Historia
Fundación / los inicios
La idea de fundar la Universidad de Concepción era una antigua aspiración de los penquistas. Desde el siglo pasado, insignes rectores del Liceo de Concepción abogaban por la creación de carreras profesionales bajo la tutela de ese plantel. Esta idea contaba con gran apoyo dentro de la sociedad penquista, no se había podido concretar principalmente, por la falta de organización «de todas las personas que así pensaban», señala un artículo del diario El Sur, de febrero de 1917.
Este artículo que podría aparecer sobreestimado a la sociedad penquista de la época, pero tiene su base en la impresión que tenían los capitalinos a comienzos del presente siglo, de los habitantes de Concepción hombres pujantes y organizados, con un gran espíritu de iniciativa.
A fines de 1918, don Enrique Molina partió en viaje a Estados Unidos comisionado por el Gobierno de Chile para estudiar los sistemas universitarios de aquel país del norte, dejando la presidencia del Comité Ejecutivo Pro Universidad y Hospital Clínico, en manos del vicepresidente, Dr. Virginio Gómez, quien refiriéndose a la conexión entre ambos proyectos señalaba: «que por el momento su gestión obraría en favor de la Universidad para posteriormente abogar por el Hospital Clínico, puesto que ésta no podría ser fundada prescindiendo de la existencia de aquél».
Fueron muchas las diligencias realizadas y luego de diversas conversaciones «el Comité se convenció de que el Gobierno no crearía quien sabe en cuánto tiempo la Universidad. No eran sólo penurias financieras que lo impedían, habían también de por medio rivalidades, temores políticos y sectarios y no faltaba tampoco la menguada entrega de alguna pequeñez humana» , señalaba en 1929 Enrique Molina en la celebración del décimo aniversario de la Universidad. Agregando, que por tal motivo «El Comité se cansó de esperar y en un gesto de audacia y de fe resolvió, sin más ni más, abrir la Universidad a principios de 1919».
Había mucho por hacer, se vislumbraban como posibles carreras: Farmacia, Dentística, Pedagogía en Inglés y Química Industrial; sin embargo, había que ofrecer las carreras a la juventud y ver el interés que existiría por cada una de ellas.
Comité Pro UdeC
La primera reunión formal en pro de esta iniciativa se realizó el 23 de marzo de 1917, día en que se reunieron en la sala de la Alcaldía respetables vecinos de Concepción, con el objeto de lograr dos sentidas aspiraciones: la creación de una Universidad y de un Hospital Clínico para Concepción.
En la oportunidad y previo a un detenido cambio de ideas acerca de la necesidad de establecer un centro universitario que sirviera a toda la región sur del país, se acordó designar de entre los concurrentes, un Comité Ejecutivo encargado de iniciar los trabajos pro Universidad y Hospital Clínico, creyéndose conveniente unir las dos ideas, pues se pensaba que la primera no podría subsistir completa sin el segundo, por ser éste la base de la futura escuela de Medicina.
El Comité Ejecutivo quedó integrado por las siguientes personalidades del acontecer penquista: Enrique Molina, Edmundo Larenas, Romilio Burgos, Víctor Bunster, Esteban Iturra, Julio Parada Benavente, Dr. Virginio Gómez, Pbro. Guillermo Funemann, Pbro. Obligario Sáez, Aurelio Lamas, Abraham Valenzuela, Alberto Coddou, Dr. Pedro Villa Novoa, Dr. Samuel Valdivia, Arbarraín Concha, Samuel Guzmán García, Javier Castellón, Dr. Cristóbal Marffn, Vicente Acuña, Federico Espinoza, Dr. René Coddou, Abraham Romero, Héctor Rodríguez, Arturo Sandoval, Augusto Rivera Parga, Agustín Castellón, Luis David Cruz Ocampo, Teófilo Hinojosa, Desiderio González, José del C. Soto, Carlos Soto Ayala, Carlos Roberto Elgueta y Joselín de la Maza; los cuales quedaron facultados para formar comisiones que recorrerían el sur del país, formando comités encargados de cooperar con la gran tarea emprendida.
