La Universidad de Zaragoza

Fundación

Es algo habitual en los temas relacionados con la Historia de Aragón y no debe sorprendernos que todavía no se pueda contar con una obra que trate exhaustivamente de la Universidad de Zaragoza, pese a los trabajos que han llegado hasta nuestros días con algún valor y los que se han redactado más próximamente aportando información de gran interés para futuros estudios de síntesis .

La Universidad de Zaragoza, como otras instituciones del pasado y de otras naciones, no nace de la nada, sino que tiene unos antecedentes conocidos como Escuelas eclesiásticas que, en la Ciudad, se concretaron en la Escuela de Zaragoza, de la cual fue espíritu alentador, en el siglo VII, el obispo Braulio (a lo cual se debe que, en tiempos posteriores se le designara como patrón de nuestra Universidad), contándose después -hay referencias de 1335- con un Estudio de Artes (liberales, así denominadas por tener como enseñanzas el desarrollo de las clásicas incluidas en el «trivium y «quadrivium»), que pasó a la categoría de Estudio General de Artes entre 1474 y 1476, para dar lugar a la Universidad ya en el siglo XVI.

La actividad cultural y el empeño de los dirigentes zaragozanos del último tercio del siglo XV había conseguido la autorización pontificia de 1474-Sixto IV, a petición de Fernando, futuro rey de Aragón, lo elevó a Estudio General de Artes-, y no en vano hay coincidencia con la introducción de la imprenta muestra evidente del interés por el saber y que llevaría a conseguir del rey Juan y la ratificación del Estudio General de Artes en 1476, con lo cual la capital del Reino aragonés había pasado a poder conceder títulos de Bachiller en Artes; en 1477, el Rector, Pedro de la Cabra y un representante del Cabildo, prepararon los primeros Estatutos. Para conseguir las titulaciones completas -Licenciado y grado de Doctor en Facultad- deberían continuar en la demanda hasta 1542, fecha en la que ya se puede hablar de Universidad de Zaragoza, si bien «de iure», dado que hasta 1583-fecha fundacional «de facto»- no pudo comenzar como tal.

Esta Universidad surge en una sociedad, como era normal en el siglo XVI, muy compleja muy simple si sólo utilizamos criterios materiales- que vive de modo muy diverso si atendemos a lo material y a lo espiritual: se habla de la existencia dedos mundos, el rural y el urbano. En Aragón puede servir esta clasificación, pero entendiendo que en la sociedad del mundo rural en cuanto a sus relaciones jurídicas en un modo de producción feudal, por supuesto- cabe distinguir entre los señoríos eclesiásticos, los de viudas y realengos -sin el «absoluto poder», derecho que permitía matar de hambre y sed a los siervos sin juicio previo- y los señoríos seculares- con «absoluto poder»-, criterio distintivo que puede servir para la ocasión; y en lo referente al mundo «urbano», todo él de realengo, habría que distinguir entre la capital -Zaragoza, sede de! gobierno de la monarquía y del propio, con un concejo singular y varios tribunales de justicia de alto nivel, lo que permitía una libertad de acción de sus gentes, aunque no fueran privilegiados, muy considerable en relación con las demás poblaciones- y los núcleos urbanos del Reino distribuidos por la geografía aragonesa, más condicionados en sus libertades por el reducido número de habitantes y la escasa relación con el exterior. Desde luego que es una sociedad en la que dentro de su complejidad advertimos la presencia de marginales y marginados así como un notable aporte de inmigrantes, en especial franceses en 1577, se reconocería origen francés a la quinta parte de la población- que se distribuyen por toda la geografía aragonesa, situándose en el tejido social aragonés o viviendo en un ritmo temporal o estacional, sin olvidar que cualitativamente también tuvieron gran importancia en la economía del país los comerciantes catalanes y genoveses.

Aragón se encuentra, por otro lado, en este siglo XVI dentro del movimiento general denominado Renacimiento -hay aportaciones de figuras aragonesas señeras, pudiendo destacarse a Miguel Servet- , con los grandes conflictos religiosos y políticos conocidos; y la Nobleza y el Patriciado urbano de Zaragoza pondrán sus recursos para su desarrollo: palacios, iglesias, pinturas, imprentas y obras científicas y literarias.. suponen un gran esfuerzo que atrae y desarrolla las más diversas técnicas y el más depurado ejercicio del intelecto.

