaces. El que usan ellos es de los duros de roer.

-¿Crees que lo puedes descifrar?

-Lo intentamos. Llevará su tiempo. Por ahora lo que podemos saber son las direcciones.

-¿Y bien?

-Pues, obviamente, no son particulares. Siempre utilizan cibercafés, puestos de consulta libre en los centros de orientación juvenil y bibliotecas. De todos modos, hay algo interesante: buena parte de los mensajes se dirigen a Francia. Otros van a los Países Bajos.

-¿Qué te sugiere eso?

-Francia es donde vive Jasmine, ¿no? La katiba debe de tener una red de contactos en el país.

-¿Y Holanda?

-Es un país muy libre para Internet. Muchas páginas web prohibidas en otros lugares se han instalado allí.

-¿Y AQMI tiene una?

-El sistema es más complicado que eso.

-Explícate.

-No hay una dirección de AQMI, como puede haberla de Amazon o e-Bay. Los grupos terroristas utilizan una nebulosa compleja de páginas de contenido religioso que van de las más anodinas a las más comprometidas. Algunas son de acceso libre, otras piden códigos y la entrada requiere autorización. Hay que identificarse. Los webmasters tienen derecho de veto.

-¿Tú puedes entrar?

-Sí, es posible. De todos modos, con las páginas abiertas tenemos para empezar. Casi siempre es allí donde se anuncian las acciones violentas y se difunden las declaraciones de los jefes terroristas. Pero hay que tener claro que las páginas web no son emanaciones directas de los grupos armados. Son utensilios fabricados por militantes. Sirven de vectores a los mensajes que les mandan los grupos con los que están en contacto. Si lo prefiere, son trenes vacíos, y a ellos se suben toda clase de viajeros.

-¿Qué dicen ahora estas páginas?

-Lo que puedo decir es que en los últimos días han aparecido proclamas procedentes de la zona que nos interesa. Las firma el “emir del frente sur”.

-¿Y en concreto?

-¡Hum! –farfulló Tadeusz-. Mi departamento se ocupa de captar los mensajes, pero no de su análisis detallado. Eso es mejor verlo con Dan”. [197/199]

“Los hombres azules se miraron.

-No temáis –dijo el camionero-. Entiendo que no queréis contestarme. Decidme únicamente si podéis poneros en contacto con Beshir.

-Podemos-

-¿Por radio?

-Sí.

-En tal caso, decidle esto: que ha llegado un mensajero del este con la respuesta que está esperando Kader.

Los dos hombres cavilaron mientras se ocupaban del ritual del té. Por fin dijo uno de ellos:

-Hay un puesto de radio a cinco kilómetros de aquí. Se lo diremos.” [275]

“Hemos hablado con Beshir por radio. Dice que puedes transmitirnos el mensaje. Nada por escrito. Nosotros nos encargaremos de ir a verle. No quiere que vayas tú mismo.

-¡Exactamente lo que esperaba! Nos iremos enseguida, en esta zona no estamos seguros.

El camionero bajó de la cabina. Se alejó unos treinta metros acompañado del joven tuareg. Un vientecillo levantaba polvo de arena y hacía restallar las túnicas.

-Escúchame bien. El mensaje es sencillo. Es un lugar y una fecha.

Kayak se levantó el turbante para descubrir la oreja derecha y se acercó.

-El lugar es 20 47 Norte 16 00 Este.

Como hombre del desierto, Kayak no necesitaba que le tradujeran unas coordenadas GPS. Utilizaba a diario latitudes y longitudes.

-En cuanto a la fecha, Kader nos ha impuesto un plazo muy corto. No resulta fácil, pero ya que no quiere transigir…

-En efecto, no quiere.

-Entonces le dirás que hemos escogido el último de los días que ha propuesto. A las diez de la mañana.” [277]

Y hasta aquí lo que, radialmente, o mejor aún, las nuevas tecnologías, dieron de sí en esta excelente obra que resultará imprescindible para los que quieren saber algo de la región sahariana en donde, ficción y realidad, llegan a confundirse. A disfrutar de la lectura y a gozar de la vida mientras ésta nos deje un poquito de aliento. Ya saben que el conocimiento evita que los alienadores nos envenenen con mensajes y monsergas en estos tiempos de oscuridad y miseria ética o moral.

JUAN FRANCO CRESPO
lacandon999@yahoo.es

¿Te gusta? pincha para compartir en tus redes sociales...

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *