Finalmente estamos instalados en un hotel de la ciudad de Fergana que, dicho sea de paso, poco ofrece al viajero salvo su moderno trazado, sus grandes avenidas, su inmenso parque [Al-Farghom] y su Museo de Estudios Regionales que tampoco es lo mejor en museística, pero ahí está, casi tocando el inmenso y verdoso parque.
La ciudad tiene un cuarto de millón de almas y es de lo más moderno de la región. Con permisos [léase visados] se puede intentar ir a los enclaves uzbecos situados en Kirguistán, a uno rápidamente le remitían a la historia del enclave español en los Pirineos, pero los papeles son imprescindibles para poder acceder a esos pequeños territorios enquistados en otras naciones. Son curiosidades de la historia que no dejan de sorprender al viajero que observa que eso de las fronteras es algo serio y no cómo sucede con la Unión Europea que tiene más agujeros que un queso de gruyere.
Quizá, aprovechando que ya quedan unas horas para el regreso, lo mejor será poner al día las compras, después de todo el gran bazar, que se puede complementar con la visita a la mezquita si es que uno no quedó satisfecho con todas las visitadas, aquí tiene su última opción. Lógico advertir que no todas tienen la misma construcción aunque la mayoría sí tengan la misma función. La de Fergana parece un museo y sus trabajos en madera pueden servirnos para evaluar la infinita paciencia de sus aldeanos para elaborar esas bellas filigranas en madera que son toda una lección de arte.
Otro lugar que puede servirnos como ejemplo de ese comercio milenario que da nombre a la ruta es una visita a la fábrica de seda de Yodgorlik [incluso ofrece posibilidades de alojamiento en la propia casa del director de la factoría, tiene que ser grupo pequeño o individual, apenas hay habitaciones pero depara un exquisito trato al viajero]. Estamos ya en Margilan que no deja de ser un lugar imprescindible para entender ese tradicional mercado de la seda.
Evidentemente es un trabajo realmente duro y repetitivo, de infinita paciencia, sorprende lo que aquellas mujeres van confeccionando. Durante la visita estaban con un encargo del Gobierno de Mongolia con escenas de las batallas de Gengis Khan, a estas alturas igual ya tienen una cuarta parte de una de las páginas de la historia de aquella gran expansión que llegó, a lomos de veloces corceles, hasta Austria y Polonia. Personalmente me recordaban los tapices que en la época dorada de esos trabajos realizaba la Real Fábrica Española.
No deja de ser ese un trabajo que vale lo suyo, al precio de la materia prima hay que añadirle las miles de horas que varias mujeres, pacientemente, le dedican día tras día. Otra de las curiosidades es el uso de tintes, naturales, que utilizan, ahí las humildes cáscaras de las nueces ¿qué pasaría con el gigantesco nogal que teníamos en la Acequia Alta en mi Alhama natal?, que resultan vitales para obtener determinadas tonalidades y, además, duraderas.
En la tienda de la factoría se podían adquirir piezas de todo tipo y a todos los precios, un lugar para gastar lo último que nos quede si no hemos sucumbido antes en ese periplo por un país que no dejaba de sorprenderte. Otro lugar que tampoco debe obviarse aquí es el Bazar Kumtepa, aunque sólo funciona un par de días a la semana, es ideal para contemplar a la población con sus vistosos y coloridos trajes, en cualquier caso en el Hotel siempre suele haber información sobre ese sitio.
En el valle nos quedaría otra población por visitar Andizan, sólo fue una visión fugar, quizá porque allí se dieron los sucesos del 2015, hay mucha vigilancia y se supone que el gobierno tampoco es muy amigo de los extraños por aquello de lo que pudiera pasar, la policía es estricta y poco amante de las fotos o grabaciones, así que no es tampoco el mejor lugar para callejear pero si se puede, no deja de ser una urbe sumamente colorista e impactante, roza el medio millón de personas.
JUAN FRANCO CRESPO
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