Cartas de Relación de Hernán Cortés (III-III)

TERCERA RELACIÓN – Parte 3

Dende a dos días del desbarato, que ya se sabía por toda la comarca, los naturales de una población que se dice Quamaguaras que eran subjetos a la cibdad y se habían dado por nuestros amigos vinieron al real y dijéronme como los de la población de Marinalco, que eran sus vecinos, les hacían mucho daño y les destruían su tierra, y que agora se juntaban con los de la provincia de Coisco , que es grande, y querían venir sobre ellos a los matar porque se habían dado por vasallos de Vuestra Majestad y nuestros amigos; y que decían que después dellos destruidos, habían de venir sobre nosotros. Y aunque lo pasado era tan de poco tiempo acaescido y teníamos nescesidad antes de ser socorridos que de dar socorro, porque ellos me lo pedían con mucha instancia determíné de se lo dar. Y aunque tuve mucha contradición y decían que me destruía en sacar gente del real, despaché con aquéllos que pedían socorro ochenta peones y díez de caballo con Andrés de Tapia, capítán, al cual encomendé mucho que ficiese lo que más convenía al servicio de Vuestra Majestad y nuestra seguridad, pues vía la nescesi dad en que estábamos, y que en ir y volver no estuviese más de diez días. Y él se partió, y llegado a una poblacíón pequeña que está entre Marinalco y Coadnaoacad, halló a los enemigos que le estaban esperando, y él con la gente de Coadnaoacad y con la que llevaba comenzó su batalla en el campo. Y pelearon tan bien los nuestros que desbarataron los enemigos y en el alcance los siguieron fasta los meter en Marinalco, que está asentado en un cerro muy alto y donde los de caballo no podían subir. Y viendo esto, destruyeron lo que estaba en el llano y volviéronse a nuestro real con esta vitoria dentro de los diez días. En lo alto desta población de Marinalco hay muchas fuentes de muy buena agua, y es muy fresca cosa. En tanto que este capitán fue y vino a este socorro, algunos españoles de pie y de caballo, como he dicho, con nuestros amigos entraban a pelear a la cibdad fasta cerca de las casas grandes que están en la plaza. Y de allí no podían pasar, porque los de la cibdad tenían abierta la calle de agua que está a la boca de la plaza y estaba muy honda y ancha, y de la otra parte tenían una muy grande y fuerte albarrada. Y allí peleaban los unos con los otros fasta que la noche los despartió. Un señor de la provincia de Tascaltecal que se dice Chichimecatecle, de que atrás he fecho relación, que trujo la tablazón que se hizo en aquella provincia para los bergantines, desde el prencipio de la guerra residía con toda su gente en el real de Pedro de Alvarado. Y como vía que por el desbarato pasado les españoles no peleaban como solían, determinó sin ellos de entrar él con su gente a combatir los de la cibdad. Dejando cuatrocientos flecheros de los suyos a una puente quitada de agua bien peligrosa que ganó a los de la cibdad, lo cual nunca acaescía sin ayuda nuestra, pasó adelante con los suyos, y con mucha grita, apellidando y nombrando su provincia y señor, pelearon aquel día muy reciamente, y hobo de una parte y de otra muchos heridos y muchos y algunos muertos. Y los de la cibdad bien tenian creído que los tenían asidos, porque como es gente que al retraer aunque sea sin vitoria siguen con mucha determinación, pensaron que al pasar del agua, donde suele ser cierto el peligro, se habían de vengar muy bien dellos. Y para este efeto y socorro Chichimecatecle había dejado junto al paso del agua los cuatrocientos flecheros. Y como ya se venían retrayendo los de la cibdad cargaron sobre ellos muy de golpe, y los de Tascaltecal echáronse al agua y con el favor de los flecheros pasaron. Y los enemigos con la resistencia que en ellos fallaron se quedaron y aun bien espantados de la osadía que había tenido Chichitelaque. Dende a dos días que los españoles vinieron de hacer guerra a los de Marinalco, segúnd que Vuestra Majestad habrá visto en los capítulos antes déste, llegaron a nuestro real diez indios de los utumíes, que eran esclavos de los de la cibdad. Y como he dicho, habíanse dado por vasallos de Vuestra Majestad y cada día venían en nuestra ayuda a pelear. Y dijéronme cómo los señores de la provincia de Matalcingo, que son sus vecinos, les facían guerra y les destruían su tierra y les habían quemado un pueblo y llevádoles alguna gente, y que venían destruyendo cuanto podían y con intención de venir a nuestros reales y dar sobre nosotros porque los de la cibdad saliesen y nos acabasen. Y a lo más desto dimos crédito, porque de pocos días a aquella parte cada vez que entrábamos a pelear nos amenazaban con los desta provincia de Matalcingo, de la cual aunque no teníamos mucha noticia, bien sabíamos que era grande y que estaba veinte y dos leguas de nuestros reales. Y en la queja que estos utumíes nos daban de aquellos sus vecinos daban a entender que les diésemos socorro, y aunque lo pedían en muy recio tiempo, confiando en el ayuda de Dios y por quebrar algo las alas a los de la cibdad que cada día nos amenazaban con éstos y mostraban tener esperanza de ser dellos socorridos y este socorro de ninguna parte les podía venir si déstos no, determiné de inviar allá a Gonçalo de Sandoval, alguacil mayor, con diez y ocho de caballo y cient peones en que había solo un ballestero, el cual se partió con ellos y con otra gente de los utumíes nuestros amigos. Y Dios sabe el peligro en que todos ellos iban y aun el en que nosotros quedábamos, pero como nos convenía mostrar más esfuerzo y ánimo que nunca y morir peleando, desimulábamos nuestra flaqueza así con los amigos como con los enemigos, pero muchas y muchas veces decían los españoles que pluyese a Dios que con las vidas los dejasen y se viesen vencedores contra los de la cibdad aunque en ella ni en toda la tierra no hubiesen otro interese ni provecho, por do se conocerá la aventura y nescesidad estrema en que teníamos nuestras personas y vidas. El alguacil mayor fue aquel día a dormir a un pueblo de los otumíes, que está frontero de Matalcingo. Y otro día muy de mañana se partió y fue a unas estancias de los dichos otumíes, las cuales halló sin gente y mucha parte dellas quemadas. Y llegando más adelante junto a una ribera, halló mucha gente de guerra de los enemigos que habían acabado de quemar otro pueblo, y como le vieron, comenzaron a dar la vuelta. Y por el camino que llevaban en pos dellos hallaban muchas cargas de maíz y de niños asados que traían para su provisión, los cuales habían dejado como habían sentido ir los españoles. Y pasado un río que allí estaba más adelante en lo llano, los enemigos comenzaron a reparar, y el alguacil mayor con los de caballo rompió por ellos y desbaratólos. Y puestos en huida, tiraron su camino derecho a su pueblo de Matalcingo que estaba cerca de tres leguas de allí, y en todas duró el alcance de los de caballo fasta los encerrar en el pueblo. Y allí esperaron a los españoles y a nuestros amigos, los cuales venían matando en los que los de caballo atajaban y dejaban atrás, y en este alcance murieron más de dos mill de los enemigos. Llegados los de pie donde estaban los de caballo y nuestros amigos, que pasaban de sesenta mill hombres, comenzaron a ir hacia el pueblo, donde los enemigos hicieron rostro en tanto que las mujeres y los niños y sus haciendas se ponían en salvo en una fuerza que estaba en un cerro muy alto que estaba allí junto. Pero como dieron de golpe en ellos hiciéronlos también retraer a la fuerza que tenían en aquella altura, que era muy agra y fuerte, y quemaron y robaron el pueblo en muy breve espacio. Y como era tarde, el alguacil mayor no quiso combatir la fuerza, y también porque estaban muy cansados porque todo aquel día habían peleado. Los enemigos toda la más de la noche despendieron en dar alaridos y hacer mucho estruendo de atabales y bocinas. Otro día de mañana el alguacil mayor con toda la gente comenzó a guiar para sobirles a los enemigos aquella fuerza, aunque con temor de se ver en trabajo en la resistencia. Y llegados, no vieron gente ninguna de los contrarios, y ciertos indios amigos nuestros descendían de lo alto y dijeron que no había nadie y que al cuarto del alba se habían ido todos los enemigos. Y estando ansí, vieron por todos aquellos llanos de la redonda mucha gente, y eran los utumíes. Y los de caballo, creyendo que eran los enemigos, corrieron hacia ellos y alancearon tres o cuatro. Y como la lengua de los otumíes es diferente desta otra de Culúa no los entendían más de como echaban las armas y se venían para los españoles, y todavía alancearon tres o cuatro, pero ellos bien entendieron que había sido por no lo conoscer. Y como los enemigos no esperaron los españoles acordaron de se volver por otro pueblo suyo que también estaba de guerra, pero como vieron venir tanto poder sobre ellos saliéronle de paz. Y el alguacil mayor habló con el señor de aquel pueblo y díjole que ya sabía que yo rescebía con buena voluntad a todos los que se venían a ofrescer por vasallos de Vuestra Majestad, aunque fuesen muy culpados, que le rogaba que fuese a hablar con aquéllos de Matalcingo para que se viniesen a mí. Y profirióse de lo facer ansí y de traer de paz a los de Marinalco, y así se volvió el alguacil mayor con esta vitoria a su real. Y aquel día algunos españoles estaban peleando en la cibdad y los cibdadanos habían inviado a decir que fuese allá nuestra lengua porque querían hablar sobre la paz, la cual, segúnd paresció, ellos no querían sino con condición que nos fuésemos de toda la tierra, lo cual ficieron a fin que los dejásemos algunos días descansar y fornescerse de lo que habían menester, aunque nunca dellos alcanzamos dejar de tener voluntad de pelear siempre con nosotros. Y estando así platicando con la lengua muy cerca los nuestros de los enemigos – que no había sino una puente quitada en medio – , un viejo dellos allí a vista de todos sacó de su mochilla muy despacio ciertas cosas que comió por nos dar a entender que no tenían nescesidad, porque nosotros les decíamos que allí se habían de morir de hambre. Y nuestros amigos decían a los españoles que aquellas paces eran falsas, que peleasen con ellos. Y aquel día no se peleó más porque los prencipales dijeron a la lengua que me hablase. Dende a cuatro días que el alguacil mayor vino de la provincia de Matalcingo, los señores della y de Marinalco y de la provincia de Cuiscon, que es grande y mucha cosa y estaban también rebelados, vinieron a nuestro real y pidieron perdón de lo pasado y ofresciéronse de servir muy bien, y ansí lo ficieron y han fecho fasta agora. En tanto que el alguacil mayor fue a Matalcingo, los de la cibdad acordaron de salir de noche y dar en el real de Alvarado. Y al cuarto del alba dan de golpe, y como las velas de caballo y de pie lo sintieron, apellidaron de llamar alarma y los que allí estaban arremetieron a ellos. Y