INVENTOS E INVENTORES: Historia de los inventos: El vapor - 3ª parte
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Inventos e inventores

HISTORIA DE LOS INVENTOS

Fuente: Revista "Sucesos"

El vapor - 3ª parte


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El triunfo de Watt

ames Watt era un ingeniero escocés que había nacido en 1736 y desde muy joven se había especializado en la construcción de instrumentos, trabajando con los grandes hombres de ciencia de la época, como John Robison y Joseph Black, dos prominentes investigadores de la naturaleza del calor, con quienes mantuvo una estrecha amistad.

Sus experiencias personales y el contacto con aquellos científicos no tardaron en dar sus frutos y, así, en 1769, Watt patentó su primera máquina de vapor de uso universal, que servía para aserradora, laminadora, tejedora y otras aplicaciones similares.

James Watt
James Watt

Desde el primer momento, la máquina de Watt, que tenía la novedosa característica de condensar el vapor fuera del cilindro, demostró una eficiencia considerablemente mayor que la de Newcomen. Su rendimiento energético por unidad de vapor fue nada menos que cuatro veces superior al de aquélla, por lo que casi en seguida empezó a ser utilizada con notable éxito para bombear agua en las salinas, cervecerías y destilerías. Cuando se la aplicó en las plan tas para el trabajo del hierro, su eficiencia fue todavía mayor.

TRASCENDENTAL INVENTO. Cerca del año 1900 se construyó esta máquina a vapor, cuya función específica era la de esterilizar agua para su posterior utilización
TRASCENDENTAL INVENTO. Cerca del año 1900 se construyó esta máquina a vapor, cuya función específica era la de esterilizar agua para su posterior utilización

Pero Watt no estaba aún contento con sus triunfos y siguió trabajando con ahínco. Tuvo la suerte de encontrar en Boulton un socio honrado y emprendedor y en William Murdoch, un colaborador inteligente e ingenioso. Así, estos tres hombres se dieron por entero a la tarea de perfeccionar la máquina de vapor y sucesivamente le fueron introduciendo mejoras hasta hacer de ella el eficaz instrumento que la convertiría en el verdadero motor de la revolución industrial.

Los progresos de la máquina de vapor cobraron una extraordinaria aceleración. En 1783 una máquina de Watt movió el primer martinete para John Wilkinson, iniciándose así una serie de aplicaciones prácticas para ésta. Hacia 1800 estaban en funciones no menos de 500 máquinas "Boulton y Watt". Conjuntamente con los nuevos mecanismos para la transmisión de la energía, la máquina de vapor fue gradualmente desplazando al trabajo humano en no pocos oficios, convirtiéndose, además, en el símbolo de la nueva edad de la máquina, que se iniciaba con los albores del siglo XIX.

El vapor se asocia a la rueda

Pero donde el vapor iba a dar muestras de todo lo que era capaz era en el transporte. Apenas logrados los primeros y todavía imperfectos modelos de máquinas de vapor, se buscó asociarlos a la rueda.

Los primeros resultados fueron deplorables. En 1769 el francés Nicolás Cugnot construyó un pesado carromato movido por vapor, que fracasó en su primera prueba. A su vez, en Inglaterra, Wi lliam Murdoch, el ayudante de Watt, experimentaba en lo mismo, sin ver tampoco sus esfuerzos coronados por el éxito. Simultáneamente, el norteamericano Oliver Evans intentaba en vano al otro lado del océano mover su propio vehículo de vapor. Fueron tres primeros ensayos que concluyeron en tres grandes fracasos.

Ferrocarril de vapor

Richard Trevithick tuvo más suerte que sus predecesores y en 1804 colocó sobre rieles su máquina de vapor, obteniendo la primera locomotora, un primitivo vehículo que andaba a razón de poco más de dos millas por hora y que debutó haciendo el trayecto de Merthys a Abercynon, en Gales, el 21 de febrero de aquel año.

En 1801, el mismo Trevithick había dado a conocer también un vehículo de carretera movido por vapor a alta presión, que alcanzó una velocidad de ocho a nueve millas por hora. Años más tarde, en 1831, Gurney y Hanock con siguieron establecer el primer servicio de coches de vapor, que no prosperaría por múltiples razones. Una de ellas fue la exigencia de peajes elevados de parte de las autoridades, para compensar el daño que estos pesados vehículos producían en la superficie de los caminos. A ello se sumaron también las molestias y dificultades técnicas: los coches tardaban en arrancar, consumían mucho combustible y dejaban una desagradable estela de humo y ceniza tras de sí.

Como si todo esto fuera poco, fue promulgada la famosa ley de la bandera roja, que imponía a los vehículos automotrices la obligación de ir precedidos por un lacayo portador de un gallardete de ese color o de una linterna a fin de advertir a los peatones que se acercaba el carruaje. Curiosamente, aquella disposición no fue eliminada hasta 1896.

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