La demanda hasta 1542, fecha en la que ya se puede hablar de Universidad de Zaragoza, si bien «de iure», dado que hasta 1583-fecha fundacional «de facto»- no pudo comenzar como tal.
Esta Universidad surge en una sociedad, como era normal en el siglo XVI, muy compleja -o muy simple si sólo utilizamos criterios materiales- que vive de modo muy diverso si atendemos a lo material y a lo espiritual: se habla de la existencia de dos mundos, el rural y el urbano. En Aragón puede servir esta clasificación, pero entendiendo que en la sociedad del mundo rural en cuanto a sus relaciones jurídicas con un modo de producción feudal, por supuesto- cabe distinguir entre los señoríos eclesiásticos, los de viudas y realengos -sin el «absoluto poder», derecho que permitía matar de hambre y sed a los siervos sin juicio previo- y los señoríos seculares- con «absoluto poder»-, criterio distintivo que puede servir para la ocasión; y en lo referente al mundo «urbano», todo él de realengo, habría que distinguir entre la capital -Zaragoza, sede del gobierno de la monarquía y del propio, con un concejo singular y varios tribunales de justicia de alto nivel, lo que permitía una libertad de acción de sus gentes, aunque no fueran privilegiados, muy considerable en relación con las demás poblaciones- y los núcleos urbanos del Reino distribuidos por la geografía aragonesa, más condicionados en sus libertades por el reducido número de habitantes y la escasa relación con el exterior. Desde luego que es una sociedad en la que dentro de su complejidad advertimos la presencia de marginales y marginados así como un notable aporte de inmigrantes, en especial franceses n 1577, se reconocería origen francés a la quinta parte de la población- que se distribuyen por toda la geografía aragonesa, situándose en el tejido social aragonés o viviendo en un ritmo temporal o estacional, sin olvidar que cualitativamente también tuvieron gran importancia en la economía del país los comerciantes catalanes y genoveses.
Aragón se encuentra, por otro lado, en este siglo XVI, dentro del movimiento general denominado Renacimiento -hay aportaciones de figuras aragonesas señeras, pudiendo destacarse a Miguel Servet- , con los grandes conflictos religiosos y políticos conocidos; y la Nobleza y el Patriciado urbano de Zaragoza pondrán sus recursos para su desarrollo: palacios, iglesias, pinturas, imprentas y obras científicas y literarias.. suponen un gran esfuerzo que atrae y desarrolla las más diversas técnicas y el más depurado ejercicio del intelecto.
Será el empeño de unos pocos -básicamente el del Patriciado urbano y de cultos eclesiásticos- el que consiga del Rey de Aragón y «Emperador de Romanos» el privilegio de fundación del Estudio General de todas Facultades en la Ciudad de Zaragoza.
Para ello aprovecharon una reunión de Cortes Generales en Monzón y, concretamente, el día 10 de septiembre de 1542, el Emperador -Rey de los Aragoneses con su madre Juana- suscribió con su «Yo el Rey» el documento -privilegio- que permitía contar, «de iure, con las Facultades de Teología, Derecho Canónico y Civil, Medicina, Filosofía, Artes y todas cualesquiera que estuvieran aprobadas en el mundo universitario. Los síndicos de la ciudad de Zaragoza, Martín de Alberuela, Juan de Paternoy y Miguel Francés, encabezados por el jurado Jerónimo Oriola, habían conseguido su objetivo, y no debió tener poca importancia el hecho de que existieran profesores de la tal a de Gaspar Lax de Sariñena, quien formado en Zaragoza había dedicado sus dotes a la enseñanza en París para regresar y dedicarse, desde 1525, al estudio y enseñanza de la Matemática, Lógica y Filosofía, en las que fue figura europea de mérito reconocido.
Pero todavía sería necesario más tesón y . . medios. Como en tantas ocasiones (algunas bien recientes) -las bulas pontificias de confirmación, en 1554 y 1555, tampoco proveyeron- no acompañaba al privilegio ninguna renta o beneficio para emprender el funcionamiento de la Universidad y hubo que esperar a conseguir la ayuda municipal, tan decisiva y con larga tradición puesto que ya se había manifestado su preocupación por el Estudio, en 1492 (fueron a pedir dinero a los Reyes para los honorarios del profesorado, en claro antecedente de lo que hoy sucede, pero desde la propia Alma Mater), y cuando dotó cátedras de Teología -1500-, y de Poesía y Retórica -1503-, o también el propio Estudio que con peculio estudiantil contrataba a un «profesor no numerario», en 1509; al igual que la de personas como Pedro Cerbuna (aso primero y modélico de particular- con cuyo apoyo material, no menos entusiasmo y la oposición del Virrey -máximo representante del «Gobierno central»-, se iniciaron las clases nada menos que cuarenta años después -1583- ; si bien la Universidad como edificio no empezó a conocer construcciones peculiares hasta 1586 con la Casa de Anatomía, junto al cementerio del Hospital de Nuestra Señora de Gracia, y un desarrollo en la zona de la Magdalena, entre 1589 y 1594).
El año 1542, por tanto, supuso para la Universidad de Zaragoza el nocimiento de la Autoridad para dar el gran paso y convertirse en lo quehoy llamamos Universidad de ello hace cuatrocientos cincuenta años, y es1lo que recordamos-, pero fue necesario que prosiguiera el intento y quemuchas ilusiones se fueran perdiendo por el camino hasta que otrosmanteniendo o recibiendo su entusiasmo y sorteando obstáculos sin fin, enespecial Pedro Cerbuna, hicieran el esfuerzo mayor y consiguieran poner en funcionamiento el Estudio General de todas las Facultades, con lo cual sellegaba a 1583, cuyo IV centenario se celebró en 1983.

