Cartas de Relación de Hernán Cortés (V-II)

QUINTA RELACIÓN – Parte 2

La manera deste pueblo es que está en un peñol alto, y por la una parte le cerca una gran laguna y por la otra parte un arroyo muy hondo que entra en la laguna. Y no tiene sino sola una entrada llana, y todo él está cercado de un fosado hondo, y después del fosado un petril de madera hasta los pechos de altura, y después deste petril de madera una cerca de tablones muy gordos de hasta dos estados en alto con sus troneras en toda ella para tirar sus flechas, y a trechos de la cerca unas garitas altas que sobrepujaban sobre la cerca otro estado y medio, ansimismo con sus troneras y muchas piedras encima para pelear dende arriba y sus troneras también en lo alto, y de dentro de todas las casas del pueblo ansimismo sus troneras y traveses a las calles por tan buena orden y concierto que no podía ser mejor, digo para próposito de las armas con que ellos pelean. Aquí hice ir alguna gente por la tierra a buscar la del pueblo, y tomaron dos o tres indios. Y con ellos envié al uno de aquellos mercaderes de Acalan que había tomado en el camino para que buscasen el señor y le dijesen que no hobiese miedo ninguno, sino que se volviese a su pueblo porque yo no le venía a hacer enojo, antes le ayudaría en aquellas guerras que tenía y le dejaría su tierra muy pacífica y segura. Y dende a dos días volvieron y trujeron a un tío del señor consigo, el cual gobernaba la tierra porque el señor era muchacho. Y no vino el señor porque diz que tuvo temor. Y a éste hablé y aseguré, y se fue conmigo hasta otro pueblo de la misma provincia que está siete leguas déste que se llama Tiac. Y tienen guerra con los deste pueblo y está también cercado como estotro y es muy mayor, aunque no es tan fuerte porque está en llano, pero tiene sus cercas y cavas y garitas más recias y más, y cercado cada barrio por sí, que son tres barrios cada uno dellos cercado por sí y una cerca que cerca a todos. A este pueblo había enviado dos capitanías de caballo y una de peones delante y hallaron el pueblo despoblado y en él mucho bastimento, y cerca del pueblo tomaron siete u ocho hombres de los cuales soltaron algunos para que fuesen a hablar al señor y asegurar la gente. E hiciéronlo tan bien que antes que yo llegase habían ya venido mensajeros del señor y traído bastimento y ropa, y depués que yo vine vinieron otras dos veces a nos traer de comer y hablar ansí de parte deste señor deste pueblo como de otros cinco o seis señores que están en esta provincia que son cada uno cabecera por sí, y todos ellos se ofrecieron por vasallos de Vuestra Majestad y nuestros amigos, aunque jamás pude acabar con ellos que los señores me viniesen a ver. Y como yo no tenía espacio para detenerme mucho, enviéles a decir que les agradecía su buena voluntad y que yo los recebía en nombre de Vuestra Alteza y les rogaba que me diesen guías para mi camino adelante, lo cual hicieron de buena voluntad, y me dieron una guía que sabía muy bien hasta el pueblo donde estaban los españoles y los había visto. Y con esto me partí deste pueblo de Tiac y fui a dormir a otro que se llama Yasuncabil que es el postrero de la provincia, el cual ansimesmo estaba despoblado y cercado de la manera que los otros. Aquí había una hermosa casa del señor, aunque de paja. En este pueblo nos proveímos de todo lo que hubimos menester para el camino, porque nos dijo la guía que teníamos cinco días de despoblado hasta la provincia de Taica por donde habíamos de pasar, y ansí era verdad. Desde esta provincia de Maçatlan o Quiache despedí los mercaderes que había tomado en el camino y las guías que traía de la provincia de Acalan y les di lo que yo tenía ansí para ellos como para que llevasen a su señor, y fueron muy contentos. También envié a su casa al señor del primer pueblo que había venido conmigo, y le di ciertas mujeres que habían tomado por los montes de las suyas y otras cosillas de que quedó muy contento.
Salido desta provincia de Maçatlan, seguí mi camino para la de Taiça y dormí cuatro días en despoblado, que todo el camino lo era y de grandes montañas y sierras, y aun hubo en él un mal puerto que por ser todas las peñas y piedras dél de alabastro muy fino le puse nombre puerto de Alabastro. Y al quinto día los corredores que llevaba delante con la guía asomaron a una muy gran laguna que parecía brazo de mar y aun ansí creo que lo es, aunque es dulce, segúnd su grandeza y hondura. Y en una isleta que hay en ella vieron un pueblo, el cual les dijo aquella guía ser el principal de aquella provincia de Taiça y que no teníamos remedio para pasar a él si no fuese en canoas. Y quedaron allí los españoles corredores puestos en salto y volvió uno dellos a hacerme saber lo que pasaba. Yo hice detener toda la gente y pasé adelante para ver aquella laguna y la disposición della, y cuando llegué a los corredores, hallé que habían prendido un indio de los del pueblo que había venido con una canoa chiquita con sus armas a descubrir el camino y ver si había alguna gente. Y aunque venía descuidado de lo que les acaesció se les fuera sino por un perro que tenían, que le alcanzó antes que se echase al agua. Deste indio me informé, y me dijo que ninguna cosa se sabía de mi venida. Preguntéle si había paso para el pueblo y dijo que no, pero dijo que cerca de allí, pasando un brazo pequeño de aquella laguna, había algunas labranzas y casas pobladas, donde creí, si llegásemos sin ser sentidos, hallaríamos algunas canoas. Y luego envié a mandar a la gente que se viniese tras mí, y yo con diez o doce peones ballesteros segui a pie por donde el indio nos trujo y pasamos un gran rato de ciénaga yagua hasta la cinta y otras veces más arríba y llegué a unas labranzas. Y con el mal camino y aun porque muchas veces no podíamos ir sino descubiertos, no podíamos dejar de ser sentidos, y llegamos a tiempo que ya la gente se embarcaba en sus canoas y se hacían al largo de la laguna. Y anduve con mucha priesa por la ribera de aquella laguna dos tercios de legua de labranzas, y en todas habíamos sido sentidos e iban ya huyendo. Ya era tarde y seguir más era en vano. Reposé en aquellas labranzas y recogí toda la gente y aposentéla al mejor recabdo que yo pude, porque me decía la guía de Maçatlan que aquella era mucha gente y muy ejercitada en la guerra a quien todas aquellas provincias comarcanas temían. Y díjome que él quería ir en aquella canoíta en que había venido el indio que tomaron al pueblo que se parecía en la isleta y está bien dos leguas de agua hasta llegar a él; y que hablaría al señor, que él conocía muy bien y se llama Canec, y le diría mi intención y cabsa de mi venida por aquellas tierras, pues había venido conmigo y la sabía y la había visto y creía que se aseguraría mucho y le daría crédito a lo que dijese porque era dél muy conocido y había estado muchas veces en su casa. Y luego le di la canoa y el indio que la había traído con él y le agradeci el ofrecimiento que me hacia y prometí que si lo hiciese bien, que se lo gratificaría muy a su contento, y ansí se fue. Y a medianoche volvió, y con él dos personas honradas del pueblo que dijeron ser enviados de su señor, a me ver y se informar de lo que aquel mensajero mío les había dicho y saber de mí qué era lo que quería. Yo los recibí muy bien y di algunas cosillas y les dije que yo venía por aquellas tierras por mandado de Vuestra Majestad a verlas y hablar a los señores y naturales dellas algunas cosas cumplideras a su real servicio y bien dellos, que dijesen a su señor que le rogaba que, pospuesto todo temor, viniese a donde yo estaba, y que para más seguridad yo les quería dar un español que fuese allá con ellos y se quedase allá en rehenes en tanto que él venía. Y con esto se fueron, y con ellos la guía y un español. Y otro día de mañana vino el señor y hasta treinta hombres con él en cinco o seis canoas y consigo el español que había enviado para las rehenes, y mostró venir muy alegre. Fue de mí muy bien recebido, y porque cuando llegó era hora de misa hice que se dijese cantada y con mucha solemnidad con los menistriles de cheremías y sacabuches que conmigo iban, la cual oyó con mucha atención y las cerimonias della. Y acabada la misa, vinieron allí aquellos religiosos que llevaba, y por ellos les fue fecho un sermón con la lengua en manera que muy bien lo pudo entender acerca de las cosas de nuestra fee, y dándole a entender por muchas razones cómo no había más de un solo Dios y el yerro de su secta. Y segúnd mostró y dijo, satisfízose mucho y dijo que él quería luego destruir sus ídolos y creer en aquel Dios que nosotros le decíamos y que quisiera mucho saber la manera que había de tener para servirle y honrarle, y que si yo quisiese ir a su pueblo vería cómo en mi presencia los quemaba. Y quería que le dejase en su pueblo aquella cruz que le habían dicho que yo dejaba en todos los pueblos por donde yo había pasado. Después deste sermón yo le torné a hablar, haciéndole saber la grandeza de Vuestra Majestad y que cómo él y todos los del mundo éramos sus súbditos y vasallos y le somos obligados a servir, y que a los que ansí lo hacían Vuestra Majestad les mandaría hacer muchas mercedes, y yo en su real nombre lo había fecho en estas partes así con todos los que a su real servicio se habían ofrescido y puesto debajo de su imperial yugo, y que ansí lo prometía a él. El me respondió que hasta entonces no había reconocido a nadie por señor ni había sabido que nadie lo debiese ser; que verdad era que había cinco o seis años que los de Tabasco, veniendo por allí por su tierra, le habían dicho cómo había pasado por allí un capitán con cierta gente de vuestra nación; y que los habían vencido tres veces en batalla, y que después les habían dicho que habían de ser vasallos de un gran señor y todo lo que agora le decía, que le dijese si era todo uno. Yo le respondí que el capitán que los de Tabasco le dijeron que había pasado por su tierra con quien habían peleado era yo, y para que creyese ser verdad, que se informase de aquella lengua que con él hablaba – que es Marina, la que yo conmigo siempre he traído – porque allí me la habían dado con otras veinte mujeres. Y ella le habló y le certificó dello y cómo yo había ganado a México, y le dijo todas las tierrras que yo tengo sujetas y puestas debajo del imperio de Vuestra Majestad. Y mostró holgarse mucho en habello sabido y dijo que él quería ser súbdito y vasallo de Vuestra Majestad y que se tenía por dichoso de serio de un tan gran señor como yo le decía que era Vuestra Alteza, e hizo traer aves y miel y un poco de oro y ciertas cuentas de caracoles colorados, que ellos tienen en mucho, y diómelo. Y yo ansimismo le di algunas cosas de las nuestras, de que mucho se contentó. Y comió conmigo con mucho placer, y después de haber comido yo le dije cómo iba en busca de aquellos españoles que estaban en la costa de la mar porque eran de mi compañía y yo los había enviado y había muchos días que yo no sabía dellos y por eso los venía a buscar, que le rogaba que él me dijese alguna nueva si sabía dellos. Y él me dijo que tenía mucha noticia dellos, porque bien cerca de donde ellos estaban tenía él ciertos vasallos suyos que le servían de ararle ciertos cacaguatales porque era aquella muy buena tierra dellos, y que déstos y de muchos mercaderes que cada día iban y venían de su tierra allá sabía siempre nueva dellos, que él me daría guía para que me llevasen adonde estaban, pero que me hacía saber que el camino era muy áspero, de sierras muy altas y de muchas peñas, que si había de ir por la mar, que no me fuera tan trabajoso. Yo le dije que ya el vía que para tanta gente como yo conmigo traía y el fardaje y caballos que no bastaran navíos, y que me era forzado ir por tierra. Roguéle que me diese orden para pasar aquella laguna, y díjome que yendo por ella arriba hasta tres leguas, se desechaba, y por la costa podía tornar al camino frontero de su pueblo; y que me rogaba mucho que ya que la gente se había de ir por acullá, que yo me fuese con él en las canoas a ver su pueblo y casa y que vería quemar los ídolos y le haría hacer una cruz. Y yo por darle placer, aunque contra la voluntad de los de mi compañía, entré con él en las canoas con hasta veinte hombres, los más dellos ballesteros, y me fui a su pueblo con él, donde nos recibieron bien y nos dieron algunas aves y miel. Y se quemaron y quebraron muchos ídolos y se le puso una cruz después con que quedaron muy contentos, y me estuve con él todo aquel día holgando. Y ya que era casi noche me despedí dél, y me dio una guía y me entré en las canoas y me salí a dormir a tierra, donde hallé ya mucha de la gente de mi compañía que había bajado la laguna, y dormimos allí aquella noche. En este pueblo, digo en aquellas labranzas, quedó un caballo que se hincóun palo por el pie y no pudo andar. Prometióme el señor de lo curar. No sé lo qué hará.