como los enemigos sintieron los de caballo, echáronse al agua, y en tanto llegan los nuestros y pelearon más de tres horas con ellos. Y nosotros oímos en nuestro real un tiro de campo que tiraba, y como teníamos recelo no los desbaratasen yo mandé armar la gente para entrar en la cibdad para que aflojasen en el combate de Alvarado. Y como los indios fallaron tan recios a los españoles acordaron de se volver a su cibdad, y nosotros aquel día fuemos a pelear a la cibdad. En esta sazón ya los que habíamos salido heridos del desbarato estábamos buenos. Y a la Villa Rica había aportado un navío de Juan Ponce de León que habían desbaratado en la tierra o isla Florida, y los de la villa inviáronme cierta pólvora y ballestas, de que teníamos mucha nescesidad. Y ya, gracias a Dios, por aquí a la redonda no teníamos tierra que no fuese en nuestro favor. Y yo, viendo como éstos de la cibdad estaban tan rebeldes y con la mayor muestra y determinación de morir que nunca generación tuvo, no sabía qué medio tener con ellos para quitarnos a nosotros de tantos peligros y trabajos y a ellos ni a su cibdad no los acabar de destruir, porque era la más hermosa cosa del mundo. Y no nos aprovechaba decilles que no habíamos de levantar los reales ni los bergantines habían de cesar de les dar guerra por el agua ni que habíamos destruido a los de Matalcingo y Marinalco, y que no tenían en toda la tierra quien los podiese socorrer ni tenían de donde haber maíz ni carne ni frutas ni agua ni otra cosa de mantenimiento. Y cuanto más destas cosas les decíamos, menos muestra víamos en ellos de flaqueza, mas antes en el pelear y en todos sus ardides los hallábamos con mas ánimo que nunca. Y yo, viendo que el negocio pasaba desta manera y que había ya más de cuarenta y cinco días que estábamos en el cerco, acordé de tomar un medio para nuestra seguridad y para poder más estrechar a los enemigos, y fue que como fuésemos ganando por las calles de la cibdad, que fuesen derrocando todas las casas dellas del un lado y del otro, por manera que no fuésemos un paso adelante sin lo dejar todo asolado y lo que era agua hacello tierra firme, aunque hobiese toda la dilación que se pudiese seguir. Y para esto yo llamé a todos los señores y prencipales nuestros amigos y díjeles lo que tenía acordado, por tanto, que hiciesen venir mucha gente de sus labradores y trujesen sus coas, que son unos palos que se aprovechan tanto como los cavadores en España de azada. Y ellos me respondieron que ansí lo harían de muy buena voluntad y que era muy buen acuerdo, y holgaron mucho con esto porque les paresció que era manera para que la cibdad se asolase, lo cual todos ellos deseaban más que cosa del mundo. Entretanto que esto se concertaba, pasáronse tres o cuatro días. Los de la cibdad bien pensaron que ordenábamos algunos ardides contra ellos. Y ellos también, segúnd después paresció, ordenaban lo que podían para su defensa, segúnd que también lo barruntábamos. Y concertado con nuestros amigos que por la tierra y por la mar los habíamos de ir a combatir otro día de mañana después de haber oído misa tomamos el camino para la cibdad. Y en llegando al paso del agua y albarrada que estaba cabe las casas grandes de la plaza, queriéndola combatir, los de la cibdad dijeron que estuviésemos quedos, que querían paz. Y yo mandé a la gente que no pelease y díjeles que viniese allí el señor de la cibdad a me hablar y que se daria orden en la paz. Y con decirme que ya le habían ido a llamar me detuvieron más de una hora, porque en la verdad ellos no tenían gana de la paz y ansí lo mostraron, porque luego en estando nosotros quedos nos comenzaron a tirar flechas y varas y piedras. Y como yo vi esto comenzamos a combatir el albarrada y ganámosla, y en entrando en la plaza hallámosla toda sembrada de piedras grandes porque los caballos no pudiesen correr por ella – porque por lo firme éstos son los que les hacen la guerra – y hallamos una calle cercada con piedra seca y otra también llena de piedras porque los caballos no pudiesen correr por ellas. Y dende este día en adelante cegamos de tal manera aquella calle del agua que salía a la plaza que nunca después los indios la abrieron, y de allí en delante comenzamos a asolar poco a poco las casas y cerrar y cegar muy bien lo que teníamos ganado del agua. Y como aquel día llevamos más de ciento y cincuenta mill hombres de guerra fizose mucha cosa, y así nos volvimos aquel día al real. Y los bergantines y canoas de nuestros amigos hicieron mucho daño en la cibdad y volviéronse a reposar. Otro día siguiente por la misma orden entramos en la cibdad. Y llegados a aquel circuito y patio grande donde estaban las torres de los ídolos, yo mandé a los capitanes que con su gente no hiciesen sino cegar las calles de agua y allanar los pasos malos que teníamos ganados, y que nuestros amigos, deIlos quemasen y allanasen las casas y otros fuesen a pelear por las partes que solíamos, y que los de caballo guardasen a todos las espaldas. Y yo me subí en una torre más alta de aquéllas porque los indios me conoscían y sabía que les pesaba mucho de verme subido en la torre, y de allí animaba a nuestros amigos y hacíales socorrer cuando era nescesario, porque como peleaban a la continua a veces los contrarios se retraían y a veces los nuestros, los cuales luego eran socorridos con tres o cuatro de caballo que les ponían infinito miedo y a los nuestros ánimo para revolver sobre ellos. Y desta manera y por esta orden entramos en la cibdad cinco o seis días arreo, y siempre al retraer echábamos a nuestros amigos delante y hacíamos [que] algunos de los españoles se metiesen en celada en unas casas, y los de caballo quedábamos atrás y hacíamos que nos retraíamos de golpe por sacarlos a la plaza, y con esto y con las celadas de los peones cada tarde alanceábamos algunos. Y un día déstos había en la plaza siete u ocho de caballo y estuvieron esperando que los enemigos saliesen, y como vieron que no salían hicieron que se volvían. Y los enemigos con recelo que a la vuelta no los alanceasen como solían estaban puestos por unas paredes y azoteas, y había infinito número dellos. Y como los de caballo revolvían tras ellos, que eran ocho o nueve, y ellos les tenían tomada de lo alto una boca de la calle, no podieron seguir tras los enemigos que iban por ella y hobiéronse de retraer. Y los enemigos con favor de cómo los habían fecho retraer venían muy encarnizados, y ellos estaban tan sobre aviso que se acogían donde no rescebían daño y los de caballo rescebían de los que estaban puestos por las paredes. Y hobiéronse de retraer e hirieron dos caballos, lo cual me dio ocasión para les ordenar una buena celada, como adelante haré relación a Vuestra Majestad. Y aquel día en la tarde nos volvimos a nuestro real con dejar bien seguro y allanado todo lo ganado y a los de la cibdad muy ufanos, porque creían que de temor nos retraíamos. Y aquella tarde fice un mensajero al alguacil mayor para que antes del día viniese allí a nuestro real con quince de caballo de los suyos y de los de Pedro de Alvarado. Otro día por la mañana llegó el alguacil mayor con los quince de caballo, y yo tenía de los de Cuyoacan allí otros veinte y cinco, que eran cuarenta. Y a diez dellos mandé que luego por la mañana saliesen con toda la otra gente y que ellos y los bergantines fuesen por la orden pasada a combatir y a derrocar y ganar todo lo que pudiesen, porque yo, cuando fuese tiempo de retraerse, iría allá con los otros treinta de caballo; y que pues sabían que teníamos mucha parte de la cibdad allanada, que cuanto pudiesen siguiesen de tropel a los enemigos hasta los encerrar en sus fuerzas y calles de agua, y que allí se detuviesen con ellos hasta que fuese hora de retraer y yo y los otros treinta de caballo sin ser vistos pudiésemos meternos en una celada en unas casas grandes que estaban cerca de las otras grandes de la plaza. Y los españoles lo ficieron como yo les avisé, y a la una hora después de mediodía tomé el camino para la cibdad con los treinta de caballo. Y allegados, dejélos metidos en aquellas casas y yo me fue y me sobí en la torre alta, como solía. Y estando allí, unos españoles abrieron una sepoltura y hallaron en ella en cosas de oro más de mill y quinientos castellanos. Y venida ya la hora de retraer, mandéles que con mucho concierto se comenzasen de retraer, y que los de caballo, desque estuviesen retraídos en la plaza, ficiesen que acometían y que no osaban llegar, y esto se ficiese cuando viesen mucha copia de gente alderredor de la plaza. Y en ella los de la celada estaban ya deseando que se llegase la hora, porque tenían deseo de facello bien y estaban ya cansados de esperar. Y yo metíme con ellos, y ya se venían retrayendo por la plaza los españoles de pie y de caballo y los indios nuestros amigos que habían entendido ya lo de la celada. Y los enemigos venían con tantos alaridos que parescía que consiguían toda la vitoria del mundo, y los nueve de caballo hicieron que arremetían tras ellos por la plaza adelante y retraíanse de golpe, y como hobieron fecho esto dos veces los enemigos traían tanto favor que a las ancas de los caballos les venían dando fasta los meter por la boca de la calle donde estábamos en la celada. Y como vimos a los españoles pasar delante de nosotros y oímos soltar un tiro de escopeta que teníamos por señal, conoscimos que era tiempo de salir, y con el apellido de «señor Santiago» damos de súpito sobre ellos y vamos por la plaza adelante alanceando y derrocando y atajando muchos que por nuestros amigos que nos seguían eran tomados, de manera que desta celada se mataron más de quinientos, todos los más prencipales y esforzados y valientes hombres. Y aquella noche tuvieron bien que cenar nuestros amigos, porque todos los que se mataron tomaron y llevaron hechos piezas para comer. Fue tanto el espanto y admiración que tomaron en verse tan de súpito ansí desabarata dos que ni hablaron ni gritaron en toda esa tarde ni osaron asomar en calle ni en azotea donde no estuviesen muy a su salvo y seguros. Y ya que era casi noche, que nos retraímos, paresce que los de la cibdad mandaron a ciertos esclavos suyos que mirasen si nos retraíamos o qué hacíamos. Y como se asomaron por una calle arremetieron diez o doce de caballo y siguiéronlos, de manera que ninguno se les escapó. Cobraron desta nuestra vitoria los enemigos tanto temor que nunca más en todo el tiempo de guerra osaron entrar en la plaza ninguna vez que nos retraíamos aunque sólo uno de caballo no más viniese, y nunca osaron salir a indio ni a peón de los nuestros, creyendo que de entre los pies se les había de levantar otra celada. Y ésta deste día y vitoria que Dios Nuestro Señor nos dio fue bien prencipal causa para que la cibdad más presto se ganase, porque los naturales della rescebieron mucho desmayo y nuestros amigos doblado ánimo. Y ansí nos fuemos a