Es muy curiosa la lengua,
que en la Mar se habla y maneja,
de cuando el primer esquife,
eran dos troncos de madera,
en un periplo, una quimera,
lanzados a la aventura,
buscando hacia lontananza,
por barlovento y la amura.
Y hablando, pues, de la amura,
comencemos la lección,
pues amurando vamos yendo,
pero ojo, pon mucha atención,
pues la «amura» es el costado,
que en la proa muestra el barco,
mientras que «amurar» es «sujección»,
es decir, atar las velas del palo,
a la amura de la embarcación.
Y para que las velas se orienten,
en busca del dios Eolo,
que de los vientos es dueño,
no me basto pues yo solo,
hace falta una dotación,
que maneje con presteza,
firmeza y dedicación,
las ordenes del capataz,
que en la Mar llaman patrón.
Y muchas manos arremeten,
al mandato de un silbato,
del duro «contramaestre»,
templando drizas con tiento,
pues «templar» es «estirar»,
mostrando la cara al viento,
la vela que ha de llevar,
la nave hacia barlovento.
Y si la Mar durmiendo está,
y en el cielo se hace la calma,
tristes están los marinos,
rogando con toda el alma,
que el viento les haga dignos.
Y si la mar dura comanda,
y con dureza amenaza estar,
sólo una cosa acontece,
el arriar la driza en banda,
y ponerse pronto a capear.
Que el «arriar» es «soltar»,
aflojar el paño a su aire,
que no entorpezca el navegar,
poniéndose la nave a refugio,
de los elementos de la Mar.
Y así, con la proa al viento,
enfocada hacia el temporal,
«capea» el barco el mal tiempo,
manteniéndose en el lugar,
sin retroceder ni avanzar.
Y por hoy vamos marchando,
aquí firmo esta docencia,
la del arte de navegar,
con su lenguaje a la vista,
que es mucho más que una ciencia,
es la ilusión del artista,
es la inspiración de poetas,
y de este humilde marino,
que aquí os deja estas letras.