En agosto de 1897 el capitán Belga Adrien de Gerlache, llevando como segundo al que protagonizaría años más tarde la conquista del Polo Sur, el Teniente Amundsen, y una representación de científicos de varios países, comenzó en Amberes una larga expedición a bordo del vapor Bélgica que estaría plagada de fatalidades.
Tras una salida malograda de Ushuaia el 1 de enero de 1898 por embarrancar sobre unos escollos, volvieron a intentarlo el 14 rumbo a las islas Shetland del Sur. Durante la travesía, el día 22 una tempestad derribó los recipientes de carbón de la cubierta, ahogándose en el accidente el marinero Carl Wienchke -más tarde una isla sería bautizada con su nombre-; fue la primera víctima, pero no sería la última.
En varias semanas pudieron realizar numerosos desembarcos y trabajos hidrográficos, en el que después sería llamado Estrecho de Gerlache, poniendo rumbo hacia el Círculo Polar a mediados de febrero de 1898. Pero el 2 de marzo se vieron parados por los hielos en los 71º 31′ Sur, teniendo que regresar al norte en una desesperante travesía: en una semana sólo habían conseguido avanzar 8 millas.
El 10 de marzo quedaron definitivamente bloqueados entre los hielos, les esperaba una penosa invernada en medio del Océano. Los témpanos formaron un talud alrededor del barco que se elevaba hasta el puente. Los fríos vientos arreciaban de tal forma que hicieron derivar al barco muchas millas.
El 17 de mayo se puso el Sol definitivamente reinando la oscuridad total; no asomaría de nuevo hasta el 21 de julio. La estancia fue muy dura, en un ambiente húmedo, rigurosamente frío, apiñándose los hombres entre sí para mantener el calor. Aparecieron los espasmos musculares, la depresión y el constante deseo de huir unos de otros; los diferentes idiomas de la tripulación no facilitaba la comunicación.
El 5 de junio, el Teniente Danco, ya muy debilitado, falleció por una neumonía.
El Bélgica atrapado entre los hielos
La dieta, a base de conservas, les hacía candidatos al escorbuto, así que comenzaron a cazar los pocos pingüinos y focas que aparecían por las inmediaciones del buque. Esto les mantuvo relativamente en buen estado de salud.
El 21 de julio el Sol se hizo presente tímidamente, pero las existencias de carbón y aceite escaseaban, la tripulación empezó a preocuparse seriamente por si pasarían otro invierno entre los hielos, la certeza de la muerte prosperaba en sus mentes. En octubre las grietas y claros comenzaron a ser cada vez más numerosos, pero las navidades de 1898 llegaron y la locura comenzó a apoderarse de algunos hombres.
A principios de enero de 1899, ante el pánico general, decidieron practicar un canal que les permitiera alcanzar un claro que apareció a sólo 600 m. del barco, fue una labor ardua porque el hielo media más de 2 metros de espesor; invirtieron casi un mes en serrar y demoler de 2.500 a 3.000 m. de hielo. Entre el 1 y el 13 de febrero de 1899 se manifestaron adelantos y atrasos por la continua y caprichosa apertura y cierre de los canales practicados, pero finalmente comenzó a sentirse el oleaje y el barco pudo dar las primeras vueltas de hélice.
El 14 de marzo de 1899, un año después desde que se quedaran atrapados, el barco podía navegar por si mismo y abandonar el lugar de la invernada. Llegaron finalmente a Punta Arenas a finales de mayo de 1899.
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Abel Domínguez R.
Miembro de las Campañas científicas españolas
a la Antártida 1989-90 y 1990-91