Con posterioridad a esta reunión el Comité acordó nombrar una Mesa Directiva que encabezaría y representaría el movimiento pro Universidad, quedando integrado de la siguiente manera:
«Presidentes Honorarios: Señores Intendente de la Provincia, Rodolfo C. Briceño y Primer Alcalde don Octavio Bravo. Presidente, señor Enrique Molina, Vicepresidente, señor Virginio Gómez, Vicepresidente, señor Esteban Iturra S., Secretario, señor Carlos Roberto Elgueta, Tesorero, señor Eliseo Salas.
Directores: señores Samuel Guzmán García, Julio Parada Benavente, Aurelio Lamas Benavente, Pedro Villa Novoa, Luis David Cruz Ocampo, Víctor Bunster B., Vicente Acuña, Edmundo Larenas, Augusto Rivera Parga y Guillermo Gleisner «.
Al aceptar este nombramiento don Enrique Molina expuso su gratitud por la designación y sorpresa de haber encontrado al regresar de su reciente viaje a Santiago «un espíritu público que se manifestaba en forma espléndida en favor de un proyecto que él ya había tratado con el Presidente de la República, pero que éste lo estimaba viable para algunos años más, considerando las dificultades de carácter económico que por el momento hacían imposible su realización».
Añadió que «el presidente, Juan Luis Sanfuentes y otros preeminentes miembros del Gobierno, convenían en la necesidad de fundar una universidad en Concepción; no sólo para beneficio de sus habitantes, sino para todos los del sur del país.
Posteriormente hizo uso de la palabra el señor Samuel Guzmán García, quien explicó que «la universidad que se proyectaba fundar sería útil al progreso intelectual del país, por este motivo el comité que repartía las invitaciones para la reunión que se celebraba, tuvo presente extenderlas a los representantes de todas las tendencias políticas, en la creencia de que en su labor debe eliminarse todo propósito que pudiese perturbar la comunicación de sus miembros o darle un carácter partidista que no debía tener».
La universidad, según don Samuel Guzmán no tendría «importancia únicamente intelectual, pues sería órgano de difusión, de propaganda y de cultura… autónoma que tendría personalidad jurídica y por lo tanto podría adquirir derechos y contraer obligaciones, estando facultada para recibir legado y disponer de patrimonio propio».
Don Virginio Gómez, disertó extensamente sobre las objeciones que pueden hacerse al proyecto de creación de la Universidad y expuso que ya era oportuno llevar a cabo la idea que habían tenido los que hace 50 años crearon el curso de Derecho del Liceo y que sólo se necesitaba un poco de optimismo: un poco de energía para conseguir lo que un diario conservador de Santiago había llamado «necesidad impostergable para el progreso del país».
Para ratificar su posición señaló, «por ejemplo, se dice que estamos saturados de profesionales. Esta situación está muy lejos de producirse, porque en cuanto a los médicos hay una verdadera falta, pues hay muchas poblaciones de relativa importancia que carecen de este servicio indispensable…. «otra de las objeciones más frecuentes es la falta de fondos para iniciar los trabajos. En verdad es un principio elemental de la Hacienda Pública que primero se forma la necesidad, la urgencia de una obra de interés público y después el Estado busca los fondos necesarios para darle cumplimiento. En cuanto al local, todos sabemos que el proyecto del edificio del Liceo consulta en gran parte esta idea»…
Esta asamblea del 23 de Marzo fue el punto de partida de la futura universidad; sin embargo, no debe pensarse que fue el momento donde nació la idea, pues en las páginas anteriores queda demostrado que está proviene desde el siglo pasado. Por lo tanto, el gran mérito es haber sido el punto culminante de una serie de conversaciones informales que ya algunos miembros del Comité habían sostenido, especialmente en los salones del Club Concepción «. Esto queda demostrado en cada una de las intervenciones mencionadas, pues en todas ellas se evidencia un dominio y maduración de la idea Universidad.