Otro día, después de recogida mi gente me partí por donde las guías me llevaron, y a obra de media legua del aposento di en un poco de llano y cabaña y después torné a dar en otro montecillo que turó obra de legua y media y torné a salir a unos muy hermosos llanos. Y en saliendo a ellos envié muy delante ciertos de caballo y algunos peones porque si alguna gente hobiese por el campo, la tomasen, porque nos dijeron las guías que aquella noche llegaríamos a un pueblo. Y en estos llanos se hallaron muchos gamos y alanceamos a caballo diez y ocho dellos, y con el sol y con haber muchos días que los caballos no corrían, porque nunca habíamos traído tierra para ello sino montes, murieron dos caballos y estuvieron hartos en mucho peligro. Hecha nuestra montería, seguimos nuestro camino adelante, y a poco rato hallé algunos de los corredores que iban delante parados, y tenían cuatro indios cazadores que habían tomado y traían muerto un león y ciertas iguanas, que son unos grandes lagartos que hay en las Islas. Y destos indios me informé si sabían de mí en su pueblo, y dijeron que no y mostráronmele a su vista, que al parecer creí que no podía estar de una legua arriba. Y díme mucha priesa por llegar allá creyendo que no había embarazo ninguno en el camino. Y cuando pensé que llegaba a entrar en el pueblo y vi a la gente entrar por él, fui a dar sobre un gran estero de agua muy hondo, y ansí me detuve y comencélos a llamar. Y vinieron dos indios en una canoa y traían hasta una docena de gallinas, y llegaron así cerca de mí, que estaba dentro del agua hasta la cincha del caballo, y detuviéronse, que nunca quisieron llegar afuera. Y allí estuve con ellos hablando gran rato asegurándolos, y jamás quisieron llegarse a mí, antes comenzaron a volverse al pueblo en su canoa. Y un español que estaba a caballo junto conmigo puso las piernas por el agua y fue a nado tras ellos y de temor desampararon la canoa, y llegaron de presto otros peones nadadores y tomáronlos. Ya toda la gente que habíamos visto en el pueblo se había ido dél. Y pregunté a aquellos indios por dónde podíamos pasar y mostráronme un camino que rodeando una legua arriba se desechaba, y por allí fuimos aquella noche a dormir al pueblo, que hay desde donde partimos aquel día ocho leguas grandes. Llámase este pueblo Checan y el señor dél Amohan. Aquí estuve cuatro días por bastecerme para seis días que me dijeron las guías que tenía de despoblado y por esperar si viniera el señor del pueblo, que le envié a llamar y asegurar con aquellos indios que había tomado. Y nunca él ni ellos vinieron.
Pasados estos días y recogido el más bastimento que por allí se pudo haber, me partí y llevé la primera jornada de muy buena tierra llana y alegre sin monte, sino algunos pedazos. Y andadas seis leguas, al pie de unas sierras y junto a un río se halló una gran casa y junto a ella otras dos o tres pequeñas y alrededor algunas labranzas. Y dijéronme las guías que aquella casa era de Amohan, señor de Checan, y que la tenía allí para venta porque pasaban por allí muchos mercaderes. Allí estuve otro día sin el que llegué, porque era fiesta y por dar lugar a los que iban delante abríendo el camino. Y se hizo en aquel río una muy hermosa pesquería, que atajamos en él mucha cantidad de sabogas y las tomamos todas, sin írsenos una de las que metimos en el atajo. Y otro día me partí y llevé la jornada de harto áspero camino de sierras y montes y anduve siete leguas y fui a dormir a un río grande. Y de ahí salí otro día y habiendo andado tres leguas o casi de harto mal camino, salí a unos llanos muy hermosos sin monte, sino algunos pinares. Duráronnos estos llanos otras dos leguas, y en ellos matamos siete venados y comimos en un arroyo muy fresco que se hacía al cabo destos llanos. Y después de haber comido comenzamos a subir un portezuelo aunque pequeño harto áspero, que de diestro subían los caballos con trabajo, y en la bajada dél hubo hasta media legua de llano. Y luego comenzamos a subir otro que en subida y bajada tuvo bien dos leguas y media, tan áspero y malo que ningúnd caballo quedó que no se desherrase. Y dormí a la bajada dél en un arroyo, y allí estuve otro día casi hasta hora de vísperas esperando que se herrasen los caballos, y aunque había dos herradores y más de diez que ayudaban a echar clavos, no se pudieron en aquel día herrar todos. Y yo me fui aquel día a dormir tres leguas adelante, y quedaron allí muchos españoles ansí por herrar sus caballos como por esperar el fardaje, que por haber sido el camino malo y haberle pasado con mucha agua que llovía no había podido llegar.
Otro día me partí de allí porque las guías me dijeron que cerca estaba una casería que se llama Asuncapin, que es del señor de Tayca, y que llegaríamos allí temprano a dormir. Y después de haber andado cuatro o cinco leguas, llegamos a la dicha casería y la hallamos sin gente, y allí me aposenté y estuve dos días por esperar todo el fardaje y por recoger algúnd bastimento. Y después me partí y fui a dormir a otra casería que se llama Taxuytel, que está cinco leguas destotra y es de Amuhan, señor de Checan, donde había muchos cacagüetales y algún maíz, aunque poco y verde. Aquí me dijeron las guías y el principal desta casería – que se hubo él y su mujer y un su hijo – que habíamos de pasar unas muy altas y agrías sierras todas despobladas hasta llegar a otras caserías que son de Canec, señor de Tayca, que se llaman Tenciz. Y no reposa mos aquí mucho, que luego otro día nos partimos. Y habiendo andado dos leguas de tierra llana comenzamos a subir el puerto, que fue la cosa del mundo más maravillosa. Y querer yo decir la aspereza y fragosidad deste puerto y sierras ni quien mejor que yo lo supiese lo podría explicar ni quien lo oyese lo podría entender, sino que sepa Vuestra Majestad que en ocho leguas que turó este puerto estuvimos en las andar doce días digo los postreros, en llegar al cabo dél, en que muríeron sesenta y ocho caballos despeñados y desjarretados, y todos los demás vinieron heridos y tan lastimados que no pensamos aprovechamos de ninguno. Y ansí muríeron de las herídas y del trabajo de aquel puerto sesenta y ocho caballos, y los que escaparon estuvieron más de tres meses en tomar en sí. En todo este tiempo que pasamos este puerto jamás cesó de llover de noche y de día, y eran las sierras de tal calidad que no se detenía en ellas agua para poder beber. Padecimos mucha necesidad de sed y los más de los caballos murieron por esta falta, y si no fuera porque de los ranchos y chozas que cada noche hacíamos para nos meter – que dellos cogíamos agua en calderas y otras vasijas, que como llovía tanto había para nosotros y para los caballos – fuera imposible escapar ningúnd hombre ni caballo de aquellas sierras. En este camino cayó un sobrino mío y se quebró una píerna por tres o cuatro partes, que demás del trabajo que él recibió nos acrecentó el de todos por sacarle de aquellas sierras, que fue harto dificultoso. Para mayor desconsuelo de nuestros trabajos hallamos una legua antes de llegar a Tenciz un muy gran río que con las muchas agua iba tan crecido y recio que era imposible pasarlo. Y los españoles que fueron delante habían subido el río arríba y hallaron un vado el más maravilloso que hasta hoy se ha oído decir ni se puede pensar, y es que por aquella parte se tiende el río más de dos tercios de legua porque unas peñas muy grandes que se ponen delante le hacen tender, y hay entre estas peñas y angosturas por donde pasa el río la cosa más espantosa de recia que puede ser, y déstas hay muchas, que por otra parte no puede pasar el río sino por entre aquellas peñas. Y allí cortábamos árboles grandes que se atravesaban de una peña a otra, y por allí pasábamos tanto peligro asidos por unos bejucos que también se ataban de una parte a otra que a resbalar un poquito era imposible escaparse quien cayese. Había déstos pasos hasta acabar de pasar el río hasta veinte y tantos, de manera que se estuvo en pasar el río dos días por este vado. Y los caballos pasaron a nado por abajo, que iba algo más mansa el agua, y estuvieron tres días muchos dellos en llegar a Tenciz – que no había, como digo, más de una legua – porque venían tan maltratados de las sierras que casi los llevaban a cuestas y no podían ir.