nuestro real con intención de dar mucha priesa en hacer la guerra y no dejar de entrar ningúnd día fasta la acabar. Y aquel día ningúnd peligro hobo en los de nuestro real, expceto que al tiempo que salimos de la celada se encontraron unos de caballo y cayó uno de una yegua y ella fuese derecha a los enemigos, los cuales la flecharon. Y bien herida, como vio la mala obra que rescebía se volvió hacia nosotros, y aquella noche se murió. Y aunque nos pesó mucho porque los caballos y yeguas nos daban la vida, no fue tanto el pesar como si muriera en poder de los enemigos, como pensamos que de hecho pasara, porque si ansí fuera ellos hobieran más placer que no pesar por los que les matamos. Los bergantines y las canoas de nuestros amigos hicieron grande estrago en la cibdad aquel día sin rescebir peligro alguno. Como ya conoscimos que los indios de la cibdad estaban muy amedrentados, supimos de unos dos dellos de poca manera, que de noche se habían salido de la cibdad y se habían venido a nuestro real, que se morían de hambre, que salían de noche a pescar por entre las casas de la cibdad y andaban por la parte que della les teníamos ganada buscando leña y yerbas y raíces que comer. Y porque ya teníamos muchas calles de agua cegadas y adreszados muchos malos pasos, acordé de entrar al cuarto del alba y hacer todo el daño que pudiésemos. Y los bergantines salieron antes del día, y yo con doce o quince de caballo y ciertos peones y amigos nuestros entramos de golpe. Y primero posimos ciertas espías, las cuales, siendo de día, estando nosotros en celada, nos ficieron señal que saliésemos. Y dimos sobre infinita gente, pero como eran de aquellos más miserables y que salían a buscar de comer, los más venían desarmados y eran mujeres y muchachos, y fecimos tanto daño en ellos por todo lo que se podía andar de la cibdad, que presos y muertos pasaron de más de ochocientas personas. Y los bergantines tomaron también mucha gente y canoas que andaban pescando y ficieron en ellas mucho estrago. Y como los capitanes y prencipales de la cibdad nos vieron andar por ella a hora no acostumbrada, quedaron tan espantados como de la celada pasada y ninguno osó salir a pelear con nosotros, y así nos volvimos a nuestro real con harta presa y manjar para nuestros amigos. Otro día de mañana entramos en la cibdad, y como ya nuestros amigos vían la buena orden que llevábamos para la destruición della, era tanta la multitud que de cada día venían que no tenían cuento. Y aquel día acabamos de ganar toda la calle de Tacuba y de adobar los malos pasos della, en tal manera que los del real de Pedro [de] Alvarado se podían comunicar con nosotros por la cibdad. Y por la calle prencipal que iba al mercado se ganaron otras dos puentes y se cegó muy bien el agua y quemamos las casas del señor de la cibdad, que era mancebo de edad de diez y ocho años que se dicia Guatimuci, que era el segundo señor después de la muerte de Muteeçuma. Y en estas casas tenían los indios mucha fortaleza, porque eran muy grandes y fuertes y cercadas de agua. También se ganaron otras dos puentes de otras calles que van cerca désta del mercado y se cegaron muchos pasos, de manera que de cuatro partes de la cibdad las tres estaban ya por nosotros, y los indios no hacían sino retraerse hacia lo más fuerte, que era a las casas que estaban más metidas en el agua. Otro día siguiente, que fue día del apóstol Santiago, entramos en la cibdad por la orden que antes, y seguimos por la calle grande que iba a dar al mercado y ganámosles una calle muy ancha de agua en que ellos pensaban que tenían muchas seguridad, aunque se tardó gran rato y fue peligrosa de ganar y en todo este día no se pudo – como era muy ancha – de acabar de cegar por manera que los de caballo pudiesen pasar de la otra parte. Y como estábamos todos a pie y los indios vían que los caballos no habían pasado, vinieron de refresco sobre nosotros muchos dellos muy lucidos, y como les ficimos rostro y teníamos muchos ballesteros dieron la vuelta a sus albarradas y fuerzas que tenían, aunque fueron hartos asaeteados. Y demás desto todos los españoles de pie llevaban sus picas, las cuales yo había mandado facer después que me desbarataron, que fue cosa muy provechosa. Aquel día por los lados de la una parte y de la otra de aquella calle prencipal no se entendió sino en quemar y allanar casas, que era lástima cierto de ver, pero como no nos convenía hacer otra cosa éranos forzado seguir aquella orden. Los de la cibdad, como vían tanto estrago, por esforzarse decían a nuestros amigos que no ficiesen sino quemar y destruir, que ellos se las harían tornar a hacer de nuevo, porque si ellos eran vencedores ya ellos sabían que había de ser ansí; y si no, que las habian de hacer para nosotros. Y desto postrero plugo a Dios que salieron verdaderos, aunque ellos son los que las tornan a hacer. Otro día luego de mañana entramos en la cibdad por la orden acostumbrada. Y llegados a la calle de agua que habíamos cegado el día antes, fallámosla de la manera que la habíamos dejado y pasamos adelante dos tiros de ballesta. Y ganamos dos acequias grandes de agua que tenían rompidas en lo sano de la misma calle y llegamos a una torre pequeña de sus ídolos, y en ella hallamos ciertas cabezas de los cristianos que nos habían muerto que nos pusieron harta lástima. Y dende aquella torre iba la calle derecha – que era la misma adonde estábamos – a dar a la calzada del real de Sandoval, y a la mano izquierda iba otra calle a dar al mercado, en la cual ya no había agua ninguna excepto una que nos defendían. Y aquel día no pasamos de allí, pero peleamos mucho con los indios. Y como Nuestro Señor cada día nos daba vitoría ellos siempre llevaban lo peor. Y aquel día ya que era tarde nos volvimos al real. Otro día siguiente, estando aderezando para tomar a entrar en la cibdad, a las nueve horas del día vimos de nuestro real salir humo de dos torres muy altas que estaban en el Tatebulco o mercado de la cibdad, que no podíamos pensar qué fuese. Y como parescía que era más que de sahumeríos que acostumbran los indios hacer a sus ídolos, barruntamos que la gente de Pedro de Alvarado había llegado allí, y aunque así era la verdad no lo podíamos creer. Y cierto aquel día Pedro de Alvarado y su gente lo ficieron valientemente, porque teníamos muchas puentes y albarradas de ganar y siempre acudían a las defender toda la más parte de la cibdad. Pero como él vio que por nuestra istancia íbamos estrechando a los enemigos, trabajó todo lo posible para entrarles al mercado porque allí tenían toda su fuerza, pero no pudo más de llegar a vista dél y ganalles aquellas torres y otras muchas que están junto al mesmo mercado, que es tanto casi como el circuito de las muchas torres de la cibdad. Y los de caballo se vieron en harto trabajo y les fue forzado retraerse, y al retraerse les hirieron tres caballos, y así se volvieron Pedro de Alvarado y su gente a su real. Y nosotros no quesimos ganar aquel día una puente y calle de agua que quedaba no más para llegar al mercado, salvo allanar y cegar todos los malos pasos. Y al retraer nos apretaron reciamente, aunque fue a su costa. Otro día entramos luego por la mañana en la cibdad, y como no había por ganar fasta llegar al mercado sino una traviesa de agua con su albarrada que estaba junto a la torrecilla que he dicho, comenzámosla a combatir. Y un alférez y otros dos españoles echáronse al agua, y los de la cibdad desampararon luego el paso y comenzóse a cegar y adreszar para que pudiésemos pasar con los caballos. Y estándose adreszando, llegó Pedro de Alvarado por la mesma calle con cuatro de caballo, que fue sin comparación el placer que hobo la gente de su real y del nuestro, porque era camino para dar muy breve conclusión en la guerra. Y Pedro de Alvarado dejaba recaudo de gente en las espaldas y lados, así para conservar lo ganado como para su defensa. Y como luego se adreszó el paso yo con algunos de caballo me fue a ver el mercado, y mandé a la gente de nuestro real que no pasase adelante de aquel paso. Y después que anduvimos paseándonos un rato por la plaza mirando los portales della, los cuales por las azoteas estaban llenos de enemigos, y como la plaza era muy grande y vían por ella andar los de caballo, no osaban llegar. Y yo subí en aquella torre grande que estaba junto al mercado, y en ella también y en otras hallamos ofrecidas ante sus Ídolos las cabezas de los cristianos que nos habían muerto y de los indios de Tascaltecal nuestros amigos, entre quien siempre ha habido muy cruel y antigua enemistad. Y yo miré dende aquella torre lo que teníamos ganado de la cibdad, que sin duda de ocho partes teníamos ganadas las siete. Y viendo que tanto número de gente de los enemigos no era posible sufrirse en tanta angostura, mayormente que aquellas casas que les quedaban eran pequeñas y puesta cada una dellas sobre sí en el agua, y sobre todo la grandísima hambre que entre ellos había y que por las calles hallábamos roídas las raíces y cortezas de los árboles, acordé de los dejar de combatir por algúnd día y movelles algúnd partido por do no peresciese tanta multitud de gente, que cierto me ponía en mucha lástima y dolor el daño que en ellos se facía. Y continuamente les facía acometer con la paz, y ellos decían que en ninguna manera se habían de dar, y que uno solo que quedase había de morir peleando, y que de todo lo que tenían no habíamos de haber ninguna cosa y que lo habían de quemar y echar en el agua donde nunca paresciese. Y yo, por no dar mal por mal, desimulaba en no les dar combate. Como teníamos muy poca pólvora, habíamos puesto en plática más había de quince días de hacer un trabuco. Y aunque no había maestros que supiesen hacerle, unos carpinteros se profirieron de hacer uno pequeño. Y aunque yo tuve pensamiento que no habíamos de salir con esta obra, consentí que lo ficiesen, y en aquellos días en que teníamos tan arrinconados los indios acabóse de hacer y llevóse a la plaza del mercado para lo asentar en uno como teatro que está en medio della fecho de cal y canto, cuadrado, de altura de dos estados y medio y de isquina a isquina habrá treinta pasos, el cual tenían ellos para cuando hacían algunas fiestas y juegos, que los representadores dellos se ponían allí porque toda la gente del mercado y los que estaban en bajo y encima de los portales pudiesen ver lo que se hacía. Y traído allí, tardaron en lo asentar tres o cuatro días. Y los indios nuestros amigos amenazaban con él a los de la cibdad diciéndoles que con aquel ingenio los habíamos de matar a todos, y aunque otro fruto no hiciera – como no hizo – sino el temor que con él se ponía, por el cual pensábamos que los enemigos se dieran, era harto. Y lo uno y lo otro cesó, porque ni los carpinteros salieron con su intención ni los de la cibdad, aunque tenían temor, movieron ningúnd partido para se dar. Y la falta