Democracia: es una superstición muy difundida,
un abuso de la estadística.
Quizá haya enemigos de mis opiniones, pero yo
mismo, si espero un rato, puedo ser también enemigo
de mis opiniones.
La Biblioteca es una esfera cuyo centro cabal es
cualquier hexágono, cuya circunferencia es
inaccesible.
Yo creo que habría que inventar un juego en el
que nadie ganara.
El infierno y el paraíso me parecen
desproporcionados. Los actos de los hombres no
merecen tanto.
Yo no bebo, no fumo, no escucho la radio, no me
drogo, como poco. Yo diría que mis únicos vicios son
El Quijote, La divina comedia y no incurrir en la
lectura de Enrique Larreta ni de Benavente.
Que el cielo exista, aunque nuestro lugar sea el
infierno.
Siempre he sentido que hay algo en Buenos Aires
que me gusta. Me gusta tanto que no me gusta que le
guste a otras personas. Es un amor así, celoso.
La felicidad no necesita ser transmutada en
belleza, pero la desventura sí.
La literatura no es otra cosa que un sueño
dirigido.
Soñar es la actividad estética más antigua.
Creo que con el tiempo mereceremos no tener
gobiernos.
El tiempo es la materia de la que he sido
creado.
Ordenar bibliotecas es ejercer de un modo
silencioso el arte de la crítica.
La Historia Universal es la de un solo hombre.
No sé hasta qué punto un escritor puede ser
revolucionario. Por lo pronto, está trabajando con
el idioma, que es una tradición.
No he cultivado mi fama, que será efímera.
Dólares: Son esos imprudentes billetes
americanos que tienen diverso valor y el mismo
tamaño.
Si de algo soy rico es de perplejidades y no de
certezas.
La paternidad y los espejos son abominables
porque multiplican el número de los hombres.
Yo siempre seré el futuro Nóbel. Debe ser una
tradición escandinava.
Biografías: Son el ejercicio de la minucia, un
absurdo. Algunas constan exclusivamente de cambios
de domicilio.