TERCERA RELACIÓN – Parte 2
Y yo me partí y a las diez del día llegamos a Guastepeque, de que arriba he fecho mención, y en la casa de una huerta del señor de allí nos aposentamos todos, la cual huerta es la mayor y más fermosa y fresca que nunca se vio, porque tiene dos leguas de circuito y por medio della va una muy gentil ribera de agua, y de trecho a trecho, cantidad de dos tiros de ballesta, hay aposentamientos y jardines muy frescos e infinitos árboles de diversas frutas y muchas yerbas y flores olorosas, que cierto es cosa de admiración ver la gentileza y grandeza de toda esta huerta. Y aquel día reposamos en ella, donde los naturales nos hicieron el placer y servicio que pudieron. Y otro día nos partimos, y a las ocho horas del día llegamos a una buena población que se dice Yautepeque, en la cual estaban esperándonos mucha gente de guerra de los enemigos. Y como llegamos, paresció que quisieron hacernos alguna señal de paz o por el temor que tuvieron o por nos engañar, pero luego incontinente sin más acuerdo comenzaron a huir desamparando su pueblo. Y yo no curé de deternerme en él, y con los treinta de caballo dimos tras ellos bien dos leguas fasta los encerrar en otro pueblo que se dice Gilutepeque, donde alanceamos y matamos muchos. Y en este pueblo hallamos la gente muy descuidada porque llegamos primero que sus espías, y murieron algunos y tomáronse muchas mujeres y mochachos, y todos los demás huyeron. Y yo estuve dos días en este pueblo creyendo que el señor dél se viniera a dar por vasallo de Vuestra Majestad, y como nunca vino, cuando partí fice poner fuego al pueblo. Y antes que dél saliese vinieron ciertas personas del pueblo antes, que se dice Yactepeque, y rogáronme que les perdonase y que ellos se querían dar por vasallos de Vuestra Majestad. Yo los rescebí de buena voluntad porque en ellos se habían hecho ya buen castigo. Aquel día que me partí a las nueve del día llegué a vista de un pueblo muy fuerte que se llama Coadnabaced, y dentro dél había mucha gente de guerra y era tan fuerte el pueblo y cercado de tantos cerros y barrancas que algunas había de diez estados de hondura. Y no podía entrar ninguna gente de caballo salvo por dos partes y éstas entonces no las sabíamos, y aun para entrar por aquéllas habíamos de rodear más de legua y media. Y también se podía entrar por puentes de madera, pero teníanlas alzadas y estaban tan fuertes y tan a su salvo que aunque fuéramos diez veces más no nos tuvieran en nada. Y llegándonos hacia ellos, tirábannos a su placer muchas varas y flechas y piedras. Y estando así muy revueltos con nosotros, un indio de Tascaltecal pasó de tal manera que no le vieron por un paso muy peligroso, y como los enemigos le vieron ansí de súpito creyeron que los españoles les entraban por allí. Y así, ciegos y espantados, comienzan a ponerse en huida y el indio tras ellos. Y tres o cuatro criados míos y otros dos de una capitanía, como vieron pasar al indio, siguiéronle y pasaron de la otra parte, y yo con los de caballo comencé a guiar hacia la sierra para buscar entrada al pueblo. Y los indios nuestros enemigos no hacían sino tirarnos varas y flechas porque entre ellos y nosotros no había más de una barranca como cava, y como esta ban embebecidos en pelear con nosotros y éstos no habían visto los cinco españoles, llegan de improviso por las espaldas y comienzan a darles de cochilladas. Y como los tomaron de tan sobresalto y sin pensamiento que por las espaldas se les había de facer alguna ofensa, porque ellos no sabían que los suyos habían desamparado el paso por donde los españoles y el indio habían pasado, estaban espantados y no osaban pelear, y los españoles mataban en ellos. Y desque cayeron en la burla comenzaron a huir, y ya nuestra gente de pie estaba dentro en el pueblo y le comenzaban a quemar y los enemigos todos a le desamparar. Y así huyendo se acogieron a la sierra, aunque murieron muchos dellos y los de caballo siguieron y mataron muchos. Y después que hallamos por dónde entrar al pueblo, que sería mediodía, aposentámosnos en las casas de una huerta porque lo hallamos ya casi quemado todo. Y ya bien tarde, el señor dél y algunos otros prencipales, viendo que en cosa tan fuerte como su pueblo no se habían podido defender, temiendo que allá en la sierra los habíamos de ir a matar, acordaron de se venir a ofrescer por vasallos de Vuestra Majestad después de les haber quemado, y yo los rescebí por tales y prometiéronme de ahí adelante ser siempre nuestros amigos. Estos indios y los otros que venían a se dar por vasallos de Vuestra Majestad después de los haber quemado y destruido sus casas y haciendas nos dijeron que la causa por que venían tarde a nuestra amistad era porque pensaban que satisfacían sus culpas con consentir primero hacerles daño, creyendo que hecho, no terníamos después tanto enojo dellos. Aquella noche dormimos en aquel pueblo, y por la mañana seguimos nuestro camino por una tierra de pinares despoblada y sin ninguna agua, la cual y un puerto pasamos con grandísimo trabajo y sin beber, tanto que muchos de los indios que iban con nosotros perescieron de sed. Y a siete leguas de aquel pueblo en unas estancias paramos aquella noche. Y en amanesciendo tomamos nuestro camino y llegamos a vista de una gentil cibdad que se dice Suchimilco, que está edificada en la la guna dulce. Y como los naturales della estaban avisados de nuestra venida tenían hechas muchas albarradas y acequias, y alzadas las puentes de todas las entradas de la cibdad, la cual está de Timixtitán tres o cuatro leguas, y estaba dentro mucha y muy lucida gente y muy determinados de se defender o morir. Y llegados y recogida toda la gente y puesta en mucha orden y concierto, yo me apeé de mi caballo y seguí con ciertos peones hacia una albarrada que tenían hecha, y detrás estaba infinita gente de guerra. Y como comenzamos a combatir el albarrada y los ballesteros y escopeteros les hacían daño, desamparáronla, y los españoles se echaron al agua y pasaron adelante por donde hallaban tierra firme, y en media hora que peleamos con ellos les ganamos la prencipal parte de la cibdad. Y retraídos los contrarios, por las calles del agua y en sus canoas pelearon hasta la noche. Y unos movían paces y otros por eso no dejaban de pelear, y moviéronlas tantas veces sin ponerlas por obra hasta que caímos en la cuenta, porque ellos lo hacían para dos efetos: el uno, para alzar sus haciendas en tanto que nos detenían con la paz; el otro, por dilatar tiempo en tanto que les venía socorro de México y Temixtitán. Y este día nos mataron dos españoles porque se desmandaron de los otros a robar y viéronse con tanta nescesidad que nunca pudieron ser socorridos. Y en la tarde pensaron los enemigos cómo nos podrían atajar de manera que no pudiésemos salir de su cibdad con las vidas y juntos mucha copia dellos, determinaron de venir por la parte que nosotros habíamos entrado. Y como los vimos venir tan de súpito, espantámonos de ver su ardid y presteza, y seis de caballo y yo que estábamos más a punto que los otros arremetimos por medio dellos. Y ellos de temor de los caballos pusiéronse en huida, y ansí salimos de la cibdad tras ellos matando muchos, aunque nos vimos en harto aprieto, porque como eran tan valientes hombres, muchos dellos osaban esperar a los de caballo con sus espadas y rodelas. Y como andábamos revueltos con ellos y había muy grand pieza, el caballo en que yo iba se dejó caer de cansado. Y como algunos de los contrarios me vieron a pie revolvieron contra mí, y yo con la lanza empecéme a defender dellos. Y un indio de los de Tascaltecal, como me vio en necesidad llegóse a me ayudar, y él y un mozo mío que luego llegó levantamos el caballo. Y ya en esto llegaron los españoles y los enemigos desampararon todo el campo, y yo con los otros de caballo que entonces habían llegado, como estábamos muy cansados nos volvimos a la cibdad. Y aunque era ya casi noche y sazón de reposar mandé que todas las puentes alzadas por do iba el agua se cegasen con piedra y adobes que había allí porque los de caballo pudiesen entrar y salir sin estorbo ninguno en la cibdad, y no me partí de allí fasta que todos aquellos pasos malos quedaron muy bien adreszados. Y con mucho aviso y recaudo de velas pasamos aquella noche. Otro día, como todos los naturales de la provincia de México y Temixtitán sabían ya que estábamos en Suchimilco, acordaron de venir con grand poder por el agua y por la tierra a nos cercar, porque creían que no podíamos ya escapar de sus manos. Y yo me subí a una torre de sus ídolos para ver cómo venía la gente y por dónde nos podían acometer, para proveer en ello lo que nos conveniese, y ya que en todo había dado orden llega por el agua una muy grande flota de canoas, que creo que pasaban de dos mill, y en ellas venían más de doce mill hombres de guerra. Y por la tierra llega tanta multitud de gente que todos los campos cubrían, y los capitanes dellos que venían delante traían sus espadas de las nuestras en las manos, y apellidando sus provincias decían: ¡México, México! ¡Temixtitán, Temixtitán!», y decíannos muchas enjurias y amenazándonos que nos habían de matar con aquellas espadas que nos habian tomado la otra vez en la cibdad de Temixtitán. Y como ya había proveído adónde había de acudir cada capitán, y porque hacia la tierra firme había mucha copia de enemigos, salí a ellos con veinte de caballo y con quinientos indios de Tascaltecal y repartímonos en tres partes. Y mandéles que desque hobiesen rompido, que se recogiesen al pie de un cerro que estaba media legua de allí, porque también había allí mucha gente de los enemigos. Y como nos dividimos cada escuadrón siguió a los enemigos por su cabo, y después de desbaratados y alanceados y muertos muchos, recogímonos al pie del cerro. Y yo mandé a ciertos peones criados míos que me habían servido y eran bien sueltos que por lo más agro del cerro trabajasen de lo subir, y que yo con los de caballo rodearía por detrás, que era más llano, y los tomaríamos en medio. Y ansí fue, que como los enemigos vieron que los españoles les subian por el cerro, volvieron las espaldas, creyendo que huían a su salvo, y topan con nosotros, que seríamos quince de caballo. Y comenzamos a dar en ellos y los de Tascaltecal ansimesmo, por manera que en poco espacio murieron más de quinientos de los enemigos, y todos los otros se salvaron y fuyeron a las sierras. Y los otros seis de caballo acertaron a ir por un camino muy ancho y muy llano alanceando en los enemigos, y a media legua de Suchimilco dan sobre un escuadrón de gente muy lucida que venía en su socorro, y desbaratáronlos y alancearon algunos. Y ya que nos hobimos juntado todos los de caballo, que serían las diez del día, volvimos a Suchimilco. Y a la entrada hallé muchos españoles que deseaban mucho nuestra venida y saber lo que nos había acontecido, y contáronme cómo se habían visto en mucho aprieto y habían trabajado todo lo posible por echar fuera los enemigos, de