Entre estas últimas es digno de destacar el carácter universal que se le dio a la reunión, en donde intervinieron personalidades de todas las tendencias públicas y de los diversos credos. Asimismo, al proyectar lo que sería la futura Universidad, sus promotores pensaron en un plantel de educación superior autónomo, con personalidad jurídica y como un centro de irradiación de cultura y progreso para el sur del país.
Enrique Molina había dado a conocer esta idea un año antes, en una entrevista publicada por el diario El Sur de Concepción el 16 de marzo de 1917, en donde señala: «el establecimiento de un nuevo centro universitario, que sirva a todo el sur del país, corresponde
a una necesidad social, pues el sur es muy grande y muy rico, por lo que está llamado a un gran porvenir…».
Los diversos comités a que dio origen esta primera reunión, trabajaron afanosamente buscando ayuda en pro del logro de los objetivos propuestos, tanto al interior de la ciudad como en continuos viajes hacía el sur de nuestro país. Los frutos no se hicieron esperar. Muchas fueron las personas y entidades privadas que colaboraron, incluso con gran esfuerzo varias municipalidades del sur del país crearon comités en pro de la Universidad y del Hospital Clínico. Al mismo tiempo empezaron a levantarse los obstáculos, Enrique Molina señalaba en 1944 que incluso en Concepción «no faltó quien sembrara la desconfianza diciendo que el nuevo establecimiento iba a ser un foco de maximalistas, nombre con que se designaba por aquellos días a los revolucionarios rusos, antes de llamarlos bolcheviques. Incluso acota, un diputado de esta región fue personalmente a notificar al Ministro de Educación de que atacaría al Gobierno si éste presentaba a las Cámaras un proyecto sobre la creación de la Universidad de Concepción».
Señala Enrique Molina en otro de sus discursos, «existía una llama encendida por un grupo de entusiastas» que aunque a veces precaria, significó el principio de la actual Universidad.
Primeras Carreras
Dicha comisión presentó un detenido análisis que «más que un proyecto definitivo, debío considerarse como notas para el proyecto que en 1918 elaboró la Comisión Permanente de Instrucción Pública de la Cámara de Diputados».
El trabajo más arduo se centró en el estudio de las futuras carreras que se impartirían. Como una forma de manifestar que la realización de la Universidad no era una utopía, el Comité propició la creación de algunos cursos cortos aprovechando la renta que le producían los capitales donados. De esta manera fue posible sostener durante 1918 los cursos de Aritmética, Inglés, Mecanografía y Taquigrafía. Pensándose de igual forma en la posibilidad de impartir para 1919 los cursos superiores de Dentística, Farmacia y Química Industrial.
Pero faltaba mucho por hacer, y más aún si se piensa que la etapa de organización y decisión de la futura Universidad se efectuó en la misma década de las grandes polémicas educacionales que nuestro país vivió. Las cuales reunían en foros y discusiones acaloradas, a partidarios de una institución técnica en oposición a la intelectual o literaria.
En este sentido fueron numerosas las opiniones dentro del seno del Comité Ejecutivo en pro y en contra de ambas posiciones. Para clarificar este punto, resulta provechoso revisar el pensamiento del futuro rector de la Universidad, don Enrique Molina Garmendia.
Campanil
El Campanil, cortándose sobre los oscuros pinares y en el luminoso raso del firmamento, es bello. Será siempre bello. Va a ser el símbolo universitario por excelencia, signo de rectitud y elevación, columna que difundirá en las almas goce, placidez y serenidad, flecha que apunta a la altura, como la filosofía, donde más allá de las nubes que amedrentan, triunfa la claridad celeste, así se expresaba don Enrique Molina Garmendia, en octubre de 1943, poco después de haber sido construido el campanil de nuestra casa de estudios.
Fue precisamente él, quien altamente impresionado por las características de la Universidad de California, en Berkeley, esgrimía la idea de una «ciudad universitaria«, una Universidad parque, abierta a todo visitante y en la que se levantara imponente un Campanil.