Yo llegué a estas caserías de Tenciz víspera de Pascua de Resurrección a quince días del mes de abril del año de mill y quinientos y veinte y cinco, y mucha de la gente no llegó hasta tres días adelante, digo los que tenían caballos, que se detuvieron por ellos. Y dos días antes que yo llegase habían llegado los españoles que llevaban la delantera, y hallaron gente en tres o cuatro casas de aquéllas y tomaron veinte y tantas personas porque estaban muy descuidados de nuestra venida. Y a aquéllos pregunté si había algunos bastimentos y dijeron que no, ni se pudieron hallar por toda la tierra, que nos puso en harta más necesidad que traíamos, porque había diez días que no comíamos sino cuescos de palmas y palmitos, y aun déstos se comían pocos porque no teníamos ya fuerzas para cortalIos. Pero díjome un principal de aquellas caserías que a una jornada de allí el río arriba, que lo habíamos de tornar a pasar por donde le habíamos pasado, había mucha población de una provincia que se llama Tahuycal, y que allí había mucha abundancia de bastimentos de maíz y cacao y gallinas, y que él me daría quien me guiase allá. Luego proveí que fuese allá un capitán con treinta peones y más de mill indios de los que iban conmigo, y quiso Nuestro Señor que hallaron mucha abundancia de maíz y hallaron la tierra despoblada de gente y de allí nos remediamos, aunque por ser tan lejos nos proveíamos con trabajo.
Desde estas estancias envié con una guía de los naturales dellas ciertos españoles ballesteros que fuesen a mirar el camino que habían de llevar hasta una provincia que se llama Acuculin, y que llegasen a una aldea de la dicha provincia que está diez leguas de donde yo llegué y seis de la cabecera de la provincia que se llama, como digo, Acuculin y el señor della Acahuilguin. Y llegaron sin ser sentidos y de una casa tomaron siete hombres y una mujer y volviéronse. Y dijeron que el camino era hasta donde ellos habían llegado harto trabajoso, pero que les había parecido muy bueno en comparación de los que habían pasado. Déstos indios que trujeron estos españoles me informé de los cristianos que iba a buscar, y entre ellos venía uno natural de la provincia de Aculan que dijo que era mercader y tenía su casa de asiento de mercadería en el pueblo donde residían los españoles que yo iba a buscar, que se llama el pueblo Nito, donde había mucha contratación de mercadería y de todas partes, y que los mercaderes naturales de Aculan tenían en él un barrio por sí, y con ellos estaba un hermano de Apaspolon, señor de Aculan; y que los cristianos les habían salteado de noche y les habían tomado el pueblo y todas las mercaderías que en él tenían, que eran en mucha cantidad porque había mercaderes de muchas partes, y que desde entonces, que podía haber cerca de un año, todos se habían ido por otras provincias; y que él y ciertos mercaderes de Aculan habían pedido licencia a Acahuilguin, señor de Acuculin, para poblar en su tierra, y habían hecho en cierta parte que él les señaló un pueblezuelo donde vivían y dende allí contrataban, aunque ya el trato estaba muy perdido después que aquellos españoles allí habían venido, porque era por allí el paso y no osaban pasar por ellos; y que él me guiaría hasta donde estaban, pero que habíamos de pasar allí junto a ellos un gran brazo de mar y antes de llegar allí muchas sierras y malas, y que había desde allí diez jornadas. Holgué mucho con tener tan buena guía e hícele mucha honra, y habláronle las guías que yo llevaba de Maçatlan y Tayca, diciéndole cuán bien tratados habían sido de mí y cuán amigo era yo de Apaspolon, su señor, y con esto paresció que él se aseguró más. Y fiándome de su seguridad, le mandé soltar a él y a los que con él habían traído, y con su confianza hice que se volviesen de allí las guías que traía y les di algunas cosillas para ellos y para sus señores y les agradecí sus trabajos, y se fueron muy contentos. Luego envié cuatro de aquéllos de Acuculin con otros dos de los de aquellas caserías de Tenciz para que fuesen a hablar al señor de Acuculin y le asegurasen porque no se ausentase, y tras ellos envié los que iban abriendo el camino. Y yo me partí desde ahí a dos días por la necesidad de los bastimentos aunque teníamos harta de reposar, en especial por amor de los caballos, pero llevando los más dellos de diestro, nos fuimos. Y aquella noche amaneció ido el que había de ser guía y los que con él quedaron, de que Dios sabe lo que sentí, por haber enviado las otras. Seguí mi camino y fui a dormir a un monte cinco leguas de allí donde se pasaron hartos malos pasos y aun se desjarretó otro caballo que había quedado sano que hasta hoy lo está. Y otro día anduve seis leguas y pasé dos rios. El uno se pasó por un árbol que estaba caído que atravesaba de la una parte a la otra, con que hecimos sobre él con que pasase la gente para que no cayesen, y los caballos le pasaron a nado y se ahogaron en él dos yeguas. Y el otro se pasó en unas canoas, y los caballos también a nado. Y fui a dormir a una población pequeña de hasta quince casas todas nuevas, y supe que aquellas eran donde los mercaderes de Acalan que habían salido deste pueblo donde los cristianos están habían poblado. Allí estuve yo un día esperando recoger el fardaje y gente. Y envié delante dos compañías de caballos y una de peones al pueblo de Acuculin, y escribiéronme cómo le habían hallado despoblado y en una casa grande que es del señor habían hallado dos hombres que les dijeron que estaban allí por mandado del señor esperando a que yo llegase para se lo ir a hacer saber porque él había sabido de mi venida de aquellos mensajeros que yo le había enviado desde Tenciz, y que él holgaba de verme y vernía en sabiendo que yo era llegado, y que se había ido el uno dellos a llamar al señor y a traer algún bastimento, y el otro había quedado. Escribiéronme también que habían hallado cacao en los árboles pero que no habían hallado maíz, pero que había razonable pasto para los caballos. Como yo llegué a Acuculin, pregunté si había venido el señor o vuelto el mensajero, y me dijeron que no. Y hablé al que había quedado, preguntándole cómo no habían venido. Respondióme que no sabía, que él también estaba espantado dello, pero que podria ser que hobiese aguardado a saber que yo fuese venido y que agora que ya lo sabía, vernía. Esperé dos días y como no vino tornéle a hablar, y díjome que él no sabía qué era la cabsa de no haber venido, pero que le diese algunos españoles que fuesen con él, que él sabía dónde estaba y que lo llamarían. Y luego fueron con él diez españoles, y llevó los bien cinco leguas por unos montes hasta unas chozas que hallaron vacías donde, segúnd dijeron los españoles, parescía bien que había estado gente poco había. Y aquella noche se les fue la guía y se volvieron. Ansí quedé del todo sin guía, que fue harta cabsa de doblamos los trabajos. Y envié cuadrillas de gente, ansí españoles como indios, por toda la provincia, y anduvieron por todas las partes della más de ocho días y jamás pudieron hallar gente ni rastro della si no fueron unas mujeres que hicieron poco fruto a nuestro propósito, porque ni ellas sabían camino ni dar razón del señor ni gente de la provincia. Y una dellas dijo que sabía un pueblo dos jornadas de allí que se llamaba Chianteca, y que allí se hallaría gente que nos diese razón de aquellos españoles que buscábamos, porque había en el dicho pueblo muchos mercaderes y personas que trataban en muchas partes. Y ansí envié luego gente y a esta mujer por guía, y aunque era el pueblo dos jornadas buenas de donde yo estaba y todo despoblado y mal camino, los naturales dél estaban ya avisados de mi venida y no se pudo tomar tampoco guía. Quiso Nuestro Señor que estando ya casi sin esperanza, por estar sin guía y porque de la aguja no nos podíamos aprovechar por estar metidos entre las más ásperas y bravas sierras que jamás se vieron sin hallar camino que para ninguna parte saliese más del que hasta allí habíamos llevado, que se halló por unos montes un muchacho de hasta quince años que, preguntándole, dijo que él nos guiaría hasta unas estancias de Taniha, que es otra provincia que llevaba yo en mi memoría que había de pasar, las cuales estancias dijo estar dos jornadas de allí. Y con esta guía me partí y en dos días llegué a aquellas estancias donde los corredores que iban delante tomaron un indio viejo, y éste nos guió hasta los pueblos de Taniha, que están otras dos jornadas adelante. Y en estos pueblos se tomaron cuatro indios, y luego como les pregunté, me dieron muy cierta nueva de los españoles que buscaba, diciendo que los había visto y que estaban dos jornadas de allí en el mismo pueblo que yo llevaba en mi memoria que se llama Nito, que por ser pueblo de mucho trato de mercaderes se tenía dél mucha noticia en muchas partes – y ansí me la dieron dél en la provincia de Aculan, de que ya a Vuestra Majestad he hecho relación – , y aun trujéronme dos mujeres de las naturales del dicho pueblo Nito donde estaban los españoles, las cuales me dieron más entera noticia porque dijeron que al tiempo que los cristianos tomaron aquel pueblo ellas estaban en él, y como los saltearon de noche las habían tomado entre otras muchas que allí tomaron, y que habían servido a ciertos cristianos dellos los cuales nombraban por sus nombres.