los cuales habían muerto mucha cantidad, y diéronme dos espadas de las nuestras que les habían tomado y dijéronme cómo los ballesteros no tenían saetas ni almacén alguno. Y estando en esto, antes que nos apeásemos asomaron por una calzada muy ancha un grand escuadrón de los enemigos con muy grandes alaridos y de presto arremetimos a ellos, y como de la una parte y de la otra de la calzada era todo agua lanzáronse en ella, y así los desbaratamos. Y recogida la gente, volvimos a la cibdad bien cansados y mandéla quemar toda expceto aquello donde estábamos aposentados. Y así estuvimos en esta cibdad tres días que en ninguno dellos dejamos de pelear, y al cabo, dejándola toda quemada y asolada, nos partimos. Y cierto era mucho para ver, porque tenía muchas casas y torres de sus ídolos de cal y canto. Y por no me alargar dejo de particularizar otras cosas bien notables desta cibdad. El día que me partí me salí fuera a una plaza que está en la tierra firme junto a esta cibdad que es donde los naturales hacen sus mercados. Y estaba dando orden cómo diez de caballo fuesen en la delantera y otros diez en medio de la gente de pie y yo con otros diez en la rezaga, y los de Suchimilco, como vieron que nos encomenzábamos a ir, creyendo que de temor suyo era, llegan por nuestras espaldas con mucha grita. Y los diez de caballo y yo volvimos a ellos y seguímoslos hasta meterlos en el agua en tal manera que no curaron más de nosotros, y así nos volvimos nuestro camino. Y a las diez del día llegamos a la cibdad de Cuyoacan, que está de Suchimilco dos leguas, y de las cibdades de Temixtitán y Culuacan y Uchilubuzco e Yztapalapa y Cuytaguapa y Mizqueque, que todas están en el agua – la más lejos déstas está una legua y media – , y hallámosla despoblada. Y aposentámosnos en la casa del señor y aquí estuvimos el día que llegamos y otro. Y porque en siendo acabados los bergantines había de poner cerco a Temixtitán, quise primero ver la disposición desta cibdad y las entradas y salidas y por dónde los españoles podían ofender o ser ofendidos, y otro día que llegué tomé cinco de caballo y ducientos peones y fuime hasta la laguna, que estaba muy cerca, por una calzada que entra a la cibdad de Temixtitán. Y vimos tanto número de canoas por el agua y en ellas gente de guerra que era infinito, y llegamos a una albarrada que tenían fecha en la calzada y los peones comenzáronla a combatir. Y aunque fue muy recia y hobo mucho resistencia e hirieron diez españoles, al fin se la ganaron y mataron muchos de los enemigos, aunque los ballesteros y escopeteros quedaron sin pólvora y sin saetas. Y dende alli vimos cómo iba la calzada derecha por el agua hasta dar en Temixtitán bien legua y media, y ella y la otra que va a dar a Yztapalapa llenas de gente sin cuento. Y como yo hobe considerado bien lo que convenía verse, porque aquí en esta cibdad había de estar una guarnición de gente de pie y de caballo, hice recoger los nuestros, y así nos volvimos quemando las casas y torres de sus ídolos. Y otro día nos partimos desta cibdad a la de Tacuba, que está dos leguas, y llegamos a las nueve del día alanceando por unas partes y por otras porque los enemigos salían de la laguna por dar en los indios que nos traían el fardaje, y hallábanse burlados y ansí nos dejaban ir en paz. Y porque, como he dicho, mi intención prencipal había sido procurar de dar vuelta a todas las lagunas por calar y saber mejor la tierra y también por socorrer aquellos nuestros amigos, no curé de pararme en Tacuba. Y como los de Temixtitán – que está allí muy cerca, que casi se estiende la cibdad tanto que llega cerca de la tierra firme de Tacuba – como vieron que pasábamos adelante cobraron mucho esfuerzo, y con gran denuedo acometieron a dar en medio de nuestro fardaje. Y como los de caballo veníamos bien repartidos y todo por allí era llano aprovechábamosnos bien de los contrarios sin rescebir los nuestros ningúnd peligro, y como corríamos a unas partes y a otras y unos mancebos críados míos me siguían algunas veces, aquella vez dos déllos no lo hicieron y halláronse en parte donde los enemigos los llevaron, donde creemos que les darían muy cruel muerte como acostumbran, de que sabe Dios el sentimiento que hobe, ansí por ser cristianos como porque eran valientes hombres y le habían servido muy bien en esta guerra a Vuestra Majestad. Y salidos desta cibdad, comenzamos a seguir nuestro camino por entre otras poblaciones cerca de allí y alcanzamos a la gente. Y allí supe entonces cómo los indios habían llevado aquellos mancebos, y por vengar su muerte y porque los enemigos nos seguían con el mayor orgullo de mundo, yo con veinte de caballo me puse detrás de unas casas en celada. Y como los indios vían a los otros diez con toda la gente y fardaje ir adelante, no hacían sino seguillos por un camino adelante que era muy ancho y muy llano, no se temiendo de cosa ninguna. Y como vimos pasar ya algunos, yo apellidé en nombre del apóstol Santiago y dimos en ellos muy reciamente, y antes que se nos metiesen en las acequias que había cerca habíamos muerto dellos más de cient prencipales y muy lucidos, y no curaron de más nos seguir. Este día fuimos a dormir dos leguas adelante a la cibdad de Coatinchan bien cansados y mojados, porque había llovido mucho aquella tarde, y hallámosla despoblada. Y otro día comenzamos de caminar alanceando de cuando en cuando a algunos indios que nos salían a gritar, y fuemos a dormir a una población que se dice Gilotepeque, y hallámosla despoblada. Y otro día llegamos a las doce horas del día una cibdad que se dice Aculman, que es del señorío de la cibdad de Tesuico, a donde fuemos aquella noche a dormir. Y fuemos de los españoles bien rescebidos y se holgaron con nuestra venida como a la salvación, porque después que yo me había partido dellos no habían sabido de mí fasta aquel día que llegamos, y habían tenido muchos rebatos en la cibdad, y los naturales della les decían cada día que los de México y Temixtitán habían de venir sobre ellos en tanto que yo por allá andaba. Y así se concluyó con la ayuda de Dios esta jornada, y fue muy grand cosa y en que Vuestra Majestad rescibió mucho servicio por muchas causas que adelante se dirán. Al tiempo que yo, Muy Poderoso e Invitísimo Señor, estaba en la cibdad de Temixtitán, luego a la primera vez que a ella vine, proveí, como en la otra relación hice saber a Vuestra Majestad, que en dos o tres provincias aparejadas para ello se hiciesen para Vuestra Majestad ciertas casas de granjerías en que hobiese labranzas y otras cosas conforme a la calidad de aquellas provincias. Y a una dellas que se dice Chinanta invié para ello dos españoles. Y esta provincia no es subjeta a los naturales de Culúa, y en las otras que lo eran al tiempo que me daban guerra en la cibdad de Temixtitán mataron a los que estaban en aquellas granjerías y tomaron lo que en ellas había, que era cosa muy gruesa segúnd la manera de la tierra. Y destos españoles que estaban en Chinanta se pasó casi un año que no supe dellos, porque como todas aquellas provincias estaban rebeladas ni ellos podían saber de nosotros ni nosotros dellos. Y estos naturales de la provincia de Chinanta, como eran vasallos de Vuestra Majestad y enemigos de los de Culúa, dijeron a aquellos cristianos que en ninguna manera saliesen de su tierra, porque nos habían dado los de Culúa mucha guerra y creían que pocos o ningunos de nosotros había vivos, y así se estuvieron estos dos españoles en aquella tierra. Y el uno dellos, que era mancebo y hombre para guerra, hiciéronle su capitán, y en este tiempo salía con ellos a dar guerra a sus enemigos y las más veces él y los de Chinanta eran vencidores. Y como después plugo a Dios que nosotros volvimos a nos rehacer y haber alguna vitoria contra los enemigos que nos habían desbaratado y echado de Temixtitán, éstos de Chinanta dijeron a aquellos cristianos que habían sabido que en la provincia de Tepeaca había españoles, y que si querían saber la verdad, que ellos querían aventurar dos indios, aunque habían de pasar por mucha tierra de sus enemigos, pero que andarían de noche y fuera del camino hasta llegar a Tepeaca. Y con aquellos dos indios el uno de aquellos españoles, que era el más hombre de bien, escríbió una carta cuyo tenor es el siguiente: Nobles señores: Dos o tres cartas he escrípto a vuestras mercedes, y no sé si han aportado allá o no. Y pues de aquéllas no he habido respuesta, también pongo en duda habella désta. Hágoos, señores, saber cómo todos los naturales desta tierra de Culúa andan levantados y de guerra. Y muchas veces nos han acometido, pero siempre, loores a Nuestro Señor, hemos sido vencidores. Y con los de Tuxtepeque y su parcialidad de Culúa cada día tenemos guerra. Los que están en servicio de Sus Altezas y por sus vasallos son siete villas de los Tenez. Y yo y Nicolás siempre estamos en Chinanta, que es la cabecera. Mucho quisiera saber adónde está el capitán para le poder escrebir y hacer saber las cosas de acá. Y si por ventura me escribiéredes de dónde él está e inviáredes veinte o treinta españoles, irme ía con dos naturales prencipales de aquí que tienen deseo de ver y fablar al capitán. Y sería bien que viniesen, porque como es tiempo agora de coger el cacao, estórbanlo los de Culúa con las guerras. Nuestro Señor guarde las nobles personas de vuestras mercedes como desean. – De Chinantla, a no sé cuántos del mes de abríl de mill y quinientos y veinte y uno años. A servicio de vuestras mercedes. – Fernando de Barrientos. Y como los dos indios llegaron con esta carta a la dicha provincia de Tepeaca, el capitán que yo allí había dejado con ciertos españoles inviómela luego a Tesuico. Y rescebida, todos rescebimos muy grand placer, porque aunque siempre habíamos confiado en la amistad de los de Chinanta, teníamos pensamiento que si se confederaban con los de Culúa, que habrían muerto aquellos dos españoles. A los cuales yo luego escribí dándoles cuenta de lo pasado y que tuviesen esperanza, que aunque estaban cercados de todas partes de los enemigos, presto, placiendo a Dios, se verían libres y podrían salir y entrar seguros. Después de haber dado vuelta a las lagunas, en que tomamos muchos avisos para poner el cerco a Temixtitán por la tierra y por el agua, yo estuve en Tesuico fornesciéndome lo mejor que pude de gente y de armas y dando priesa en que se acabasen los bergantines y una zanja que se hacía para los llevar por ella fasta la laguna, la cual zanja se comenzó a facer luego que la ligazón y tablazón de los bergantines se trujeron en una acequia de agua que iba por cabe los aposentamientos fasta dar en la laguna. Y desde donde los bergantines se ligaron y la zanja se comenzó a hacer hay bien media legua fasta la laguna, y en esta obra anduvieron cincuenta días más de ocho mill personas cada día de los naturales de la provincia de Aculuacan y Tesuico, porque la zanja tenía más de dos estados de hondura y otros tantos de anchura e iba toda chapada y estacada , por manera que el agua que por ella iba la pusieron en el peso de la laguna, de forma que las fustas se podían llevar sin peligro y sin trabajo fasta el agua, que cierto que fue obra grandísima y mucho para ver. Y acabados los bergantines y puestos en esta zanja, a veinte y ocho de abril del dicho año fice alarde de toda la gente y hallé ochenta y seis de caballo, y ciento y diez y ocho ballesteros y escopeteros, y setecientos y tantos peones de espadas y rodela, y tres tiros gruesos de hierro, y quince tiros pequeños de bronce y diez quintales de pólvora. Acabado de hacer el dicho alarde, yo encargué y encomendé mucho a todos los españoles que guardasen y cumpliesen las ordenanzas que yo había hecho para las cosas de la guerra en todo cuanto les fuese posible, y que se alegrasen y esforzasen mucho, pues que vían que Nuestro Señor nos encaminaba para haber vitoria de nuestros enemigos, porque bien sabían que cuando habíamos entrado en Tesuico no habíamos traído más de cuarenta de caballo, y que Dios nos había socorrido mejor que lo habíamos pensado y habían venido navíos con los caballos y gente y armas que habían visto; y que esto y prencipalmente ver que peleábamos en favor y augmento de nuestra fee y por reducir al servicio de Vuestra Majestad tantas tierras y provincias como se le habían rebelado les había de poner mucho ánimo y esfuerzo para vencer o morir. Y todos respondieron y mostraron tener para ello muy entera voluntad y deseo. Y aquel día del alarde pasamos con mucho placer y deseo de nos ver ya sobre el cerco y dar conclusión a esta guerra, de que dependía toda la paz o desasosiego destas partes. Otro día siguiente fice mensajeros a las provincias de Tascaltecal, Guaxocingo y Churultecal a les facer saber cómo los bergantines eran acabados y que yo y toda la gente estábamos apercebidos y de camino para ir a cercar la grand cibdad de Temixtitán; por tanto, que les rogaba, pues que ya por mí estaban avisados y tenían su gente apercebida, que con toda la más y bien armada [gente] que pudiesen, se partiesen y se viniesen allí a Tesuico donde yo les esperaría diez días, y que en ninguna manera excediesen desto, porque sería grande desvío para lo que estaba concertado. Y como llegaron los mensajeros y los naturales de aquellas provincias estaban apercebidos y con mucho deseo de se ver con los de Culúa, los de Guaxocingo y Chorultecal se vinieron a Calco porque yo se lo había ansí mandado, porque junto por allí había de entrar a poner el cerco. Y los capitanes de Tascaltecal con toda su gente muy lucida y bien armada llegaron a Tesuico cinco o seis días antes de Pascua de Espíritu Santo, que fue el tiempo que yo les asigné. Y como aquel día supe que venían cerca, salílos a rescebir con mucho placer. Y ellos venían tan alegres y bien ordenados que no podía ser mejor, y segúnd la cuenta que los capitanes nos dieron pasaban de cincuenta mill hombres de guerra, los cuales fueron por nosotros muy bien rescebidos y aposentados. El segundo día de Pascua mandé salir a toda la gente de pie y de caballo a la plaza desta cibdad de Tesuico para la ordenar y dar a los capitanes la que habían de llevar para tres guarniciones de gente que se habían de poner en tres cibdades que están en torno de Temixtitán. Y de la una guarnición hice capitán a Pedro de Alvarado, y dile treinta de caballo, y diez y ocho ballesteros y escopeteros, y ciento y cincuenta peones de espada y rodela y más de veinte y cinco mill hombres de guerra de los de Tascaltecal. Y éstos habían de asentar su real en la cibdad de Tacuba. De la otra guarnición fice capitán a Cristóbal de Olid, al cual di treinta y tres de caballo, y diez y ocho ballesteros y escopeteros, y ciento y sesenta peones de espada y rodela y más de veinte mill hombres de guerra de nuestros amigos. Y éstos habían de asentar su real en la cibdad de Cuyoacan. De la otra tercera guarnición fice capitán a Gonçalo de Sandoval, alguacil mayor, y díle veinte y cuatro de caballo, y cuatro escopeteros, y trece ballesteros y ciento y cincuenta peones de espada y rodela – los cincuenta dellos mancebos escogidos que yo traía en mi compañía – y toda la gente de Guaxocingo y Chururtecal y Calco, que había más de treinta mill hombres. Y éstos habían de ir por la cibdad de Yztapalapa a destruirla y pasar adelante por una calzada de la laguna con favor y espaldas de los bergantines, y juntarse con la guarnición de Cuyoacan, para que después que yo entrase con los bergantines por la laguna el dicho alguacil mayor asentase su real donde le paresciese que más convenía. Para los trece bergantines con que yo había de entrar por la laguna dejé trecientos hombres, todos los más gente de la mar y bien diestra, de manera que en cada bergantín iban veinte y cinco españoles y cada fusta llevaba su capitán y veedor y seis ballesteros y [seis] escopeteros. Dada la orden susodicha, los dos capitanes que habían de estar con la gente en las cibdades de Tacuba y Cuyoacan, después de haber rescebido las instruciones de lo que habían de hacer, se partieron de Tesuico a diez días de mayo, y fueron a dormir dos leguas y media de allí a una población buena que se dice Aculman. Y aquel día supe cómo entre los capitanes había habido cierta diferencia sobre el aposentamiento, y proveí luego esa noche para lo remediar y poner en paz y yo invié una persona para ello que los reprehendió y apaciguó. Y otro día de mañana se partieron de allí y fueron a dormir a otra población que se dice Gilotepeque, la cual hallaron despoblada porque era ya tierra de los enemigos. Y otro día siguiente siguieron su camino en su ordenanza y fueron a dormir a una cibdad que se dice Guatitlan de que antes desto he fecho relación a Vuestra Majestad, la cual ansimesmo hallaron despoblada. Y aquel día pasaron por otras dos cibdades y poblaciones que tampoco hallaron gente en ellas. Y a hora de vísperas entraron en Tacuba, que también estaba despoblada, y aposentáronse en las casas del señor de allí, que son muy hermosas y grandes. Y aunque era ya tarde, los naturales de Tascaltecal dieron una vista por la entrada de dos calzadas de la cibdad de Temixtitán y pelearon dos o tres horas valientemente con los de la cibdad. Y como la noche los despartió, volviéronse sin ningúnd peligro a Tacuba. Otro día de mañana los dos capitanes acordaron, como yo les había mandado, de ir a quitar el agua dulce que por caños entraba a la cibdad de Temextitán. Y el uno dellos con veinte de caballo y ciertos ballesteros y escopeteros fue al nascimiento de la fuente, que estaba un cuarto de legua de allí, y cortó y quebró los caños, que eran de madera y de cal y canto. Y peleó reciamente con los de la cibdad que se lo defendían por la mar y por la tierra, y al fin los desbarató y dio conclusión a lo que iba, que era quitarles el agua dulce que entraba a la cibdad, que fue muy grande ardid. Este mismo día los capitanes ficieron adreszar algunos malos pasos y puentes y acequias que estaban por allí alderredor de la laguna porque los de caballo pudiesen libremente correr por una parte y por otra. Y hecho esto, en que se tardaría tres o cuatro días en los cuales se hobieron muchos recuentros con los de la cibdad en que fueron heridos algunos españoles y muertos hartos de los enemigos y les ganaron muchas albarradas y puentes y hobo hablas y desafíos entre los de la cibdad y los naturales de Tascaltecal que eran cosas bien notables y para ver, el capitán Cristóbal de Olid con la gente que había de estar en guarnición en la cibdad de Cuyoacan, que está dos leguas de Tacuba, se partió. Y el capitán Pedro de Alvarado se quedó en guarnición con su gente en Tacuba, donde cada día tenía escaramuzas y peleas con los in dios. Y aquel día que Cristóbal de Olid se partió para Cuyoacan él y la gente llegaron a las diez del día y aposentáronse en las casas del señor de allí y hallaron despoblada la cibdad. Y otro día de mañana fueron a dar una vista a la calzada que entra en Temixtitán con hasta veinte de caballo y algunos ballesteros y con seis o siete mill indios de Tascaltecal, y hallaron muy apercebidos los contrarios y rota la calzada y hechas muchas albarradas, y pelearon con ellos y los ballesteros hirieron y mataron algunos. Y esto continuaron seis o siete días que en cada uno dellos hobo muchos recuentros y escaramuzas. Y una noche a media noche llegaron ciertas velas de los de la cibdad a gritar cerca del real y las velas de los españoles apellidaron alarma, y salió la gente y no hallaron ninguno de los enemigos porque dende muy lejos del real habían dado la grita, la cual les había puesto algúnd temor. Y como la gente de los nuestros estaba dividida en tantas partes, los de las dos guarniciones deseaban mi llegada con los bergantines como la salvación, y con esta esperanza estuvieron aquellos pocos días hasta que yo llegué, como adelante diré. Y en estos seis días los del un real y del otro se juntaban cada día y los de caballo corrían la tierra como estaban cerca los unos de los otros, y siempre alanceaban muchos de los enemigos y de la sierra cogían mucho maíz para sus reales, que es el pan y mantenimiento destas partes y hace mucha ventaja a lo de las Islas. En los capítulos precedentes dije cómo yo me quedaba en Tesuico con trecientos hombres y los trece bergantines porque, en sabiendo que las guarniciones estaban en los lugares donde habían de asentar sus reales, yo me embarcase y diese una vista a la cibdad e ficiese algun daño en las canoas. Y aunque yo deseaba mucho irme por la tierra por dar orden en los reales, como los capitanes eran personas de quien se podía muy bien fiar lo que tenían entre manos y lo de los bergantines importaba mucha importancia y se requería grand concierto y cuidado, determiné de me meter en ellos porque la más aventura y ries go era la que se esperaba por el agua, y aunque por las personas prencipales de mi compañía me fue requerido en forma que me fuese con las guarniciones, porque ellos pensaban que ellas llevaban lo más peligroso. Y otro día después de la fiesta de Corpus Christi, viernes, al cuarto del alba fice salir de Tesuico a Gonzalo de Sandoval, alguacil mayor, con su gente y que se fuese derecho a la cibdad de Yztapalapa, que estaba de allí seis leguas pequeñas. Y a poco más de mediodía llegaron a ella y comenzaron a quemarla y a pelear con la gente della, y como vieron el grand poder que el alguacil mayor llevaba, porque iban con él más de treinta y cinco o cuarenta mill hombres nuestros amigos, acogéronse al agua en sus canoas. Y el alguacil mayor con toda la gente que llevaba se aposentó en aquella cibdad y estuvo en ella aquel día esperando lo que yo le había de mandar y me suscedía. Como hobe despachado al alguacil mayor luego me metí en los bergantines y nos hecimos a la vela y al remo, y al tiempo que el alguacil mayor combatía y quemaba la cibdad de Yztapalapa llegamos a vista de un cerro grande y fuerte que está cerca de la dicha cibdad y todo en el agua. Conoscieron que yo entraba