Así, en una descripción que hace de la Universidad de California, dice: «…se alza el hermoso, blanco y altísimo campanil de la universidad, como un faro espiritual, como un emblema del benévolo señorío de la cultura universitaria. Desde casi todas partes del pueblo se ve el campanil, se ve desde San Francisco y se ve desde Oakland, otra gran ciudad vecina; y el viajero que no sabe su camino puede orientarse por la superior enseña de la universidad».
Fuertemente motivado, entonces, por la apariencia física de las universidades norteamericanas, en marzo de 1941, don Enrique Molina presentó la propuesta de construcción del Campanil de la Universidad de Concepción al Directorio de la Corporación, siendo aprobada por la unanimidad de sus miembros. A partir de dicha aprobación, el Directorio solicitó al arquitecto Enrique San Martín proyectos de Campanil suyos o de otros arquitectos, a raíz de lo cual San Martín adjuntó al diseño que previamente había presentado el arquitecto Julio Ríos Boetigger, otros dos proyectos suyos y uno del arquitecto santiaguino Alberto Cormaches.
«El proyecto de Cormaches -como también el de Ríos Boetigger- era avanzado, futurista y muy influido por la arquitectura más vanguardista, de manera que no gustó a los directores ni a don Enrique Molina. La verdad es que no se ajustaba a la imagen de los edificios de la ciudad universitaria ni a la idea que el Rector había traído desde la Universidad de California, que correspondía más bien a un campanil de estilo italiano» -más específicamente al estilo del Campanil de la Plaza de San Marcos en Venecia-, relata El Decano de la Facultad de Arquitectura, Jaime García Molina, en su libro El Campus de la Universidad de Concepción: su desarrollo urbanístico y arquitectónico».
«Los dos proyectos de San Martín, en cambio, eran más conservadores y ajustados a la arquitectura del conjunto. De estos, el Directorio eligió uno, el más clásico, que además se ajustaba con la imagen del Campanil conocido por el Rector Molina en la Universidad de California, en Berkeley».
La construcción de esta gran obra arquitectónica se encargó al Constructor Civil, Juan Villa Luco. Se hizo de concreto armado, con 42 metros y 50 centímetros de altura, con escaleras en su interior y un balcón en la parte superior.
Terminado en 1943, con un presupuesto de $994.630 de la época, fue inaugurado en los primeros meses de 1944, junto con el proyecto Casa del Deporte. Al comienzo se permitía a los visitantes subir hasta el balcón del Campanil, práctica que se abandonó más tarde como una manera de preservar en mejor forma la estructura del Campanil.
A un mes de haber asumido como Rector de la Universidad, en 1956, el abogado David Stitchkin hizo presente al Directorio la necesidad de desarrollar un Proyecto de Reestructuración docente, que permitiera captar, con la creación de nuevas carreras y cursos, «las vocaciones y preferencias que ahora se pierden irremediablemente» -decía-, producto de la incapacidad de las Universidades chilenas de «recibir a todos los egresados que, año tras año, le va entregando la educación secundaria».
A raíz de lo anterior, el rector Stitchkin propuso al Directorio la contratación del arquitecto y urbanista Emilio Duhart para realizar un estudio preliminar de la ampliación de la ciudad universitaria.
A comienzos de 1957, Duhart inició el estudio de reordenación de las edificaciones universitarias, lo que culminó en la elaboración del Plan Regulador de 1958.
De dicho Plan, como lo expresa en su libro el Decano de Arquitectura, Jaime García Molina, «El elemento de mayor fuerza y significado de la propuesta del arquitecto Duhart, elemento articulador de toda la composición arquitectónica del nuevo Plan Regulador, fue el Foro Abierto o conjunto de Plazas Centrales, … ubicado al pie del Campanil.
Concebido como el espacio simbólicamente más importante de la Universidad, alcanzaba un significado particular, tanto porque daba un contenido muy claro a la filosofía que orientaba la reestructuración universitaria propuesta por el Rector Stitchkin, cuanto porque era un diseño de mucha novedad y fuerza. Indudablemente fue el elemento central del plan de la nueva Universidad, con un valor equivalente a la propuesta de la «ciudad universitaria» de los primeros años, ya que materializó con mucha fuerza la idea de la nueva etapa que comenzaba a desarrollar la Universidad.
