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Lengua
LAS LENGUAS PENINSULARES
Los dialectos - 3ª parte
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Dialectos históricos (continuación)
El judeoespañol
uando en 1492 los Reyes Católicos expulsaron de España a los judíos, éstos
se establecieron en Italia (donde con el tiempo adoptarían el italiano),
Portugal (de donde serían también expulsados), norte de África (Orán, Argel,
Fez) y en las grandes ciudades del imperio turco. Aquí gozaron de entera
libertad --y aun de prestigio social--, lo que les permitió conservar sus
tradiciones y su lengua.
Con la expulsión, pues, el castellano hablado por los judíos sefarditas (Sefarad es el nombre hebreo de España) se extendió por diversos lugares y tuvo, durante un siglo al menos, una considerable vitalidad. Luego su decadencia comenzó y, ante la presión de las lenguas en cuyas áreas se había instalado (el turco sobre todo), fue relegado a usos familiares. Hoy sólo conserva alguna fuerza en los países balcánicos, aunque persiste entre las comunidades establecidas en otras partes, como Marruecos, Israel o algunas ciudades de los Estados Unidos.
El rasgo sobresaliente del judeoespañol es su arcaísmo. La lengua que los judíos se llevaron de la Península era el castellano anterior a los grandes cambios acaecidos durante el período clásico (siglos XVI-XVII) y, sin contacto con España, tales cambios no pudieron afectarla; por añadidura, rodeadas de las comunidades sefarditas de lenguas y culturas extrañas, se mantuvieron estrictamente fieles al modelo de lengua de sus antepasados.
El sistema fonológico del judeoespañol es, así, el medieval: la aposición
entre /s/ y /z/ se mantiene, igual que las que existen entre /8/ y /z/ y // y
/7/ (si bien las palatales africadas tienden a convertirse en variantes
articulatorias de las eses); también se conserva la distinción entre /b/
oclusiva y /b/ fricativa. Pero estos fenómenos no se dan uniformemente (por
ejemplo, en Marruecos se encuentra el fonema /
/ por influjo del castellano
peninsular moderno, y ha desaparecido la oposición entre /b/ oclusiva y /v/
fricativa). En cuando a la /f/ inicial, puede conservarse ("ferir"), aspirarse
("huero") o desaparecer ("ermosu").
Otros rasgos fónicos dignos de mención son el cierre de las vocales finales /e/ y /o/ (que se da en Yugoslavia, Grecia, oeste de Bulgaria y Rumania) y el yeísmo generalizado, que ha de suponerse tardío.
En el plano gramatical, el aspecto del judeoespañol es también arcaizante: do, vo, so, en lugar de doy, voy, soy; pérdida de la /d/ final en el imperativo ("mostrá", "queré", por "mostrad", "quered"); uso del pronombre "vos" en lugar del desconocido "os"; o persistencia de adverbios como "agora" ("ahora") o "aínda" ("todavía").
Su léxico produce una sensación de arcaísmo semejante: numerosas voces guardan estrecho contacto con otras documentadas en el castellano medieval y luego desaparecidas, como amatar (apagar), preto (negro), fraguar (edificar), madzría (aflicción), mego (brujo).
También es característica la persistencia de leonesismos, aragonesismos, lusismos, etc., que evocan la diversa procedencia de las comunidades sefarditas. Los hebraísmos, incorporados desde antiguo, se incrementaron en el siglo XVI. En cuanto a los préstamos (del turco, árabe, griego, italiano, rumano, etc.), han sido continuos y muy abundantes.
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