ya por la laguna, y el dicho cerro estaba muy fuerte y había mucha gente en él ansí de los pueblos de alderredor del agua como de Temixtitán, porque ya ellos sabían que el primer recuentro había de ser con los de Yztapalapa y estaban allí para defensa suya y para nos ofender si pudiesen. Y como vieron llegar la flota comenzaron a apellidar y a hacer grandes ahumadas, porque todas las cibdades de las lagunas lo supiesen y estuviesen apercebidas. Y aunque mi motivo era ir a combatir la parte de la cibdad de Yztapalapa que está en el agua, revolvimos sobre aquel cerro y peñol y salté en él con ciento y cincuenta hombres, y aunque era muy agro y alto con mucha dificultad le comenzamos a subir y por fuerza les ganamos las albarradas que en lo alto tenían hechas para su defensa, y entrá moslos de tal manera que ninguno dellos se escapó expceto las mujeres y niños. Y en este combate me hirieron veinte y cinco españoles, pero fue muy hermosa vitoria. Como los de Yztapalapa habían hecho ahumadas desde unas torres de ídolos que estaban en un cerro muy alto junto a su cibdad, los de Temixtitán y de las otras cibdades que están en el agua conoscieron que yo entraba ya por la laguna con los bergantines, y de improviso juntóse tan grand flota de canoas para nos venir acometer y a tentar qué cosa eran los bergantines, y a lo que pudimos juzgar pasaban de quinientas canoas. Y como yo vi que traían su derrota derecha a nosotros, yo y la gente que habíamos saltado en aquel cerro grande nos embarcamos a mucha priesa y mandé a los capitanes de los bergantines que en ninguna manera se moviesen, porque los de las canoas se determinasen a nos acometer y creyesen que nosotros de temor no osábamos salir a ellos. Y así comenzaron con mucho ímpetu de caminar su flota hacia nosotros, pero a obra de dos tiros de ballesta reparáronse y estuvieron quedos. Y como yo deseaba mucho que el primer recuentro que con ellos hobiésemos fuese de mucha vitoria y se hiciese de manera que ellos cobrasen mucho temor de los bergantines, porque la llave de toda la guerra estaba en ellos y donde ellos podían rescebir más daño y aun nosotros también era por el agua, plugo a Nuestro Señor que, estándonos mirando los unos a los otros, vino un viento de la tierra muy favorable para embestir con ellos, y luego mandé a los capitanes que rompiesen por la flota de las canoas y siguiesen tras ellos fasta los encerrar en la cibdad de Temixtitán. Y como el viento era muy bueno, aunque ellos huían cuanto podían, embestimos por medio dellos y quebramos infinitas canoas y matamos y ahogamos muchos de los enemigos, que era la cosa del mundo más para ver. Y en este alcance los seguimos bien tres leguas grandes fasta los encerrar en las casas de la cibdad, y así plugo a Nuestro Señor de nos dar mayor y mejor victoria que nosotros habíamos pedido y deseado. Los de la guarnición de Cuyoacan, que podían mejor que los de la cibdad de Tacuba ver cómo veníamos con los bergantines, como vieron todas las trece velas por el agua y que traíamos tan buen tiempo y que desbaratábamos todas las canoas de los enemigos, segúnd después me certificaron, fue la cosa del mundo de que más placer hobieron y que más ellos deseaban. Porque, como he dicho, ellos y los de Tacuba tenían muy grand deseo de mi venida y con mucha razón, porque estaba la una guarnición y la otra entre tanta multitud de enemigos que milagrosamente los animaba nuestro Señor y enflaquecía los ánimos de los enemigos para que no se determinasen a los salir acometer a su real, lo cual si fuera, no pudiera ser menos de rescebir los españoles mucho daño, aunque siempre estaban muy apercebidos y determinados de morir o ser vencedores como aquéllos que se hallan apartados de toda manera de socorro salvo de aquél que de Dios esperaban. Así como los de las guarniciones de Cuyoacan nos vieron seguir, las canoas tomaron su camino y los más de caballo y de pie que allí estaban para la cibdad de Temixtitán, y pelearon muy reciamente con los indios que estaban en la calzada y les ganaron las albarradas que tenían hechas y les tomaron y pasaron a pie y a caballo muchas puentes que tenían quitadas. Y con el favor de los bergantines que iban cerca de la calzada los indios de Tascaltecal nuestros amigos y los españoles seguían a los enemigos, y dellos mataban y dellos se echaron al agua de la otra parte de la calzada por do no iban los bergantines. Así fueron con esta vitoria más de una grand legua por la calzada hasta llegar donde yo había parado con los bergantines, como abajo haré relación. Como los bergantines fuimos bien tres leguas dando caza a las canoas, las que se nos escaparon allegáronse entre las casas de la cibdad, y como era ya después de vísperas mandé recoger los bergantines y llegamos con ellos a la calzada. Y allí determiné de saltar en tierra con treinta hombres por les ganar unas dos torres de sus ídolos pequeñas que estaban cercadas con su cerca baja de cal y canto. Y como saltamos allí pelearon con nosotros muy reciamente por nos las defender, y al fin con harto peligro y trabajo ganámoselas. Y luego hice sacar en tierra tres tiros de hierro gruesos que yo traía, y porque lo que restaba de la calzada desde allí a la cibdad, que era media legua, estaba todo lleno de los enemigos y de la una parte y de la otra de la calzada que era agua todo lleno de canoas con gente de guerra, fice asentar el un tiro de aquéllos y tiró por la calzada adelante y fizo mucho daño en los enemigos, y por descuido del artillero en aquel mismo punto que tiró se nos quemó la pólvora que allí teníamos, aunque era poca. Y luego esa noche proveí un bergantin que fuese a Yztapalapa adonde estaba el alguacil mayor, que sería dos leguas de allí, y que trujese toda la pólvora que había. Y aunque al principio mi intención era luego que entrase con los bergantines irme a Cuyoacan y dejar proveído cómo anduviesen a mucho recaudo haciendo todo el más daño que pudiesen, como aquel día salté allí en la calzada y les gané aquellas dos torres, determiné de asentar allí real y que los bergantines se estuviesen allí junto a las torres, y que la mitad de la gente de la guarnición de Cuyoacan y otros cincuenta peones de los del alguacil mayor se viniesen allí otro día. Y proveído esto, aquella noche estuvimos a mucho recaudo porque estábamos en grand peligro y toda la gente de la cibdad acudía allí por la calzada y por el agua. Y a media noche llega mucha multitud de gente en canoas y por la calzada a dar sobre nuestro real, y cierto nos pusieron en grand temor y rebato, en especial porque era de noche y nunca ellos a tal tiempo suelen acometer ni se ha visto que de noche hayan peleado, salvo con mucha sobra de vitoria. Y como nosotros estábamos muy apercebidos comenzamos a pelear con ellos, y dende los bergantines, porque cada uno traía un tiro pequeño de campo, comenzaron a soltarlos y los ballesteros y escopeteros a hacer lo mismo, y desta manera no osaron llegar más adelante ni llegaron tanto que nos hiciesen ningúnd daño, y así nos dejaron lo que quedó de la noche sin nos acometer más. Otro día en amaneciendo llegaron al real de la calzada donde yo estaba quince ballesteros y escopeteros y cincuenta hombres de espada y rodela y siete u ocho de caballo de la guarnición de Cuyoacan. Y ya cuando ellos llegaron los de la cibdad en canoas y por la calzada peleaban con nosotros, y era tanta la multitud que por el agua y por la tierra no víamos sino gente, y daban tantas gritas y alaridos que parescía que se hundía el mundo. Y nosotros comenzamos a pelear con ellos por la calzada adelante y ganámosles una puente que tenían quitada y una albarrada que tenían hecha a la entrada, y con los tiros y con los de caballo hecimos tanto daño en ellos que casi los encerramos hasta las primeras casas de la cibdad. Y porque de la otra parte de la calzada como los bergantines no podían pasar andaban muchas canoas y nos facían daño con flechas y varas que nos tiraban a la calzada, hice romper un pedazo della junto a nuestro real e hice pasar de la otra parte cuatro bergantines, los cuales como pasaron, encerraron las canoas todas entre las casas de la cibdad en tal manera que no osaban por ninguna vía salir a lo largo. Y por la otra parte de la calzada los otros ocho bergantines peleaban con las canoas, y las encerraron entre las casas y entraron por entre ellas aunque hasta entonces no lo habían osado hacer porque había muchos bajos y estacas que les estorbaban. Y como hallaron canales por donde entrar seguros, peleaban con los de las canoas, y tomaron algunas dellas y quemaron muchas casas del arrabal. Y aquel día todo despendimos en pelear de la manera ya dicha. Otro día siguiente el alguacil mayor con la gente que tenía en Yztapalapa, así españoles como nuestros amigos, se partió para Cuyoacan. Y dende allí para tierra firme viene una calzada que tura obra de legua y media, y como el alguacil mayor comenzó a caminar, a obra de un cuarto de legua llegó a una cibdad pequeña que tambien está en el agua y por muchas partes della se puede andar a caballo. Y los naturales de allí comenzaron a pelear con él, y él los desbarató y mató muchos y les destruyó y quemó toda la cibdad. Y porque yo había sabido que los indios habían rompido mucho de la calzada y la gente no podía pasar bien, inviéles dos bergantines para que les ayudasen a pasar, de los cuales hicieron puente por donde los peones pasaron, y desque hobieron pasado se fueron a aposentar a Cuyoacan. Y el alguacil mayor con diez de caballo tomó el camino de la calzada donde teníamos nuestro real, y cuando llegó hallónos peleando, y él y los que venían con él se apearon y comenzaron a pelear con los de la calzada con quien nosotros andábamos revueltos. Y como el dicho alguacil mayor comenzó a pelear los contrarios le atravesaron un pie con una vara, y aunque a él y a otros algunos nos hirieron aquel día, con los tiros gruesos y con las ballestas y escopetas hecimos mucho daño en ellos, en tal manera que ni los de las canoas ni los de la calzada no osaban llegarse tanto a nosotros y mostraban más temor y menos orgullo que solían. Y desta manera estuvimos seis días en que cada día teníamos combate con ellos y los bergantines iban quemando alderredor de la cibdad todas las casas que podían. Y descubrieron canal por donde podían entrar alderredor y por los arrabales de la cibdad y llegar a lo grueso della, que fue cosa muy provechosa e hizo cesar la venida de las canoas, que ya no osaba asomar ninguna con un cuarto de legua a nuestro real. Otro día Pedro de Alvarado, que estaba por capitán de la gente que estaba en guarnición en Tacuba, me hizo saber cómo por la otra parte de la cibdad, por una calzada que va a unas poblaciones de la tierra firme y por otra pequeña que estaba junto a ella, los de Temixtitán entraban y salían cuando querían, y que creía que viéndose en aprieto, se habían de salir todos por allí. Aunque yo deseaba más su salida que no ellos, porque muy mejor nos pudiéramos