y defeto del trabuco desimulámosla con que, movidos de compasión, no los queríamos acabar de matar. Otro día después de asentado el trabuco volvimos a la cibdad, y como ya había tres o cuatro días que no los combatíamos, hallamos las calles por donde íbamos llenas de mujeres y niños y otra gente miserable que se morían de hambre. Y salían traspasados y flacos que era la mayor lástima del mundo de los ver, y yo mandé a nuestros amigos que no les ficiesen mal ninguno, pero de la gente de guerra no salía ninguno adonde pudiesen rescebir daño, aunque los víamos estar encima de sus azoteas cubiertos con sus mantas que usan y sin armas. Y fice este día que se les requiriese con la paz, y sus respuestas eran disimulaciones. Y como lo más del día nos tenían en esto invié a decirles que les quería combatir, que ficiesen retraer toda su gente; si no, que daría lícencia que nuestros amigos los matasen. Y ellos dijeron que querían paz, y yo les repliqué que yo no vía allí el señor con quien se había de tratar; que venido, para lo cual le daría todo el seguro que quisiesen, que hablaríamos en la paz. Y como vimos que era burla y que todos estaban apercebidos para pelear con nosotros, después de se la haber muchas veces amonestado, por más los estrechar y poner en más estrema nescesidad mandé a Pedro de Alvarado que con toda su gente entrase por la parte de un grand barrio que los enemigos tenían, en que habría más de mill casas, y yo por la otra parte entré a pie con la gente de nuestro real, porque a caballo no nos podíamos por allí aprovechar. Y fue tan recio el combate nuestro y de nuestros amigos que les ganamos todo aquel barrio, y fue tan grande la mortandad que se hizo en nuestros enemigos que muertos y presos pasaron de doce mill ánimas, con los cuales usaban de tanta crueldad nuestros amigos que por ninguna vía a ninguno daban la vida, aunque más reprehendidos y castigados de nosotros eran. Otro día siguiente tornamos a la cibdad y mandé que no peleasen ni ficiesen mal a los enemigos. Y como ellos vían tanta multitud de gente sobre ellos y conoscían que los venían a matar sus vasallos y los que ellos solían mandar y vían su estrema nescesidad, y como no tenían donde estar sino sobre los cuerpos muertos de los suyos, con deseo de verse fuera de tanta desventura decían que por qué no los acabábamos ya de matar, y a mucha priesa dijeron que me llamasen, que me querían hablar. Y como todos los españoles deseaban que ya esta guerra se concluyese y habían lástima de tanto mal como se hacía, holgaron mucho pensando que los indios querían paz, y con mucho placer viniéronme a llamar e importunar que me llegase a una albarrada donde estaban ciertos prencipales porque querían hablar conmigo. Y aunque yo sabía que había de aprovechar poco mi ida, determiné de ir, comoquiera que bien sabía que el no darse estaba solamente en el señor y otros tres o cuatro principales de la cibdad, porque la otra gente muertos o vivos deseaban ya verse fuera de allí. Y llegado a la albarra da, dijéronme que pues ellos me tenían por hijo del sol y el sol en tanta brevedad como era en un día y una noche daba vuelta a todo el mundo, que porqué yo así brevemente no los acababa de matar y los quitaba de penar tanto, porque ya ellos tenían deseos de morir e irse al cielo para su Ochilobus que los estaba esperando para descansar. Y este ídolo es el que en más veneración ellos tienen. Yo les respondí muchas cosas para los atraer a que se diesen y ninguna cosa aprovechaba, aunque en nosotros vían más muestras y señales de paz que jamás ningunos vencidos mostraron, siendo nosotros, con el ayuda de Nuestro Señor, los vencedores. Puestos los enemigos en el último estremo, como de lo dicho se puede colegir, para los quitar de su mal propósito como era la determinación que tenían de morir, hablé con una persona bien prencipal entre ellos que teníamos preso, al cual dos o tres días antes había prendido un tío de don Fernando, señor de Tesuico, peleando en la cibdad. Y aunque estaba muy herido le dije que si se quería volver a la cibdad, y él me respondió que sí. Y como otro día entramos en ella, inviéle con ciertos españoles, los cuales lo entregaron a los de la cibdad. Y a este prencipal yo le había fabIado largamente para que fablase con el señor y con otros prencipales sobre la paz, y él me prometió de facer sobre ello todo lo que pudiese. Los de la cibdad lo rescibieron con mucho acatamiento, como a persona prencipal, y como lo llevaron delante de Guatimucin, su señor, y él le comenzó a hablar sobre la paz, diz que luego lo mandó matar y sacrificar. Y la respuesta que estábamos esperando nos dieron con venir con grandísimos alaridos diciendo que no querían sino morir, y comienzan a nos tirar varas, flechas y pie dras y a pelear reciamente con nosotros, y tanto que nos mataron un caballo con un dalle que uno traía hecho de una espada de las nuestras. Y al fin les costó caro, porque murieron muchos dellos. Y así nos volvimos a nuestros reales aquel día. Otro día tornamos a entrar en la cibdad, y ya estaban los enemigos tales que de noche osaban quedar en ella de nuestros amigos infinitos dellos. Y llegados a vista de los enemigos, no quesimos pelear con ellos sino andamos paseando por su cibdad, porque teníamos pensamiento que cada hora y cada rato se habían de salir a nosotros. Y por los inclinar a ello yo me llegué cabalgando cabe una albarrada suya que tenían bien fuerte y llamé a ciertos prencipales que estaban detrás, a los cuales yo conoscía, y díjeles que pues se vían tan perdidos y conoscían que si yo quisiese en una hora no quedaría ninguno dellos, que porqué no venía a me hablar Guatrimicin, su señor, que yo le prometía de no hacelle ningúnd mal, y que queríendo él y ellos venir de paz, que serían de mí muy bien rescebidos y tratados. Y pasé con ellos otras razones con que los provoqué a muchas lágrímas. Y llorando me respondieron que bien conoscían su yerro y perdición, y que ellos querían ir a hablar a su señor y me volverían presto con la respuesta, y que no me fuese de allí. Y ellos se fueron, y volvieron dende a un rato y dijéronme que porque ya era tarde su señor no había venido, pero que otro día a mediodía vernía a me hablar en todo caso en la plaza del mercado, y así nos fuemos a nuestro real. Y yo mandé para otro día que estuviese adreszado allí en aquel cuadrado alto que está en medio de la plaza para el señor y prencipales de la cibdad un estrado como ellos lo acostumbran, y que también les tuviesen aderezado de comer, y ansí se puso por obra. Otro día de mañana fuemos a la cibdad. Y yo avisé a la gente que estuviese apercebida porque si los de la cíbdad acometiesen alguna traición no nos tomasen descuidados, y a Pedro de Alvarado, que estaba allí, le avisé de lo mesmo. Y como llegamos al mercado, yo invié a decir y hacer saber a Guatimucin cómo le estaba esperando, el cual, segúnd paresció, acordó de no venir e invióme cinco de aquellos señores prencipales de la cibdad cuyos nombres, porque no hacen mucho al caso, no digo aquí. Los cuales llegados, dijeron que su señor me inviaba a rogar con ellos que le perdonase porque no venía, que tenía mucho miedo de parescer ante mí y también estaba malo, y que ellos estaban allí, que viese lo que mandaba, que ellos lo harían. Y aunque el señor no vino, holgamos mucho que aquellos prencipales viniesen, porque parescía que era camino de dar presto conclusión a todo el negocio. Yo los rescebí con semblante alegre y mandéles dar luego de comer y beber, en lo cual mostraron bien el deseo y nescesidead que dello tenían. Y después de haber comido díjeles que hablasen a su señor y que no tuviese temor ninguno, y que le prometía que aunque ante mi viniese, que no le sería hecho enojo ninguno ni sería detenido, porque sin su presencia en ninguna cosa se podía dar buen asiento ni concierto. Y mandéles dar algunas cosas de refresco que llevasen para comer. Y prometiéronme de hacer en el caso todo lo que pudiesen, y ansí se fueron. Y dende a dos horas volvieron y trajéronme unas mantas de algodón buenas de las que ellos usan, y dijéronme que en ninguna manera Guatimucin, su señor, vernía ni quería venir, y que era escusado hablar en ello. Y yo les torné a repetir que no sabía la cabsa porque él se recelaba venir ante mí, pues vía que a ellos, que yo sabía que habían sido los cabsadores prencipales de la guerra y que la habían sustentado, les hacía buen tratamiento, que los dejaba ir y venir seguramente sin rescebir enojo alguno; que les rogaba que le tornasen a fablar y mirasen mucho en esto de su venida, pues a él le convenía y yo lo hacía por su provecho. Y ellos respondieron que ansí lo harían y que otro día me volverían con la respuesta, y así se fueron ellos, y también nosotros a nuestros reales. Otro día bien de mañana aquellos principales vinieron a nuestro real y dijéronme que me fuese a la plaza del mercado de la cibdad, porque su señor me quería ir a hablar allí. Y yo, creyendo que fuera así, cabalgué y tomamos nuestro camino, y estúvele esperando donde quedaba concertado más de tres o cuatro horas, y nunca quiso venir ni parescer ante mí. Y como yo vi la burla y que era ya tarde y que los otros mensajeros ni el señor venían, invié a llamar a los indios nuestros amigos que habían quedado a la entrada de la cibdad casi una legua de donde estábamos, a los cuales yo había mandado que no pasasen de allí porque los de la cibdad me habían pedido que para hablar en las paces no estuviese ninguno dellos dentro. Y ellos no se tardaron ni tampoco los del real de Pedro de Alvarado, y como llegaron comenzamos a combatir unas albarradas y calles de agua que tenían – que ya no les quedaba otra mayor fuerza y entrámosles ansí nosotros como nuestros amigos todo lo que quesimos. Y al tiempo que yo salí del real había proveído que Gonçalo de Sandoval entrase con los bergantines por la otra parte de las casas en que los indios estaban fuertes por manera que los tuviésemos cercados, y que no los combatiese fasta que viese que nosotros combatíamos, por manera que por estar así cercados y apretados no tenían paso por donde andar sino por encima de los muertos y por las azoteas que les quedaban, y a esta causa ni tenían ni hallaban flechas ni varas ni piedras con que nos ofender, y andaban con nosotros nuestros amigos a espada y rodela. Y era tanta la mortandad que en ellos se hizo por la mar y por la tierra que aquel día se mataron y prendieron más de cuarenta mill ánimas, y era tanta la gríta y lloro de los niños y mujeres que no había persona a quien no quebrase el corazón. Y ya nosotros teníamos más que hacer en estorbar a nuestros amigos que no matasen ni hiciesen tanta crueldad que no en pelear con los indios, la cual crueldad nunca en generación tan recia se vio ni tan fuera de toda orden de naturaleza como en los naturales destas partes. Nuestros amigos hobieron este