Cartas de Relación de Hernán Cortés (II-III)

SEGUNDA RELACIÓN – Parte 3

Y por no ser más prolijo en la relación de las cosas desta grand cibdad (aunque no acabaría tan aína) no quiero decir más sino que en su servicio y trato de la gente della hay la manera casi de vevir que en España y con tanto concierto y orden como allá, y que considerando esta gente ser bárbara y tan apartada del conoscimiento de Dios y de la comunicación de otras naciones de razón, es cosa admirable ver la que tienen en todas las cosas. En lo del servicio de Muteeçuma y de la cosas de admiración que tenía por grandeza y estado hay tanto que escrebir que certifico a Vuestra Alteza que yo no sé por dó comenzar que pueda acabar de decir alguna parte dellas. Porque, como ya he dicho, ¿qué más grandeza puede ser que un señor bárbaro como éste tuviese contrafechas de oro y plata y piedras y plumas todas las cosas que debajo del cielo hay en su señorío tan al natural lo de oro y plata que no hay platero en el mundo que mejor lo hiciese; y lo de las piedras, que no baste juicio [para] comprehender con qué instrumentos se hiciese tan perfeto; y lo de pluma, que ni de cera ni en ningún broslado se podría hacer tan maravillosamente? El señorío de tierras que este Muteeçuma tenía no se ha podido alcanzar cuánto era, porque a ninguna parte ducientas leguas de un cabo y de otro de aquella su grand cibdad inviaba sus mensajeros que no fuese cumplido su mandado, aunque había algunas provincias en medio de estas tierras con quien él tenía guerra. Pero [por] lo que se alcanzó y yo pude dél comprehender era su señorío tanto casi como España, porque hasta sesenta leguas desa parte de Putunchan, que es el río de Grisalba, invió mensajeros a que se diesen por vasallos de Vuestra Majestad los naturales de una cibdad que se dice Cumantan que había desde la gran cibdad a ella ducientas y veinte leguas, porque las ciento y cincuenta yo he fecho andar y ver a los españoles. Todos los más de los señores destas tierras y provincias, en especial los comarcanos, residían, como ya he dicho, mucho tiempo del año en aquella gran cibdad, y todos o los más tenían sus hijos primogénitos en el servicio del dicho Muteeçuma. En todos los señoríos destos señores tenía fuerzas fechas y en ellas gente suya y sus gobernadores y cogedores del servicio y renta que de cada provincia le daban. Y había cuenta y razón de lo que cada uno era obligado a dar, porque tienen carateres y figuras escriptas en el papel que facen por donde se entienden. Cada una destas provincias servía con su género de servicio segúnd la calidad de la tierra, por manera que a su poder venía toda suerte de cosas que en las dichas provincias había. Y era tan temido de todos, así presentes como absentes, que nunca príncipe del mundo lo fue más. Tenía así fuera de la cibdad como dentro muchas casas de placer y cada una de su manera de pasatiempo tan bien labradas como se podría decir y cuales requerían ser para un gran príncipe y señor. Tenía dentro de la cibdad sus casas de aposentamiento tales y tan maravillosas que me parescería casi imposible poder decir la bondad y grandeza dellas, y por tanto no me porné a expresar cosa dellas más de que en España no hay su semejable. Tenía una casa poco menos buena que ésta donde tenía un muy hermoso jardín con ciertos miradores que salían sobre él y los mármoles y losas dellos eran de jaspe muy bien obrados. Había en esta casa aposentamiento para se aposentar dos muy grandes príncipes con todo su servicio. En esta casa tenía diez estanques de agua donde tenía todos los linajes de aves de agua que en estas partes se hallan, que son muchos y diversos, todas domésticas. Y para las aves que se crían en la mar eran los estanques de agua salada y para las de ríos lagunas de agua dulce, la cual agua vaciaban de cierto a cierto tiempo por la limpieza y la tornaban a henchir con sus caños. Y a cada género de aves se daba aquel mantenimiento que era propio a su natural y con que ellas en el campo se mantenían, de forma que a las que comían pescado gelo daban; y a las que gusanos, gusanos; ya las que maíz, maíz; y las que otras semillas más menudas, por consiguiente gelas daban. Y certifico a Vuestra Alteza que a las aves que solamente comían pescado se les daba cada día diez arrobas del que se toma en la laguna salada. Había para tener cargo destas aves trecientos hombres que en ninguna otra cosa entendían. Había otros hombres que solamente entendían en curar las aves que adolecían. Sobre cada alberca y estanques de estas aves había sus corredores y miradores muy gentilmente labrados donde el dicho Muteeçuma se venía a recrear y a las ver. Tenía en esta casa un cuarto en que tenía hombres y mujeres y niños blancos de su nascimiento en el rostro y cuerpo y cabellos y pestañas y cejas. Tenía otra casa muy hermosa donde tenía un grand patio losado de muy gentiles losas todo él hecho a manera de un juego de ajedrez. Y las casas eran hondas cuanto estado y medio y tan grandes como seis pasos en cuadra, y la mitad de cada una de estas casas era cubierta el soterrado de losas y la mitad que quedaba por cobrir tenía encima una red de palo muy bien hecha. Y en cada una de estas casas había una ave de rapiña, comenzando de cernícalo hasta águila todas cuantas se hallan en España y muchas más raleas que allá no se han visto. Y de cada una destas raleas había mucha cantidad, y en lo cubierto de cada una destas casas había un palo como alcandra y otro fuera debajo de la red, que en el uno estaban de noche y cuando llovía y en el otro se podían salir al sol y al aire a curarse. A todas estas aves daban todos los días de comer gallinas y no otro mantenimiento. Había en esta casa ciertas salas grandes bajas todas llenas de jaulas grandes de muy gruesos maderos muy bien labrados y encajados, y en todas o en las más había leones, tigres, lobos, zorras y gatos de diversas maneras y todos en cantidad, a las cuales daban de comer gallinas cuantas les bastaban, y para estos animales y aves había otros trecientos hombres que tenían cargo dellos. Tenía otra casa donde tenía muchos hombres y mujeres mostruos, en que había enanos, concorbados y contrechos y otros con otras disformidades, y cada una manera de mostruos en su cuarto por sí, y también había para éstos personas dedicadas para tener cargo dellos. Y las otras casas de placer que tenía en su cibdad dejo de decir por ser muchas y de muchas calidades. La manera de su servicio era que todos los días luego en amanesciendo eran en su casa más de seiscientos señores y personas prencipales, los cuales se sentaban. Y otros andaban por unas salas y corredores que había en la dicha casa y allí estaban hablando y pasando tiempo sin entrar donde su persona estaba. Y los servidores déstos y personas de quien se acompañaban hinchían dos o tres grandes otros patios y la calle, que era muy grande, y éstos estaban sin salir de allí todo el día hasta la noche. Y al tiempo que traían de comer al dicho Muteeçuma ansimismo lo traían a todos aquellos señores tan complidamente como a su persona, y también a los servidores y gente déstos les daban sus raciones. Había cotidianamente la despensa y botillería abierta para todos aquellos que quisiesen comer y beber. La manera de cómo le daban de comer es que venían trecientos o cuatrocientos mancebos con el manjar, que era sin cuento, porque todas las veces que comía o cenaba le traían de todas las maneras de manjares, ansí de carnes como de pescados y frutas y hierbas que en toda la tierra se podían haber. Y porque la tierra es fría traían debajo de cada plato y escudilla de mansar un braserico con brasa porque no se enfriase. Poníanle todos los manjares juntos en una grand sala en que él comía que casi toda se henchía, la cual estaba toda muy bien esterada y muy limpia, y él estaba sentado en una almohada de cuero pequeña muy bien hecha. Al tiempo que comía estaban allí desviados dél cinco o seis señores ancianos a los cuales él daba de lo que comía. Y estaba en pie uno de aquellos servidores que le ponía y alzaba los manjares y pedía a los otros que estaban más afuera lo que era nescesario para el servicio, y al prencipio y fin de la comida y cena siempre le daban agua a manos, y con la tuvalla que una vez se limpiaba nunca se limpiaba más, ni tampoco los platos y escudillas en que le traían una vez el manjar se los tornaban a traer sino siempre nuevos, y así hacían de los brasericos. Vestíase todos los días cuatro maneras de vestiduras todas nuevas, y nunca más se las vestía otra vez. Todos los señores que entraban en su casa no entraban calzados, y cuando iban delante dél algunos que él inviaba a llamar llevaban la cabeza y ojos inclinados y el cuerpo muy humillado. Y hablando con él no le miraban a la cara, lo cual hacían por mucho acatamiento y reverencia. Y sé que lo hacían por este respeto porque ciertos señores reprehendían a los españoles diciendo que cuando hablaban conmigo estaban esentos mirándome a la cara, que parescía desacatamiento y poca vergüenza. Cuando salía fuera el dicho Muteeçuma, que era pocas veces, todos los que iban con él y los que topaba por las calles le volvían el rostro y en ninguna manera le miraban, y todos los demás se prostraban hasta que él pasaba. Llevaba siempre delante de sí un señor de aquellos con tres varas delgadas altas, que creo se hacía porque se supiese que iba allí su persona, y cuando lo descendían de las andas tomaba la una en la mano y llevábala hasta adonde iba. Eran tantas y tan diversas las maneras y cerimonias que este señor tenía en su servicio, que era nescesario más espacio del que yo al presente tengo para las relatar y aun mejor memoria para las retener, porque ninguno de los soldanes ni otro ningúnd señor infiel de los que hasta agora se tiene noticia no creo que tantas ni tales cerimonias en su servicio tengan. En esta grand cibdad estuve proveyendo las cosas que parescía que convenían al servicio de Vuestra Sacra Majestad, y pacificando y atrayendo a él muchas provincias y tierras pobladas de muy grandes y muchas cibdades y villas y fortalezas, y descubriendo minas y sabiendo e inquiriendo muchos secretos de las tierras del señorío deste Muteeçuma como de otras que con él confinaban y él tenía noticia, que son tantas y tan maravillosas que son casi increíbles. Y todo con