Guillermo Redondo Veintemillas
Doctor en Historia

Historia

Una antigua escuela superior existente en Zaragoza desde el siglo XII, creada y dotada por la iglesia local, modesto estudio de artes donde se enseñaba Gramática y Filosofía y que concedía títulos de bachiller, fue elevada a la categoría de «universitas magistrorum», al estilo de la Universidad de París, a solicitud del príncipe Fernando el Católico, entonces rey de Sicilia, por disposición del pontífice Sixto IV, el 13-XII-1474 y que ratificaba el mismo pontífice el 1-XII-1476, y el rey Juan II de Aragón el 25-I-1477.
El cabildo eclesiástico de Zaragoza y los jurados de la ciudad fueron los promotores de este Estudio General zaragozano autorizado para conferir grados de bachiller, licenciado y maestro en artes.
El cabildo designó a Pedro Arbués y la ciudad a Pedro la Cabra el joven, éste titulado en Artes y Medicina y designado para maestro mayor o rector del antiguo estudio, y encargándoles la redacción de unos primeros estatutos.
La nueva Universidad gozaría de los mismos derechos que las de París y de Lérida.
Y para evitar roces entre el cabildo y el rector La Cabra, se nombró a éste vicecanciller, dejando la cancillería al propio arzobispo de Zaragoza.
Pero variadas circustancias demoraron la apertura efectiva del nuevo Estudio General y el 10-IX-1542 Carlos I, a instancias de los síndicos de Zaragoza, firmaba en las Cortes de Monzón un privilegio que elevaba aquel estudio de artes ya creado al rango de Universidad general de todas las ciencias: en él se cursarían estudios de Teología, Derechos canónico y civil, Medicina y Filosofía.
El documento original lo conserva el Ayuntamiento de Zaragoza; y este rango universitario del viejo estudio se confirmaba por la autoridad pontificia un decenio después, cuando Julio III extendía una bula de 6-III-1554, donfirmada por Pulo IV el 28-IV-1555.
Pero este nacimiento jurídico precedió en una treintena de años al efectivo funcionamiento de la Universidad zaragozana: diferencias entre el arzobispo y el cabildo sobre el nombramiento de rector, reclamaciones de la Universidad y ciudad de Huesca, que culminaban en 1572 contra esta fundación zaragozana, y la dificultad en alumbrar rentas para dotar la nueva Universidad por parte de la Diputación permanente del Reino de Aragón y del Ayuntamiento zaragozano, demoraron la inauguración de la docencia hasta el día 3-IX-1582, en el que Pedro Cerbuna, prior de S. Salvador de Zaragoza -mas tarde obispo de Tarazona-, aportaba los medios económicos necesarios para reparar y acondicionar el edificio del viejo estudio (del que se respetó la antigua capilla, llamada del Crucifijo, que databa de principios del siglo XV), al que se dotó de teatro, de amplios claustros y de una buena biblioteca, amén de la dotación de las primeras cátedras.
Realizadas estas obras, redactados unos estatutos y contratados los profesores encargados de las enseñanzas, Cerbuna obtenía el 20-V-1583 de los jurados de la ciudad la aprovaci´n definitiva de sus gestiones y se nombraba a Juán Marco, arcediano de Daroca en el cabildo de La Seo, primer rector.
Zaragoza, que había soslayado la intervención de Felipe II en esta dificultosa fundación, dará ahora cuenta al monarca de los hechos consumados, originándose en la corte una gran ofensiva contra la nueva Universidad, especialmente por parte de la de Huesca; pero fray Jerónimo Xabierre, prior del convento de Predicadores de Zaragoza, más tarde cardenal, pronunciaba la primera lección o discurso de apertura de los estudios zaragozanos un 24-V-1583 e iniciaba una incansable defensa de nueva Universidad cerca del rey.
Cuando se superaron aquellas dificultades políticas se promulgaron nuevos estatutos universitarios en 1587 y 1597; por entonces ya estaban dotadas ventiséis cátedras y Zaragoza gestionaba cerca de Felipe III la sanción oficial a la Universidad, quien en 1599 daba su beneplácito y participaba personalmente en la colación de un grado de licenciado: había terminado la oposición oficial de la corte.
Asi nace la Universidad de Zaragoza, basada en el modelo de la de parís, formada por un claustro de profesores agrupados en Facultades y constituyentes de una corporación autónoma a la que el fundador Pedro Cerbuna había confiado por estatutos todas las atribuciones.