aprovechar dellos en la tierra firme que no en la fortaleza grande que tenían en el agua, pero porque estuviesen todos cercados y no se pudiesen aprovechar en cosa ninguna de la tierra firme, aunque el alguacil mayor estaba herido le mandé que fuese a asentar su real a un pueblo pequeño a do iba a salir la una de aquellas dos calzadas, el cual se partió con veinte y tres de caballo y cient peones y diez y ocho ballesteros y escopeteros y me dejó otros cincuenta peones de los que yo traía en mi compañía. Y en llegando, que fue otro día, asentó su real adonde yo le mandé, y dende allí en delante la cibdad de Temixtitán quedó cercada por todas las partes que por calzadas podían salir a la tierra firme. Yo tenía, Muy Poderoso Señor, en el real de la calzada ducientos peones españoles en que había veinte y cinco ballesteros y escopeteros, éstos sin la gente de los bergantines, que eran más de ducientos y cincuenta. Y como teníamos algo encerrados a los enemigos y teníamos mucha gente de guerra de nuestros amigos, determiné de entrar por la calzada a la cibdad todo lo más que pudiese y que los bergantines al fin de la una parte y de la otra se estuviesen para hacrnos espaldas. Y mandé que algunos de caballo y peones de los que estaban en Cuyoacan se viniesen al real para que entrasen con nosotros, y que diez de caballo se quedasen a la entrada de la calzada haciendo espaldas a nosotros y a algunos que quedaban en Cuyoacan, porque los naturales de las cibdades de Suchimilco y Culuacan e Yztapalapa y Chilobusco y Mixicalcingo y Cuitaguacad y Mizque, que están en el agua, estaban rebellados y eran en favor de los de la cibdad. Y queriendo éstos tomarnos las espaldas, estábamos seguros con los diez o doce de caballo que yo mandaba andar por la calzada y otros tantos que siempre estaban en Cuyoacan y más de diez mill indios nuestros amigos. Ansimesmo mandé al alguacil mayor y a Pedro de Alvarado que por sus estancias acometiesen aquel día a los de la cibdad, porque yo quería por mi parte ganalles todo lo que más pudiese. Y ansí salí por la mañana del real y seguimos a pie por la calzada adelante y luego hallamos los enemigos en defensa de una quebradura que tenían hecha en ella tan ancha como una lanza y otro tanto de hondura, y en ella tenían hecha una albarrada. Y peleamos con ellos y ellos con nosotros muy valientemente y al fin se la ganamos, y seguimos por la calzada adelante hasta llegar a la entrada de la cibdad donde estaba una torre de sus ídolos y al pie della una puente muy grande alzada y por ella atravesaba una calle de agua muy ancha con otra muy fuerte albarrada. Y como llegamos comenzaron a pelear con nosotros, pero como los bergantines estaban de la una parte y de la otra ganámosela sin peligro, lo cual fuera imposible sin ayuda dellos. Y como comenzaron a desamparar el albarrada, los de los bergantines saltaron en tierra y nosotros pasamos el agua y también los de Tascaltecal y Guaxocingo y Calco y Tesuico, que eran más de ochenta mill hombres. Y entretanto que cegábamos con piedra y adobes aquella puente los españoles ganaron otra albarrada que estaba en la calle que es la prencipal y más ancha de toda la cibdad, y como aquélla no tenía agua fue muy facil de ganar. Y siguieron el alcance tras los enemigos por la calle adelante hasta llegar a otra puente que tenían alzada salvo una viga ancha por donde pasaban, y puestos por ella y por el agua en salvo, quitáronla de presto. Y de la otra parte de la puente tenían hecha otra grande albarrada de barro y adobes, y como llegamos a ella y no podimos pasar sin echarnos al agua y esto era muy peligroso los enemigos peleaban muy valientemente, y de la una parte y de la otra de la calle había infinitos dellos peleando con mucho corazón desde las azoteas. Y como se llegaron copias de ballesteros y esco peteros y tirábamos con dos tiros por la calle adelante hacíamosles mucho daño, y como lo conoscimos ciertos españoles se lanzaron al agua y pasaron de la otra parte, y turó en ganarse más de dos horas. Y como los enemigos los vieron pasar, desampararon el albarrada y las azoteas y pónense en huida por la calle adelante, y así pasó toda la gente. Y yo hice luego comenzar a cegar aquella puente y desfacer el albarrada, y entretanto los españoles y los indios nuestros amigos siguieron el alcance por la calle adelante bien dos tiros de ballesta hasta otra puente que está junto a la plaza de los prencipales aposentamientos de la cibdad. Y esta puente no la tenían quitada ni tenían hecha albarrada en ella porque ellos no pensaron que aquel día se les ganara ninguna cosa de lo que se les ganó ni aun nosotros pensamos que fuera la mitad. Y a la entrada de la plaza asestóse un tiro y con él rescebían mucho daño los enemigos, que eran tantos que no cabían en ella. Y los españoles como vieron que allí no había agua, de donde se suele rescebir peligro, determinaron de les entrar la plaza, y como los de la cibdad vieron su determinación puesta en obra y vieron mucha multitud de nuestros amigos y aunque dellos sin nosotros no tenían ningúnd temor, vuelven las espaldas, y los españoles y nuestros amigos dan en pos dellos hasta los encerrar en el circuito de sus ídolos, el cual es cercado de cal y canto. Y como en la otra relación se habrá visto, tiene tan grand circuito como una villa de cuatrocientos vecinos. Y este fue luego desamparado dellos, y los españoles y nuestros amigos se lo ganaron y estuvieron en él y en las torres un buen rato. Y como los de la cibdad vieron que no había gente de caballo, volvieron sobre los españoles y por fuerza los echaron de las torres y del patio y circuito, en que se vieron en muy grande aprieto y peligro. Y como iban más que retrayéndose, hicieron rostro debajo de los portales del patio, y como los aquejaban tan reciamente, los desampararon y se retrujeron a la plaza y de allí los echaron por fuerza hasta los meter por la calle adelante, en tal manera que el tiro que allí estaba lo desampararon. Y los españoles como no podían sufrir la fuerza de los enemigos se retrajeron con mucho peligro, el cual de hecho rescebieran, sino que plugo a Dios que en aquel punto llegaron tres de caballo y entran por la plaza adelante, y como los enemigos los vieron creyeron que eran más y comienzan a huir, y mataron algunos dellos y ganáronles el patio y circuito que arriba dije. Y en la torre más prencipal y alta dél, que tiene ciento y tantas gradas hasta llegar a lo alto, ficiéronse fuertes allí diez o doce indios prencipales de los de la cibdad, y cuatro o cinco españoles subiérongela por fuerza, y aunque ellos se defendían bien gela ganaron y los mataron a todos. Y después vinieron otros cinco o seis de caballo, y ellos y los otros echaron una celada en que mataron más de treinta de los enemigos. Y como ya era tarde yo mandé recoger la gente y que se retrujesen, y al retraer cargaba tanta multitud de los enemigos que si no fuera por los de caballo fuera imposible no rescebir mucho daño los españoles, pero como todos aquellos malos pasos de la calle y calzada donde se esperaba el peligro al tiempo del retraer yo los tenía muy bien adreszados y adobados y los de caballo podían por ellos muy bien entrar y salir; y como los enemigos venían dando en nuestra retroguarda los de caballo revolvían sobre ellos, que siempre alanceaban o mataban algunos; y como la calle era muy larga, hobo lugar de facerse esto cuatro o cinco veces. Y aunque los enemigos vían que rescebían daño venían los perros tan rabiosos que en ninguna manera los podíamos detener ni que nos dejasen de seguir, y todo el día se gastara en esto, sino que ya ellos tenían tomadas muchas azoteas que salen a la calle y los de caballo rescebían a esta causa mucho peligro, y ansí nos fuemos por la calzada adelante a nuestro real sin peligrar ningúnd español, aunque hobo algunos heridos. Y dejamos puesto fuego a las más y mejores casas de aquella calle, porque cuando otra vez entrásemos dende las azoteas no nos hiciesen daño. Este mismo día el alguacil mayor y Pedro de Alvarado pelearon cada uno por su estancia muy reciamente con los de la cibdad, y al tiempo del combate estaríamos los unos de los otros a legua y media y a una legua, porque se estiende tanto la población de la cibdad que aun diminuyo la distancia que hay. Y nuestros amigos que estaban con ellos, que eran infinitos, pelearon muy bien y se retrujeron aquel día sin rescebir ningúnd daño. En este comedio don Hernando, señor de la cibdad de Tesuico y provincia de Aculuacan de que arríba he hecho relación a Vuestra Majestad, procuraba de traer a todos los naturales de su provincia y cibdad, especialmente los prencipales, a nuestra amistad, porque aún no estaban tan confirmados en ella como después lo estuvieron. Y cada día venían al dicho don Fernando muchos señores y hermanos suyos con determinación de ser en nuestro favor y pelear con los de Mésico y Temixtitán. Y como don Hernando era mochacho y tenía mucho amor a los españoles y conoscía la merced que en nombre de Vuestra Majestad se le había hecho en darle tan grande señorío, habiendo otros que le precedían en el derecho dél, trabajaba cuanto le era posible cómo todos sus vasallos viniesen a pelear con los de la cibdad y ponerse en los peligros y trabajos que nosotros. Y habló con sus hermanos, que eran seis o siete, todos mancebos bien dispuestos, y díjoles que les rogaba que con toda la gente de su señorío viniesen a me ayudar. Y a uno dellos, que se llama Ystrisuchil, que es de edad de veinte y tres o veinte y cuatro años, muy esforzado, amado y temido de todos, invióle por capitán. Y llegó al real de la calzada con más de treinta mill hombres de guerra muy bien adrezados a su manera, y a los otros dos reales irían otros veinte mill. Y yo los rescebí alegremente agradeciéndoles su voluntad y obra. Bien podrá Vuestra Cesárea Majestad considerar si era buen socorro y buena amistad la de don Fernando y lo que sinterían los de Temixtitán en ver venir contra ellos a los que ellos tenían por vasallos y por amigos y parientes y hermanos y aun padres e hijos. Dende a dos días el combate de la cibdad se dio, como arriba he dicho. Y venida ya esta gente en nuestro socorro, los naturales de la cibdad de Suchimilco, que está en el agua, y ciertos pueblos de utumíes, que es gente serrana y de más copia que los de Suchimilco y eran esclavos del señor de Timistitán, se vinieron a ofrescer y dar por vasallos de Vuestra Majestad rogándome que les perdonase la tardanza. Y yo los rescebí muy bien y folgué mucho con su venida, porque si algúnd daño podían rescebir los de Cuyoacan era de aquéllos. Como por el real de la calzada donde yo estaba habíamos quemado con los bergantines muchas casas de los arrabales de la cibdad y no osaba asomar canoa ninguna por todo aquello, parescióme que para nuestra seguridad bastaba tener en torno de nuestro real siete bergantines, y por eso acordé de inviar al real del alguacil mayor y al de Pedro de Alvarado cada tres bergantines. Y