tanta voluntad y contentamiento del dicho Muteeçuma y de todos los naturales de las dichas tierras como si de ab iniçio hobieran conoscido a Vuestra Sacra Majestad por su rey y señor natural, y no con menos voluntad hacían las cosas que en su real nombre les mandaba. En las cuales dichas cosas y en otras no menos útiles al servicio de Vuestra Alteza gasté de ocho de noviembre de mill y quinientos y diez y nueve hasta entrante el mes de mayo deste año presente, que estando en toda quietud y sosiego en esta dicha cibdad, teniendo repartidos muchos de los españoles por muchas y diversas partes pacificando y poblando esta tierra con mucho deseo que viniesen navíos con la respuesta de la relación que a Vuestra Majestad había hecho desta tierra para con ellos inviar la que agora envío y todas las cosas de oro y joyas que en ella había habido para Vuestra Alteza, vinieron a mí ciertos naturales desta tierra, vasallos del dicho Muteeçuma de los que en la costa del mar moran, y me dijeron cómo junto a las sierras de Sant Martín, que son en la dicha costa antes del puerto o bahía de Sant Juan, habían llegado diez y ocho navíos, y que no sabían quién eran porque ansí como los vieron en la mar me lo vinieron a hacer saber. Y tras estos dichos indios vino otro natural de la isla Fernandina, el cual me trajo una carta de un español que yo tenía puesto en la costa para que si navíos viniesen les diese razón de mí y de aquella villa que allí estaba cerca de aquel puerto, porque no se perdiesen. En la cual dicha carta se contenía que en tal día había asomado un navío frontero del dicho puerto de Sant Juan solo, y que había mirado por toda la costa de la mar cuanto su vista podía comprehender y que no había visto otro, y que creía que era la nao que yo había inviado a Vuestra Sacra Majestad porque ya era tiempo que viniese, y que para más certificarse él quedaba esperando que la dicha nao llegase al puerto para se informar della, y que luego vernía a me traer la relación. Vista esta carta, despaché dos españoles, uno por un camino y otro por otro porque no errasen algúnd mensajero si de la nao viniese, a los cuales dije que llegasen hasta el dicho puerto y supiesen cuántos navíos eran llegados y de dónde eran y lo que traían, y se volviesen a la más priesa que fuese posible a me lo hacer saber. Y ansimismo despaché otro a la villa de la Vera Cruz a les decir lo que de aquellos navíos había sabido para que de allá ansimesmo se informasen y me lo hiciesen saber, y otro al capitán que con los ciento y cincuenta hombres inviaba a hacer el pueblo de la provincia y pueblo de Quacucalco, al cual escrebí que doquiera que el dicho mensajero le alcanzase se estuviese y no pasase adelante hasta que yo segunda vez le escribiese, porque tenía nueva que eran llegados al puerto ciertos navíos. El cual, según después paresció, ya cuando llegó mi carta sabía de la venida de los dichos navíos. E inviados estos dichos mensajeros, se pasaron quince días que ninguna cosa supe ni hobe respuesta de ninguno dellos, de que no estaba poco espantado. Y pasados estos quince días vinieron otros indios, asimesmo vasallos del dicho Muteeçuma, de los cuales supe que los dichos navíos estaban ya surtos en el dicho puerto de Sant Juan y la gente desembarcada, y traían por copia que había ochenta caballos y ochocientos hombres y diez o doce tiros de fuego, lo cual todo traían figurado en un papel de la tierra para lo mostrar al dicho Muteeçuma y dijéronme cómo el español que yo tenía puesto en la costa y los otros mensajeros que yo había inviado estaban con la dicha gente, y que les habían dicho a estos indios que el capitán de aquella gente no los dejaban venir y que me lo dijesen. Y sabido esto, acordé de inviar un religioso que yo traje en mi compañía con una carta mía y otra de alcaldes y regidores de la villa de la Vera Cruz que estaban conmigo en la dicha cibdad, las cuales iban derigidas al capitán y gente que a aquel puerto había llegado haciéndole saber muy por estenso lo que en esta tierra me había suscedido y cómo tenía muchas cibdades y villas y fortalezs ganadas y conquistadas y pacíficas y subjetas al real servicio de Vuestra Majestad y preso al señor prencipal de todas estas partes, y cómo estaba en aquella gran cibdad e la calidad della y el oro y joyas que para Vuestra Alteza tenía y cómo había inviado relación desta tierra a Vuestra Majestad; y que les pedía por merced me ficiesen saber quién eran, y si eran vasallos naturales de los reinos y señoríos de Vuestra Alteza me escribiesen si venían a esta tierra por su real mandado o a poblar y estar en ella o si pasaban adelante o habían de volver atrás o si traían alguna nescesidad, que yo les haría proveer de todo lo que a mí posible fuese; y que si eran de fuera de los reinos de Vuestra Alteza ansimesmo me hiciese saber si traían alguna nescesidad porque también lo remediaría, pudiendo; donde no, les requería de parte de Vuestra Majestad que luego se fuesen de sus tierras y no saltasen en ellas, con aprecibimiento que si ansí no lo hiciesen iría contra ellos con todo el poder que yo tuviese ansí de españoles como de naturales de la tierra, y los prendería o mataría como a estranjeros que se querían entremeter en los reinos y señoríos de mi rey y señor. Y partido el dicho religioso con el dicho despacho, dende en cinco días llegaron a la cibdad de Temixtitán veinte españoles de los que en la villa de la Vera Cruz tenía, los cuales me traían un clérigo y otros dos legos que habían tomado en la dicha villa. De los cuales supe cómo el armada y gente que en el dicho puerto estaba era de Diego Velázquez, que venía por su mandado y que venía por capitán della un Pánfilo de Narváez vecino de la isla Fernandina, y que traían ochenta de caballo y muchos tiros de pólvora y ochocientos peones, entre los cuales dijeron que había ochenta escopeteros y ciento y veinte ballesteros; y que venía y se nombraba por capitán general y teniente de gobernador de todas estas partes por el dicho Diego Velázquez y que para ello traía provisiones de Vuestra Majestad, y que los mensajeros que yo había inviado y el hombre que en la costa tenía estaban con el dicho Pánfilo de Narváez y no los dejaban venir. El cual se había informado dellos de cómo yo tenía poblado allí aquella villa doce leguas del dicho puerto y de la gente que en ella estaba y ansimismo de la gente que yo inviaba a Quacucalco, y cómo estaban en una provincia treinta leguas del dicho puerto que se dice Tuchitebeque y de todas las cosas que yo en la tierra había fecho en servicio de Vuestra Alteza y las cibdades y villas que yo tenía conquistadas y pacíficas y de aquella gran cibdad de Temixtitán y del oro y joyas que en la tierra se había habido, y se había informado dellos de todas las otras cosas que me habían suscedido; y que a ellos les habia inviado el dicho Narváez a la dicha villa de la Vera Cruz a que si pudiesen, hablasen de su parte a los que en ella estaban y los atrajesen a su propósito y se levantasen contra mí. Y con ellos me trajeron más de cient cartas que el dicho Narváez y los que con él estaban inviaban a los de la dicha villa, diciendo que diesen crédito a lo que aquel clérigo y los otros que iban con él de su parte les dijesen y prometiéndoles que si ansí lo ficiesen, que por parte del dicho Diego Velázquez y dél en su nombre les serían fechas muchas mercedes, y los que lo contrarío ficiesen habían de ser muy mal tratados, y otras muchas cosas que en las dichas cartas se contenían y el dicho clérigo y los que con él venian dijeron. Y casi junto con éstos vino un español de los que iban a Quacucalco con cartas del capitán que era un Juan Velázquez de León, el cual me hacia saber cómo la gente que había llegado al puerto era Pánfilo de Narváez, que venía en nombre de Diego Velázquez, con la gente que traían. Y me invió una carta que el dicho Narváez le había inviado con un indio como a pariente del dicho Diego Velázquez y cuñado del dicho Narváez, en que por ella le decía cómo de aquellos mensajeros míos había sabido que estaba allí con aquella gente, que luego se fuese con ella a él porque en ello haría lo que complía y lo que era obligado a sus deudos, y que bien creía que yo le tenía por fuerza y otras cosas que el dicho Narváez le escribía. El cual dicho capitán, como más obligado al servicio de Vuestra Majestad, no sólo dejó de aceptar lo que el dicho Narváez por su letra le decía, mas aun luego se partió después de me haber inviado la carta para se venir a juntar con toda la gente que tenía conmigo. Y después de me haber informado de aquel clérigo y de los otros dos que con él venían de muchas cosas y de la intención de los del dicho Diego Velázquez y Narváez y de cómo se habían movido con aquella armada y gente contra mí porque yo había inviado la relación y cosas desta tierra a Vuestra Majestad y no al dicho Diego Velázquez, y cómo venían con dañada voluntad para me matar a mí y a muchos de mi compañía que ya desde allá traían señalados. Y supe ansimesmo cómo el licenciado Figueroa, juez de residencia en la isla Española, y los jueces y oficiales de Vuestra Alteza que en ella residen, sabido por ellos cómo el dicho Diego Velázquez facía la dicha armada y la voluntad con que la hacía, constándoles el daño y deservicio que de su venida a Vuestra Majestad podía redundar, inviaron al licenciado Lucas Vázquez de Aylón, uno de los dichos jueces, con su poder a requerir y mandar al dicho Diego Velázquez no inviase la dicha armada. El cual vino y halló al dicho Diego Velázquez con toda la gente armada en la punta de la dicha isla Fernandina ya que quería pasar, y que allí le requeríó a él y a todos los que en la dicha armada venían que no viniesen porque dello Vuestra Alteza era muy deservido, y sobre ello les impuso muchas penas, las cuales no ostante ni todo lo por el dicho licenciado requerido ni mandado, todavía había inviado la dicha armada; y que el dicho licenciado Aylón estaba en el dicho puerto, que había venido juntamente con ella pensando de evitar el daño que de la venida de la dicha armada se siguía, porque a él y a todos era notorío el mal propósito y voluntad con que la dicha armada venía. Envié al dicho clérigo con una carta mía para el dicho Narváez por la cual le decía cómo yo había sabido del dicho clérigo y de los que con él