Natureduca - Portal educativo de ciencia y cultura |
Geografía
PAÍSES
Canadá - 4ª parte
anadá posee una doble tradición cultural, de expresión francesa e inglesa. La francesa es anterior en términos históricos y aportó su primera manifestación en textos de exploradores, colonizadores (J. Cartier, Champlain) y misioneros; pero la literatura propiamente dicha empieza con los Anales de la madre Duplessis, en el s. XVII, para evolucionar a continuación, según lo que dictaban las circunstancias políticas del país, hacia contenidos patrióticos de tonalidades retóricas ampliamente divulgadas en periodismo.
El sentimiento nacionalista dio aliento a muchas obras a lo largo del s. XIX, recogiendo la semilla de la revolución francesa de 1830 y los acontecimientos de la revolución francocanadiense de 1837, cuando triunfaron la elocuencia demócrata y la ideología anticlerical de autores como J. L. Papineau, H. La Fontaine y G. E. Cartier. El romanticismo francés dejó honda huella en la poesía de O. Crémazie, del abate Casgrain y del más emblemático de todos, L. Fréchette, autor de una Légende d'un peuple, muy influido por V. Hugo.En prosa se cultivó el ensayo y novela históricos hasta 1914, cuando Maria Chapdelaine de L. Hémon inauguró la tradición regionalista conservadora, contestada después por la obra naturalista, también de ambiente rural pero de mayor intención crítica, de P. Baillargeon y J. Simard. En adelante, la literatura francocanadiense incorporó las corrientes más novedosas vigentes en Europa, como el nouveau roman francés --R. Ducharme, M. C. Blais--, y se dio una creciente presencia femenina --M. Cagnon, D. Boucher--, mientras en poesía las escuelas de Montreal y la llamada «localista» abrían cauces a la expresión de vanguardia (J. Charbonneaux, A. Lozeau, P. Morin). La tradición británica tuvo un inicio semejante, con escritos de los exploradores D. Thompson, A. Mackenzie, hasta Wacousta (1832) de J. Richardson, T. CH. Haliburton fue el popular autor de El relojero. Siguieron algunas obras ambientadas en el oeste agrícola y, ya en el s. XX, argumentos centrados en los avatares de la comunidad esquimal (F. Mowatt), judía (A. Wiseman, M. Richler) y otras obras deudoras del estilo de J. Conrad y R. Kipling (T. H. Raddall). El existencialismo y las innovaciones formales caracterizaron la expresión de B. Moore y H. Hailey.
La poesía recoge la influencia inglesa desde el principio. El período romántico influyó en la obra de I. Valancy Crawford, A. Lampman y W. H. Drummond, a quienes siguió una generación de poetas discípulos de T. S. Elliot, aunque es característico en la poesía canadiense la síntesis de formas tradicionales y contenido metafísico o costumbrista presentado en un tono no exento de ironía (P. Anderson, L. Dudek). La poesía contemporánea se interesó por los rasgos más singulares de la cultura canadiense y la recuperación de elementos mitológicos. En teatro contemporáneo destacan las obras de E. Birney (1904) y J. Reaney (1926).En artes plásticas, Canadá conoció una primera época dominada por el estilo francés, a la que siguió otra de influencia inglesa. El paisajismo (W. Brimmer) y el impresionismo (L. R. O'Brien), durante el XIX, y el simbolismo de O. Leduc, ya en el s. XX, fueron los estilos de mayor arraigo hasta la aparición de una corriente de reivindicación nacional --grupo de los Siete de Toronto-- que derivó, desde la mayor autonomía de planteamientos, a la asunción de las claves del arte contemporáneo: automatismo pictórico, abstracción, figuración (P. E. Borduas, J. P. Riopelle, A. Colville).
Galería Nacional de Ottawa
El cine canadiense debe su nacimiento al documentalismo de propaganda de la Segunda Guerra Mundial que supo formar una nueva escuela de realizadores y otra de animación, muy innovadora (J. Grierson y sus discípulos T. Daly, G. Parker y el dibujante N. McLaren). Desde el año 1960 Canadá ha logrado superar en parte los obstáculos impuestos por la distribución estadounidense, lo que ha permitido la aparición de nombres como P. Perrault, G. Carle o D. Arcand, autor de Jesús en Montreal.