La mejor forma de cumplir con la palabra
empeñada es no darla jamás.
A la mayor parte de los que no quieren ser
oprimidos no les disgustaría ser opresores.
Podemos detenernos cuando subimos, pero nunca
cuando descendemos.
La policía a veces inventa más de lo que
descubre.
Una gran reputación es un gran ruido: cuando más
aumenta, más se extiende; caen las leyes, las
naciones, los monumentos; todo se desmorona. Pero el
ruido subsiste.
Discutir en el peligro es apretar el dogal.
Si la perfección no fuera quimérica, no tendría
tanto éxito.
Hay tantas leyes que nadie está seguro de no ser
colgado.
Se puede aplastar una nación religiosa, pero no
dividirla.
La muerte es un ensueño sin ensueños.
La diplomacia es la política en traje de
etiqueta.
La victoria pertenece al más perseverante.
De lo sublime a lo ridículo no hay más que un
paso.
El mal de la calumnia es semejante a la mancha
de aceite: deja siempre huellas.
A veces una batalla lo decide todo, y a veces la
cosa más insignificante decide la suerte de una
batalla.
Lo imposible es el fantasma de los tímidos y el
refugio de los cobardes.
El coraje no se puede simular: es una virtud que
escapa a la hipocresía.
Si quieres tener éxito, promete todo y no
cumplas nada.
Nos batimos más por nuestros intereses que por
nuestros derechos.
Tan tranquilas son las personas honradas y tan
activas las pícaras, que a menudo es necesario
servirse de las segundas.
Si la obediencia es el resultado del instinto de
las muchedumbres, el motín es el de su reflexión.
Las batallas contra las mujeres son las únicas
que se ganan huyendo.
Cada uno de los movimientos de
todos los individuos se realizan por tres únicas
razones: por honor, por dinero o por amor.