No podré sinificar a Vuestra Majestad la mucha alegría que yo y todos los de mi compañía tuvimos con las nuevas que los naturales de Tahiba nos dieron, por hallarnos ya tan cerca del fin de tan dudosa jornada como la que traíamos era, que aunque en aquellas cuatro jornadas que desde Acuculin allí trujimos se pasaron innumerables trabajos porque fueron todas sin camino y de muy ásperas sierras y despeñaderos donde se despeñaron algunos de los caballos que nos quedaban – y un primo mío que se dice Juan de Avalos rodó él y su caballo una sierra abajo donde se quebró un brazo, y si no fuera por las platas de un arnés que llevaba vestido que le defendieron de las piedras se hiciera pedazos, y fue harto trabajoso de le tornar a sacar arriba – y otros muchos trabajos que serían largos de contar que aquí se nos ofrecieron, en especial de hambre – porque aunque traíamos algunos puercos de los que saqué de México que aún no eran acabados había más de ocho días cuando a Taniha llegamos que no comíamos pan sino palmitos cocidos con la carne y sin sal, porque había muchos días que nos había faltado, y con algunos cuescos de palmas nos pasábamos, y tampoco hallamos en estos pueblos de Taniha cosa ninguna de comer, porque como estaban tan cerca los españoles estaban despoblados mucho había creyendo que habían de venir a ellos, aunque desto podían estar bien seguros segúnd yo hallé a los españoles – , con las nuevas de hallarnos tan cerca olvidamos estos trabajos pasados y púsonos esfuerzo para sufrir los presentes que no eran de menor condición, en especial el de la hambre, que era el mayor porque aun de aquellos palmitos sin sal no teníamos abasto, porque se cortaban con mucha dificultad de unas palmas muy gordas y altas, que en todo un día dos hombres tenían que hacer en cortar uno, y cortado, le comían en media hora.
Estos indios que me dieron las nuevas de los españoles me dijeron que hasta llegar allá había dos jornadas de mal camino, y que junto con el dicho pueblo de Nito donde los españoles estaban estaba un muy gran río que no se podía pasar sin canoas, porque era tan ancho que no era posible pasarle a nado. Luego despaché quince españoles de los de mi compañía a pie con una de aquellas guías para que viesen el camino y el río, y mandéles que trabajasen de haber alguna lengua de aquellos españoles sin ser sentidos para me informar qué gente era, si era de la que yo había enviado con Cristóbal de Olid o Francisco de las Casas, o de la de Gil González de Avila, y ansí fueron. Y el indio los guió hasta el dicho río donde tomaron una canoa de unos mercaderes, y tomada, estuvieron allí dos días escondidos. Y a cabo deste tiempo salió del pueblo de los españoles, que estaba de la otra parte del río, una canoa con cuatro españoles que andaban pescando, a los cuales tomaron sin se les ir ninguno y sin ser sentidos en el pueblo, los cuales me trujeron. Y me informé dellos y supe que aquella gente que allí estaba eran de los de Gil Gonzáles de Avila y que estaban todos enfermos y casi muertos de hambre. Y luego despaché dos criados mios en la canoa que aquellos españoles traían para que fuesen al pueblo de los españoles con una carta mía en que les hacía saber de mi venida, y que yo me iba a poner al paso del río y que les rogaba mucho me enviasen allí todo el aderezo de barcas o canoas que tuviesen en que pasase. Y yo me fui luego con toda mi compañía al dicho paso del río, que estuve tres días en llegar a él. Y allí vino un Diego Nieto, que dijo estar allí por justicia, y me trujo una barca y una canoa en que yo con diez o doce pasé aquella noche al pueblo y aun me vi en harto trabajo, porque nos tomó un viento al pasar y como el río es muy ancho allí a la boca de la mar por donde le pasamos, estuvimos en mucho peligro de perdernos, y plugo a Nuestro Señor de sacarnos a puerto. Otro día hice aderezar otra barca que allí estaba y buscar más canoas y atarlas de dos en dos, y con este aderezo pasó toda la gente y caballos en cinco o seis días.
La gente de españoles que yo allí hallé fueron hasta sesenta hombres y veinte mujeres que el capitán Gil Gonzáles de Avila allí había dejado, los cuales los hallé tales que era la mayor compasión del mundo de los ver, y de ver las alegrías que con mi venida hicieron, porque en verdad si yo no llegara fuera imposible escapar ninguno dellos, porque demás de ser pocos y desarmados y sin caballos estaban muy enfermos y Ilagados y muertos de hambre, porque ya se les acababan los bas timentos que habían traído de las Islas y alguno que habían habido en aquel pueblo cuando lo tomaron a los naturales dél, y acabados, no tenían remedio de donde haber otros porque no estaban para irlos a buscar por la tierra, y ya que los tuvieran, estaban en tal parte asentados que por ninguna tenían salida, digo, que ellos supiesen ni pudiesen hallar – segúnd se halló después con dificultad – y la poca posibilidad que ellos habían para salir a ninguna parte, porque a media legua de donde estaban poblados jamás habían salido por tierra. Vista la gran necesidad de aquella gente, determiné de buscar un remedio para sostenerlos en tanto que le hallaba para poderlos enviar a las Islas donde se aviasen, porque de todos ellos no había ocho para que pudiesen quedar en la tierra, ya que se hobiese de poblar. Y luego de la gente que yo truje envié por muchas partes por la mar en dos barcas que allí tenían y en cinco o seis canoas. Y la primera salida que se hizo fue a una boca de un río que se llama Yasa que está diez leguas deste pueblo donde yo hallé estos cristianos hacia el camino por donde había venido, porque yo tenía noticia que allí había pueblos y muchos bastimentos. Y fue esta gente y llegaron al río y subieron por él seis leguas arriba y dieron en unas labranzas asaz grandes, y los naturales de la tierra sintiéronlos venir y alzaron todos los bastimentos que tenían en unas caserías que por aquellas estancias había, y sus mujeres e hijos y haciendas y ellos se escondieron en los montes. Y como los españoles llegaron por aquelllas caserías dicen que les hizo una grande agua y re cogiéronse a una gran casa que allí había, y como descuidados y mojados, todos se desarmaron y aun muchos se desnudaron para enjugar sus ropas y calentarse a fuegos que habían fecho. Y estando así descuidados, los naturales de la tierra dieron sobre ellos, y como los tomaron desapercibidos hirieron muchos dellos de tal manera que les fue forzado tornar a embarcar y venir donde yo estaba sin más recabdo del que habían llevado. Y como vinieron Dios sabe lo que yo sentí, ansí por verlos heridos, y aun algunos dellos peligrosos, y por el favor que a los indios les quedaría, como por el poco remedio que trujeron para la gran necesidad en que estábamos.
Luego a la hora en las mismas barcas y canoas torné a embarcar otro capitán con más gente, ansí de españoles como de los naturales de México que conmigo fueron. Y porque no pudo ir toda la gente en las dichas barcas, hícelos pasar de la otra parte de aquel gran río que está cabe este pueblo, y mandé que se fuesen por toda la costa y que las barcas y canoas se fuesen tierra a tierra junto con ellos para pasar los ancones y ríos, que hay muchos. Y ansí fueron, y llegaron a la boca del dicho río donde primero habían herio los otros españoles y volviéronse sin hacer cosa ninguna ni traer recabdo de bastimento más de tomar cuatro indios que iban en una canoa por la mar. Y preguntados cómo se venían ansí, dijeron que con las muchas aguas que hacía venía el río tan furioso que jamás habían podido subir por el agua arríba una legua, y que creyendo que amansara habían estado esperando a la boca ocho días sin ningún bastimento ni fuego más de frutas de árboles silvestres, de que algunos vinieron tales que fue menester harto remedio para escaparlos.
Vídeme aquí en harto aprieto y necesidad, que si no fuera por unos pocos puercos que me habían quedado del camino, que comíamos con harta regla y sin pan ni sal, todos nos quedáramos aislados. Pregunté con la lengua a aquellos indios que habían tomado en la canoa sí sabían ellos por allí a alguna parte donde pudiésemos ir a buscar bastimentos, prometiéndoles que si me encaminasen donde los hobiese, que los pondría en su libertad y demás les daría muchas cosas. Y uno dellos me dijo que él era mercader y todos los otros sus esclavos y que él había ido por allí de mercaduría muchas veces con sus navíos y que él sabía un estero que atravesaba desde allí hasta un gran río por donde en tiempo que hacía tormentas y no podían navegar por la mar todos los mercaderes atravesaban, y que en aquel río había muy grandes poblaciones y de gente muy rica y abastada de bastimentos; y que él los guiaría a ciertos pueblos donde muy cumplidamente pudiesen cargar de todos los bastimentos que quisiesen, y porque yo fuese cierto que él no mentía, que le llevase atado con una cadena, para que si no fuese ansí yo le mandase dar la pena que mereciese. Y luego hice aderezar las barcas y canoas y metí en ellas toda cuanta gente sana en mi compañía había y envié los con aquella guía. Y fueron, y a cabo de diez días volvieron de la manera que habían ido, diciendo que la guía los había metido por unas ciénagas donde las barcas ni canoas no podían navegar, y que habían hecho todo lo posible por pasar y que jamás habían hallado remedio. Pregunté a la guía cómo me había burlado. Respondióme que no había, sino que aquellos españoles con quien yo le envié no habian querido pasar adelante, que ya estaban muy cerca de atravesar a la mar adonde el río salía, y aun muchos de los españoles confesaron que habían oído muy claro el ruido de la mar y que no podía estar muy lejos de donde ellos habían llegado. No se puede decir lo que sentí en verme tan sin remedio, que casi estaba sin esperanza dél y con pensamiento que ninguno podía escapar de cuantos allí estábamos sino morir de hambre.