encomendé mucho a los capitanes dellos que porque por la parte de aquellos dos reales los de la cibdad se aprovechaban mucho de la tierra en sus canoas y metían agua y frutas y maíz y otras vituallas, que corriesen de noche y de día los unos y los otros del un real al otro, y que demás desto aprovecharían mucho para hacer espaldas a la gente de los reales todas las veces que quisiesen entrar a combatir la cibdad. Y así se fueron estos seis bergantines a los otros reales, que fue cosa nescesaria y provechosa, porque cada día y cada noche hacían con ellos saltos maravillosos y tomaban muchas canoas y gente de los enemigos. Proveído esto y venida en nuestro socorro y de paz la gente de que arriba he fecho mención, habléles a todos y díjeles cómo yo determinaba de entrar a combatir la cibdad dende a dos días, por tanto, que todos viniesen para entonces muy a punto de guerra y que en aquello conoscería si eran nuestros amigos, y ellos prometieron de lo complir ansí. Y otro día fice adreszar y apercebir la gente y escribí a los reales y bergantines lo que tenía acordado y lo que habían de hacer. Otro día por la mañana, después de haber oído misa e informados los capitanes de lo que habían de facer, yo salí de nuestro real con quince o veinte de caballo y trecientos españoles y con todos nuestros amigos, que era infinita gente. Y yendo por la calzada adelante, a tres tiros de ballesta de real estaban ya los enemigos esperándonos con muchos alaridos, y como en los tres días antes no se les había dado combate habían desfecho cuanto habíamos cegado del agua, y teníanlo muy más fuerte y peligroso de ganar que de antes. Y los bergantines llegaron por la una parte y por la otra de la calzada, y como con ellos se podían llegar muy cerca de los enemigos con los tiros y escopetas y ballestas hacíanles mucho daño, y conosciéndolo, saltan en tierra y ganan el albarrada y puente. Y comenzamos a pasar de la otra parte y dar en pos de los enemigos, los cuales luego se fortalecían en las otras puentes y albarradas que tenían hechas, las cuales aunque con más trabajo y peligro que la otra vez les ganamos, y les echamos de toda la calle y de la plaza de los aposentamientos grandes de la cibdad. Y de allí mandé que no pasasen los españoles, porque yo con la gente de nuestros amigos andaba cegando con piedra y adobes toda el agua, que era tanto de hacer que aunque para ello ayudaban más de diez mill indios, cuando se acabó de adreszar era ya hora de vísperas. Y en todo este tiempo siempre los españoles y nuestros amigos andaban peleando y escaramuzando con los de la cibdad y echándoles celadas en que murieron muchos dellos. Y yo con los de caballo anduve un rato por la cibdad y alanceábamos por las calles do no había agua los que alcanzábamos, de manera que los teníamos retraídos y no osaban llegar a lo firme. Viendo que éstos de la cibdad estaban rebeldes y mostraban tanta determinación de morir o defenderse, colegí dello dos cosas: la una, que habíamos de haber poca o ninguna de la riqueza que nos habían tomado; y la otra, que daban ocasión y nos forzaban a que totalmente los destruyésemos. Y desta postrera tenía más sentimiento y me pesaba en el alma, y pensaba qué forma ternía para los atemorizar de manera que viniesen en conoscimiento de su yerro y del daño que podían rescebir de nosotros. Y no hacía sino quemalles y derrocalles las torres de sus ídolos y sus casas, y porque lo sintiesen más este día fice poner fuego a estas casas grandes de la plaza donde la otra vez que nos echaron de la cibdad los españoles y yo estábamos aposentados – que eran tan grandes que un príncipe con más de seiscientas personas de su casa y servicio se podía aposentar en ellas – y otras que estaban junto a ellas, que aunque algo menores eran muy más frescas y gentiles y tenía en ellas Muteezuma todos los linajes de aves que en estas partes había. Y aunque a mí me pesó mucho dello, porque a ellos les pesaba mucho más determiné de las quemar, de que los enemigos mostraron harto pesar y también los otros sus aliados de las cibdades de la laguna, porque éstos ni otros nunca pensaron que nuestra fuerza bastara a les entrar tanto en la cibdad, y esto les puso harto desmayo. Puesto fuego a estas casas, porque ya era tarde recogí la gente para nos volver a nuestro real. Y como los de la cibdad veían que nos retraíamos cargaban infenitos dellos y venían con mucho ímpitu dándonos en la retroguarda, y como toda la calle estaba buena para correr los caballos volvíamos sobre ellos y alanceábamos de cada vuelta muchos dellos, y por eso no nos dejaban de nos venir dando grita a las espaldas. Este día sintieron y mostraron mucho desmayo, especialmente viendo entrar por su cibdad quemándola y destruyéndola y peleando con ellos los de Tesuico y Calco y de Suchimilco y los otumíes, y nombrándose cada uno de dónde era; y por otra parte los de Tascaltecal, que ellos y los otros les mostraban los de su cibdad hechos pedazos, diciéndoles que los habían de cenar aquella noche y almorzar otro día, como de hecho lo hacían. Y así nos venimos a nuestro real a descansar, porque aquel día habíamos trabajado mucho. Y los siete bergantines que yo tenía entraron aquel día por las calles del agua de la cibdad y quemaron mucha parte della. Los capitanes de los otros reales y los seis bergantines pelearon muy bien aquel día, y de lo que les acaesció me pudiera muy bien alargar, y por evitar prolejidad lo dejo, más de que con vitoria se retrujeron a sus reales sin rescebir peligro ninguno. Otro día siguiente luego por la mañana, después de haber oído misa, torné a la cibdad por la misma orden con toda la gente, porque los contrarios no tuviesen lugar de descegar las puentes y hacer las albarradas. Y por bien que madrugamos, de las tres partes y calles de agua que atraviesan la calle que va del real fasta las casas grandes de la plaza las dos dellas estaban como los días antes, que fueron muy recias de ganar, y tanto que duró el combate desde las ocho horas fasta la una después de mediodía, en que se gastaron casi todas las saetas, almacén y pelotas que los ballesteros y escopeteros llevaban. Y crea Vuestra Majestad que era sin comparación el peligro en que nos víamos todas las veces que les ganábamos estas puentes, porque para ganarlas era forzado echarse a nado los españoles y pasar de la otra parte, y esto no podían ni osaban facer muchos porque a cuchilladas y a botes de lanza resistían los enemigos que no saliesen a la otra parte. Pero como ya por los lados no tenían azoteas de donde nos hiciesen daño y desta otra parte los asaeteábamos – porque estábamos los unos de los otros un tiro de herradura – y los españoles tomaban de cada día mucho más ánimo y determinaban de pasar, y también porque vían que mi determinación era aquélla y que cayendo o levantando no se había de hacer otra cosa, parescerá a Vuestra Majestad que pues tanto peligro rescebíamos en el ganar destas puentes y albarradas, que éramos negligentes, ya que las ganábamos, [en] no las sostener, por no tornar cada día de nuevo a nos ver en tanto peligro y trabajo, que sin duda era grande. Y cierto así parescerá a los absentes, pero sabrá Vuestra Majestad que en ninguna manera se podía facer,porque para ponerse así en efeto se requería dos cosas: o que el real pasáramos allí a la plaza y circuito de las torres de los ídolos, o que gente guardaran las puentes de noche. Y de lo uno y de lo otro se rescibiera grand peligro y había posibilidad para ello, porque teniendo el real en la cibdad cada noche y cada hora, como ellos eran muchos y nosotros pocos nos dieran mill rebatos y pelearan con nosotros y fuera el trabajo incomportable y podían darnos por muchas partes. Pues guardar las puentes gente de noche, quedaban los españoles tan cansados de pelear el día que no se podía sufrir poner gente en guarda dellos, y a esta causa nos era forzado ganarlas de nuevo cada día que entrábamos en la cibdad. Aquel día, como se tardó mucho en ganar aquellas puentes y en las tornar a cegar no hobo lugar de hacer más, slavo que por otra calle prencipal que va a dar a la cibdad de Tacuba se ganaron otras dos puentes y se cegaron y se quemaron muchas y buenas casas de aquella calle. Y con esto se llegó la tarde y hora de retraernos, donde recebíamos siempre poco menos peligro que en el ganar de las puentes, porque en viéndonos retraer era tan cierto cobrar los de la cibdad tanto esfuerzo que no parescía sino que habían habido toda la vitoria del mundo y que nosotros íbamos huyendo. Y para este retraer era nescesario estar las puentes bien cegadas y lo cegado igual al suelo de las calles, de maners que los de caballo pudiesen li bremente correr a una parte y a otra. Y así en el retraer, como ellos venían tan golosos tras nosotros algunas veces fingíamos ir huyendo y revolvíamos los de caballo sobre ellos y siempre tomábamos doce o trece de aquellos más esforzados, y con esto y con algunas celadas que siempre les echábamos continuo llevaban lo peor. Y cierto verlo era cosa de admiración, porque por más notorio que les era el mal y daño que al retraer de nosotros rescebían, no dejaban de nos seguir hasta nos ver salidos de la cibdad. Y con esto nos volvimos a nuestro real. Y los capitanes de los otros reales nos hicieron saber cómo aquel día les había suscedido muy bien y habían muerto mucha gente por la mar y por la tierra. Y el capitán Pedro de Alvarado, que estaba en Tacuba, me escribió que había ganado dos o tres puentes, porque como era en la calzada que sale del mercado de Temixtitán a Tacuba y los tres bergantines que yo le había dado podían llegar por la una parte a zabordar en la mesma calzada, no había tenido tanto peligro como los días pasados. Y por aquella parte de Pedro de Alvarado había más puentes y más quebradas en la calzada, aunque había menos azoteas que por las otras partes. En todo este tiempo los naturales de Yztapalapa y Oichilobuzco y Mexicacingo y Culuacan y Mezquique y Cuitaguaca, que, como he fecho relación, están en la laguna dulce, nunca habían querido venir de paz ni tampoco en todo este tiempo habíamos rescebido ningúnd daño dellos. Y como los de Calco eran muy leales vasallos de Vuestra Majestad y vían que nosotros teníamos bien que hacer con los de la grand cibdad, juntáronse con otras poblaciones que están alrededor de las lagunas y hacían todo el daño que podían a aquéllos del agua. Y ellos viendo cómo de cada día habíamos vitoria contra los de Temixtitán y por el daño que rescebían y podrían rescebir de nuestros amigos acordaron de venir, y llegaron a nuestro real y rogáronme que les perdonase lo pasado y que mandase a los de Calco y a los otros sus vecinos que no les hiciesen mas daño. Y yo les dije que me placía y que no tenía enojo dellos salvo de los de la cibdad, y que para que creyese que su amistad era verdadera, que les rogaba que porque mi determinación era de no levantar el real hasta tomar por paz o por guerra a los de la cibdad y ellos tenían muchas canoas para me