habían venido cómo él era el capitán de la gente que aquella armada traía, y que holgaba que fuese él, porque tenía otro pensamiento veyendo que los mensajeros que yo había inviado no venían; pero que pues él sabía que yo estaba en esta tierra en servicio de Vuestra Alteza, me maravillaba no me escribiese o enviase mensajero faciéndome saber de su venida, pues sabía que yo había de holgar con ella así por él ser mi amigo mucho tiempo había como porque creía que él venía a servir a Vuestra Alteza, que era lo que yo más deseaba; e inviar como había inviado sobornadores y carta de inducimiento a las personas que yo tenía en mi compañía en servicio de Vuestra Majestad para que se levantasen contra mí y se pasasen a él, como si fuéramos los unos infieles y los otros cristianos o los unos vasallos de Vuestra Alteza y los otros sus deservidores; y que le pedía por merced que de allí adelante no tuviese aquellas formas, antes me ficiese saber la causa de su venida; y que me habían dicho que se intitulaba capitán general y teniente de gobernador por Diego Velázquez y que por tal se había fecho pregonar en la tierra, y que había hecho alcaldes y regidores y ejecutado justicia, lo cual era en mucho deservicio de Vuestra Alteza y contra todas sus leyes, porque siendo esta tierra de Vuestra Majestad y estando poblada de sus vasallos y habiendo en ella justicia y cabildo, que no se debía intitular de los dichos oficios ni usar dellos sin ser primero a ellos recibido puesto que para los ejercer trujese provisiones de Vuestra Majestad; las cuales, si traía, le pedía por merced y le requería las presentase ante mí y ante el cabildo de la Vera Cruz, y que dél y de mí serían obedescidos como cartas y provisiones de nuestro rey y señor natural, y complidas en cuanto al real servicio de Vuestra Majestad conviniese, porque yo estaba en aquella cibdad y en ella tenía preso a aquel señor y tenía mucha suma de oro y joyas así de lo de Vuestra Alteza como de los de mi compañía y mío, lo cual yo no osaba dejar con temor que salido yo de la dicha cibdad, la gente se rebellase y perdiese tanta cantidad de oro y joyas y tal cibdad, mayormente que perdida aquélla, era perdida toda la tierra. Y ansimismo di al dicho clérígo una carta para el dicho licenciado Aylón, el cual, según después yo supe, al tiempo que el dicho clérigo llegó había prendido el dicho Narváez e inviado preso con dos navíos. El día que el dicho clérigo se partió me llegó un mensajero de los que estaban en la villa de la Vera Cruz por el cual me hacían saber que toda la gente de los naturales de la tierra estaban levantados y hechos con el dicho Narváez, en especial los de la cibdad de Cempoal y su partido; y que ninguno dellos quería venir a servir a la dicha villa así en la fortaleza como en las otras cosas en que solían servir porque decían que Narváez les había dicho que yo era malo y que me venía a prender a mí y a todos los de mi compañía y llevarnos presos y dejar la tierra, y que la gente que el dicho Narváez traía era mucha y la que yo traía poca, y que él traía muchos caballos y muchos tiros e que yo tenía pocos, y que querían ser a viva quien vence; y que también me hacían saber que eran informados de los dichos indios que el dicho Narváez se venia a aposentar a la dicha cibdad de Cempoal y que ya sabía cuán cerca estaba de aquella villa, y que creían, segúnd eran informados, del mal propósito que el dicho Narváez contra todos traía, que desde allí vernía sobre ellos y teniendo de su parte los indios de la dicha cibdad, y por tanto me hacían saber que ellos dejaban la villa sola por no pelear con ellos, y por evitar escándalo se sobían a la sierra a casa de un señor vasallo de Vuestra Alteza y amigo nuestro, y que allí pensaban estar hasta que yo les inviase a mandar lo que hiciesen. Y como yo vi el grand daño que se comenzaba a revolver y cómo la tierra se levantaba a causa del dicho Narváez, parescióme que con ir yo donde él estaba se apaciguaría mucho porque viéndome los indios presente no se osarían levantar, y también porque pensaba dar orden con el dicho Narváez cómo tan gran mal como se comenzaba cesase. Y así me partí aquel mesmo día dejando la fortaleza muy bien bastecida de maíz y de agua y quinientos hombres dentro en ella y algunos tiros de pólvora. Y con la otra gente que allí tenía, que serían hasta setenta hombres, seguí mi camino con algunas personas prencipales de los del dicho Muteeçuma, al cual yo antes que me partiese hice muchos razonamientos diciéndole que mirase que él era vasallo de Vuestra Alteza y que agora había de recebir mercedes de Vuestra Majestad por los servicios que le había hecho; y que aquellos españoles le dejaba encomendados con todo aquel oro y joyas que él me había dado y mandó dar para Vuestra Alteza, porque yo iba a aquella gente que allí había venido a saber qué gente era, porque hasta entonces no lo había sabido y creía que que debía de ser alguna mala gente y no vasallos de Vuestra Alteza. Y él me prometió de los hacer proveer todo lo nescesario y guardar mucho todo lo que allí dejaba puesto para Vuestra Majestad, y que aquellos suyos que iban conmigo me llevarían por camino que no saliese de su tierra y me harían proveer en él de todo lo que hubiese menester; y que me rogaba si aquella fuese gente mala que se lo hiciese saber, porque luego proveería de mucha gente de guerra para que fuese a pelear con ellos y echarlos fuera de la tierra. Lo cual todo yo le agradescí y certifiqué que por ello Vuestra Alteza le mandaría facer muchas mercedes, y le di muchas joyas y ropas a él y a un hijo suyo y a muchos señores que estaban con él a la sazón. Y en una cibdad que se dice Churultecal topé a Juan Velázquez, capitán que, como he dicho, inviaba a Quacucalco, que con toda la gente se venía. Y sacados algunos que venían mal dispuestos, que invié a la cibdad con él y con los demás, seguí mi camino. Y quince leguas adelante desta cibdad de Churultecal topé a aquel padre religioso de mi compañía que yo había inviado al puerto a saber qué gente era la del armada que allí había venido, el cual me trajo una carta del dicho Narváez en que me decía que él traía ciertas provisiones para tener esta tierra por Diego Velázquez, que luego fuese donde él estaba a las obedescer y cumplir, y que él tenía hecha una villa y alcaldes y regidores. Y del dicho religioso supe cómo habían prendido al dicho licenciado Aylón y a su escríbano y alguacil y los habían inviado en dos navíos; y cómo allá le habían acometido con partidos para que él atrajese algunos de los de mi compañía y se pasasen al dicho Narváez, y cómo habían hecho alarde delante dél y de ciertos indios que con él iban de toda la gente ansí de pie como de caballo y soltar el artillería que estaba en los navíos y la que tenían en tierra a fin de atemorizarlos, porque le dijeron al dícho religíoso: «mírad cómo os podéis defender de nosotros si no hacéis lo que quisiéremos». Y también me dijo cómo había hallado con el dicho Narváez un señor natural desta tierra vasallo del dicho Muteeçuma y que le tenía por gobernador suyo en toda su tierra, de los puertos hasta la costa de la mar, y que supo que el dicho Narváez le había fablado de parte del dicho Muteeçuma y dádole ciertas joyas de oro, y el dicho Narváez le había dado también a él ciertas cosillas; y que supo que había despachado de allí ciertos mensajerosq para el dicho Muteeçuma y enviado a le decir que él le soltaría; y que venía a prenderme a mí y a los de mi compañía e irse luego y dejar la tierra, y que él no quería oro, sino, preso yo y los que conmigo estaban, volverse y dejar la tierra y sus naturales della en su libertad; finalmente, que supe que su intención era de se aposisionar en la tierra por su abtorídad, sin pedir que fuese rescebido de ninguna persona; y no queriendo yo ni los de mi compañía tenerle por capitán y justicia en nombre del dicho Diego Velázquez, venía contra nosotros a tomarnos por guerra, y que para ello estaba confederado con los naturales de la tierra, en especial con el dicho Muteeçuma por sus mensajeros, y como yo viese tan magnifiesto el daño y deservicio que a Vuestra Majestad de lo susodicho se podía seguir, puesto que me dijeron el grand poder que traía y aunque traía mandado de Diego Velázquez que a mí y a ciertos de los de mi compañía que venían señalados que luego que nos pudiese haber nos ahorcase, no dejé de me acercar más a él, creyendo por bien hacerle conoscer el gran deservicio que a Vuestra Alteza hacía y poderle apartar del mal propósito y dañada voluntad que traía. Y así siguí mi camino, y quince leguas antes de llegar a la ciudad de Cempoal, donde el dicho Narváez estaba aposentado, llegaron a mí el clérigo dellos que los de la Vera Cruz habían inviado y con quien yo al dicho Narváez y al licenciado Aylón había escripto y otro clérigo y un Andrés de Duero, vecino de la isla Fernandina, que ansimismo vino con el dicho Narváez. Los cuales en respuesta de mi carta me dijeron de parte del dicho Narváez que yo todavía le fuese a obedescer y tener por capitán y le entregase la tierra, porque de otra manera me sería hecho mucho daño porque el dicho Narváez traía grand poder y yo tenía poco, y demás de la mucha gente de españoles que traía, que los más de los naturales eran en su favor; y que si yo le quisiese dar la tierra, que me daría de los navíos y mantenimientos que él traía los que yo quisiese y me dejaría ir en ellos a mí y a los que conmigo quisiesen ir con todo lo que quisiésemos llevar sin nos poner impedimento en cosa alguna. Y el uno de los clérígos me dijo que así venía capitulado del dicho Diego Velázquez que hiciesen conmigo el dicho partido y para ello había dado su poder al dicho Narváez y a los dichos dos clérígos juntamente, y que acerca desto me harían todo el partido que yo quisiese. Yo les respondí que no venía provisión de Vuestra Alteza por donde le debiese entregar la tierra, y que si alguna traía, que la presentase ante mí y ante el cabildo de la villa de la Vera Cruz segúnd orden y costumbre de España, y que yo estaba presto de la obedescer y cumplir; y que hasta tanto por ningúnd interese ni partido haría lo que él decía, antes yo y los que conmigo estaban moreríamos en defensa de la tierra, pues la habíamos ganado y tenido por Vuestra Majestad pacífica y segura y por no