Estando en esta perplejidad, Dios Nuestro Señor, que de remedio a semejantes necesidades siempre tiene cargo, en especial a mi inmérito, que tantas veces me ha remediado y socorrido en ellas por andar yo en el real servicio de Vuestra Majestad, aportó allí un navío que venía de las Islas harto sin sospecha de hallarme, el cual traia hasta treinta hombres, sin la gente que navegaba el dicho navío, y trece caballos y setenta y tantos puercos y doce botas de carne salada y pan hasta treinta cargas de lo de las Islas. Dimos todos muchas gracias a Nuestro Señor que en tanta necesidad nos había socorrido, y compré todos aquellos bastimentos y el navío, que me costó todo cuatro mill pesos. Y ya yo me había dado priesa a adobar una carabela que aquellos españoles tenían casi perdida y a hacer un bergantín de otros que allí había quebrados, y cuando este navío vino ya la carabela estaba adobada, aunque el bergantín no creo que pudiéramos dar fin si no viniera aquel navío, porque vino en él hombre que aunque no era carpintero tuvo para ello tal buena manera. Y andando después por la tierra por unas y otras partes, se halló una vereda por unas muy ásperas sierras que a diez y ocho leguas de allí fue a salir a cierta población que se dice Leguela donde se hallaron muchos bastimentos, pero como estaban tan lejos y de tan mal camino era imposible proveernos dellos.
De ciertos indios que se tomaron allí en Leguela se supo que Naco es un pueblo donde estuvieron Francisco de las Casas y Cristóbal de Olid y Gil Gonzáles de Avila y donde el dicho Cristóbal de Olid murió, como ya a Vuestra Majestad tengo fecha relación y adelante diré, de que yo tuve noticia por aquellos españoles que hallé en aquel pueblo. Y luego hice abrir el camino y envié un capitán con toda la gente y caballos, que en mi compañía no quedaron sino los enfermos y los criados de mi casa y algunas personas que se quisieron quedar conmigo para ir por la mar. Y mandé a aquel capitán que se fuese hasta el dicho pueblo de Naco y que trabajase de apaciguar la gente de aquella provincia, porque quedó algo alborotada del tiempo que allí estuvieron aquellos capitanes; y que llegado, luego enviase diez o doce de caballo y otros tantos ballesteros a la bahía de Sant Andrés, que está veinte leguas del dicho pueblo, porque yo me partiría por la mar con aquellos navíos y con ellos todos aquellos enfermos y gente que conmigo quedaba y me iría a la dicha bahía y puerto de Sant Andrés; y que si yo llegase primero, esperaría allí la gente que él había de enviar, y que les mandase que si ellos llegasen primero, también me esperasen para que les dijese lo que habían de hacer.
Después de partida esta gente y acabado el bergantín, quise meterme con la gente en los navíos para navegar, y hallé que aunque teníamos algúnd bastimento de carne que no lo teníamos de pan, y que era gran inconveniente meterme en la mar con tanta gente enferma, porque si algúnd día los tiempos nos detuviesen sería perecer todos de hambre en lugar de buscar remedio. Y buscando manera para le hallar, me dijo el que estaba por capitán de aquella gente que cuando luego allí habían venido que vinieron docientos hombres, y que traían muy buen bergantín y cuatro navíos, que eran todos los que Gil Gónzales había traído; y que con el dicho bergantín y con las barcas de los navíos habían subido aquel río arriba, y que habían hallado en él dos golfos grandes todos de agua dulce y alrededor dellos muchos pueblos y de muchos bastimentos; y que habían llegado hasta el cabo de aquellos golfos, que era catorce leguas el río arríba, y que había tornado a se angostar el río y que venía tan furíoso que en seis días que quisieron subir por él arríba no habían podido subir sino cuatro leguas, y que todavía iba muy hondable y que no había sabido el secreto dél; y que allí creía él que había bastimentos de maíz hartos, pero que yo tenía poca gente para ir allá porque cuando ellos habían ido habían saltado ochenta hombres en un pueblo, y aunque lo habían tomado sin ser sentidos, pero después, que se habían juntado y peleado con ellos y fécholes embarcar por fuerza y les habían herido cierta gente.
Yo viendo la extrema necesidad en que estaba y que era más peligro meterme en la mar sin bastimentos que no irlos a buscar por tierra, pospuesto todo, me determiné de subir aquel río arriba, porque demás de no poder hacer otra cosa sino buscar de comer para aquella gente, pudiera ser que Dios Nuestro Señor fuera servido que de allí se supiera algúnd secreto en que yo pudiera servir a Vuestra Majestad. E hice luego contar la gente que tenía para poder ir conmigo y hallé hasta cuarenta españoles, aunque no todos muy sueltos, pero todos podían servir para quedar en guarda de los navíos cuando yo saltase en tierra. Y con esta gente y con hasta cincuenta indios que conmigo habían quedado de los de Méxíco me metí en el bergantín que ya tenía acabado y en dos barcas y en cuatro canoas, y dejé en aquel pueblo un despensero mío que tuviese cargo de dar de comer a aquellos enfermos que allí quedaban. Y así seguí mi camino el río arriba con harto trabajo por la gran corriente dél, y en dos noches y un día salí al primero de los dos golfos que arriba se hacen que está tres leguas de donde partí, el cual bojará doce leguas. Y en todo este golfo no hay población alguna porque en torno dél es todo anegado. Y navegué un día por este golfo hasta llegar a otra angostura que el río hizo y entré por ella, y otro día por la mañana llegué al otro golfo que era la cosa más hermosa del mundo de ver, que entre las más ásperas y agrias sierras que pueden ser estaba una mar tan grande que boja más de treinta leguas. Y fui por la costa dél hasta que ya casi noche se halló una entrada de camino hacia la tierra, y luego salté en ella con treinta hombres y con todos los indios y seguí aquel camíno, y a dos tercios de legua fui a dar en un pueblo donde, segúnd paresció, había sido sentido, y estaba todo despoblado y sin cosa nínguna. Hallamos en el campo mucho maíz verde, y así que comimos aquella noche. Y otro día de mañana, viendo que de allí no nos podíamos proveer de lo que veníamos a buscar, cargamos de aquel maíz verde para comer y volvimos a las barcas sin haber rencuentro ninguno ni ver gente de los naturales de la tierra. Y embarcados, atravesé de la otra parte del golfo, y en el camino nos tomó un poco de tiempo contrario, que atravesamos con trabajo y se perdió una canoa, aunque la gente fue socorrida con una barca, que no se ahogó sino un indio. Y tomamos la tierra ya muy tarde cerca de noche y no podimos saltar en ella hasta otro día por la mañana que con las barcas y canoas subimos por un riatillo pequeño que allí estaba. Y quedó el bergantín fuera y fui a dar en un camino, y allí salté con treinta hombres y con todos los indios. Y mandé volver las barcas y canoas al bergantín y yo seguí aquel camino, y luego a un cuarto de legua de donde desembarqué di en un pueblo que, segúnd paresció, había muchos días que estaba despoblado, porque las casas estaban todas llenas de hierba, aunque tenían muy buenas huertas de cacaguatales y otros árboles de fruta. Y anduve por el pueblo buscando si había camino que saliese a alguna parte, y hallé uno muy cerrado que parescía que había mucho tiempo que no se seguía, y como no hallé otro seguí por él y anduve aquel día cinco leguas por unos montes que casi todas las anduvimos con manos y pies segúnd era cerrado, y fui a dar a una labranza de maizales adonde en una casita que en ella había se tomaron tres mujeres y un hombre cuya debía ser aquella labranza. Y éstas nos guiaron a otras donde se tomaron otras dos mujeres, y guiáronnos por un camino hasta nos llevar adonde estaba otra gran labranza y en medio della hasta cuarenta casillas muy pequeñas que nuevamente parecían ser hechas. Y segúnd pareció, fuimos sentidos antes que llegásemos, y toda la gente eran huidos por los montes. Y como se tomaron ansí de improviso no pudieron recoger tanto de lo que tenían que no nos dejaron algo, en especial gallinas, palomas, perdices y faisanes que tenían en jaulas, aunque maíz seco ni sal no hallamos. Allí estuve aquella noche, que remediamos aquella necesidad de la hambre que traíamos porque hallamos maíz verde con que comimos estas aves. Y habiendo más de dos horas que estábamos dentro en aquel pueblezuelo, vinieron dos indios de los que vivían en él muy descuidados de hallar tales huéspedes en sus casas, y fueron tomados por las velas que yo tenía. Y preguntados si sabían de algúnd pueblo por allí cerca dijeron que sí y que ellos me llevarían allá otro día, pero que habíamos de llegar casi noche. Y otro día de mañana nos partimos con aquellas guías, y nos llevaron por otro camino más malo que el del día pasado, porque demás de ser tan cerrado como él, a tiro de ballesta pasábamos un río que todos iban a dar en aquel golfo, y deste grande ayuntamiento de aguas que baja de todas aquellas sierras se hacen aquellos golfos y ciénagas y sale aquel río tan poderoso a la mar, como a Vuestra Majestad he dicho. Y ansí, continuando nuestro camino, anduvimos siete leguas sin llegar a poblado, en que se pasaron cuarenta y cinco ríos cabdales, sin muchos arroyos que no se contaron. Y en el camino se tomaron tres mujeres que venían de aquel pueblo adonde nos llevaba la guía cargadas de maíz, las cuales nos certificaron que la guía nos decía verdad. Y ya que el sol era puesto o se quería poner, sentimos cierto ruido de gente y unos atabales, e hice parar toda la gente y pregunté a aquellas mujeres que qué era aquello, y dijéronme que era cierta fiesta que hacían aquel día. E hice poner toda la gente en el monte lo mejor y más secretamente que yo pude y pusimos escuchas casi junto al pueblo y otras por el camino porque si viniese al gúnd indio lo tomasen, y ansí estuve toda aquella noche con la mayor agua que nunca se vido y con la mayor pestilencia de mosquitos que se podía pensar. Y era tal el monte y el camino y la noche tan oscura y tempestosa que dos o tres veces quise salir para ir a dar en el pueblo y jamás acerté a dar en el camino aunque estábamos tan cerca del pueblo que casi oíamos hablar la gente dél, y ansí fue forzado esperar a que amaneciese. Y fuimos a tan buen tiempo que los tomamos todos durmiendo. Yo había mandado que nadie entrase en casa ni diese voz, sino que cercásemos estas casas más principales, en especial la del señor y una grande atarazana en que nos habían dicho aquellas guías que dormía toda la gente de guerra. Y quiso nuestra dicha que la primera casa con que fuimos a topar fue aquélla donde estaba la gente de guerra. Y como hacía ya claro, que todo se vía, uno de los de mi compañía que vido tanta gente y armas en aquella casa parescióle que era bien, segúnd que nosotros éramos pocos y a él le parecían los contrarios muchos aunque estaban durmiendo, que debía invocar algún auxilio, y así comenzó a grandes voces a decir «iSantiago, Santiago!», a las cuales los indios recordaron, y dellos acertaron a tomar las armas y dellos no. Y como la casa donde estaban no tenía pared ninguna por ninguna parte, sino sobre postes armado el tejado, salían por donde querían porque no la pudimos cercar toda. Y certifico a Vuestra Majestad que si aquél no diera aquellas voces todos se prendieran sin se nos ir ninguno, que fuera la más hermosa cabalgada que nunca se vido en estas partes y aun pudiera ser cabsa de dejar todo aquello pacífico tornándolos a soltar y diciéndoles la causa de mi venida a aquellas partes y asegurándolos, y viendo que no les hacíamos mal, antes los soltábamos teniéndolos presos, pudiera ser que se hiciera mucho fruto. Y ansí fue al revés. Prendimos hasta quince hombres y hasta veinte mujeres y murieron otros diez o doce que no se dejaron prender, entre los cuales murió el señor sin ser conocido hasta que, después de muerto, me le mostra ron los presos. Tampoco en este pueblo hallamos cosa que nos aprovechase, porque aunque hallábamos maíz verde, no era para el bastimento que veníamos a buscar.