día grand despojo, el cual en ninguna manera les podíamos resistir, porque nosotros éramos obra de nuevecientos españoles y ellos más de ciento y cincuenta mill hombres, y ningúnd recaudo ni deligencia bastaba para los estorbar que no robasen, aunque de nuestra parte se hacía lo posible. Y una de las cosas porque los días antes yo rehusaba de no venir en tanta rotura con los de la cibdad era porque tomándolos por fuerza habían de echar lo que tuviesen en el agua; y ya que no lo ficiesen, nuestros amigos habrían de robar todo lo más que hallasen. Y a esta cabsa temía que se habría para Vuestra Majestad poca parte de la mucha ríqueza que en esta cibdad había y segúnd la que yo antes para Vuestra Alteza tenía. Y porque ya era tarde y no podíamos sufrír el mal olor de los muertos que había de muchos días por aquellas calles, que era la cosa del mundo mas pestilencial, nos fuemos a nuestros reales. Y aquella tarde dejé concertado que para otro día siguiente que habíamos de volver a entrar se aparejasen tres tiros gruesos que teníamos para llevarlos a la cibdad, porque yo temía que como estaban los enemigos tan juntos y que no tenían por dónde se rodear, queriéndoles entrar por fuerza, sin pelear podrían entre sí ahogar los españoles. Y quería dende acá hacerles con los tiros algúnd poco de daño porque se saliesen de allí para nosotros. Y al alguacil mayor mandé que asimesmo para otro día que estuviese apercebido para entrar con los bergantines por un lago de agua grande que se hacía entre unas casas donde estaban todas las canoas de la cibdad recogidas. Y ya tenían tan pocas casas donde poder estar que el señor de la cibdad andaba metido en una canoa con ciertos prencipales, que no sabían qué hacer de sí. Y desta manera quedó concertado que habíamos de entrar otro día por la mañana. Siendo ya de día, hice aprescebir toda la gente y llevar los tiros gruesos. Y el día antes había mandado a Pedro de Alvarado que me esperase en la plaza del mercado y no diese combate fasta que yo llegase. Y estando ya todos juntos y los bergantines apercebidos todos por detrás de las casas del agua donde estaban los enemigos, mandé que en oyendo soltar una escopeta que entrasen por una poca parte que estaba por ganar y echasen a los enemigos al agua hacia donde los bergantines habían de estar a punto. Y aviséles mucho que mirasen por Guautimucin y trabajasen de lo tomar a vida, porque en aquel punto cesaría la guerra. Y yo me sobí encima de una azotea y antes del combate hablé con algunos de aquellos prencipales de la cibdad que conoscía y les dije qué era la cabsa porque su señor no quería venir, que pues se vían en tanto estremo, que no diesen causa a que todos peresciesen, y que lo llamasen y no hobiese ningúnd temor. Y dos de aquellos prencipales paresció que lo iban a llamar, y dende a poco volvió con ellos uno de los más prencipales de todos ellos que se llamaba Ciguacoacin y era el capitán y gobernador de todos ellos y por su consejo se siguían todas las cosas de la guerra. Y yo le mostré toda buena voluntad porque se asegurase y no tuviese temor, y al fin me dijo que en ninguna manera el señor vernía ante mí, y antes quería por allá morír; y que a él pesaba mucho desto, que hiciese yo lo que quisiese. Y como vi en esto su determinación yo le dije que se volviese a los suyos y que él y ellos se aparejasen porque los quería combatir y acabar de matar, y así se fue. Y como en estos conciertos se pasaron más de cinco horas y los de la cibdad estaban todos encima de los muertos y otros en el agua y otros andaban nadando y otros ahogándose en aquel lago donde estaban las canoas, que era grande, era tanta la pena que tenían que no basta juicio a pensar cómo lo podían sufrir. Y no hacían sino salirse infinito número de hombres y mujeres y niños hacia nosotros, y por darse priesa al salir unos a otros se echaban al agua y se ahogaban entre aquella multitud de muertos, que, segúnd paresció, del agua salada que bebían y de la hambre y mal olor había dado tanta mortandad en ellos que murieron más de cincuentas mill ánimas, los cuerpos de las cuales porque nosotros no alcanzásemos su nescesidad ni los echaban al agua, porque los bergantines no topasen con ellos, ni los echaban fuera de su conversación, porque nosotros por la cibdad no los viésemos. Y así por aquellas calles en que estaban hallábamos los montones de los muertos, que no había persona que en otra cosa pudiese poner los pies. Y como la gente de la cibdad se salía a nosotros yo había proveído que por todas las calles estuviesen españoles para estorbar que nuestros amigos no matasen a aquellos tristes que se salían, que eran sin cuento, y también dije a todos los capitanes de nuestros amigos que en ninguna manera consintiesen matar a los que se salían. Y no se pudo estorbar, como eran tantos, que aquel día no mataron y sacrificaron más de quin ce mill ánimas. Y en esto todavía los prencipales y gente de guerra de la cibdad se estaban arrinconados y en algunas azoteas y casas y en el agua, donde ni les aprovechaba disimulación ni otra cosa, porque no viésemos su perdición y su flaqueza muy a la clara. Viendo que se venía la tarde y que no se querían dar, fice asentar los dos tiros gruesos hacia ellos para ver si se darían, porque más daño rescibieran en dar licencia a nuestros amigos que les entraran que no de los tiros, los cuales hicieron algúnd daño. Y como tampoco esto aprovechaba mandé soltar la escopeta, y en soltándola luego fue tomado aquel rincón que tenían y echados al agua los que en él estaban. Otros que quedaban sin pelear se rindieron. Y los bergantines entraron de golpe por aquel lago y rompieron por medio de aquella flota de las canoas, y la gente de guerra que en ellas estaba ya no osaban pelear. Y plugo a Dios que un capitán de un bergantín que se dice Garcí Holguín llegó en pos de una canoa en la cual le paresció que iba gente de manera. Y como llevaba dos o tres ballesteros en la proa del bergantín e iban encarando en los de la canoa ficiéronles señal que estaba allí el señor, que no tirasen. Y saltaron de presto y prendiéronle a él y a aquel Guautimoucin y a aquel señor de Tacuba y a otros principales que con él estaban. Y luego el dicho capitán Garcí Holguín me trajo allí a la azotea donde estaba, que era junto al lago, al señor de la cibdad y a los otros prencipales presos, el cual, como le fice sentar no monstrándole riguridad ninguna, llegóse a mí y díjome en su lengua que ya él había fecho todo lo que de su parte era obligado para defenderse a sí y a los suyos fasta venir en aquel estado, que agora ficiese déllo que yo quisiese. Y puso la mano en un puñal que yo tenía, deciéndome que le diese de puñaladas y lo matase. Y yo le animé y le dije que no tuviese temor ninguno. Y así, preso este señor, luego en ese punto cesó la guerra, a la cual plugo a Dios Nuestro Señor dar conclusión martes, día de Santo Hipólito, que fueron trece de agosto de mill y quinientos y veinte y un años, de manera que desde el día que se puso cerco a la cibdad, que fue a treinta de mayo del dicho año, fasta que se ganó, pasaron setenta y cinco días, en los cuales Vuestra Majestad verá los trabajos, peligros y desventuras que estos sus vasallos padescieron, en los cuales mostraron tanto sus personas que las obras dan buen testimonio dello. Y en todos aquellos setenta y cinco días del cerco ninguno se pasó que no se tuviese combate con los de la cibdad, poco o mucho. Aquel día de la presión de Guautimucin y toma de la cibdad, después de haber recogido el despojo que se pudo haber nos fuemos al real, dando gracias a Nuestro Señor por tan señalada merced y tan deseada vitoria como nos había dado. Allí en el real estuve tres o cuatro días dando orden en muchas cosas que convenían, y después nos venimos a la cibdad de Cuyoacan, donde hasta agora he estado entendiendo en la buena orden, gobernación y pacificación destas partes. Recogido el oro y otras cosas, con parecer de los oficiales de Vuestra Majestad se hizo fundición dello. Y montó lo que se fundió más de ciento y treinta mill castellanos, de que se dio el quinto al tesorero de Vuestra Majestad, sin el quinto de otros derechos que a Vuestra Majestad pertenescieron de esclavos y otras cosas, segúnd más largo se verá por la relación de todo lo que a Vuestra Majestad pertenesció, que irá firmado de nuestros nombres. Y el oro que restó se repartió en mí y en los españoles segúnd la manera y servicio y calidad de cada uno. Demás del dicho oro se hobieron ciertas piezas y joyas de oro, y de las mejores dellas se dio el quinto al dicho tesorero de Vuestra Majestad. Entre el despojo que se hobo en la dicha cibdad hobimos muchas rodelas de oro y penachos y plumajes y cosas tan maravillosas que por escrito no se pueden significar ni se pueden comprehender si no son vistas. Y por ser tales parescióme que no se debían quintar ni dividir, sino que de todas ellas se hiciese servicio a Vuestra Majestad, para lo cual yo fice juntar todos los españoles y les rogué que tuviesen por bien que todas aquellas cosas se inviasen a Vuestra Majestad, y que de la parte que a ellos venía y a mí sirviésemos a Vuestra Majestad. Y ellos folgaron de lo hacer de muy buena voluntad, y con tal ellos y yo inviamos el dicho servicio a Vuestra Majestad con los procuradores que los concejos desta Nueva España invían. Como la cibdad de Temixtitán era tan prencipal y nombrada por todas estas partes, paresce que vino a noticia de un señor de una muy grand provincia que está setenta leguas de Timixititán que se dice Mechuacan cómo la había destruido y asolado. Y considerando la grandeza y fortaleza de la dicha cibdad, al señor de aquella provincia le paresció que pues que aquélla no se nos había defendido, que no habría cosa que se nos amparase. Y por temor o por lo que a él le plugo invióme ciertos mensajeros, y de su parte me dijeron por los intérpetres de su lengua que su señor había sabido que nosotros éramos vasallos de un grand señor, y que si yo tuviese por bien, él y los suyos lo querían también ser y tener mucha amistad con nosotros. Y yo le respondí que era verdad que todos éramos vasallos de aquel grand señor que era Vuestra Majestad, y que a todos los que no lo quisiesen ser les habíamos de facer guerra, y que su señor y ellos lo habían fecho muy bien. Y como yo de poco acá tenía alguna noticia de la Mar del Sur, informéme también dellos si por su tierra podían ir allá, y ellos me respondieron que sí. Y roguéles que porque pudiese informar a Vuestra Majestad de la dicha mar y de su provincia, lleváse consigo dos españoles que les daría. Y ellos dijeron que les placía de muy buena voluntad, pero que para pasar al mar había de ser por tierra de un grand señor con quien ellos tenían guerra, y que a esta cabsa por agora no podían llegar a la mar. Estos mensajeros de Mechuacan estuvieron aquí conmigo tres o cuatro días, y