ayudar, que hiciesen apercebir todas las que pudiesen con toda la más gente de guerra que en sus poblaciones había para que por el agua viniesen en nuestra ayuda de ahí en delante. Y también les rogaba que porque los españoles tenían pocas y ruines chozas y era tiempo de muchas aguas, que hiciesen en el real todas las más casas que pudiesen y que trujesen canoas para traer adobes y madera de las casas de la cibdad que estaban más cercanas al real. Y ellos dijeron que las canoas y gente de guerra estaban apercebidas para cada día. Y en el facer de las casas sirvieron tan bien que de una parte y de la otra de las dos torres de la calzada donde yo estaba aposentado hicieron tantas que dende la primera casa hasta la postrera había más de tres o cuatro tiros de ballesta. Y vea Vuestra Majestad qué tan ancha puede ser la calzada que va por lo más hondo de la laguna que de la una parte y de la otra iban estas casas y quedaba en medio hecha calle, que muy a placer a pie y a caballo íbamos y veníamos por ella. Y había a la continua en el real con españoles e indios que les servían más de dos mill personas, porque toda la otra gente de guerra nuestros amigos se aposentaban en Cuyoacan, que está legua y media del real. Y también éstos destas poblaciones nos proveían de algunos mantenimientos de que teníamos harta nescesidad, especialmente de pescado y de cerezas, que hay tantas que pueden bastecer en cinco o seis meses del año que turan a doblada gente de la que en esta tierra hay. Como dos o tres días arreo habíamos entrado por la parte de nuestro real en la cibdad – sin otras tres o cuatro que habíamos entrado – y siempre habíamos vitoria contra los enemigos y con los tiros y ballestas y escopetas matábamos infinitos, pensábamos que de cada hora se movieran a nos acometer con la paz, la cual deseábamos como a la salvación. Y ninguna cosa nos aprovechaba para los atraer a este propósito, y por los poner en más nescesidad y ver si los podría constreñir de venir a la paz propuse de entrar en la cibdad cada día y combatíles con la gente que llevaba por tres o cuatro partes. Y fice venir toda la gente de aquellas cibdades del agua en sus canoas y aquel día por la mañana había en nuestro real más de cient mill hombres nuestros amigos, y mandé que los cuatro bergantines con la mitad de canoas, que serían fasta mill y quinientas, fuesen por la una parte y que los tres con otras tantas que fuesen por otra y corriesen todo lo más de la cibdad en torno y quemasen y ficiesen todo el más daño que pudiesen. Y yo entré por la calle prencipal adelante y fallámosla toda desembarazada fasta las casas grandes de la plaza, que ninguna de las puentes estaba abierta, y pasé adelante a la calle que va a salir a Tacuba en que había otras seis o siete puentes. Y de allí proveí que un capitán entrase por otra calle con sesenta o setenta hombres y seis de caballo fuesen a las espaldas para los asegurar, y con ellos iban más de diez o doce mill indios nuestros amigos, y mandé a otro capitán que por otra calle ficiese lo mismo. Y yo con la gente que me quedaba seguí por la calle de Tacuba adelante y ganamos tres puentes, las cuales se cegaron, y dejamos para otro día las otras porque era tarde y se pudiesen mejor ganar , porque yo deseaba mucho que toda aquella calle se ganase porque la gente del real de Pedro de Alvarado se comunicase con la nuestra y pasasen del un real al otro y los bergantines ficiesen lo mesmo. Y este día fue de mucha vitoria así por el agua como por la tierra, y hóbose mucho despojo de los de la cibdad. En los reales del alguacil mayor y Pedro de Alvarado se hobo también mucha vitoria. Otro día siguiente volví a entrar en la cibdad por la orden que el día pasado, y diónos Dios tanta vitoria que por las partes donde yo entraba con la gente no parescía que había ninguna resistencia, y los enemigos se retraían tan reciamente que parescía que les teníamos ganado las tres cuartas partes de la cibdad. Y también por el real de Pedro de [Al]varado les daban mucha priesa, y sin duda el día pasado y aquéste yo tenía por cierto que vinieran de paz, de la cual yo siempre con vitoria y sin ella hacía todas las muestras que podía, y nunca por esto en ellos hallábamos ninguna señal de paz. Y aquel día nos volvimos al real con mucho placer, aunque no nos dejaba de pesar en el alma por ver tan determinados de morir a los de la cíbdad. En estos días pasados Pedro de Alvarado había ganado muchas puentes, y por las sustentar y guardar ponía velas de pie y de caballo de noche en ellas, y la otra gente íbase al real que estaba tres cuartos de legua de allí. Y porque este trabajo era incomportable acordó de pasar el real al cabo de la calzada que va a dar al mercado de Temixtitán, que es una plaza harto mayor que la de Salamanca y toda cercada de portales a la redonda. Y para llegar a ella no le faltaban de ganar sino otras dos o tres puentes, pero eran muy anchas y pelígrosas de ganar, y así estuvo algunos días que siempre peleaba y había vitoria. Y aquel día que digo en el capítulo antes déste, como vía que los enemigos mostraban flaqueza y que por donde yo estaba les daba muy continuos y recios combates, cebóse tanto en el sabor de la vitoria y de las muchas puentes y albarradas que les había ganado que determinó de les pasar y ganar una puente en que había más de sesenta pasos desfechos de la calzada, todo de agua de hondura de estado y medio y dos. Y como acometieron aquel mesmo día y los bergantines ayudaron mucho pasaron el agua y ganaron la puente y siguen tras los enemigos que iban puestos en huida. Y Pedro de Alvarado daba mucha priesa en que se cegase aquel paso porque pasasen los de caballo y también porque cada día por escrito y por palabra le amonestaba que no ganase un palmo de tierra sin que quedase muy seguro para entrar y salir los de caballo, porque éstos facían la guerra. Y como los de la cibdad vieron que no había más de cuarenta o cincuenta españoles de la otra parte y algunos amigos nuestros y que los de caballo no podían pasar, revuelven sobre ellos tan de súpito que los ficieron volver las espaldas y echar al agua, y tomaron vivos tres o cuatro españoles que luego fueron a sacrificar y mataron algunos amigos nuestros. Y al fin Pedro de Alvarado se retrajo a su real. Y como aquel día yo llegué al nuestro y supe lo que le había acaescido fue la cosa del mundo que más me pesó, porque era ocasión de dar esfuerzo a los enemigos y creer que en ninguna manera les osaríamos entrar. La cabsa porque Pedro de Alvarado quiso tomar aquel mal paso fue, como digo, ver que había ganado mucha parte de la fuerza de los indios y que ellos mostraban alguna flaqueza, y prencipalmente porque la gente de su real importunaban que ganasen el mercado, porque aquél ganado, era toda la cibdad casi tomada, y toda su fuerza y esperanza de los indios tenían allí. Y como los del dicho real de Alvarado vían que yo continuaba mucho los combates de la cibdad, creían que yo había de ganar primero que ellos el dicho mercado, y como estaban más cerca dél que nosotros tenían por caso de honra no le ganar primero, y por esto el dicho Pedro de Alvarado era muy importunado. Y lo mesmo me acaescía a mí en nuestro real, porque todos los españoles me ahincaban muy recio que por una de tres calles que iban a dar al dicho mercado entrásemos, porque no teníamos resistencia y ganado aquél, temíamos menos trabajo. Y yo desimulaba por todas las vías que podía por no lo hacer aunque les encubría la causa, y esto era por los inconvinientes y peligros que se me representaban, porque para entrar en el mercado había infinitas azoteas y puentes y calzadas rompidas, y en tal manera que cada casa por donde habíamos de ir estaba hecha como isla en medio del agua. Como aquella tarde que llegué al real supe del desbarato de Pedro de Alvarado, otro día de mañana acordé de ir a su real para le reprehender lo pasado y para ver lo que había ganado y en qué parte había pasado el real, y para le avisar de lo que fuese más nescesario para su seguridad y ofensa de los enemigos. Y como yo llegué a su real sin duda me espanté de lo mucho que estaba metido en la cibdad y de los malos pasos y puentes que les había ganado. Y visto, no le imputé tanta culpa como antes parescía tener, y platicado cerca de lo que había de hacer, yo me volví a nuestro real aquel día. Pasado esto, yo fice algunas entradas en la cibdad por las partes que solía. Y combatían los bergantines y canoas por dos partes y yo por la cibdad por otras cuatro, y siempre habíamos vitoria y se mataba mucha gente de los contrarios, porque cada día venía gente sin número en nuestro favor. Y yo dilataba de me meter más adentro en la cibdad, lo uno por ver si revocarían el propósito y dureza que los contrarios tenían; y lo otro porque nuestra entrada no podía ser sin mucho peligro, porque ellos estaban muy juntos y fuertes y muy determinados de morir. Y como los españoles veían tanta dilación en esto y que había más de veinte días que nunca dejaban de pelear, importunábanme en gran manera, como arriba he dicho, que entrásemos y tomásemos el mercado, porque ganado, a los enemigos les quedaba poco lugar por donde se defender; y que si no se quisiesen dar, que de hambre y sed se morerían porque no tenían qué beber sino agua salada de la laguna. Y como yo me escusaba, el tesorero de Vuestra Majestad me dijo que todo el real afirmaba aquello y que lo debía de hacer. Y a él y a otras personas de bien que allí estaban les respondí que su propósito y deseo era muy bueno y que yo lo deseaba más que nadie, pero que yo lo dejaba de hacer por lo que con importunación me hacían decir, que era que aunque él y otras personas lo hiciesen como buenos, como en aquello se ofrescía mucho peligro habría otros que no lo hiciesen. Y al fin tanto me forzaron que yo concedí que se haría en este caso lo que yo pudiese, concertándose primero con la gente de los otros reales. Otro día me junté con algunas personas prencipales de nuestro real y acordamos de hacer saber al alguacil mayor y a Pedro de Alvarado cómo otro día siguiente habíamos de entrar en la cibdad y trabajar de llegar al mercado. Y escribíles lo que ellos habían de hacer por la parte de Tacuba, y demás de lo escribir, para que mejor fuesen informados inviéles dos criados míos para que les avisasen de todo el negocio. Y la orden que habían de tener era que el alguacil mayor se viniese con diez de caballo y cient peones y quince ballesteros y escopeteros al real de Pedro de Alvarado y que en el suyo quedasen otros diez de caballo; y que dejase concertado con ellos que otro día que había de ser el combate se pusiesen en celada tras unas casas y que hiciesen alzar todo el fardaje como que levantaban el real, porque los de la cibdad saliesen tras dellos y la celada les diese en las espaldas; y que el dicho alguacil mayor con los tres bergantines que tenía y con los otros tres de Pedro de Alvarado ganase aquel paso malo donde desbarataron a Pedro de Alvarado y diese