En este pueblo estuve dos días porque la gente descansase. Y pregunté a los índíos que allí se prendieron si sabían adonde hobiese bastimento de maíz seco y dijeron que sí, que ellos sabían un pueblo que se llama Chacujal que era muy grande pueblo y muy antiguo y que era muy abastado de todo género de bastimentos. Y después de haber estado aquí estos dos días partíme guiándome aquellos indios para el pueblo que dijeron, y anduve aquel día seis leguas grandes tambíén de mal camino y de muchos ríos y llegué a unas muy grandes labranzas. Y dijéronme las guías que aquéllas eran del pueblo donde íbamos, y fuimos por ellas bien dos leguas por el monte por no ser sentidos. Y tomáronse de leñadores y otros labradores que andaban por aquellos montes a caza ocho hombres que venían muy seguros a dar sobre nosotros, y como yo llevaba siempre mis corredores delante tomáronlos sin se ir ninguno. Y ya que se quería poner el sol dijéronme las guías que me detuviese porque ya estábamos muy cerca del pueblo, y ansí lo hice, que me estuve en un monte hasta que fue tres horas de la noche. Y luego comencé a caminar y fui a dar a un río que le pasamos a los pechos, e iba tan recio que fue harto peligroso de pasar, sino que con ir asidos todos unos a otros pasamos sin que nadie peligrase. Y en pasando el río, me dijeron las guías que el pueblo estaba ya junto, e hice parar toda la gente y fui con dos compañeros hasta que llegué a ver las casas del pueblo y aun oírlos hablar, y parescióme que la gente estaba sosegada y que no éramos sentidos. Y volvíme a la gente e hícelos que reposasen, y puse seis hombres a vista del pueblo de la una parte y de la otra del camino y volvíme a reposar donde la gente estaba. Y ya que me reposaba sobre unas pajas, vino una de las escuchas que tenía puestas y díjome que por el camino venía mucha gente con armas y que venían hablando y como gente descuidada de nuestra venida. Y apercebí la gente lo más paso que yo pude, y como el trecho de allí al pueblo era poco vinieron a dar sobre las escuchas, y como las sintieron soltaron una rociada de flechas e hicieron mandado al pueblo, y ansí se fueron retrayendo y retirando y peleando hasta que entramos en el pueblo, y como hacía oscuro luego desaparecieron por entre las calles. Y yo no consentí desmandar la gente porque era de noche y también porque creí que habíamos sido sentidos y tenían alguna celada. Y con mi gente junta salí a una gran plaza donde ellos tenían sus mesquitas y oratorios, y como vimos las mezquitas y aposentos alrededor dellas a la forma y manera de Culúa púsonos más espanto del que traíamos, porque hasta allí después que pasamos de Acalan no las habíamos visto de aquella manera. Y hubo muchos votos de los de mi compañía en que decían que luego nos tornásemos a salir del pueblo y pasásemos aquella noche en el río antes que los del pueblo no sintiesen que éramos pocos y nos tomasen aquel paso. Y en la verdad no era muy mal consejo, porque todo era razón de temer según lo que habíamos visto del pueblo. Y ansí estuvimos recogidos en aquella plaza gran rato que nunca sentimos rumor de gente. Y a mí me paresció que no debía salir del pueblo de aquella manera porque quizá los indios, viendo que nos deteníamos, temían más temor, y que si nos viesen volver, conocerían nuestra flaqueza y nos sería más peligroso. Y ansíplugo a Nuestro Señor que fue, y después de haber estado en aquella plaza muy gran rato, recogíme con la gente a una gran sala de aquéllas y envié algunos que anduviesen por el pueblo por ver si sentían algo. Y nunca sintieron rumor, antes entraron en muchas casas de las casas dél porque en todas había lumbre, donde hallaron mucha copia de bastimentos y volvieron muy contentos y alegres, y ansí estuvimos aquella noche al mejor recabdo que fue posible. Luego que fue de día se buscó todo el pueblo, que era muy bien trazado y las casas muy juntas y muy buenas, y hallóse en todas ellas mucho algodón hilado y por hilar, y ropa fecha de las que ellos usan buena, y mucha copia de maíz seco y cacao, frisoles y ají y sal, y muchas gallinas y faisanes en jaulas, y perdices y perros de los que crían para comer, que son asaz buenos, y todo género de bastimentos, tanto que si tuviéramos los navíos donde los pudiéramos meter en ellos, me tuviera yo por harto bien bastecido para muchos días, pero para nos aprovechar dellos habíamoslos de llevar veinte leguas a cuestas, y estábamos tales que nosotros sin otra carga tuviéramos bien que hacer en volver al navío si allí no descansáramos algunos días. Aquel día envié un indio natural de aquel pueblo de los que habíamos prendido por aquellas labranzas que paresció algo príncipal segúnd el hábito en que fue tomado, porque se tomó andando a caza con su arco y flechas y su persona a su manera bien adereszada. Y habléle con una lengua que llevaba y díjele que fuese a buscar al señor y gente de aquel pueblo y que les dijese de mi parte que yo no venía a les hacer enojo ninguno, antes a les hablar cosas que a ellos mucho convenían, y que viniesen el señor o alguna persona honrada del pueblo y que sabrían la cabsa de mi venida; y que fuesen ciertos que si viniese se les seguiría mucho provecho, y por el contrarío, mucho daño. Y ansí le despaché con una carta mía, porque se aseguran mucho con ellas en estas partes, aunque fue contra la voluntad de algunos de los de mi compañía, diciendo que no era buen consejo enviarle porque manifestaría la poca gente que éramos y que aquel pueblo era recio y de mucha gente segúnd parecía por las casas dél, y que podría ser que sabidos cuán pocos éramos, viniesen sobre nosotros y juntasen consigo gentes de otros pueblos. Y yo bien vi que tenían razón, mas con deseo de hallar alguna manera para nos poder proveer de bastimentos, creyendo que si aquella gente venía de paz me darían manera para llevar algunos, pospuse todo lo que se me pudiese ofrescer, porque en la verdad no era menos peligro el que esperábamos de hambre si no llevábamos bastimentos que el que se nos podía recrecer de venir los indios sobre nosotros, y por esto todavía despaché el indio. Y quedó que volvería otro día, porque sabía dónde podría estar el señor y toda la gente. Y otro día después que se partió, que era el plazo a que había de venir, andando los españoles rodeando el pueblo y descubrien do el campo, hallaron la carta que yo le había dado puesta en el camino en un palo, donde teníamos por cierto que no terníamos respuesta. Y ansí fue, que nunca vino el indio, él ni otra persona, puesto que estuvimos en aquel pueblo diez y ocho días descansando y buscando algúnd remedio para llevar de aquellos bastimentos. Y pensando en esto, me paresció que sería bien seguir el río de aquel pueblo abajo para ver si entraba en el otro grande que entra en aquellos golfos dulces adonde dejé el bergantín y barcas y canoas. Y preguntélo a aquellos indios que tenía presos y dijeron que sí, aunque no los entendíamos bien ni ellos a nosotros, porque son de lengua diferente de la que habemos visto. Y por señas y por algunas palabras que aquella lengua entendía les rogué que dos dellos fuesen con diez españoles a mostrarles la salida de aquel río, y ellos dijeron que era muy cerca y que aquel día volverían. Y ansí fue, que plugo a Nuestro Señor que habiendo andado dos leguas por unas güertas muy hermosas de cacagüetales y otras frutas, dieron en el río grande, y dijeron que aquél era el que salía a los golfos donde yo había dejado el bergantín y barcas y canoas, y nombráronle por su nombre, que se llama Apolochic. Y preguntéles en cuántos días iría de allí en canoas hasta llegar a los golfos. Dijéronme que en cinco días, y luego despaché dos españoles con una guía de aquéllos para que fuesen fuera de camino, porque la guía se me ofreció de los llevar así hasta el bergantín. Y mandéles que el bergantín y barcas y canoas llevasen a la boca de aquel gran río y que trabajasen con la una canoa y barca de subir el río arríba hasta donde salía el otro río. Y despachados éstos, hice hacer cuatro balsas de madera y cañas muy grandes. Cada una llevaba cuarenta hanegas de maíz y diez hombres, sin otras muchas cosas de frisoles y ají y cacao que cada uno de los españoles echaban en ellas. Y hechas ya las balsas, que pasaron bien ocho días en hacellas, y puesto el bastimento a punto para lo llevar, llegaron los españoles que había enviado al bergantín, los cuales me dijeron que había seis días que comenzaron a subir el río arriba y que no habían podido llegar en la barca arriba, y que la dejaban cinco leguas de allí con diez españoles que la guardaban; y que con la canoa tampoco habian podido llegar porque venían muy cansados de remar, pero que quedaba una legua de allí escondida; y que viniendo el río arriba, les habían salido algunos indios y peleado con ellos aunque habían sido pocos, pero que creían que para la vuelta, que se habían de juntar a esperarlos. E hice ir luego gente que subiese la canoa a donde estaban las balsas, y puesto en ella todo el bastimento que habíamos recogido, metí la gente que era menester para guiarnos con unas palancas grandes y para amparar de árboles que había en el río asaz peligrosos. Y