delante dellos hice escaramuzar los de caballo para que allá lo contasen. Y habiéndoles dado ciertas joyas, a ellos y a los dos españoles despaché para la dicha provincia de Mechuacan. Como en el capítulo antes déste he dicho, yo tenía, Muy Poderoso Señor, alguna noticia poco había de la otra Mar del Sur y sabía que por dos o tres partes estaba a doce y a trece y a catorce jornadas de aquí. Y estaba muy ufano porque me parescía que en la descubrir se hacía a Vuestra Majestad muy grande y señalado servicio, especialmente que todos los que tienen alguna ciencia y espiriencia en la navegación de las Indias han tenido por muy cierto que descubriendo por estas partes la Mar del Sur, se habían de hallar muchas islas ricas de oro y piedras y perlas preciosas y especeria y se habían de descubrir y hallar otros muchos secretos y cosas admirables. Y esto han afirmado y afirman también personas de letras y esprimentadas en la ciencia de la cosmografia. Y con tal deseo y con que de mí pudiese Vuestra Majestad rescebir en esto muy singular y memorable servicio, despaché cuatro españoles, los dos por ciertas provincias y los otros dos por otras. E informados de las vías que habían de llevar y dándoles personas de nuestros amigos que los guiasen y fuesen con ellos, se partieron. Y yo les mandé que no parasen fasta llegar a la mar, y que en descubriéndola, tomasen la posesión real y corporalmente en nombre de Vuestra Majestad. Y los unos anduvieron cerca de ciento y treinta leguas por muchas y buenas provincias sin rescebir ningúnd estorbo, y llegaron a la mar y tomaron la posesión y en señal pusieron cruces en la costa della. Y dende a ciertos días se volvieron con la relación del dicho descubrimiento y me informaron muy particularmente de todo, y me trujeron algunas personas de los naturales de la dicha mar y también me truje ron muy buena muestra de oro de minas que hallaron en algunas de aquellas provincias por donde pasaron, la cual con otras muestras de oro agora invío a Vuestra Majestad. Los otros dos españoles se detuvieron algo más porque anduvieron cerca de ciento y cincuenta leguas por otra parte hasta llegar a la dicha mar, donde asimesmo tomaron la dicha posesión, y me trajeron larga relación de la costa. Y se vinieron con ellos algunos de los naturales della, y a ellos y a los otros los rescebí graciosamente. Y con haberlos informado del grand poder de Vuestra Majestad y dado algunas cosas, se volvieron muy contentos a sus tierras. En la otra relación, Muy Católico Señor, hice saber a Vuestra Majestad cómo al tiempo que los indios me desbarataron y echaron la primera vez fuera de la cibdad de Temixtitán se habían rebelado contra el servicio de Vuestra Majestad todas las provincias subjetas a la cibdad y nos habían hecho la guerra. Y por esta relación podrá Vuestra Majestad mandar ver cómo habemos reducido a su real servicio todas las más tierras y provincias que estaban rebeladas. Y porque ciertas provincias que están de la costa de la Mar del Norte a diez y a quince y a treinta leguas, dende que la dicha cibdad de Temixtitán se había alzado ellas estaban rebeladas y los naturales dellas habían muerto a traición y sobre seguro más de cient españoles, y yo fasta haber dado conclusión en esta guerra de la cibdad no había tenido posibilidad para inviar sobre ellos, acabados de despachar aquellos españoles que vinieron de descubrir la Mar del Sur, determiné de inviar a Gonçalo de Sandoval, alguacil mayor, con treinta y cinco de caballo y ducientos españoles y gente de nuestros amigos y con algunos prencipales y naturales de Temixtitán a aquellas provincias, que se dicen Tatactetelco y Textebeque y Guatuxco y Aulicaba. Y dándole instrución de la orden que había de tener en esta jornada, se comenzó a adreszar para la hacer. En esta sazón el teniente que yo había dejado en la villa de Segura la Frontera, que es en la provincia de Tepeaca, vino a esta cibdad de Cuyoacan e hízome saber cómo los naturales de aquella provincia y de otras a ella comarcanas vasallos de Vuestra Majestad rescebían daño de los naturales de una provincia que se dice Guaxacaque que les facían guerra porque eran nuestros amigos; y que demás de ser nescesario poner remedio a esto era muy bien asegurar aquella provincia de Guaxacaque porque estaba en camino de la Mar del Sur, y en pacificándose sería cosa muy provechosa así para lo dicho como para otros efetos de que adelante haré relación a Vuestra Majestad. Y el dicho teniente me dijo que estaba muy particularmente informado de aquella provincia y que con poca gente la podría sojuzgar, porque estando yo en el real sobre Temixtitán él había ido a ella porque los de Tepeaca le ahincaban que fuese a hacer guerra a los naturales della, pero como no llevaba más de veinte o treinta españoles le habían fecho volver, aunque no tanto despacio como él quisiera. Y yo, vista su relación, dile doce de caballo y ochenta españoles, y el dicho alguacil mayor y teniente se partieron con su gente desta cibdad de Cuyoacan a treinta de otubre del año de quinientos y veinte y uno. Y llegados a la provincia de Tepeaca, ficieron allí sus alardes y cada uno se partió a su conquista. Y el alguacil mayor dende a veinte y cinco días me escríbió cómo había llegado a la provincia de Buatusco, y que aunque llevaba harto recelo que se había de ver en apríeto con los enemigos porque era gente muy diestra en la guerra y tenían muchas fuerzas en su tierra, que habia placido a Nuestro Señor que había salido de paz; y que aunque no había llegado a las otras provincias, que tenía por muy cierto que todos los naturales dellas se le vernían a dar por vasallos de Vuestra Majestad. Y dende a quince días hobe cartas suyas por las cuales me fizo saber cómo había pasado más adelante y que toda aquella tierra estaba ya de paz, y que le parescía que para la tener segura era bien poblar en lo más a propósito della, como mucho antes lo habíamos puesto en plática, y que viese lo que cerca dello debía hacer. Yo le escrebí agradeciéndole mucho lo que había trabajado en aquella su jornada en servicio de Vuestra Majestad, y le hice saber que me parescía muy bien lo que decía acerca del poblar. E inviéle a decir que ficiese una villa de españoles en la provincia de Tuxtebeque y que le pusiese nombre Medellín, e inviéle su nombramiento de alcaldes y regidores y otros oficiales, a los cuales todos encargué mirasen todo lo que conviniese al servicio de Vuestra Majestad y al buen tratamiento de los naturales. El teniente de la villa de Segura la Frontera se partió con su gente a la provincia de Guaxaca con mucha gente de guerra de aquella comarca nuestros amigos, y aunque los naturales de la dicha provincia se pusieron en resistirle y peleó dos o tres veces con ellos muy reciamente, al fin se dieron de paz sin rescebir ningúnd daño. Y de todo me escribió particularmente y me informó cómo la tierra era muy buena y rica de minas, y me invió una singular muestra de oro dellas que tambien invío a Vuestra Majestad. Y él se quedó en la dicha provincia para hacer de allí lo que le inviase a mandar. Habiendo dado orden en el despacho destas dos conquistas y sabiendo el buen susceso dellas, y viendo como yo tenia ya pobladas tres villas de españoles y que conmigo estaban copia dellos en esta cibdad de Cuyoacan, habiendo platicado en qué parte haríamos otra población alderredor de las lagunas – porque désta había más nescesidad para la seguridad y sosiego de todas estas partes – y ansimesmo viendo que la cibdad de Temixtitán que era cosa tan nombrada y de que tanto caso y memoria siempre se ha fecho, paresciónos que en ella era bien poblar, porque estaba toda destruida. Y yo repartí los solares a los que se asentaron por vecinos, y fízose nombramiento de alcaldes y regidores en nombre de Vuestra Majestad segúnd en sus reinos se acostumbra. Y entretanto que las casas se hacen acordamos de estar y residir en esta cibdad de Cuyocan, donde al presente estamos de cuatro o cinco meses acá que la dicha cibdad de Temixtitán se va reparando. Está muy hermosa, y crea Vuestra Majestad que cada día se irá ennobleciendo en tal manera que como antes fue prencipal y señora destas provincias todas, que lo será también de aquí adelante. Y se hace y hará de tal manera que los españoles estén muy fuertes y seguros y muy señores de los naturales, de manera que dellos en ninguna forma puedan ser ofendidos. En este comedio el señor de la provincia de Tecoantepeque, que es junto a la mar del Sur y por donde la descu brieron los dos españoles, me invió ciertos prencipales y con ellos se invió a ofrescer por vasallo de Vuestra Majestad, y me invió un presente de ciertas joyas y piezas de oro y plumajes, lo cual todo se entregó al tesorero de Vuestra Majestad. Y yo les agradescí a aquellos mensajeros lo que de parte de su señor me dijeron y les dí ciertas cosas que le llevasen, y se volvieron muy alegres. Ansimismo vienieron a esta sazón los dos españoles que habían ido a la provincia de Mechuacan, por donde los mensajeros que el señor de allí me había inviado me habían dicho que también por aquella parte se podía ir a la mar del Sur, salvo que había de ser por tierra de un señor que era su enemigo. Y con los dos españoles vino un hermano del señor de Mechuacan, y con él otros prencipales y servidores que pasaban de mill personas, a los cuales yo rescebí mostrándoles mucho amor. Y de parte del señor de la dicha provincia, que se dice Calcucin, me dieron para Vuestra Majestad un presente de rodelas de plata que pesaron tantos marcos y otras cosas muchas que se entregaron al tesorero de Vuestra Majestad. Y porque viesen nuestra manera y lo contasen allá a su señor, hice salir a todos los de caballo a una plaza y delante dellos corrieron y escaramuzaron. Y la gente de pie salió en ordenanza, y los escopeteros soltaron las escopetas y con la artillería fice tirar a una torre, y quedaron muy espantados de ver lo que en ella se hizo y de ver correr los caballos. E hícelos llevar a ver la destruición y asolamiento de la cibdad de Temixtitan, que de la ver y de ver su fuerza y fortaleza por estar en el agua quedaron muy espantados. Y a cabo de cuatro o cinco días, dándoles muchas cosas para su señor de las que ellos tienen en estima y para ellos, se partieron muy alegres y contentos. Antes de agora he fecho relación a Vuestra Majestad del río de Pánuco, que es la costa abajo de la villa de la Vera Cruz cincuenta o sesenta leguas, al cual los navíos de Francisco de Garay habían ido dos o tres veces y aun rescebido harto daño de los naturales del dicho río por la poca manera que se habían dado los capitanes que allí había inviado en la contratación que habían querído tener con los indios. Y después yo, viendo que en toda la costa de la Mar del Norte hay falta de puertos y ninguno hay tal como aquél del río, y también porque aquellos naturales dél habían venido