Una vez más las autoridades postales costarricenses nos sorprenden con una emisión dedicada al mundo de la literatura infantil. En esta ocasión honran a cuatro autores del siglo XX que han tenido una notable influencia en la formación de los jóvenes ticos en el siglo precedente y, en algunos casos, siguen siendo escritores ampliamente difundidos entre las nuevas generaciones.
Los cuatro sellos tienen un facial unitario de 65 colones, formato vertical y gran tamaño (25x60mm); se pusieron a la venta el 27 de mayo de 2009 y los motivos estuvieron inspirados en las obras «Tolo, el gigante viento norte» que ilustró Georgina García para la obra de Adela Ferreto. Fernando Carballo ilustró «La nave de las estrellas» de Alfredo Cardona Peña; Félix Arburola hizo lo propio con los «Cuentos Viejos» de Maria Leal Noguera y Vicky Ramos acabó con «La música de Paul» de Lara Ríos. Todos tuvieron la misma tirada: 35.000 ejemplares que se imprimieron en cuadricomía formato hojita bloque (120×100 mm) en dentado 11 y papel de 90 gramos. El matasellos de primer día fue ilustrado por Cristian Ramírez: dos niños leyendo junto al nombre genérico de la serie. Lara Ríos junto a Francisco Maroto, director del Museo Filatélico, mataselló la carpeta oficial con los cuatro efectos de este tercer grupo.
LOS AUTORES
ALFREDO CARDONA PEÑA (San José, 1917), allí realiza sus estudios básicos, secundaria en El Salvador a donde llegó con su familia cuando contaba trece años. En 1933 regresó a su país y entró en contacto con García Monge que le edita una antología con sus poemas y convencerá a la familia para que vaya a México en 1938, trabaja como profesor de literatura e inicia, con 23 años, sus colaboraciones periodísticas en el editorial y la crítica literaria del diario Novedades. Su primera selección de poemas apareció en 1939 en el Repertorio Americano de Costa Rica.
En 1956 inició una serie de entrevistas con el pintor Diego Rivera que posteriormente darían vida al título «El monstruo y su laberinto». También colaboraba con los diarios costarricenses «La Nación» y «Semanario Universidad»; junto con otros autores de su tiempo, participó en la renovación del lenguaje, la palabra culta con la coloquial, sencilla, asequible y popular. Ejerció como poeta, ensayista, narrador, periodista, publicista educativo, profesor de literatura y conferenciante. En su bibliografía destaca «El mundo que tú eres» (1944), «La máscara que hablaba» (1944), «El valle de México (1949), «Poemas numerales» (1944-1948), galardonada en Guatemala con el «15 de septiembre»; «Los jardines amantes» (1952), «Pablo Neruda y otros ensayos» (1955), «Poema del Retorno (que recibió el Aquileo J. Echeverría en 1962), «Cosecha mayor» (1964), «Cuentos de magia, misterio y horror» (1966), el poemario «Confín en llamas» (1969), «El monstruo en su laberinto» (Conversaciones con el mexicano Diego Rivera, 1969), «Fábula contada» (1972); «Los ojos del cíclope» (1980) o «Anillos en el tiempo».
Entre sus numerosos reconocimientos destacan cl Centroamericano (Guatemala, 1948), Continental (Washington, 1951) y el Nacional de Poesía (1963). Una antología de sus poemas ganó también el Premio Nacional de Campeche (1983).
ADELA FERRETO SEGURA (Heredia, 1903-1987). Realizó su formación en la escuela pública y en 1917 ingresaba en la Escuela Normal de Costa Rica que dirigía el maestro Joaquín García Monge. Se graduó como maestra en 1922 bajo la dirección de Omar Dengo.
Esposa de otro recordado maestro: Carlos Luis Sáenz, junto al que realizaría la mayor parte de sus trabajos centrados en la literatura infantil y textos escolares. De sus obras destacaremos «Las aventuras de Tío Conejo y Juan Valiente», «Las palabras perdidas y otros cuentos», «El príncipe viejito», etc.
Fue laureada con el Carmen Lyra por «Tolo, el Gigante Viento Norte» y el Aquileo J. Echeverría por su novela de «Los viajes y aventuras de Chico Paquito y sus duendes».
MARILYN ECHEVERRÍA DE SAUTER (Lara Ríos), nació en San José en 1934, escribió una docena de libros, destacan «Algodón de Azúcar» (1976), «Cuentos de mi alcancía» (1979), «Pantalones cortos» (1982), «El rey que deseaba escribir un cuento» (1986), «Verano de colores» (1990), «Mo» (1992), «Cuentos de palomas» (1989), «Pantalones largos»· (1993), «El círculo de Fuego Blanco (2000) y «La música de Paul» (2002), motivo del sello, obra traducida al francés; «Las aventuras de Dora la lora y de Chico perico» (2004), «Nuevas aventuras de Dora la lora y Chico perico (2006), «Dónde estás, mi buen Jesús» (2006), etc.
Con «Mo» (que fue traducido al tailandés), rescató las tradiciones indígenas y le posibilitó el acceso a la lista de honor del International Board on Books for Young People, el organismo especializado en la literatura infantil y juvenil que promociona, a nivel mundial, la literatura de este género.
Se dedicó a promocionar la lectura entre los más pequeños, fue fundadora y presidenta del Instituto de Literatura Infantil y Juvenil (ILIJ). También incursionó en las artes plásticas con diversas técnicas, especialmente talla en madera. En 1975 logró el Carmen Lyra por «Algodón de azúcar» y en 2002 el Aquileo J. Echevarría por «La música de Paul». Ingresó como miembro de número de la Academia Costarricense de la Lengua (sillón A) en abril de 2009, con un discurso sobre «La literatura para niños en Costa Rica»; en la actualidad estaba redactando su autobiografía.
MARIA LEAL DE NOGUERA, natural de Lagunilla de Santa Cruz (Guanacaste). Fue una destacada educadora y cuentista especializada en la rica tradición oral y folclórica guanacasteca que le sirvieron para escribir su popularísimo «Cuentos Viejos» que apareció en 1923. En realidad se trata de una recopilación de catorce cuentos en un volumen de 128 páginas en donde podemos encontrar esas maravillosas historias que hacen soñar a los críos cuando buscan esos reinos escondidos en textos como «Aventuras de un príncipe», «El príncipe tonto», «Historia del hijo que dejó perdido el rey», etc. También tiene la facultad de conmover o asustar, algo que se descubre en los relatos de «La mano peluda», «Los niños sin mamá» o «La princesa rana». Son cuentos viejos porque guardan la esencia de los antiguos relatos de la rica tradición oral que hizo que las historias fueran expandiéndose por el globo terráqueo de generación en generación; para ella, los cuentos, eran «la realidad de la vida».
La autora dedicó sus relatos al hijo de Joaquín García Monge, concretamente a Eugenio que entonces tenía nueve años. Monge fue su maestro y al mismo tiempo otro consagrado autor de literatura infantil y juvenil; él considera que la literatura infantil es «la contribución más interesante que Costa Rica puede ofrecer a la literatura universal».
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JUAN FRANCO CRESPO
lacandon999@yahoo.es
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