a la gente que quedó señalé un capitán y mandé que se fuesen por el camino que habíamos traído, y si llegasen primero que yo, que allí me esperasen adonde habíamos desembarcado y que yo iría allí a tomarlos; y que si yo llegase primero, yo los esperaría. Y yo metíme en aquella canoa con las balsas con solos dos ballesteros, que no tenía más. Aunque era el camino peligroso, [así] por la gran corriente y ferocidad del río como porque se tenía por cierto que los indios habían de esperar el paso, quise yo ir allí porque hobiese mejor recabdo. Y encomendándome a Dios, me dejé ir el río abajo, y llevábamos tal andar que en tres horas llegamos adonde había quedado la barca, y aun[que] quisimos echar alguna carga en ella por aliviar las cargas era tanta la corriente que jamás pudieron parar. Y yo metíme en la barca y mandé que la canoa bien equipada de remeros fuese siempre delante de las balsas para descubrir si hobiese indios en canoas y para avisar de algunos malos pasos, y yo quedé en la barca atrás de todos aguardando a que pasasen todas las balsas delante, para que si alguna necesidad se les ofreciese los pudiese socorrer de arriba a abajo mejor que de abajo para arriba. Y ya que quería ponerse el sol, la una de las balsas dio en un palo que estaba debajo del agua y trastornóla un poco y la furia del agua la sacó, aunque perdió la mitad de la carga. Y yendo nuestro camino ya tres horas de la noche, oí adelante gran grita de indios, y por no dejar las balsas atrás no me adelanté a ver qué era. Y dende a un poco cesó y no se oyó más. A otro rato tornéla a oír y parescióme más cerca y cesó, y tampoco pude saber qué cosa era porque la canoa y las tres balsas iban delante y yo quedaba con la balsa que no andaba tanto. Y yendo ya algo descuidado, porque había rato que la grita no sonaba, yo me quité la celada que llevaba y me recosté sobre la mano porque iba con gran calentura. Y yendo ansí, tomónos una furia de una vuelta del río que por fuerza sin podello resistir dio con la barca y balsa en tierra. Y segúnd paresció, allí habían sido dadas las gritas que habíamos oído, porque como los indios sabían el río como criados en él, y nos traían espiados y sabían que forzado la corriente nos había de echar allí, estaban muchos dellos esperándonos a aquel paso. Y como la canoa y balsas que iban delante habían dado donde nosotros después dimos, habíanlos flechado y herido casi a todos, aunque con saber que veníamos atrás no se hobieron con ellos tan reciamente como después con nosotros. Y nunca la canoa nos pudo avisar, porque no pudo volver con la corriente. Y como nosotros dimos en tierra, alzaron muy gran alarido y echaron tanta cantidad de flechas y piedras que nos hirieron a todos, y a mí me hirieron en la cabeza, que no llevaba otra cosa desarmada. Y quiso Nuestro Señor que allí era una barranca alta y hacía el río gran hondura, y a esta cabsa no fuimos tomados, porque algunos que se quisieron arrojar a saltar en la balsa y barca con nosotros no les fue bien, que como era noche oscura cayeron al agua y creo que escaparon pocos. Fuimos tan presto apartados dellos con la corriente que en poco rato casi no los oíamos, y ansí anduvimos toda aquella noche sin hallar más rencuentro sino algunas gritillas que canoas nos daban desde lejos y otros desde las barrancas del río, porque está todo de la una parte y de la otra poblado y de muy hermosas heredades de güertas de cacao y otras frutas. Y cuando amanesció estábamos hasta cinco leguas de la boca del río que sale al golfo, donde nos esperaba el bergantín. Y llegamos aquel día casi a mediodía, de manera que en un día entero y una noche anduvimos veinte leguas grandes por aquel río abajo. Y queriendo descargar las balsas para echar los bastimentos en el bergantín, hallamos que todo lo más dello venía mojado, y viendo que si no se enjugaba se perdería todo y nuestro trabajo sería perdido y no teníamos donde buscar otro remedio, hice escoger todo lo enjuto y metílo en el bergantín, y lo mojado echarlo en las dos barcas y dos canoas y enviélo a más andar al pueblo para que lo enjugasen, porque en todo aquel golfo no había dónde por ser todo anegado, y ansí se fueron. Y mandéles que luego volviesen las barcas y canoas a ayudarme a llevar la gente, porque el bergantín y una canoa que llevaba que me quedó no podía llevar toda la gente. Y partidas las barcas y canoas, yo me hice a la vela y me fui adonde había de esperar la gente que venía por tierra y esperéla tres días, y a cabo déstos llegaron muy buenos excepto un español, que dijeron haber comido en el camino ciertas hierbas y murió casi súpitamente. Trujeron un indio que tomaron en aquel pueblo donde yo los dejé, que venía descuidado y porque era diferente de los de aquella tierra ansí en lengua como en hábito. Le pregunté casi por señas y porque entre los indios presos se halló uno que le entendía, y dijo ser natural de Teculutlan. Y como yo oí el nombre del pueblo, parescióme que lo había oído decir otras veces, y desque llegué al pueblo miré ciertas memorias que yo tenía y hallé ser verdad que le había oído nombrar, y parece por allí no haber de traviesa de donde yo llegué a la otra Mar del Sur, adonde yo tengo a Pedro de Alvarado, sino setenta u ochenta leguas. Porque por aquellas memorias me parescía haber estado españoles de la compañía de Pedro de Alvarado en aquel pueblo de Teculutlan y aun el indio ansí lo firmaba, holgué mucho de saber aquella traviesa.
Venida toda la gente, porque las barcas no venían allí y gastamos aquel poco de bastimento que había quedado enjuto, metímonos todos en el bergantín con harto trabajo, que no cabíamos, con pensamiento de atravesar al pueblo donde primero habíamos saltado, porque los maizales habíamos dejado muy granadas y había ya más de veintecinco días, y de razón habíamos de hallar mucho dello seco para podernos aprovechar. Y así fue, que yendo una mañana en mitad del golfo, vimos las barcas que venían y fuimos todos juntos. Y en saltando en tierra, fue toda la gente ansí españoles como indios nuestros amIgos y más de cuarenta indios presos al pueblo y hallaron muy buenos maizales y muchos dellos secos, y no hallaron quien se lo defendiese. Y cristianos e indios hicieron aquel día tres caminos, porque era muy cerca, con que cargué el bergantín y barcas, y fuime con ello al pueblo. Y dejé alli toda la gente acarreando maíz y enviéles luego las dos barcas y otra que había aportado allí de un navío que se había perdido en la costa veniendo a esta Nueva España y cuatro canoas, y en ellas se vino toda la gente y trujieron mucho maíz. Y fue este tan grand remedio que dio bien el fruto del trabajo que costó, porque a faltarnos, todos peresciéramos de hambre sin tener ningúnd remedio.
Hice luego meter todos aquellos bastimentos en los navíos y metíme en ellos con toda la gente que en aquel pueblo había de la de Gil Gonzales y los que había quedado conmigo de mi compañía. Y me hice a la vela a […] días del mes de […] y fuime al puerto de la bahía de Sant Andrés, echando primero en una punta toda la gente que pudo andar con dos caballos que yo había dejado para llevar conmigo en los navíos para que se fuesen por tierra al dicho puerto y bahía, adonde había de hallar o esperar a la gente que había de venir de Naco, porque ya se había andado aquel camino y en los navíos no podíamos ir sino a mucho peligro porque íbamos muy abalumados. Y envié por la costa una barca para que les pasase ciertos ríos que había en el camino, y yo llegué al dicho puerto y hallé que la gente que había de venir de Naco había dos días que era llegada, de los cuales supe que todos los demás quedaban buenos, y que tenían mucho maíz y ají y muchas frutas de la tierra excepto que no tenían carne ni sal, que había dos meses que no sabían qué cosa era. Yo estuve en este puerto veinte días proveyendo de dar orden en lo que aquella gente que estaba en Naco había de hacer y buscando algúnd asiento para poblar en aquel puerto porque es el mejor que hay en toda la costa descubierta desta tierra firme, digo, desde las Perlas hasta la Florida, y quiso Dios que le hallé bueno y muy a propósito. E hice buscar ciertos arroyos, y aunque con poco aderezo, se halló a una y a dos leguas del asiento del pueblo buena muestra de oro. Y por esto y por ser el puerto tan hermoso y por tener tan buenas comarcas y tan pobladas de gente, parescióme que Vuestra Majestad sería muy servido en que se poblase, y luego envié a Naco, donde la gente estaba, a saber si había algunos que allí quisiesen quedar por vecinos. Y como la tierra es buena, halláronse hasta cincuenta, y aun algunos y los más, de los vecinos que habían venido en mi compañía, y así en nombre de Vuestra Majestad fundé allí una villa que por ser el día en que se comenzó a talar el asiento de la Natividad de Nuesta Señora le puse a la villa aquel nombre. Y señalé alcaldes y regidores y dejéles clérígo y ornamentos y todo lo necesarío para celebrar, y dejé oficiales mecánicos así como herrero con muy buena fragua y carpintero y calafate y barbero y sastre. Quedaron entre estos vecinos veinte de caballo y algunos ballesteros. Dejéles también cierta artillería y pólvora.