mucha priesa en lo cegar, y que pasasen adelante y que en ninguna manera se alejasen ni ganasen un paso sin lo dejar primero ciego y adreszado; y que si pudiesen sin mucho riesgo y peligro ganar hasta el mercado, que lo trabajasen mucho, porque yo habían de hacer lo mesmo; que mirasen que aunque esto les inviaba a decir, no era para los obligar a ganar un paso solo de que les pudiese venir algúnd desbarato o desmán. Y esto les avisaba porque conoscía de sus personas que habían de poner el rostro donde yo les dijese, aunque supiesen perder las vidas. Despachados aquellos dos criados míos con este recabdo, fueron al real y hallaron en él a los dichos alguacil mayor y a Pedro de Alvarado, a los cuales significaron todo el caso segúnd que acá en nuestro real lo teníamos concertado. Y porque ellos habían de combatir por sola una parte y yo por muchas inviéles a decir que me inviasen setenta u ochenta hom Page 394 missing partes. Y demás destos tres combates que dábamos a los de la cibdad, era tanta la gente de nuestros amigos que por las azoteas y por otras partes les entraban, que no parescía que había cosa que nos pudiesen ofender. Y como les ganamos aquellas dos puentes y albarradas y la calzada los españoles, nuestros amigos siguieron por la calle adelante sin se les amparar cosa ninguna. Y yo me quedé con obra de veinte españoles en una isleta que allí se hacía porque vía que ciertos amigos nuestros andaban envueltos con los enemigos y algunas veces los retraían hasta los echar al agua y con nuestro favor revolvían sobre ellos. Y demás desto guardábamos que por ciertas traviesas de calles los de la cibdad no saliesen a tomar las espaldas a los españoles que habían seguido la calle adelante, los cuales en esta sazón me inviaron a decir que habían ganado mucho y que no estaban muy lejos de la plaza del mercado, que en todo caso querían pasar adelante porque ya oían el combate que el alguacil mayor y Pedro de Alvarado daban por su estancia. Y yo les invié a decir que en ninguna manera diesen paso adelante sin que primero las puentes quedasen muy bien ciegas, de manera que si tuviesen nescesidad de se retraer el agua no les ficiese estorbo ni embarazo alguno, pues sabían que en todo aquello estaba el peligro. Y ellos me tornaron a decir que todo lo que habían ganado estaba bien reparado, que fuese allí y lo vería si era así. Y yo con recelo que no se desmandasen y dejasen ruin recabdo en el cegar de las puentes fue allá y hallé que habían pasado una quebrada de la calle que era de diez o doce pasos en ancho, y el agua que por ella pasaba era de hondura de más de dos estados. Y al tiempo que la pasaron habían echado en ella madera y cañas de carrizo, y como pasaban pocos a pocos y con tiento no se había hundido la madera y cañas. Y ellos con el placer de la vitoría íban tan embebecidos que pensaban que quedaba muy fijo, y al punto que yo llegué a aquella puente de agua quitada vi que los españoles y muchos de nuestros amigos venían puestos en muy grand huida y los enemigos como perros dando en ellos. Y como yo vi tan grand desmán comencé a dar voces: itener, tener! Y ya que yo estaba junto al agua ha lléla toda llena de españoles e indios y de manera que no parescía que en ella hobiesen echado una paja, y los enemigos cargaron tanto que matando en los españoles se echaban al agua tras ellos. Y ya por la calle del agua venían canoas de los enemigos y tomaban vivos los españoles, y como el negocio fue tan de súpito y vi que me mataban la gente, determiné de que darme allí y morir peleando. Y en lo que más aprovechábamos yo y los otros que allí estaban conmigo era en dar las manos a algunos tristes españoles que se ahogaban para que saliesen afuera, y los unos salían heridos y los otros medio ahogados y otros sin armas, e inviábalos que se fuesen adelante. Y ya en esto cargaba tanta gente de los enemigos que a mí y a otros doce o quince que conmigo estaban nos tenían por todas partes cercados. Y como yo estaba muy metido en socorrer a los que se ahogaban, no miraba ni me acordaba del daño que podía rescebir, y ya me venían a asir ciertos indios de los enemigos, y me llevaran si no fuera por un capitán de cincuenta hombres que yo traía siempre conmigo y por un mancebo de su compañía, el cual después de Dios me dio la vida, y por dármela como valiente hombre perdió allí la suya. En este comedio los españoles que salían desbaratados íbanse por aquella calzada adelante, y como era pequeña y angosta e igual a la agua -que los perros la habían hecho ansí de industria – e iban por ella también desbaratados muchos de los nuestros amigos, iba el camino tan embarazado y tardaban tanto en andar que los enemigos tenían lugar de llegar por el agua de la una parte y de la otra y tomar y matar cuantos querían. Y aquel capitán que estaba conmigo, que se dice Antonio de Quiñones, díjome: «Vamos de aquí y salvemos vuestra persona, pues sabéis que sin ella ninguno de nosotros puede escapar». Y no podía acabar conmigo que me fuese de allí. Y como esto vio asióme de los brazos para que diésemos la vuelta, y aunque yo holgara más con la muerte que con la vida, por importunación de aquel capitán y de otros compañeros que allí estaban nos comenzamos a retraer peleando con nuestras espadas y rodelas con los enemigos que venían heriendo en nosotros. Y en esto llega un criado mío a caballo e hizo algúnd poquito de lugar, pero luego dende una azotea baja le dieron una lanzada por la garganta, que le hicieron dar la vuelta. Y estando en este tan grand conflito esperando que la gente pasase por aquella calzadilla a ponerse en salvo y nosotros deteniendo los enemigos, llegó un mozo mío con un caballo para que cabalgase, porque era tanto el lodo que había en la cazaldilla de los que entraban y salían por el agua que no había persona que se pudiese tener, mayormente con los empellones que los unos y otros se daban por salvarse. Y yo cabalgué, pero no para pelear, porque allí era imposible poderse hacer a caballo, porque si pudiera ser antes de la calzadilla en una isleta se habían hallado los ocho de caballo que yo había dejado y no habían podido hacer menos de se volver por ella, y aun la vuelta era tan peligrosa que dos yeguas en que iban dos criados míos cayeron de aquella calzadilla en el agua, y la una mataron los indios y la otra salvaron unos peones. Y otro mancebo criado mío que se decía Cristóbal de Guzmán cabalgó en un caballo que allí en la isleta le dieron para me lo llevar, en que me pudiese salvar. Y a él y al caballo antes que a mí llegase mataron los enemigos, la muerte del cual puso a todo el real en tanta tristeza que fasta hoy está reciente el dolor de los que lo conoscían. Y ya con todos nuestros trabajos plugo a Dios que los que quedamos salimos a la calle de Tacuba, que era bien ancha. Y recogida la gente, yo con nueve de caballo me quedé en la retroguarda, y los enemigos venían con tanta vitoria y orgullo que no parescía sino que ninguno habían de dejar a vida. Y retrayéndome lo mejor que pude, invié a decir al tesorero y al contador que se retrujesen a la plaza con mucho concierto. Lo mesmo invié a decir a los otros dos capitanes que habían entrado por la calle que iba al mercado. Y los unos y los otros habían peleado valientemente y ganado muchas albarradas y puentes que habían muy bien cegado, lo cual fue causa de no rescebir daño al retraer. Y antes que [los d]el tesorero y contador se retrujesen ya los de la cibdad por encima del albarrada donde peleaban les habían echado dos o tres cabezas de cristianos, aunque no supieron por entonces si eran de los del real de Pedro de Alvarado o del nuestro. Y recogidos todos a la plaza, cargaba por todas partes tanta gente de los enemigos sobre nosotros que teníamos bien que hacer en los desviar, y por lugares y partes donde antes deste desbarato no osaran esperar a tres de caballo y a diez peones. E incontinente en una torre alta de sus ídolos que estaba allí junto a la plaza pusieron muchos perfumes y sahumerios de unas gomas que hay en esta tierra, que paresce mucho a anime, lo cual ellos ofrescen a sus ídolos en señal de vitoria. Y aunque quisiéramos mucho estorbárselo no se pudo hacer, porque ya la gente a más andar se iban hacia el real. En este desbarato mataron los contrarios treinta y cinco o cuarenta españoles y más de mill indios nuestros amigos, e hirieron más de veinte cristianos y yo salí herido en una pierna. Perdióse el tiro pequeño de campo que habíamos llevado y muchas ballestas y escopetas y armas. Los de la cibdad, luego que hobieron la vitoria, por hacer desmayar al alguacil mayor y Pedro de Alvarado, todos los españoles vivos y muertos que tomaron los llevaron al Tatabulco, que es el mercado, y en unas torres altas que allí estaban desnudos los sacrificaron y abrieron por los pechos y les sacaron los corazones para ofrescer a los ídolos, lo cual los españoles del real de Pedro de Alvarado pudieron ver bien de donde peleaban, y en los cuerpos desnudos y blancos que vieron sacrificar conoscieron que eran cristianos. Y aunque por ello hobieron grand tristeza y desmayo, se retrajeron a su real, habiendo peleando aquel día muy bien y ganado casi hasta el dicho mercado, el cual aquel día se acabara de ganar si Dios, por nuestros pecados, no permitiera tan gran desmán. Nosotros fuemos a nuestro real con grand tristeza algo más temprano que los otros días nos solíamos retraer, y también porque nos decían que los bergantines eran perdidos porque los de la cibdad con las canoas nos tomaban las espaldas, aunque plugo a Dios que no fue ansí, puesto que los bergantines y las canoas de nuestros amigos se vieron en harto estrecho, y tanto que un bergantín se erró poco de perder e hirieron al capitán y maestre dél. Y el capitán murió dende a ocho días. Aquel día y la noche siguiente los de la cibdad hacían muchos regocijos de bocinas y atabales, que parescía que se hundía el mundo, y abrieron todas las calles y puentes del agua como de antes las tenían y llegaron a poner sus fuegos y velas de noche a dos tiros de ballesta de nuestro real. Y como todos salimos tan desbaratados y heridos y sin armas, había nescesidad de descansar y rehacemos. En este comedio los de la cibdad tuvieron lugar de inviar sus mensajeros a muchas provincias a ellos subjetas a decir como habían habido mucha vitoria y muerto muchos cristianos y que muy presto nos acabarían, que en ninguna manera tratasen paz con nosotros. Y la creencia que llevaban eran las dos cabezas de caballos que mataron y otras algunas de los cristianos, las cuales anduvieron mostrando por donde a ellos parescía que convenía, que fue mucha ocasión de poner en más contumacia a los rebelados que de antes. Mas con todo, porque los de la cibdad no tomasen más orgullo ni sintiesen nuestra flaqueza, cada día algunos españoles de pie y de caballo con muchos de nuestros amigos iban a pelear a la cibdad, aunque nunca podían ganar más de algunas puentes de la primera calle antes de llegar a la plaza.