de antes a mí por se ofrescer por vasallos de Vuestra Majestad y agora han hecho y facen guerra a los vasallos de Vuestra Majestad nuestros amigos, tenía acordado de inviar allá un capitán con cierta gente y pacificar toda aquella provincia, y si fuese tierra tal para poblar, hacer allí en el río una villa, porque todo lo de aquella comarca se aseguraría. Y aunque éramos pocos y derramados en tres o cuatro partes y tenía por esta cabsa alguna contradición para no sacar más gente de aquí, empero, así por socorrer a nuestros amigos como porque después que se había ganado la cibdad de Temixtitán habían venido navíos y habían traido alguna gente y caballos, fice adreszar veinte y cinco de caballo y ciento y cincuenta peones y un capitán con ellos para que fuesen al dicho río. Y estando despachando a este capitán, me escribieron de la villa de la Vera Cruz cómo allí al puerto della había llegado un navío y que en él venía Crístóbal de Tapia, veedor de las fundiciones de la isla Española, del cual otro día siguiente rescebí una carta por la cual me hacía saber que su venida a esta tierra era para tener la gobernación della por mandado de Vuestra Majestad, y que dello traía sus provisiones reales, de las cuales en ninguna parte quería facer presentación fasta que nos viésemos, lo cual quisiera que fuera luego, pero que como traía las bestias fatigadas de la mar no se había metido en camino; y que me rogaba que diésemos orden cómo nos viésemos, o él veniendo acá o yo yendo allá a la costa de la mar. Y como rescebí su carta, luego respondí a ella diciéndole que holgaba mucho con su venida, y que no pudiera venir persona proveída por mandado de Vuestra Majestad a tener la gobernación destas partes de quien más contentamiento tuviera, así por el conoscimiento que entre nosotros había como por la crianza y vecindad que en la isla Española habíamos tenido. Y porque la pacificación destas partes no estaba aún tan soldada como convenía y de cualquiera novedad se daría ocasión de alterar a los naturales, y como el padre fray Pedro Melgarejo de Urrea, comisario de la cruzada, se había hallado en todos nuestros trabajos y sabía muy bien en qué estado estaban las cosas de acá y de su venida Vuestra Majestad había sido muy servido y nosotros aprovechados de su dotrina y consejos, yo le rogué con mucha instancia que tomase trabajo de se ver con el dicho Tapia y viese las provisiones de Vuestra Majestad; y pues él mejor que nadie sabía lo que convenía a su real servicio y al bien de aquestas partes, que él diese orden con el dicho Tapia en lo que más convenía, pues tenía concepto de mí que no excedería un punto dello, lo cual yo le rogué en presencia del tesorero de Vuestra Majestad y él ansimesmo se lo encargó mucho. Y él se partió para la villa de la Vera Cruz donde el dicho Tapia estaba, y para que en la villa o por donde viniese el dicho veedor se le ficiese todo buen servicio y acogimiento, despaché al dicho padre y a dos o tres personas de bien de los de mi compañía. Y como aquellas personas se partieron, yo quedé esperando su respuesta y en tanto que adreszaba mi partida dando orden en algunas cosas que convenían al servicio de Vuestra Majestad y a la pacificación y sosiego destas partes. Dende a diez o doce días la justicia y regimiento de la villa de la Vera Cruz me escribieron cómo el dicho Tapia había fecho presentación de las provisiones que traía de Vuestra Majestad y de sus gobernadores en su real nombre y que las habían obedescido con toda la reverencia que se requería; y que en cuanto al cumplimiento, habían respondido que porque los más del regimiento estaban acá conmigo que se habían hallado en el cerco de la cibdad, ellos se lo harían saber, y todos harían y cumplirían lo que fuese más servicio de Vuestra Majestad y bien de la tierra; y que desta su respuesta el dicho Tapia había rescebido algúnd desabrimiento y aun había tentado algunas cosas escandalosas. Y comoquiera que a mí me pesaba dello, les respondí que les rogaba y encargaba mucho que mirando prencipalmente el servicio de Vuestra Majestad, trabajasen de contentar al dicho Tapia y no dar ninguna ocasión a que hobiese ningúnd bollicio; y que yo estaba de camino para me ver con él y cumplir lo que Vuestra Majestad mandaba y más su servicio fuese. Y estando ya de camino, y empidida la ida del capitán y gente que inviaba al río de Pánuco, porque convenía que yo salido de aquí quedase muy buen recabdo, los procu radores de los concejos desta Nueva España me requirieron con muchas protestaciones que no saliese de aquí, porque como toda esta provincia de México y Temixtitán había poco que se había pacificado con mi ausencia se alborotaría, de que se podía seguir mucho deservicio a Vuestra Majestad y desasosiego en la tierra. Y dieron en el dicho su requirimiento otras muchas causas y razones por donde no convenía que yo saliese desta cibdad al presente, y dijéronme que ellos con poder de los concejos irían a la villa de la Vera Cruz, donde el dicho Tapia estaba, y verían las provisiones de Vuestra Majestad y harían todo lo que fuese su real servicio. Y porque nos paresció ser ansí nescesario y los dichos procuradores se partían, escrebí con ellos al dicho Tapia faciéndole saber lo que pasaba, y que yo inviaba mi poder a Gonçalo de Sandoval, alguacil mayor, y a Diego de Soto y a Diego de Valdenebro, que estaban allá en la villa de la Veracruz, para que en mi nombre juntamente con el cabildo della y con los procuradores de los otros cabildos viesen y ficiesen lo que fuese servicio de Vuestra Majestad y bien de la tierra, porque erán y son personas que ansí lo habían de cumplir. Allegados donde el dicho Tapia estaba, que venía ya de camino y el padre fray Pedro se venía con él, requiríéronle que se volviese, y todos juntos se volvieron a la cibdad de Cempoal. Y allí el dicho Crístóbal de Tapia presentó las provisiones de Vuestra Majestad, las cuales todos obedescieron con el acatamiento que a Vuestra Majestad se debe, y en cuanto al cumplimiento dellas dijeron que suplicaban para ante Vuestra Majestad, porque así convenía a su real servicio por las causas y razones contenidas en la suplicación que hicieron, segúnd que más largamente pasó y los procuradores que van desta Nueva España lo llevan signado de escribano público. Y después de haber pasado otros abtos y requirimientos entre el dicho veedor y procuradores, se embarcó en un navío suyo porque ansí le fue requerido, porque de su estada y haber publicado que él venía por gobernador y capitán destas partes se alborotaban, y tenían éstos de México y Temixtitán ordenado con los naturales destas partes de se alzar y hacer una grand traición que, a salir con ella, hobiera sido peor que la pasada. Y fue que ciertos indios de aquí de Mexico concertaron con algunos de los naturales de aquellas provincias que el alguacil mayor había ido a pacificar, que viniesen a mí a mucha priesa y me dijesen cómo por la costa andaban veinte navíos con mucha gente, y que no salían a tierra; y que porque no debía ser buena gente, si yo queria ir allá y ver lo que era, que ellos se adreszarían e irían de guerra conmigo a me ayuday. Y para que los creyese trujéronme la figura de los navíos en un papel. Y como secretamente me hicieron saber esto luego conoscí su intención y que era maldad. Y rodeado para verme fuera desta provincia, porque como algunos de los prencipales della habían sabido que los días antes yo estaba de partida y vieron que me estaba quedo, habían buscado esta otra manera. Y yo desimulé con ellos y después prendí a algunos que lo habían ordenado, de manera que la venida del dicho Tapia y no tener espiriencia de la tierra y gente della causó harto bullicio, y su estada ficiera mucho daño si Dios no lo hobiera remediado. Más servicio hobiera fecho a Vuestra Majestad, estando en la isla Española, dejar su venida y consultarla primero a Vuestra Majestad y facerle saber el estado en que estaban las cosas destas partes, pues lo había sabido de los navíos que yo había inviado a la dicha isla por socorro y sabía claramente haberse remediado el escándalo que se esperaba haber con la venida de la armada de Pánfilo de Narváez, aquél que prencipalmente por los gobernadores y Consejo Real de Vuestra Majestad había sido proveído; mayormente que por el almirante y jueces y oficiales de Vuestra Majestad que residen en la dicha isla Española el dicho Tapia había sido requerido muchas veces que no curase de pasar a estas partes sin que primeramente Vuestra Majestad fuese informado de todo lo que en ella ha suscedido, y para ello le sobreseyeron su venida so ciertas penas, el cual, con formas que con ellos tuvo, mirando más su particular intere se que a lo que al servicio de Vuestra Majestad convenía, trabajó que se le alzase el sobreseimiento de su venida. He fecho relación de todo ello a Vuestra Majestad porque cuando el dicho Tapia se partió los procuradores y yo no la fecimos porque él no fuera buen portador de nuestras cartas, y también porque Vuestra Majestad vea y crea que en no rescebir al dicho Tapia Vuestra Majestad fue muy servido, segúnd que más largamente se probará cada y cuando fuere nescesario. En un capítulo antes déste he fecho saber a Vuestra Majestad cómo el capitán que yo había inviado a conquistar la provincia de Guaxaca la tenía pacífica y estaba esperando allí para ver lo que le mandaba. Y porque de su persona había nescesidad y era alcalde y teniente en la villa de Segura la Frontera, le escribí que los ochenta hombres y diez de caballo que tenía los diese a Pedro de Alvarado, al cual inviaba a conquistar la provincia de Tatutepeque, que es cuarenta leguas adelante de la de Guaxaca junto a la Mar del Sur, y hacían mucho daño y guerra a los que se habían dado por vasallos de Vuestra Majestad y a los de la provincia de Tecoatepeque porque nos habían dejado por su tierra entrar a descobrir la Mar del Sur. Y el dicho Pedro de Alvarado se partió desta cibdad al último de enero deste presente año, y con la gente que de aquí llevó y con la que rescibió en la provincia de Guaxaca juntó cuarenta de caballo y ducientos peones en que había cuarenta ballesteros y escopeteros y dos tiros pequeños de campo. Y dende a veinte días rescebí cartas del dicho Pedro de Alvarado cómo estaba de camino para la dicha provincia de Tatutepeque, y que me hacía saber que había tomado ciertas espías naturales della, y habiéndose informado dellas le habían dicho que el señor de Tatutepeque con su gente le estaba esperando en el campo; y que él iba con propósito de hacer en aquel camino toda su posibilidad por pacificar aquella provincia, y porque para ello, demás de los españoles, llevaba mucha y buena gente de guerra. Y estando con mucho deseo esperando la suscesión de aqueste negocio, a cuatro de marzo deste mesmo año rescebí cartas del dicho Pedro de Alvarado en que me fizo saber cómo él había entrado