ser traidores y desleales a nuestro rey. Otros muchos partidos me movieron por me atraer a su propósito y ninguno quise aceptar sin ver provisión de Vuestra Alteza por donde lo debiese hacer, la cual nunca me quiso mostrar. Y en conclusión, estos clérígos y el dicho Andrés de Duero y yo quedamos concertados que el dicho Narváez con diez personas y yo con otras tantas nos viésemos con seguridad de ambas las partes y que allí me notificase las provisiones si algunas traía, y que yo respondiese. Y yo de mi parte envié el seguro firmado y él ansimesmo me invió otro firmado de su nombre, el cual, segúnd me paresció, no tenía pensamiento de guardar, antes concertó que en la vista se tuviese forma cómo de presto me matasen, y para ello se señalaron dos de los diez que con él habían de venir y que los demás peleasen con los que conmigo habían de ir. Porque decían que muerto yo era su fecho acabado, como de verdad lo fuera si Dios, que en semejantes casos remedia, no remediara con cierto aviso que de los mismos que eran en la traición me vino juntamente con el seguro que me inviaban. Lo cual sabido, escribí una carta al dicho Narváez y otra a los terceros diciéndoles cómo yo había sabido su mala intención y que no quería ir de aquella manera que ellos tenían concertado, y luego les invié ciertos requirimientos y mandamientos por el cual requiría al dicho Narváez que si algunas provisiones de Vuestra Alteza tenía, me las notificase, y que fasta tanto no se nombrase capitán ni justicia ni se entremetiese en cosa alguna de los dichos oficios so cierta pena que para ello le impuse. Y ansimesmo mandaba y mandé por el dicho mandamiento a todas las personas que con el dicho Narváez estaban que no tuviesen ni obedescieen al dicho Narváez por tal capitán ni justicia, antes dentro de cierto término que en dicho mandamiento señalé paresciesen ante mí para que yo les dijese lo que debían facer en servicio de Vuestra Alteza, con protestación que lo contrario haciendo, procedería contra ellos como contra traidores y aleves y malos vasallos que se rebellaban contra su rey y quieren usurpar sus tierras y señoríos y darlas y aposesionar dellas a quien no pertenescían ni dellas ha abción ni derecho competente; y que para la ejecución desto, no paresciendo ante mí ni haciendo lo contenido en el dicho mi mandamiento, iría contra ellos a los prender y castigar conforme a justicia. Y la respuesta que desto hobe del dicho Narváez fue prender al escribano y a la persona que con mi poder les fueron a notificar el dicho mandamiento y tomarles ciertos indios que llevaban, los cuales estuvieron detenidos hasta que llegó otro mensajero que yo invié a saber dellos, ante los cuales tornaron a hacer alarde de toda la gente y a amenazar a ellos y a mí si la tierra no les entregásemos. Y visto que por ninguna vía yo podía escusar tan grand daño y mal y que la gente naturales de la tierra se alborotaban y levantaban a más andar, encomendándome a Dios y pospuesto todo el temor del daño que se me podía seguir, considerando que morir en servicio de mi rey y por defender y amparar sus tierras y no las dejar usurpar a mí y a los de mi compañía se nos seguía farta gloria, di mi mandamiento a Gonzalo de Sandoval, alguacil mayor, para prender al dicho Narváez y a los que se llamaban alcaldes y regidores, al cual di ochenta hombres y les mandé que fuesen con él a los prender, y yo con otros ciento y setenta, que por todos éramos ducientos y cincuenta hombres, sin tiro de pólvora ni caballo sino a pie siguí al dicho alguacil mayor para le ayudar si el dicho Narváez y los otros quisiesen resistir su prisión. Y el día que el dicho alguacil mayor y la gente y yo llegamos a la cibdad de Cempoal, donde el dicho Narváez y gente estaba aposentada, supo denuestra ida y salió al campo con ochenta de caballo y cuatrocientos peones sin los demás que dejó en su aposento, que era la mesquita mayor de aquella cibdad asaz fuerte, y llegó casi una legua de donde yo estaba. Y como lo que de mi ida sabía era por lengua de los indios y no me halló creyó que le burlaban, y volvióse a su aposento, teniendo aprecebida toda su gente, y puso dos espías casi una legua de la dicha cibdad. Y como yo deseaba evitar todo escándalo parescióme que sería el menos yo ir de noche sin ser sentido, si fuese posible, e ir derecho al aposento del dicho Narváez, que yo y todos los de mi compañía sabíamos muy bien, y prenderlo, porque preso él, creí que no hobiera escándalo, porque los demás querían obedescer a la justicia, en especial que los demás dellos venían por fuerza que el dicho Diego Velázquez les hizo y por temor que no les quitase los indios que en la isla Fernandina tenían. Y así fue que el día de Pascua de Espírítu Santo poco más de media noche yo di en el dicho aposento. Y antes topé las dichas espías que el dicho Narváez tenía puestas, y las que yo delante llevaba prendieron a la una dellas y la otra se escapó, de quien me informé de la manera que estaban. Y porque la espía que se había escapado no llegase antes que yo y diese mandado de mi venida me di la mayor príesa que pude, aunque no pude tanta que la dicha espía no llegase primero casi media hora, y cuando llegué al dicho Narváez ya todos los de su compañía estaban armados y ensillados sus caballos y muy a punto, y velaban cada cuarto ducientos hombres. Y llegamos tan sin ruido que cuando fuimos sentidos y ellos tocaron alarma entraba yo por el patio de su aposento, en el cual estaba toda la gente aposentada y junta. Y tenían tomadas tres o cuatro torres que en él había y todos los demás aposentos fuertes. Y en la una de las dichas torres donde el dicho Narváez estaba aposentado tenía a la entrada della hasta diez y nueve tiros de fuslera, y dimos tanta priesa a subir la dicha torre que no tuvieron lugar de poner fuego más de a un tiro, el cual quiso Dios que no salió ni fizo daño ninguno. Y así se subió la torre fasta donde el dicho Narváez tenía su cámara, donde él y hasta cincuenta hombres que con él estaban pelearon con el dicho alguacil mayor y con los que con él subieron. Puesto que muchas veces le requirió que se diese a presión por Vuestra Alteza, nunca quisieron fasta que se les puso fuego y con él se dieron. Y en tanto que el dicho alguacil mayor prendía al dicho Narváez, yo con los que conmigo quedaron defendía la subida de la torre a la demás gente que en su socorro venía y fice tomar toda la artillería y me fortalecí con ella, por manera que sin muertes de hombres más de dos que un tiro mató, en una hora eran presos todos los que se habían de prender. Y tomadas las armas a todos los demás y ellos prometido ser obidientes a la justicia de Vuestra Majestad, diciendo que fasta allí habían sido engañados porque les habían dicho que traían provisiones de Vuestra Alteza y que yo estaba alzado con la tierra y que era traidor a Vuestra Majestad y les habían hecho entender otras muchas cosas, y como todos conoscieron la verdad y la mala intención y dañada voluntad del dicho Diego Velázquez y del dicho Narváez y cómo se habían movido con mal propósito, todos fueron muy alegres porque así Dios lo había fecho y proveído. Porque certifico a Vuestra Majestad que si Dios mistiriosamente esto no proveyera y la vitoria fuera del dicho Narváez fuera el mayor daño que de mucho tiempo acá en españoles tantos por tantos se ha hecho, porque él ejecutara el propósito que traía y lo que por Diego Velázquez le era mandado, que era ahorcarme a mí y a muchos de los de mi compañía porque no hobiese quien del fecho diese razón. Y segúnd de los indios yo me informé, tenían acordado que si a mí el dicho Narváez prendiese, como él les había dicho, que no podría ser tan sin daño suyo y de su gente que muchos dellos y de los de mi compañía no muriesen, y que entre tanto ellos matarían a los que yo en la cibdad dejaba, como lo acometieron, y después se juntarían y darían sobre los que acá quedasen en manera que ellos y su tierra quedasen libres y de los españoles no quedase memoria. Y puede Vuestra Alteza ser muy cierto que si ansí lo ficieran y salieran con su propósito, de hoy en veinte años no se tornara a ganar y a pacificar la tierra que estaba ganada y pacífica. Dos días después de preso el dicho Narváez, porque en aquella cíbdad no se podía sostener tanta gente junta – mayormente que ya estaba casi destruida, porque los que con el dicho Narváez estaban en ella la habían robado y los vecinos della estaban absentes y sus casas solas – despaché dos capitanes con cada ducientos hombres, el uno para que fuese a hacer el pueblo en el puerto de Qucicacalco que, como a Vuestra Alteza he dicho, de antes inviaba a hacer, y el otro a aquel río que los navíos de Francisco de Garay dijeron que habían visto, porque ya lo tenía seguro. Y ansimismo invié otros ducientos hombres a la villa de la Vera Cruz, donde fice que los navíos que el dicho Narváez traía viniesen. y con la gente demás me quedé en la dicha cibdad para proveer lo que al servicio de Vuestra Majestad convenía. Y despaché un mensajero a la cibdad de Temixtitán y con él hice saber a los españoles que allí había dejado lo que me había subcedido, el cual dicho mensajero volvió de ahí a doce días y me trajo cartas del alcalde que allí había quedado en que me hacía saber cómo los indios les habían combatido la fortaleza por todas las partes della y puéstoles fuego por muchas partes y hecho ciertas minas, y que se habían visto en mucho trabajo y peligro y todavía los mataran si el dicho Muteeçuma no mandara cesar la guerra, y que aún los tenía cercados puesto que no los combatían, sin dejar salir ninguno dellos dos pasos fuera de la fortaleza; y que les habían tomado en el combate mucha parte del bastimento que yo les había dejado y que les habían quemado los cuatro bergantines que yo allí tenía, y que estaban en muy estrema nescesidad y que por amor de Dios los socorríese a mucha príesa. Y vista la nescesidad en que estos españoles estaban, y quesi no los socorría demás de los matar los indios y perderse todo el oro y plata y joyas que en la tierra se habían habido así de Vuestra Alteza como de españoles y mío y se perdia la más noble y mejor cibdad de todo lo nuevamente descubierto del mundo, y ella perdida, se perdía todo lo que estaba ganado por ser la cabeza de todo y a quien todos obedescían, y luego despaché mensajeros a los capitanes que había inviado con la gente haciéndoles saber lo que me habían escripto de la grand cibdad, para que luego dondequiera que los alcanzasen volviesen y por el camino prencipal y más cercano se fuesen a la provincia de Tascaltecal, donde yo con la gente estaba en mi compañía, y con toda la artillería que pude y con setenta de caballo me fui a juntar con ellos. Y allí juntos y hecho alarde, se hallaron los dichos setenta de caballo y quinientos peones, y con ellos a la mayor príesa que pude me partí para la dicha cibdad, y en todo el camino nunca me salió a rescebir ninguna persona del dicho Muteeçuma como antes lo solían facer. Y toda la tierra estaba alborotada y casi despoblada, de que concebí mala sospecha, creyendo que los españoles que en la dicha cibdad habían quedado eran muertos y que toda la gente de la tierra estaba junta esperándome en algún paso o parte donde ellos se podrían aprovechar mejor de mí. Y con este temor fui al mejor recabdo que pude hasta que llegué a la cibdad de Tesuacan, que, como ya he hecho relación a Vuestra Majestad, está en la costa de aquella grand laguna. Y allí pregunté a algunos de los naturales della por los españoles que en la grand cibdad habían quedado, los cuales me dijeron que eran vivos. Y yo les dije que me trujesen una canoa porque quería inviar un español a lo saber, y en tanto que aquél iba había de quedar conmigo un natural de aquella cibdad que parescía algo prencipal, porque los señores y prencipales della de quien yo tenía noticia no parescía ninguno. Y él mandó traer la canoa e invió ciertos indios con el español que yo inviaba y se quedó conmigo. Y estándose embarcando este español para ir a la dicha ciudad de Temixtitán vio venir por la mar otra canoa y esperó a que llegase al puerto, y en ella venía uno de los españoles que habían quedado en la dicha cibdad de quien supe que eran vivos todos expceto cinco o seis que los indios habían muerto, y que los demás estaban todavía cercados y que no les dejaban salir de la fortaleza ni les proveían de cosas que habían menester sino por mucha copia de rescate, aunque después que de mi ida habían sabido lo hacían algo mejor con ellos, y que el dicho Muteeçuma decía que no esperaba sino a que yo fuese para que luego tornasen a andar por la cibdad como antes solían. Y con el dicho español me invió el dicho Muteeçuma un mensajero suyo en que me decía que ya creía que debía saber lo que en aquella cibdad había acaescido, y que él tenía pensamiento que por ello yo venía enojado y traía voluntad de le hacer algúnd daño, que me rogaba perdiese el enojo porque a él le había pesado tanto cuanto a mí y que ninguna cosa se había hecho por su voluntad y consentimiento. Y me invió a decir otras cosas para me aplacar la ira que el creía que yo traía por lo acaescido y que me fuese a la cibdad a aposentar como antes estaba, porque no menos se haría en ella lo que yo mandase que antes se solía facer. Yo le invié a decir que no traía enojo ninguno dél porque bien sabía su buena voluntad, y que ansí como él lo decía lo haría yo. Y otro día siguiente, que fue víspra de San Juan Baptista, me partí, y dormí en el camino a tres leguas de la dicha grand cibdad. Y el día de Sant Juan después de haber oído misa me partí, y entré en ella casi a mediodía y vi poca gente por la cibdad y algunas puertas de las incrucijadas y traviesas de las calles quitadas que no me paresció bien, aunque pensé que lo hacían de temor de lo que habían fecho y que entrando yo los aseguraría, y con esto me fue a la fortaleza, en la cual y en aquella mesquita mayor que estaba junto a ella se aposentó toda la gente que conmigo venía. Y los que estaban en la fortaleza nos rescibieron con tanta alegría como si nuevamente les diéramos las vidas, que ya ellos estimaban perdidas, y con mucho placer estuvimos aquel día y noche creyendo que ya todo estaba pacífico. Y otro día después de misa inviaba un mensajero a la villa de la Vera Cruz por les dar buenas nuevas de cómo los cristianos eran vivos y yo había entrado en la cibdad y estaba segura, el cual mensajero volvió dende a media hora todo descalabrado y herido dando voces que todos los indios de la cibdad venían de guerra y que tenían todas las puentes alzadas, y junto tras él da sobre nosotros tanta multitud de gente por todas partes que ni las calles ni azoteas se parescían con gente, la cual venía con los mayores allaridos y grita más espantable que en el mundo se puede pensar. Y eran tantas las piedras que nos echaban con hondas dentro en la fortaleza que no parescía sino que el cielo las llovía, y las flechas y tiraderas eran tantas que todas las paredes y patios estaban llenos y casi no podíamos andar con ellas. Y yo salí fuera a ellos por dos o tres partes y pelearon con nosotros muy reciamente, aunque por la una parte salió un capitán con ducientos hombres y antes que se pudiese recoger le mataron cuatro e hiriéronle a él y a muchos de los otros, y por la parte que yo andaba me hirieron a mí y a muchos de los españoles. Y nosotros matamos pocos dellos porque se nos acogían de la otra parte de las puentes, y de las azoteas y tejados nos hacían daño con las piedras, de las cuales ganamos algunas y quemamos, pero eran tantas y tan fuertes y de tanta gente pobladas y tan bastecidas de piedras y otros géneros de armas que no bastábamos para gelas tomar todos ni defendemos que ellos no nos ofendiesen a su placer. En la fortaleza daban tan recio combate que por muchas partes nos pusieron fuego, y por la una se quemó mucha parte della sin la poder remediar hasta que la atajamos cortando las paredes y derrocando un pedazo que mató el fuego. Y si no fuera por la mucha guarda que allí puse de escopeteros y ballesteros y otros tiros de pólvora nos entraran a escala vista sin los poder resistir. Ansí estuvimos peleando todo aquel día hasta que fue la noche bien entrada, y aun en ella no nos dejaron sin grita y rebato hasta el día. Y aquella noche hice reparar los portillos de aquello quemado y todo lo demás que me paresció que en la fortaleza había flaco, y concerté las estancias y gente que en ellas había de estar y la que otro día habíamos de salir a pelear fuera e hice curar los heridos, que eran más de ochenta. Y luego que fue de día ya la gente de los enemigos nos comenzaba a combatir muy más reciamente que el día pasado, porque estaban en tanta cantidad dellos que los artilleros no tenían nescesidad de puntería, sino asestar en los escuadrones de los indios. Y puesto que la artillería hacía mucho daño, porque jugaban trece falconetes sin las escopetas y ballestas, hacían tan poca mella que ni se parescía que no lo sentían, porque por donde llevaba el tiro diez o doce hombres se cerraba luego de gente, que no parescía que hacían daño ninguno. Y dejado en la fortaleza el recabdo que convenía y se podía dejar, yo torné a salir y les gané algunas de las puentes y quemé algunas casas. Y matamos muchos en ellas que las defendían, y eran tantos que aunque más daño se hiciera hacíamos muy poquita mella. Y a nosotros convenía pelear todo el día y ellos peleaban por horas, que se remudaban y aun les sobraba gente. También hirieron aquel día otros cincuenta o sesenta españoles, aunque no murió ninguno. Y peleamos hasta que fue noche, que de cansados nos retrujimos a la fortaleza. Y viendo el grande daño que los enemigos nos hacian y cómo nos herían y mataban a su salvo, y que puesto que nosotros hacíamos daño en ellos por ser tantos no se parescía, toda aquella noche y otro día gastamos en hacer tres ingenios de madera. Y cada uno llevaba veinte hombres, los cuales iban dentro porque con las piedras que nos tiraban de las azoteas no los pudiesen ofender, porque iban los ingenios cubiertos de tablas y los que iban dentro eran ballesteros y escopeteros y los demás llevaban picos y azadones y barras de hierro para horadarles las casas y derrocar las albaradas que tenían fechas en las calles. Y en tanto que estos arteficios se hacían no cesaba el combate de los contrarios, en tanta manera que como no salíamos fuera de la fortaleza se querían ellos entrar dentro, a los cuales resistimos con harto trabajo. Y el dicho Muteeçuma, que todavía estaba preso y un hijo suyo con otros muchos señores que al prencipio se habían tomado, dijo que le sacasen a las azoteas de la fortaleza y que él hablaría a los capitanes de aquella gente y les haría que cesase la guerra. Y yo lo hice sacar, y en llegando a un petril que salía fuera de la fortaleza, queriendo hablar a la gente que por allí combatía le dieron una pedrada los suyos en la cabeza tan grande que dende a tres días murió. Y yo lo fice sacar así muerto a dos indios que estaban presos, y a cuestas lo llevaron a la gente. Y no sé lo que dél se hicieron, salvo que no por eso cesó la guerra, y muy más recia y muy cruda de cada día. Y este día llamaron por aquella parte por donde habían herido al dicho Muteeçuma diciendo que me allegase yo allí, que me querían hablar ciertos capitanes, y ansí lo hice. Y pasamos entre ellos y mí muchas razones, rogándoles que no peleasen conmigo pues ninguna razón para ello tenían, y que mirasen las buenas obras que de mí habían rescebido y cómo habían sido muy bien tratados de mí. La respuesta suya era que me fuese y que les dejase la tierra y que luego dejarían la guerra, y que de otra manera que creyese que habían de morir todos o dar fin de nosotros. Lo cual, segúnd paresció, hacían porque yo me saliese de la fortaleza para me tomar a su placer al salir de la cibdad entre las puentes. Y yo les respondí que no pensasen que les rogaba con la paz por temor que les tenía sino porque me pesaba del daño que les facía y del que les había de facer y por no destruir tan buena cibdad como aquélla era, y todavía respondían que no cesarían de me dar guerra fasta que saliese de la ciudad. Después de acabados aquellos ingenios, luego otro día salí para les ganar ciertas azoteas y puentes, y yendo los ingenios delante y tras ellos cuatro tiros de fuego y otra mucha gente de ballesteros y rodeleros y más de tres mill indios de los naturales de Tescaltecal que habían venido conmigo y servían a los españoles. Y llegados a una puente, posimos los ingenios arrimados a las paredes de unas azoteas y ciertas escalas que llevábamos para las subir. Y era tanta la gente que estaba en defensa de la dicha puente y azoteas y tantas las piedras que de arriba tiraban y tan grandes que nos desconcertaron los ingenios y nos mataron un español e hirieron otros muchos sin les poder ganar ni aun un paso aunque puñábamos mucho por ello, porque peleamos desde la mañana fasta mediodía que nos volvimos con harta tristeza a la fortaleza, de donde cobraron tanto ánimo que casi a las puertas nos llegaban. Y tomaron aquella mesquita grande y en la torre más alta y más prencipal della se subieron fasta quinientos indios que, segúnd paresció, eran personas prencipales, y en ella subieron mucho mantenimiento de pan y agua y otras cosas de comer y muchas piedras. Y todos los más tenían lanzas muy largas con unos hierros de perdenal más anchos que los de las nuestras y no menos agudos, y de allí hacían mucho daño a la gente de la fortaleza porque estaba muy cerca della, la cual dicha torre combatieron los españoles dos o tres veces y la acometieron a sobir, y como era muy alta y tenía la subida agra, porque tiene ciento y tantos escalones y los de arriba estaban bien pertrechados de piedras y otras armas y favorescidos a cabsa de no les haber podido ganar las otras azoteas, ninguna vez los españoles comenzaban a subir que no volvían rodando, y herían mucha gente y los que de las otras partes los vían cobraban tanto ánimo que se nos venían hasta la fortaleza sin ningúnd temor. Y yo viendo que si aquellos salían con tener aquella torre demás de nos hacer della mucho daño cobraban esfuerzo para nos ofender, salí fuera de la fortaleza aunque manco de la mano izquierda de una herida que el primero día me habían dado, y liada la rodela en el brazo fui a la torre con algunos españoles que me siguieron e hícela cercar toda por bajo porque se podía muy bien hacer, aunque los cercadores no estaban de balde, que por todas partes peleaban con los contrarios, de los cuales por favorescer a los suyos se rescrecieron muchos. Y yo comencé a subir por la escalera de la dicha torre y tras mí ciertos españoles, y puesto que nos defendían la subida muy reciamente, y tanto que derrocaron tres o cuatro españoles, con ayuda de Dios y de su gloriosa madre, por cuya casa aquella torre se había señalado y puesto en ella su imagen, les subimos la dicha torre. Y arriba peleamos con ellos tanto que les fue forzado saltar della abajo a unas azoteas que tenían alderredor tan anchas como un paso – y déstas tenía la dicha torre tres o cuatro, tan altas la una de la otra como tres estados – y algunos cayeron abajo del todo, que demás del daño que rescebían de la caída los españoles que estaban abajo alderredor de la torre los mataban. Y los que en aquellas azoteas quedaron pelearon desde allí tan reciamente que estuvimos más de tres horas en los acabar de matar por manera que murieron todos, que ninguno escapó. Y crea Vuestra Sacra Majestad que fue tanto ganalles esta torre que si Dios no les quebrara las alas bastaban veinte dellos para resistir la subida a mill hombres, comoquiera que pelearon muy valientemente hasta que murieron. E fice poner fuego a la torre y a las otras que en la mesquita había, los cuales habían ya quitado y llevado las imágenes que en ellas teníamos. Algo perdieron del orgullo con haberles tomado esta fuerza, y tanto que por todas partes aflojaron en mucha manera. Y luego torné a aquella azotea y hablé a los capitanes que antes habían hablado conmigo, que estaban algo desmayados por lo que habían visto. Los cuales luego llegaron, y les dije que mirasen que no se podian amparar y que les hacíamos cada día mucho daño y que murian muchos dellos y quemábamos y destruíamos su cibdad, y que no había de parar fasta no dejar della ni dellos cosa alguna. Los cuales me respondieron que bien vían que recebían de nos mucho daño y que murian muchos dellos, pero que ellos estaban ya determinados de morir todos por nos acabar; y que mirase yo por todas aquellas calles y plazas y azoteas cuán llenas de gente estaban, y que tenían hecha cuenta que a morir veinticinco mill dellos y uno de los nuestros nos acabaríamos nosotros primero, porque éramos pocos y ellos muchos; y que me hacían saber que todas las calzadas de las entradas de la cibdad eran deshechas – como de hecho pasaba, que todas las habían deshecho excepto una – y que ninguna parte teníamos por do salir sino por el agua, y que bien sabían que teníamos pocos mantenimientos y poca agua dulce, que no podíamos durar mucho que de hambre no nos muriésemos aunque ellos no nos matasen. Y de verdad que ellos tenían mucha razón, que aunque no tuviéramos otra guerra sino la hambre y nescesidad de mantenimientos bastaba para morir todos en breve tiempo. Y pasamos otras muchas razones, favoresciendo cada uno sus partidos. Ya que fue de noche salí con ciertos españoles, y como los tomé descuidados ganámosles una calle donde les quemamos más de trecientas casas, y luego volví por otra ya que allí acudía la gente y ansimesmo quemé muchas casas della, en especial ciertas azoteas que estaban junto a la fortaleza de donde nos hacían mucho daño. Y con lo que aquella noche se les hizo rescibieron mucho temor, y en esta mesma noche hice tornar a adreszar los ingenios que el día antes nos habían desconcertado. Y por seguir la vitoria que Dios nos daba salí en amanesciendo por aquella calle donde el día antes nos habían desbaratado, donde no menos defensa hallamos que primero. Pero como nos iban las vidas y la honra, porque por aquella calle estaba sana la calzada que iba hasta la tierra firme aunque hasta llegar a ella había ocho puentes muy grandes y hondas y toda la calle de muchas y altas azoteas y torres, pusimos tanta determinación y ánimo que, ayudándonos Nuestro Señor, les ganamos aquel día las cuatro. Y se quemaron todas las azoteas y casas y torres que había hasta la postrera dellas, aunque por lo de la noche pasada tenían en todas las puentes hechas muchas y muy fuertes albarradas de adobes y barro en manera que los tiros y ballestas no les podían hacer daño, las cuales dichas cuatro puentes cegamos con los adobes y tierra de las albarradas y con mucha piedra y madera de las casas quemadas, aunque todo no fuera tan sin peligro que no hiriesen a los españoles. Aquella noche puse mucho recabdo en guardar aquellas puentes porque no las tomasen a ganar. Y otro día de mañana torné a salir, y Dios nos dio ansimesmo tan buena dicha y vitoria que aunque era innumerable gente que defendía las otras puentes y albarradas y ojos que aquella noche habían hecho, se las ganamos todas y las cegamos. Ansimesmo fueron ciertos de caballo siguiendo el alcance y vitoria hasta la tierra firme. Y estando yo reparando aquellas puentes y haciéndolas cegar viniéronme a llamar a mucha priesa, diciendo que los indios que combatían la fortaleza pedían paces y me estaban esperando allí ciertos señores capitanes dellos. Y dejando allí toda la gente y ciertos tiros me fui solo con dos de caballo a ver lo que aquellos prencipales querían, los cuales me dijeron que si yo les aseguraba que por lo hecho no serían punidos, que ellos harían alzar el cerco y tomar a poner los puentes y hacer las calzadas y servirían a Vuestra Majestad como antes lo facían. Y rogáronme que ficiese traer allí uno como religioso de los suyos que yo tenía preso, el cual era como general de aquella relisión, el cual vino y les habló y dio concierto entre ellos y mí, y luego paresció que inviaban mensajeros, según ellos dijeron, a los capitanes y a la gente que tenían en las estancias a decir que cesasen el combate que daban a la fortaleza y toda la otra guerra, y con esto nos despedimos. Y yo metíme a la fortaleza a comer, y en comenzando, vinieron a mucha priesa a me decir que los indios habían tomado a ganar las puentes que aquel día les habíamos ganado y que habían muerto ciertos españoles, de que Dios sabe cuánta alteración rescebí, porque yo no pensé que había más de hacer con tener ganada la salida. Y cabalgué a la mayor priesa que pude y corrí por toda la calle adelante con algunos de caballo que me siguieron, y sin detenerme en alguna parte torné a romper por los dichos indios y les torné a ganar las puentes y fui en alcance dellos hasta la tierra firme. Y como los peones estaban cansados y heridos y atemorizados y vi al presente el grandísimo peligro ninguno me siguió, a cuya causa, después de pasadas yo las puentes, ya que me quise volver las hallé tomadas y ahondadas mucho de lo que habíamos cegado, y por la una parte y por la otra de la calzada llena de gente ansí en la tierra como en el agua en canoas, la cual nos garrochaba y apedreaba en tanta manera que si Dios mistiriosamente no nos quisiera salvar era imposible escapar de allí, y aun ya era público entre los que quedaban en la cibdad que yo era muerto. Y cuando llegué a la postrera puente de hacia la cibdad hallé a todos los de caballo que conmigo iban caídos en ella y un caballo suelto, por manera que yo no pude pasar y me fue forzado de revolver solo contra los enemigos. Y con aquello fice algúnd tanto de lugar para que los caballos pudiesen pasar, y yo fallé la puente desembarazada y pasé aunque con harto trabajo, porque había de la una parte a la otra casi un estado de saltar con el caballo. Y allí me dieron muchas pedradas, las cuales por ir yo y él bien armados no nos hirieron más de atormentar el cuerpo. Y así quedaron aquella noche con vitoria y ganadas las dichas cuatro puentes, y yo dejé en las otras cuatro buen recabdo y fui a la fortaleza e hice hacer una puente de madera que levaba cuarenta hombres. Y viendo el grand peligro que en que estábamos y el mucho daño que los indios cada día nos hacían, y temiendo que también desficiesen aquella calzada como las otras, y desfecha, era forzado morir todos, y porque de todos los de mi compañía fui requerido muchas veces que me saliese, y porque todos o los más estaban heridos y tan mal que no podían pelear, acordé de lo facer aquella noche, Y tomé todo el oro y joyas de Vuestra Majestad que se podían sacar y púselo en una sala y allí lo entregué en ciertos líos a los oficiales de Vuestra Alteza que yo en su real nombre tenía señalados, y a los alcaldes y regidores y a toda la otra gente que allí estaba les rogué y requerí que me ayudasen a lo sacar y salvar, y di una yegua mía para ello en la cual se cargó tanta parte cuanta yo podía llevar, y señalé ciertos españoles, así criados míos como de los otros, que viniesen con el dicho oro y yegua, y lo demás los dichos oficiales y alcaldes y regidores y yo lo dimos y repartimos por los españoles para que lo sacasen. Y desamparada la fortaleza con mucha riqueza ansí de Vuestra Alteza como de los españoles y mía, me salí lo más secreto que yo pude sacando conmigo un hijo y dos hijas del dicho Muteeçuma y a Cacamacin, señor de Aculmacán, y al otro su hermano que yo había puesto en su lugar y a otros señores de provincias y cibdades que allí tenía presos. Y llegando a las puentes que los indios tenían quitadas, a la primera dellas se echó la puente que yo traía hecha con poco trabajo, porque no hobo quien la resistiese exceto ciertas velas que en ellas estaban, las cuales apellidaban tan recio que antes de llegar a la segunda estaba infinita gente de los contrarios sobre nosotros combatiéndonos por todas partes, así desde el agua como de la tierra. Y yo pasé presto con cinco de caballo y con cient peones, con los cuales pasé a nado todas las puentes y las gané hasta la tierra firme. Y dejando aquella gente en la delantera torné a la rezaga, donde hallé que peleaban reciamente y que eran sin comparación el daño que los nuestros rescebían, ansí los españoles como los indios de Tascaltecal que con nosotros estaban, y así a todos los mataron, y a muchos naturales de los españoles, y asimismo habían muerto muchos españoles y caballos, y perdido todo el oro y joyas y ropa y otras muchas cosas que sacábamos y toda el artillería. Y recogidos los que estaban vivos, eché los delante, y yo con tres o cuatro de caballo y fasta veinte peones que osaron quedar conmigo me fui en la rezaga peleando con los indios fasta llegar a una cibdad que se dice Tacuba que está fuera de la calzada, de que Dios sabe cúanto trabajo y peligro rescebí, porque todas las veces que volvía sobre los contrarios salía lleno de flechas y varas y apedreado, porque como era agua de la una parte y de la otra herían a su salvo sin temor. Y los que salían a tierra luego volvíamos sobre ellos y saltaban al agua, así que rescebían muy poco daño si no eran algunos que con los muchos entropezaban unos con otros y caían, y aquellos morían. Y con este trabajo y fatiga llevé toda la gente fasta la dicha cibdad de Tacuba sin me matar ni herir ningúnd español ni indio si no fue uno de los de caballo que iba conmigo en la rezaga, y no menos peleaban ansí en la delantera como por los lados, aunque la mayor fuerza era en las espaldas, por do venía la gente de la gran cibdad. Y llegado a la dicha cibdad de Tacuba, hallé toda la gente remolinada en una plaza que no sabían donde ir, a los cuales yo di príesa que se saliesen al campo antes que se recreciese más gente en la dicha cibdad y tomasen las azoteas, porque nos harían dellas mucho daño. Y los que llevaban la delantera dijeron que no sabían por dónde habían de salir, y yo los hice quedar en la rezaga y tomé la delantera hasta los sacar fuera de la dicha cibdad, y esperé en unas labranzas. Y cuando llegó la rezaga supe que habían rescebido algún daño y que habían muerto algunos españoles ……………. tenían se había ido con los de Culúa al tiempo que por allí los habíamos corrido creyendo que no paráramos hasta su pueblo, y que muchos días había que ellos quisieran mi amistad y haberse venido a ofrescer por vasallos de Vuestra Majestad, sino que aquel señor no los dejaba ni había querido puesto que ellos muchas veces gelo habían requerido y dicho; y que agora ellos querían servir a Vuestra Alteza y que allí había quedado un hermano del dicho señor, el cual siempre había sido de su opinión y propósito y agora ansimesmo lo era; y que me rogaban que tuviese por bien que aquél suscediese en el señorío, que aunque el otro volviese que no consintiese que por señor fuese rescebido, y que ellos tampoco lo rescebirían. Y yo les dije que por haber sido fasta allí de la liga y parcialidad de los de Culúa y se haber rebelado contra el servicio de Vuestra Majestad eran dinos de mucha pena y que ansí tenía pensado de la ejecutar en sus personas y haciendas, pero que pues habían venido y decían que la causa de su rebellión y alzamiento había sido aquel señor que tenían, que yo en nombre de Vuestra Majestad les perdonaba el yerro pasado y los rescibía y admitía a su real servicio; y que les apercebía que si otra vez semejante yerro cometiesen serían punidos y castigados, y que si leales vasallos de Vuestra Alteza fuesen serían de mí en su real nombre muy favorescidos y ayudados. Y ansí lo prometieron. Esta cibdad de Guacachulla está asentada en un llano arrimada por la una parte a unos muy altos y ásperos cerros, y por la otra todo el llano la cercan dos ríos dos tiros de ballesta el uno del otro que cada uno tiene muy altos y grandes barrancos, y tanto que para la cibdad hay por ellos muy pocas entradas, y las que hay son ásperas de bajar y subir, que apenas las pueden bajar y subir cabalgando. Y toda la cibdad está cercada de muy fuerte muro de cal y canto tan alto como cuatro estados por de fuera de la cibdad y por de dentro está casi igual con el suelo, y por toda la muralla va su petril tan alto como medio estado para pelear. Tiene cuatro entradas tan anchas como uno puede entrar a caballo, y hay en cada entrada tres o cuatro vueltas de la cerca que encabalga el un lienzo en el otro, y hacia aquellas vueltas hay también encima de la muralla su petril para pelear. En toda la cerca tienen mucha cantidad de piedras grandes y pequeñas y de todas maneras con que pelean. Será esta cibdad de hasta cinco o seis mill vecinos, y terná de aldeas a ella subjectas otros tantos y más. Tiene muy grand sitio, porque de dentro della hay muchas huertas y frutas y olores a su costumbre. Y después de haber reposado en esta dicha cibdad tres dias, fuemos a otra cibdad que se dice Yzçucan que esta cuatro leguas désta de Buacachula, porque fui informado que en ella ansimismo había mucha gente de los de Culúa en guarnición, y que los de la dicha cibdad y otras villas y lugares sus sufraganos eran y se mostraban muy parciales de los de Culúa porque el señor della era su natural y aun pariente de Muteeçuma. E iba en mi compañía tanta gente de los naturales de la tierra, vasallos de Vuestra Majestad, que casi cubrían los campos y sierras que podíamos alcanzar a ver, y de verdad había más de ciento veinte mill hombres. Y llegamos sobre la dicha cibdad de Yzçucan a hora de las diez, y estaba despoblada de mujeres y gente menuda y había en ella hasta cinco o seis mill hombresde guerra muy bien adreszados. Y como los españoles llegamos delante comenzaron algo a defender su cibdad, pero en poco rato la desampararon, porque por la parte que fuimos guiados para entrar en ella estaba razonable entrada. Y seguimoslos por toda la cibdad hasta que los hecimos saltar por cima de los adarves a un río que por la otra parte la cerca toda, del cual tenían quebradas las puentes. Y nos detuvimos algo en pasar y seguimos el alcance hasta legua y media más, en que creo se escaparon pocos de aquellos que allí quedaron. Y vueltos a la cibdad, invié dos de los naturales della que estaban presos a que hablasen a las personas prencipales de la dicha cibdad, porque el señor della se había también ido con los de Culúa que estaban allí en guarnición, para que los hiciesen volver a su cibdad, y que yo les prometía en nombre de Vuestra Majestad que siendo ellos leales vasallos de Vuestra Alteza de allí adelante serían de mí muy bien tratados y perdonados de rebelión y yerro pasado. Y los dichos naturales fueron, y de ahí a tres días vinieron algunas personas prencipales y pidieron perdón de su yerro diciendo que no habían podido más porque habían hecho lo que su señor les mandó, y que ellos prometían de ahí en delante, pues que su señor era ido y dejádolos, de servir a Vuestra Majestad muy bien y lealmente. Y yo les aseguré y dije que se viniesen a sus casas y trajesen a sus mujeres e hijos, que estaban en otros lugares y villas de su parcialidad. Y les dije que hablasen ansimesmo a los naturales dellas para que viniesen a mí y que yo les perdonaba lo pasado, y que no quisiesen que yo hobiese de ir sobre ellos porque rescibirían mucho daño, de lo cual me pesaría mucho. Y así fue fecho. De ahí a tres días se tornó a poblar la dicha cibdad de Yzçucan y todos los sufraganos della vinieron a se ofrecer por vasallos de Vuestra Alteza, y quedó toda aquella provincia muy segura y por nuestros amigos y confederados con los de Buacachula. Porque hobo cierta diferencia sobre a quien pertenescía el señorío de aquella cibdad y provincia de Yzçucan por absencia del que se había ido a Mésyco, y puesto que hobo algunas contradiciones y parcialidades entre un hijo bastardo del señor natural de la tierra, que había sido muerto por Muteeçuma, y puesto el que a la sazón era y casádole con una sobrina suya, y entre un nieto del dicho señor natural hijo de su hija legítima, la cual estaba casada con el señor de Buacachula y había habido aquel hijo, nieto del dicho señor natural de Yzçucan, se acordó entre ellos que heredase el dicho señorío aquel hijo del señor de Buacachula, que venía de legítima línea de los señores de allí; y puesto que el otro fuese hijo, que por ser bastardo no debía de ser señor. Y así quedó, y obedescieron en mi presencia aquel mochacho que es de edad de hasta diez años y que por no ser de edad para gobernar, que aquel su tío bastardo y otros tres prencipales, uno de la cibdad de Buacachula y los dos de la de Yzçucan, fuesen gobernadores de la tierra y tuviesen el mochacho en su poder hasta tanto que fuese de edad para gobernar. Esta cibdad de Yzçucan será de hasta tres o cuatro mill vecinos. Es muy concertada en sus calles y trato. Tenía cient casas de mesquitas y oratorios muy fuertes con sus torres, las cuales todas se quemaron. Está en un llano a la halda de un cerro mediano donde tiene una muy buena fortaleza, y por la otra parte de hacia el llano está cercada de un hondo río que pasa junto a la cerca. Y está cercada de la barranca del río que es muy alta, y sobre la barranca hecho un petril toda la cibdad en torno tan alto como un estado. Tenía por toda esta cerca muchas piedras. Tiene un valle redondo muy fértil de frutas y algodón, que en ninguna parte de los puertos arriba se hace por la gran frialdad. Y allí es tierra caliente, y cáusalo que está muy bien abrigada de sierras. Todo este valle se riega por muy buenas acequias, que tienen muy bien sacadas y concertadas. En esta cibdad estuve hasta la dejar muy poblada y pacífica. Y a ella vinieron ansimesmo a se ofrescer por vasallos de Vuestra Majestad el señor de una cibdad que se dice Buagocingo y el señor de otra cibdad que está que está a diez leguas désta de Yzçucan y son fronteros de la tierra de Mésyco. También vinieron de ocho pueblos de la provincia de Coastoaca, que es una de que en los capítulos antes déste hice minción que habían visto los españoles que yo invié a buscar oro a la provincia de Zuzula, donde – y en la de Tanlazula, porque está junto a ella – dije que había muy grandes poblaciones y casas muy bien obradas de mejor cantería que en ninguna destas partes se había visto, la cual dicha provincia de Coastoaca está cuarenta leguas de allí de Yzçucan. Y los naturales de los dichos ocho pueblos se ofrecieron ansimesmo por vasallos de Vuestra Alteza y dijeron que otros cuatro que restaban en la dicha provincia vernían muy presto, y me dijeron que les perdonase porque antes no habían venido, que la causa había sido no osar por temor de los de Culúa, porque ellos nunca habían tomado armas contra mí ni habían sido en muerte de ningúnd español, y que siempre después que al servicio de Vuestra Alteza se habían ofrescido habían sido buenos y leales vasallos suyos en sus voluntades, pero que no las habían osado magnifestar por temor a los de Culúa. De manera que puede Vuestra Alteza ser muy cierto que siendo Nuestro Señor servido en su real ventura, en muy breve tiempo se tornará a ganar lo perdido o mucha parte dello, porque de cada día se vienen a ofrescer por vasallos de Vuestra Majestad de muchas provincias y cibdades que antes eran subjetas a Muteeçuma, viendo que los que ansí lo hacen son de mí muy bien rescibidos y tratados, y los que al contrario, de cada día destruidos. De los que en la cibdad de Buacachula se prendieron, en especial de aquel herido, supe muy por extenso las cosas de la grand cibdad de Timixtitán, y cómo después de la muerte de Muteeçuma había subscedido en el señorío un hermano suyo señor de la cibdad de Yztapalapa que se llamaba Cuetravaçin, el cual suscedió en el señorío porque murió en las puentes el hijo de Muteeçuma que heredaba el señorío. Y otros dos hijos suyos que quedaron vivos, el uno dizque es loco y el otro perlático, y a esta causa decían aquellos que había heredado aquel hermano suyo, y también porque él nos había hecho la guerra y porque lo tenían por valiente hombre muy prudente. Supe ansimesmo como se fortalecía ansí en la cibdad como en todas las otras de su señorío y hacía muchas cercas y cavas y fosados y muchos géneros de armas, en especial supe que hacían lanzas largas como picas para los caballos, y aun ya habemos visto algunas dellas porque en esta provincia de Tepeaca se hallaron algunas con que pelearon, y en los ranchos y aposentos en que la gente de Culúa estaba en Buacachula se hallaron ansimesmo muchas dellas. Otras muchas cosas supe que por no dar a Vuestra Alteza importunidad dejo. Yo invío a la isla Española cuatro navíos para que luego vuelvan cargados de caballos y gente para nuestro socorro. Y ansimesmo invío a comprar otros cuatro para que desde la dicha Española y cibdad de Santo Domingo trayan caballos y armas y ballestas y pólvora porque esto es lo que en estas partes es más nescesario, porque peones rodelleros aprovechan muy poco solos, por ser tanta cantidad de gente y tener tan fuertes y grandes cibdades y fortalezas. Y escribo al licenciado Rodrigo de Figueroa y a los oficiales de Vuestra Alteza que residen en la dicha isla que den para ello todo el favor y ayuda que ser pudiere porque así conviene mucho al servicio de Vuestra Alteza y a la seguridad de nuestras personas, porque veniendo esta ayuda y socorro pienso volver sobre aquella grand cibdad y su tierra. Y creo, como ya a Vuestra Majestad he dicho, que en muy breve tomará al estado en que antes yo la tenía y se restaurarán las pérdidas pasadas. Y en tanto, yo quedo haciendo doce bergantines para entrar por la laguna, y estánse labrando ya la tablazón y piezas dellos porque ansí se han de llevar por tierra, porque en llegando se liguen y acaben en poco tiempo. Y ansimesmo se hace clavazón para ellos, y está aparejada pez y estopa y velas y remos y las otras cosas para ello nescesarias. Y certifico a Vuestra Majestad que hasta consiguir este fin no pienso tener descanso ni cesar para ello todas las formas y maneras a mí posibles, posponiendo para ello todo el peligro y trabajo y costa que se me puede ofrescer. Habrá dos o tres días que por carta del teniente que en mi lugar está en la villa de la Vera Cruz supe cómo al puerto de la dicha villa había llegado una carabela pequeña con hasta treinta hombres de mar y tierra, que diz que venían a buscar a la gente que Francisco de Garay había inviado a esta tierra, de que ya a Vuestra Alteza he hecho relación, y cómo había llegado con mucha nescesidad de bastimentos, y tanta, que si no hobieran hallado allí socorro se murieran de sed y hambre. Y supe dellos cómo habían llegado al río de Pánuco y estado en él días surtos y no habían visto gente en todo el río y tierra, de donde se cree que a cabsa de lo que allí suscedió se ha despoblado aquella tierra. Y asimismo dijo la gente de la dicha carabela que luego tras ellos habían de venir otros dos navíos del dicho Francisco de Garay con gente y caballos, y que creían que eran ya pasados la costa abajo. Y parescióme que cumplía al servicio de Vuestra Alteza porque aquellos navíos y gente que en ellos iban no se pierda y yendo desproveídos del aviso de las cosas de la tierra los naturales no hiciesen en ellos más daño de lo que a los primeros hicieron, inviar la dicha carabela en busca de los dos navíos para que los avisen de lo pasado y se viniesen al puerto de la dicha villa donde el capitán que invió el dicho Francisco de Garay primero estaba esperándolos. Plega a Dios que los halle y a tiempo que no hayan salido en tierra, porque segúnd los naturales ya están sobre aviso y los españoles sin él temo rescebirán mucho daño. Y dello Dios Nuestro Señor y Vuestra Alteza serán muy deservidos, porque sería encarnar más aquellos perros de lo que están encarnados y darles más ánimo y osadía para acometer a los que adelante fueren. En un capítulo antes déstos he dicho cómo había sabido que por muerte de Muteeçuma habían alzado por señor a su hermano que se dice Cuetravaçin, el cual aparejaba muchos géneros de armas y se fortalecía en la gran cibdad y en otras cibdades cerca de la laguna. Y agora de poco acá he asimesmo sabido que el dicho Cuetravacin ha inviado sus mensajeros por todas las tierras y provincias y cibdades subjetas a aquel señorío a decir y certificar a sus vasallos que él les hace gracia por un año de todos los tributos y servicios que son obligados a le hacer, y que no le den ni paguen cosa alguna con tanto que por todas las maneras que pudiesen hiciesen muy cruel guerra a todos los cristianos hasta los matar o echar de toda la tierra, y que asimesmo la hiciesen a todos los naturales que fuesen nuestros amigos y aliados. Y aunque tengo esperanza en Nuestro Señor que en ninguna cosa saldrá con su intención y propósito, hállome en muy extrema nescesidad para socorrer y ayudar a los indios nuestros amigos, porque cada día vienen de muchas cibdades y villas y poblaciones a pedir socorro contra los indios de Culúa, sus enemigos y nuestros, que les hacen guerra cuanta pueden a causa de tener nuestra amistad y alianza, y yo no puedo socorrer a todas partes como querría. Pero, como digo, placerá a Nuestro Señor, suplirá nuestras pocas fuerzas e inviará presto el socorro, ansí el suyo como el que yo invío a pedir a la Española. Por lo que yo he visto y comprehendido cerca de la similitud que toda esta tierra tiene a España, ansí en la fertelidad como en la grandeza y fríos que en ella hace y en otras muchas cosas que la equiparan a ella, me paresció que el más conveniente nombre para esta dicha tierra era llamarse la Nueva España del Mar Océano, y ansí en nombre de Vuestra Majestad se le puso aqueste nombre. Humillmente suplico a Vuestra Alteza lo tenga por bien y mande que se nombre ansí Yo he escrípto a Vuestra Majestad, aunque mal dicho, la verdad de todo lo suscedido en estas partes y aquello de que más nescesidad hay de hacer saber a Vuestra Alteza. Y por otra mía que va con la presente invío a suplicar a Vuestra Real Exelencia mande inviar una persona de confianza que haga inquisición y pesquisa de todo e informe a Vuestra Sacra Majestad dello. También en ésta lo torno humillmente a suplicar, porque en tan señalada merced lo terné como en dar entero crédito a lo que escribo. Muy Alto y Muy Exelentísimo Príncipe: Dios Nuestro Señor la vida y muy real persona y muy poderoso estado de Vuestra Sacra Majestad conserve y abmente por muy largos tiempos, con acrecentamiento de muy mayores reinos y señoríos como su real corazón desea. – De la villa Segura de la Frontera desta Nueva España, a de 30 otobre de 1520 años. De Vuestra Sacra Majestad muy humill siervo y vasallo, que los muy reales pies y manos de Vuestra Alteza besa. [Fernando Cortés] [Después désta, en el mes de marzo primero que pasó vinieron nuevas de la dicha Nueva España cómo los españoles habían tomado por fuerza la grande ciudad de Temixtitán, en la cual murieron más indios que en Jerusalén judíos en la destruición que hizo Vespasiano, y en ella asimesmo había más número de gente que en la dicha cibdad santa. Hallaron poco tesoro a causa que los naturales lo habían echado y sumido en las lagunas. Solos ducientos mill pesos tomaron. Y quedaron muy fortalecidos en la dicha cibdad los españoles, de los cuales hay al presente en ella mill y quinientos peones y quinientos de caballo. Y tiene[n] más de cient mill de los naturales de la tierra en el campo en su favor. Son cosas grandes y estrañas y es otro mundo sin duda, que de sólo verlo tenemos harta cobdicia los que a los confines dél estamos. Estas nuevas son hasta prencipio de abril de 1522 años, las que acá tenemos dignas de fee.]

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