Cuando a aquel pueblo llegué y supe de aquellos españoles que habían venido de Naco que los naturales de aquel pueblo y de los otros a él comarcanos estaban todos alborotados y fuera de sus casas por las sierras y montes que no se querían asegurar – aunque algunos dellos habían hablado por el temor que tenían de los daños que habían rescebido de la gente que Gil Gonzáles y Cristóbal Dolid trajeron – , escrebí al capitán que allí estaba que trabajase mucho de haber algunos dellos de cualquier manera que fuese y me los enviase para que yo los hablase y asegurase. Y ansí lo hizo, que me envió ciertas personas que tomó en una entrada que hizo. Y yo les hablé y aseguré mucho e hice que les hablasen algunas personas principales de los que aquí de México que yo conmigo traje, y les hicieron saber quién yo era y lo que había fecho en su tierra y el buen tratamiento que de mí todos rescebían después que fueron mis amigos, y cómo eran amparados y mantenidos en justicia ellos y sus haciendas e hijos y mujeres y los daños que rescebían los que eran rebeldes al servicio de Vuestra Majestad y otras muchas cosas que les dijeron de que se aseguraron mucho, aunque todavía me dijeron que tenían temor que no seria verdad lo que les decían, porque aquellos capitanes que antes de mí habían venido les habían dicho aquellas palabras y otras y que después les habían mentido y les habían llevado las mujeres que ellos les daban para que les hiciesen pan y los hombres que les traían para que les llevasen sus cargas, y que ansí creían que haría yo, pero todavía con la seguridad que aquellos de Mésico les dieron y la lengua que yo conmigo traía y como los vieron a ellos bien tratados y alegres de nuestra compañía, se aseguraron algún tanto. Y los envié para que hablasen a los señores y gente de los pueblos, y de ahí a pocos días me escribió el capitán que ya habían venido de paz algunos de los pueblos comarcanos, en especial los más principales, que son aquél de Naco, donde es taban aposentados, y Quimystlan y Zula y Cholome, que el que menos déstos tiene son más de dos mill casas, sin otras aldeas que cada uno tiene sujetas a sí; y que habían dicho que luego vernía toda la tierra de paz, porque ya ellos les habían enviado mensajeros asegurándolos y haciéndoles saber cómo yo estaba en la tierra y todo lo que les había dicho y habían oído a los naturales de Mésico, y que deseaban mucho que yo fuese allá, porque yendo yo se aseguraría más la gente. Lo cual yo hiciera de buena voluntad, sino que me era muy nescesario pasar adelante a dar orden en lo que en este capítulo siguiente a Vuestra Majestad haré relación.
Cuando yo, Invitísimo César, llegué a aquel pueblo de Nito donde hallé aquella gente de Gil Gonzáles perdida, supe dellos que Francisco de la Casas, a quien yo envié a saber de Cristóbal Dolid, como ya a Vuestra Majestad por otras he hecho saber, había dejado sesenta leguas de allí la costa abajo en un puerto que los pilotos llaman de las Honduras ciertos españoles, y que cierto estaban allí poblados. Y luego que llegué a este pueblo y bahía de San Andrés, donde en nombre de Vuestra Majestad está fundada la villa de la Natividad de Nuestra Señora, en tanto que yo me detenía en dar orden en la población y fundamento della y en dar asimesmo orden al capitán y gente que estaba en Naco de lo que habían de hacer para la pacificación y seguridad de aquellos pueblos, envié el navío que yo compré para que fuese al dicho puerto de las Honduras a saber de aquella gente y volviese con la nueva que hallase. Y ya que en las cosas de allí yo había dado orden llegó el dicho navío de vuelta, y vinieron en él el procurador del pueblo y un regidor y me rogaron mucho que yo fuese a remediarlos porque tenían muy estrema nescesidad a cabsa que el capitán que Francisco de las Casas les había dejado y un alcalde que él ansimismo dejó nombrado se habían alzado con un navío y llevádoles de ciento y diez hombres que eran los cincuenta, y a los que habían quedado les habían llevado las armas y herraje y todo cuanto tenían, y que temían cada día que los indios los matasen o morirse de hambre por no lo poder buscar; y que un navío que un vecino de la isla Española que se dice el bachiller Pero Moreno traía aportó allí, y le rogaron que les proveyese y que no había querido, como sabría más largamente después que fuese al dicho su pueblo. Y por remediar esto me torné a embarcar en los dichos navíos con todos aquellos dolientes, aunque ya algunos eran muertos, para los enviar desde allí como después los envié a las Islas y a esta Nueva España. Y metí conmigo algunos críados míos y mandé que por tierra se viniesen veinte de caballo y diez ballesteros porque supe que había buen camino aunque había algunos ríos de pasar, y estuve en llegar nueve días porque tuve algunos contrastes de tiempo. Y echando el ancla en el dicho puerto de las Honduras, salté en una barca con dos frailes de la orden de San Francisco que conmigo siempre he traído y con hasta diez críados míos y fui a tierra. Y ya toda la gente del pueblo estaba en la plaza esperándome, y como llegué cerca entraron todos en el agua y me sacaron de la barca en peso, mostrando mucha alegría con mi venida. Y juntos nos fuimos al pueblo y a la iglesia que allí tenían, y después de haber dado gracias a Nuestro Señor me rogaron que me sentase, porque me querían dar cuenta de todas las cosas pasadas porque creían que yo tenía enojo dellos por alguna mala relación que me hobiesen hecho, y que querían hacerme saber la verdad antes que por aquélla los juzgase. Y yo lo hice como me lo rogaron, y comenzada la relación por un clérígo que allí tenían a quien dieron la mano que hablase, propuso en la manera que se sigue:
«Señor, ya sabéis cómo desde la Nueva España enviastes a todos o los más de los que aquí estamos con Crístóbal Dolid, vuestro capitán, a poblar en nombre de Su Majestad estas partes, y a todos nos mandastes que obedesciésemos al dicho Cristóbal Dolid en todo lo que nos mandase como a vuestra persona. Y ansí salimos con él para ir a la isla de Cuba a acabar de tomar algunos bastimentos y caballos que nos faltaban. Y llegados a La Habana, que es un puerto de la dicha isla, se carteó con Diego Velázquez y con los oficiales de Su Majestad que en aquella isla residen, y le enviaron alguna gente. Y después de bastecidos de todo lo que hobimos menester, que nos lo dio muy cumplidamente Alonso de Contreras, vuestro criado, nos partimos y seguimos nuestro viaje. Dejadas algunas cosas que nos acaescieron en el camino que serían largas de contar, llegamos a esta costa catorce leguas abajo del puerto de Caballos. Y luego como saltamos en tierra, el dicho capitán Cristóbal Dolid tomó la posesión della por vuestra merced en nombre de Su Majestad y fundó en ella una villa con los alcaldes y regidores que de allá venían señalados, e hizo ciertos autos así en la posesión como en la población de la villa, todo en nombre de vuestra merced y como su capitán y teniente. Y de allí a algunos días juntóse con aquellos criados de Diego Velázquez que con él vinieron y tuvo allá ciertas formas en que luego se mostró fuera de la obidiencia de vuestra merced, y aunque algunos nos paresció malo a los más no le osamos contradecir porque amenazaba con la horca, antes dimos consentimiento a todo lo que él quiso y aun ciertos criados y parientes de vuestra merced que con él vinieron hicieron lo mesmo, porque no osaron hacer otra cosa ni les cumplía. Y fecho esto, porque supo que cierta gente del capitán Gil Gonzales de Avila había de ir adonde él estaba, que lo supo de seis hombres mensajeros que le prendió, se fue a poner en un paso de un río por donde habían de pasar para los prender y estuvo allí algunos días esperándolos. Y como no venían, dejó allí recabdo con un maestre de campo y él volvió al pueblo y comenzó a aderezar dos carabelas que allí tenía y metió en ellas artillería y munición para ir sobre un pueblo de españoles que el dicho capitán Gil Gonzáles tenía poblado la costa arriba. Y estando aderezando su partida, llegó Francisco de las Casas con dos navíos, y como supieron quién eran mandó que le tirasen con el artillería que tenía en las naos. Y puesto que el dicho Francisco de las Casas alzó banderas de paz y daba voces diciendo que era de vuestra merced, todavía mandó que no cesasen de tiralle, y súbito le tiraron diez o doce tiros en que el uno dio por un costado de un navío que pasó de la otra parte. Y como el dicho Francisco de las Casas conosció su mala intención y paresció ser verdad la sospecha que dél se tenía echó las barcas fuera de los navíos y gente en ellas y comenzó a jugar con su artillería, y tomó los dos navíos que estaban en el puerto con toda el artillería que tenían, y la gente salió se huyendo a tierra.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *