Rimas L a LIX [Gustavo Adolfo Bécquer]

L
 
    De lo poco de vida que me resta
    diera con gusto los mejores años,
        por saber lo que a otros
    de mí has hablado.
 
    Y esta vida mortal… y de la eterna
    lo que me toque, si me toca algo,
        por saber lo que a solas
    de mí has pensado.
 
 
LI
 
          Olas gigantes que os rompéis bramando
          en las playas desiertas y remotas,
          envuelto entre la sábana de espumas,
               ¡llevadme con vosotras!
 
          Ráfagas de huracán que arrebatáis
          del alto bosque las marchitas hojas,
          arrastrado en el ciego torbellino,
               ¡llevadme con vosotras!
 
          Nubes de tempestad que rompe el rayo
          y en fuego encienden las sangrientas orlas,
          arrebatado entre la niebla oscura,
               ¡llevadme con vosotras!
 
          Llevadme por piedad a donde el vértigo
          con la razón me arranque la memoria.
          ¡Por piedad!, ¡tengo miedo de quedarme
               con mi dolor a solas!
 
 
LII
 
          Volverán las oscuras golondrinas
          en tu balcón sus nidos a colgar,
          y otra vez con el ala a sus cristales
               jugando llamarán.
 
          Pero aquellas que el vuelo refrenaban
          tu hermosura y mi dicha a contemplar,
          aquellas que aprendieron nuestros nombres,
               ésas… ¡no volverán!
 
          Volverán las tupidas madreselvas
          de tu jardín las tapias a escalar
          y otra vez a la tarde aún más hermosas
               sus flores se abrirán.
 
          Pero aquellas cuajadas de rocío
          cuyas gotas mirábamos temblar
          y caer como lágrimas del día….
               ésas… ¡no volverán!
 
          Volverán del amor en tus oídos
          las palabras ardientes a sonar,
          tu corazón de su profundo sueño
               tal vez despertará.
 
          Pero mudo y absorto y de rodillas,
          como se adora a Dios ante su altar,
          como yo te he querido…, desengáñate,
               ¡así no te querrán!
 
 
LIII
 
    Cuando volvemos las fugaces horas
        del pasado a evocar,
    temblando brilla en sus pestañas negras
        una lágrima pronta a resbalar.
   
    Y al fin resbala y cae como gota
        del rocío al pensar
    que cual hoy por ayer, por hoy mañana
        volveremos los dos a suspirar.
 
 
LIV
 
Entre el discorde estruendo de la orgía
          acarició mi oído,
       como nota de lejana música,
          el eco de un suspiro.
 
El eco de un suspiro que conozco,
formado de un aliento que he bebido,
perfume de una flor que oculta crece
      en un claustro sombrío.
 
Mi adorada de un día, cariñosa,
“¿en qué piensas ?”, me dijo:
“En nada…” “¿En nada, y lloras?” “Es que tienes
alegre la tristeza y triste el vino”.
 
 
LV
 
Hoy como ayer, mañana como hoy
          ¡y siempre igual!
Un cielo gris, un horizonte eterno
          y andar…, andar.
 
Moviéndose a compás como una estúpida
          máquina, el corazón;
la torpe inteligencia del cerebro
          dormida en un rincón.
 
El alma, que ambiciona un paraíso,
          buscándole sin fe;
fatiga sin objeto, ola que rueda
          ignorando por qué.
 
Voz que incesante con el mismo tono
          canta el mismo cantar;
gota de agua monótona que cae,
          y cae sin cesar.
 
Así van deslizándose los días
          unos de otros en pos,
hoy lo mismo que ayer…, y todos ellos
          sin goce ni dolor.
 
¡Ay!, ¡a veces me acuerdo suspirando
          del antiguo sufrir…
Amargo es el dolor; ¡pero siquiera
          padecer es vivir!
 
LVI
 
    ¿Quieres que de ese néctar delicioso
        no te amargue la hez?
    pues aspírale, acércale a tus labios
        y déjale después.
 
    ¿Quieres que conservemos una dulce
        memoria de este amor?
    Pues amémonos hoy mucho y mañana
        digámonos ¡adiós!
 
LVII
 
          Yo sé cuál el objeto
          de tus suspiros es;
          yo conozco la causa de tu dulce
          secreta languidez.
          ¿Te ríes?… Algún día
          sabrás, niña, por qué:
          tú lo sabes apenas
               y yo lo sé.
 
          Yo sé cuando tu sueñas,
          y lo que en sueños ves;
          como en un libro puedo lo que callas
          en tu frente leer.
          ¿Te ríes?… Algún día
          sabrás, niña, por qué:
          tú lo sabes apenas
          y yo lo sé.
 
          Yo sé por qué sonríes
          y lloras a la vez.
          yo penetro en los senos misteriosos
          de tu alma de mujer.
          ¿Te ríes?… Algún día
          sabrás, niña, por qué:
          mientras tu sientes mucho y nada sabes,
          yo que no siento ya, todo lo sé.
 
LVIII
 
          Al ver mis horas de fiebre
          e insomnio lentas pasar,
          a la orilla de mi lecho,
               ¿quién se sentará?
 
          Cuando la trémula mano
          tienda próximo a expirar
          buscando una mano amiga,
               ¿quién la estrechará?
 
          Cuando la muerte vidríe
          de mis ojos el cristal,
          mis párpados aún abiertos,
               ¿quién los cerrará?
 
          Cuando la campana suene
          (si suena en mi funeral),
          una oración al oírla,
               ¿quién murmurará?
 
          Cuando mis pálidos restos
          oprima la tierra ya,
          sobre la olvidada fosa.
               ¿quién vendar a llorar?
 
          ¿Quién en fin al otro día,
          cuando el sol vuelva a brillar,
          de que pasé por el mundo,
               ¿quién se acordará?
 
 
LIX
 
          Me ha herido recatándose en las sombras,
          sellando con un beso su traición.
          Los brazos me echó al cuello y por la espalda
          me partió a sangre fría el corazón.
 
          Y ella impávida sigue su camino,
          feliz, risueña, impávida, ¿y por qué?
          porque no brota sangre de la herida…
            ¡porque el muerto está en pie!.
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