Pero ya en 1618 unos nuevos estatutos muy sencillos y precisos direon intervención en la Universidad al Concejo de la ciudad, constiuyendo esto una característica al dar mando predominante al municipio; no menos típica será la autorización a los estudiantes de no usar traje académico; los nuevos estaturos de 1625 seguian las mismas directrices, que eran confirmadas veinte años después por Felipe IV.
Estos estatutos cuidaban sobre todo de la provisión de cátedras, origen de muchos conflictos entre órdenes religiosas de orientación escolástica distinta; otro tema, el de la intervención estudiantil en la votación de provisión de cátedras, se suprimiría en 1723.
Zaragoza, como las otras Universidades del país, irá perdiendo facultades autonómicas ante la creciente intervención del poder real.
Hubo un magnífico medio siglo inicial de esta Universidad, al que siguó repentina decadencia desde 1610, en 1618 surgirán conflictos con los estudios de los jesuitas, proliferará la ineptitud de muchos profesores, abundarán las cátedras vacantes, el Rectorado se convertirá en prebenda apetecida que monopolizan canónigos de La Seo, y pese a todo se mantiene fuerte matrícula estudianteil de aragoneses (los menos, los oscenses, que tienen Universidad propia), navarros y riojanos.
La nueva dinastia acentuará la uniformidad universitaria, Felipe V impone la centralización, reglamenta el acceso a las cátedras, sin que remedie nada el proyecto del marques de la Ensenada que inició también una tibia orientación investigativa, pero Fernando VI interrumpió tales directrices y Carlos III acentuó la intervención centralista creando en cada universidad un delegado del gobierno central, pese a lo cual Zaragoza aún contaba en 1782 con dos mil alumnos, aunque en su mayoría de los llamados «perpetuos», que nunca concluían sus estudios.
En 1807 Zaragoza no fue suprimida, al igual que otras pocas Universidades, recibió estatutos ajustados al modelo de la de Salamanca y se instituyeron cátedras vitalicias.
Durante el segundo asedio de Zaragoza, el 18-II-1809 era volado el viejo edificio. En la primera mitad del XIX la vida lánguida universitaria refleja los sucesos polícos de la época y aumenta la centralización en todos los aspectos. En 1832 se suprimirá el cargo de canciller, que ejercía en Zaragoza desde su fundación el arzobispo, aunque con carácter honorífico, y en 1845 un nuevo plan de estudios reducía las facultades zaragozanas a Letras, Derecho y Teología, esta última suprimida en 1868.
Se acentuó la dependencia respecto de la autoridad política, de acuerdo con el llamado modelo «napoleónico», y fuera de su recinto apareccieron estudios que la Universidad no contemplaba.
Al llegar el siglo XX, Zaragoza también sintió la proliferación de nuevos estudis, la difusión a grandes capas de la población, la pobreza económica para atender a los estudios experimentales.
Quedaban atrás aquellos aquellos dos siglos y medio de vida utonómica en que Zaragoza supo proporcionar maestros a las de París y Salamanca, cuando en sus alulas enseñaban el matemático Gaspar Lax, el humanista Juan Lorenzo Palmireno, el jurista José de Sessé, el científico Pedro Simón, por Zaragoza desfilaron el historiador Espés, el helenista Lorente, el jurista Portolés, el canonista Ejea, el médico Royo, el primer director de la Real Academia de Historia Montiano, el bibliógrafo Latassa, el geógrafo Antillón, de sus aulas salían alumnos singulares como Miguel Servet, Jerónimo Blancas, el arzobispo Pedro Apaolaza, los hermanos Argensola, los cronistas Andrés y Sayas, el erudito viajero Cubero, Blas Antonio Nasarre, el conomista Asso, los estadistas Aliaga, Roda, maques de la Compuesta y Calomarde. Hasta la reforma unionista de 1845, ciento veintiocho rectores personalizaron su historial académico, entre ellos Fraila, Carrillo, Ramírez, Martel, Azlor y Pignatelli.
En el siglo XX Zaragoza ha seguido con un buén plamarés universitario, antiguos alumnos suyos han ocupado numerosas cátedras universitarias del país, científicos prácticos de primera fila han fomentado las aplicaciones prácticas de los estudios a la industria (química, azucarera, cementos, etc), y de ella han salido buenos hombres del foro, del humanismo y de las ciencias médicas.

Extraído de la GRAN ENCICLOPEDIA ARAGONESA (1982)

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Información procedente de la Universidad de Zaragoza. Más información en: www.unizar.es/

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