en la provincia, y que tres o cuatro poblaciones della se habían puesto en resistirle pero que no habían perseverado en ello; y que había entrado en la población y cibdad de Tatutepeque y habían sido bien rescebidos a lo que habían mostrado, y que el señor, que le había dicho que se aposentase allí en unas casas grandes suyas que tenían la cobertura de paja; y que porque eran en lugar algo no provechoso para los de caballo no habían querido sino abajarse a otra parte de la cibdad que era más llano, y que también lo había fecho porque luego entonces había sabido que le ordenaban de matar a él y a todos desta manera: que como todos los españoles estuviesen aposentados en las casas, que eran muy grandes, a media noche les pusiesen fuego y los quemasen a todos; y como Dios le había descubierto este negocio había desimulado y llevado consigo a lo bajo al señor de la provincia y un fijo suyo, y que los había detenido y tenía en su poder como presos, y le habían dado veinte y cinco mill castellanos; y que creía que segúnd los vasallos de aquel señor le decían, que tenían mucho tesoro, y que toda la provincia estaba tan pacífica que no podía ser más, y que tenían sus mercados y contratación como de antes, y que la tierra era muy rica de oro de minas y que en su presencia le habían sacado una muestra, la cual me invió; y que tres días antes había estado en la mar y tomado la posesión della por Vuestra Majestad, y que en su presencia habían sacado una muestra de perlas que tambien me invió, las cuales con la muestra del oro de minas invío a Vuestra Majestad. Como Dios Nuestro Señor encaminaba bien esta negociación e iba cumpliendo el deseo que yo tengo de servir a Vuestra Majestad en esto de la Mar del Sur, por ser cosa de tanta importancia, he proveído con mucha deligencia que en la una de tres partes por do yo he descubierto la mar se hagan dos carabelas medianas y dos bergantines, las carabelas para descobrir y los bergantines para seguir la costa. Y para ello he inviado con una persona de recabdo bien cuarenta españoles, en que van maestros y carpinteros de ribera y aserradores y herreros y hombres de la mar. Y he proveído a la villa por clavazón y velas y otros aparejos nescesarios para los dichos navíos, y se dará toda la priesa que sea posible para los acabar y echar al agua, lo cual fecho, crea Vuestra Majestad que será la mayor cosa y de que más servicio redundará a Vuestra Majestad después que las Indias se han descubierto. Estando en la cibdad de Tesuico antes que de allí saliese a poner cerco a la de Temixtitán, adreszándonos y forneciéndonos de lo nescesario para el dicho cerco, bien descuidados de lo que por ciertas personas se ordenaba, vino a mí una de aquéllas que eran en el concierto y fízome saber cómo ciertos amigos de Diego Velázquez que estaban en mi compañia me tenían ordenada traición para me matar, y que entre ellos había y tenían elegido capitán y alcalde mayor y alguacil y otros oficiales; y que en todo caso lo remediase, pues veía que demás del escándalo que se siguiría por lo de mi persona, estaba claro que ningúnd español escaparía viéndonos revueltos a los unos y a los otros, y que para esto no solamente hallaríamos a los enemigos apercebidos, pero aun a los que teníamos por amigos trabajarían de nos acabar a todos. Y como yo vi que se me había revelado tan grand traición, di gracias a Nuestro Señor porque en aquello consestía el remedio, y luego fice prender al uno que era el prencipal agresor, el cual espontáneamente confesó que él había ordenado y concertado con muchas personas que en su confesión declaró de me prender o matar y tomar la gobernación de la tierra por Diego Velázquez; y que era verdad que tenía ordenado de hacer capitán y alcalde mayor y que él había de ser alguacil mayor y me había de prender o matar, y que en esto eran muchas personas que él tenía puestas en una copia, la cual se halló en su posada aunque hecha pedazos, con algunas de las dichas personas que declaró él había platicado lo susodicho; y que no solamente esto se había ordenado allí en Tesuico, pero que también lo había comunicado y puesto en plática estando en la guerra de la provincia de Tepeaca. Y vista la confesión déste, el cual se decía Antonio de Villafañe, que era natural de Zamora, y como se certificó en ella, un alcalde y yo le condenamos a muerte, la cual se ejecutó en su persona. Y caso que en este delito hallamos otros muy culpados, desimulé con ellos haciéndoles obras de amigos, porque por ser el caso mío – aunque más propiamente se puede decir de Vuestra Majestad – no he querido proceder contra ellos rigurosamente. La cual disimulación no ha fecho mucho provecho, porque después acá algunos desta parcialidad de Diego Velázquez han buscado contra mí muchas acechanzas y de secreto hecho muchos bullicios y escándalos en que me ha convenido tener más aviso de me guardar dellos que de nuestros enemigos, pero Dios Nuestro Señor lo ha siempre guiado en tal manera que sin facer en aquéllos castigo ha habido y hay toda pacificación y tranquilidad. Y si de aquí adelante sintiere otra cosa, castigar se ha conforme a justicia. Después que se tomó la cibdad de Temixtitán, estando en ésta de Cuyoacan fallesció Don Fernando, señor de Tesuico, de que a todos nos pesó porque era muy buen vasallo de Vuestra Majestad y muy amigo de los cristianos. Y con parescer de los señores y prencipales de aquella cibdad y su provincia, en nombre de Vuestra Majestad se dio el señorío a otro hermano suyo menor, el cual se bautizó y se le puso nombre Don Carlos. Y segúnd dél fasta agora se conosce, lleva las pasadas de su hermano y aplácele mucho nuestro hábito y conversación. En la otra relación hice saber a Vuestra Majestad cómo cerca de las provincias de Tascaltecal y Guaxocingo habia una sierra redonda y muy alta, de la cual salía casi a la contina mucho humo que iba como una saeta derecho hacia arriba. Y porque los indios nos daban a entender que era cosa muy mala y que morían los que allí subían, yo hice a ciertos españoles que subiesen y viesen de la manera que la sierra estaba arriba. Y a la sazón que subieron salió aquel humo con tanto roído que ni pudieron ni osaron llegar a la boca. Y después acá yo hice ir allá otros españoles, y subieron dos veces hasta llegar a la boca de la sierra do sale aquel humo, y había de la una parte de la boca a la otra dos tiros de ballesta porque hay en torno casi tres cuartas de legua, y tiene tan grand hondura que no pudieron ver el cabo. Y allí alderredor hallaron algúnd azufre de lo que el humo espele. Y estando una vez allá oyeron el ruido grande que traía el humo y ellos dieron priesa a bajar, pero antes que llegasen al medio de la sierra ya venían rodando infinitas piedras, de que se vieron en harto peligro. Y los indios nos tuvieron a muy grand cosa osar ir adonde fueron los españoles, Por una carta hice saber a Vuestra Majestad cómo los naturales destas partes eran de mucha más capacidad que no los de las otras islas; que nos parescían de tanto entendimiento y razón cuanto a uno medianamente basta para ser capaz, y que a esta cabsa me parescía cosa grave por entonces compelerse a que sirviesen a los españoles de la manera que los de las otras islas; y que también, cesando aquesto, los conquistadores y pobladores destas partes no se podían sustentar, y que para no costreñir por estonces a los indios y que los españoles se remediasen, me parescía que Vuestra Majestad debía mandar que de las rentas que acá pertenescían a Vuestra Majestad fuesen socorridos para su gasto y sustentación, y que sobre ello Vuestra Majestad mandase proveer lo que fuese más servido, segúnd que de todo más largamente fice a Vuestra Majestad relación, y después acá, vistos los muchos y continos gastos de Vuestra Majestad y que antes debíamos por todas vías acrecentar sus rentas que dar cabsa a las gastar, y visto también el mucho tiempo que habemos andado en las guerras y las nescesidades y debdas en que a cabsa della todos estábamos puestos y la dilación que había en lo que en aqueste caso Vuestra Majestad podía mandar, y sobretodo la mucha importunación de los oficiales de Vuestra Majestad y de todos los españoles y que en ninguna manera me podía escusar, fueme casi forzado depositar los señores y naturales destas partes a los españoles, y considerando en ello las personas y los servicios que en estas partes a Vuestra Majestad han hecho, para que en tanto que otra cosa mande proveer o confirmar esto, los dichos señores y naturales sirvan y den a cada español a quien estovieren depositados lo que hobiere menester para su sustentación. Y esta forma fue con parescer de personas que tenían y tienen mucha intiligencia y esperiencia de la tierra, y no se pudo ni puede tener otra cosa que sea mejor que convenga más así para la sustentación de los españoles como para conservación y buen tratamiento de los indios, según que de todo harán más larga relación a Vuestra Majestad los procuradores que agora van desta Nueva España. Para las faciendas y granjerías de Vuestra Majestad se señalaron las provincias y cibdades mejores y más convinientes. Suplico a Vuestra Majestad lo mande proveer y responder lo que más fuere servido. Muy Católico Señor, Dios Nuestro Señor la vida y muy real persona y muy poderoso estado de Vuestra Cesárea Majestad conserve y aumente con acrecestamiento de muy mayores reinos y señoríos como su real corazón desea. De la cibdad de Cuyoacan desta su Nueva España del Mar Océano, a 15 días de mayo de 1522 años. Potentísimo Señor, de Vuestra Cesárea Majestad muy su humill servidor y vasallo que los muy reales pies y manos de Vuestra Majestad besa. – Hernando Cortés Potentísimo Señor: A Vuestra Cesárea Majestad hace relación Fernando Cortés, su Capitán y Justicia Mayor en esta Nueva España del Mar Océano, según Vuestra Majestad podrá mandar ver y porque los oficiales de Vuestra Católica Majestad somos obligados a le dar cuenta del susceso y estado de las cosas destas partes, y en esta escritura va muy particularmente declarado y aquello es la verdad, y lo que nosotros podríamos escrebir no hay nescesidad de más nos alargar, sino remitimos a la relación del dicho capitán. Invitísimo y Muy Católico Señor, Dios Nuestro Señor la vida y muy real persona y potentísimo estado de Vuestra Majestad conserve y aumente con acrecentamiento de muchos más reinos y señoríos como su real corazón desea. De la cibdad de Cuyoacan, a 15 de mayo de 1522 años. Potentísimo Señor, de Vuestra Cesárea Majestad muy humiles siervos y vasallos que los muy reales pies y manos de Vuestra Majestad besan. – Julián Alderete – Alonso de Grados – Bernaldino Vázquez de Tapia. La presente carta de relación fue impresa en la muy noble y muy leal cibdad de Sevilla por Jacobo Cromberger Alemán, y acabóse a treinta días de marzo, año de 1523.

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