En la idea de Duhart, la conformación de la nueva Plaza Elevada (la parte superior del Foro que corre de oriente a poniente), con graderías hacia la ciudad universitaria antigua, al norte y hacia la ciudad universitaria nueva, al sur, marcaba un «umbral» muy claro entre la vieja y la nueva universidad. La conformación de este conjunto obligaba al observador a subir a ese umbral desde la ciudad universitaria antigua para asomarse a esa nueva universidad, permitiéndole mirar desde arriba -digámoslo así- hacia el pasado y hacia el futuro.
Aunque en términos funcionales la idea del Foro Abierto sólo reforzó lo planteado por el urbanista Karl Brunner, casi treinta años antes, en el sentido de tratarse de un centro con avenidas internas diagonales confluyendo en el hito del Campanil, en términos formales y simbólicos el Foro Abierto introdujo un cambio importante para el Campus universitario, de alto significado simbólico y político al entregar un escenario monumental para el acto concreto y programado de la reunión de la comunidad universitaria».
Pensamiento de Enrique Molina
Don Enrique Molina señalaba en 1917 su deseo de que la «nueva Universidad, además de que forme profesionales de carreras liberales y profesionales técnicos, como los reclamaba el desarrollo e incremento de la riqueza nacional, sea un centro de variadas informaciones para el público, de extensión universitaria, de investigaciones y experimentaciones científicas y de fomento de la más alta cultura literaria, humanista y filosófica». Por lo tanto, si bien Enrique Molina consideraba importante formar profesionales técnicos, señalaba vital el incremento de una cultura humanístico-literaria y filosófica, que se constituía según él, en el espíritu mismo de una Universidad.
Frente a aquellos que pretendían darle al futuro Centro Universitario una orientación más técnica que intelectual, Enrique Molina declaraba en 1944 que «esa actitud se hallaba reforzada por la urgencia de sacudir la subyugación y dependencia económica en que el país se encontraba, y en la cual sin gran diversidad era común con todos los pueblos iberoamericanos. Somos -expresaba- casi factorías de otras naciones más adelantadas. Nadie puede negar la importancia vital de este problema de la educación que tiende a robustecer nuestra eficiencia económica.
La Universidad pretenderá contribuir a solucionar este problema; pero indicarle a una Universidad que se limite a ese género de educación es pedirle que deje de ser Universidad. Si ésta no merece llamarse tal, estando constituida sólo por un conjunto de escuelas profesionales, menos puede merecerlo si no pasa de una escuela técnica.
A una Universidad, confiesa «no la constituye el sólo conglomerado de escuelas profesionales, por muy completas que sean en su número y en su calidad, escuelas en que los jóvenes vayan a sólo vivir ciertas capacidades intelectuales y técnicas que les permitan ganarse la vida. Ni queda constituida tampoco por el hecho de agregar a esas escuelas, institutos de investigación científica ni por la preparación de especialistas».
«El alma de la Universidad tiene que formarla un ambiente filosófico y ético, que dejándose sentir en cada escuela, encuentre su expresión más definida en una Facultad Central de Filosofía y en el cultivo de las humanidades».
«La tendencia industrial es justa, es necesaria y salvadora, pero a que no se convierte en un ídolo fenicio que lance el rayo destructor contra todo lo humano, toda la cultura que ennoblece y embellece la vida».
En resumen, no es aventurado señalar que el futuro Rector Honorario Vitalicio de la Universidad, estando de acuerdo con la idea de incorporar carreras técnicas al futuro Centro Universitario, pensaba que el ser mismo de ésta se cimentaba bajo una sólida formación filosófica y humanista, sin la cual ninguna Universidad podría recibir tal denominación.
Información procedente de la Universidad de Concepción Más información en la web de la Institución –>Aquí |