SEGUNDA RELACIÓN – Parte 1
Carta de relación enviada a Su Sacra Majestad del Emperador Nuestro Señor por el Capitán General de la Nueva España llamado Fernando Cortés, en la cual hace relación de las tierras y provincias sin cuento que ha descubierto nuevamente en el Yucatán desde el año de quinientos y diez y nueve a esta parte y ha sometido a la corona real de Su Sacra Majestad.
En especial hace relación de una grandísima provincia muy rica llamada Culúa en la cual hay muy grandes ciudades y de maravillosos edificios y de grandes tratos y riquezas entre las cuales hay una más maravillosa y rica que todas llamada Temustitán que está por maravillosa arte edificada sobre una grande laguna, de la cual ciudad y provincia es rey un grandísimo señor llamado Muteeçuma, donde le acaescieron al capitán y a los españoles espantosas cosas de oír. Cuenta largamente el grandísimo señorío del dicho Muteeçuma y de sus ritos y cerímonias y de cómo se sirve. Muy Alto y Poderoso y Muy Católico Príncipe, lnvitísimo Emperador y Señor Nuestro: En una nao que desta Nueva España de Vuestra Sacra Majestad despaché a diez y seis días de julio del año de quinientos y diez y nueve envié a Vuestra Alteza muy larga y particular relación de las cosas hasta aquella sazón, después que yo a ella vine, en ellas suscedidas, la cual relación llevaron Alonso Hernández Puerto Carrero y Francisco de Montejo, procuradores de la Rica Villa de la Vera Cruz que yo en nombre de Vuestra Alteza fundé. Y después acá por no haber oportunidad, así por falta de navíos y estar yo ocupado en la conquista y pacificación desta tierra como por no haber sabido de la dicha nao y procuradores, no he tornado a relatar a Vuestra Majestad lo que después se ha hecho, de que después Dios sabe la pena que he tenido, porque he deseado que Vuestra Alteza supiese las cosas desta tierra, que son tantas y tales que, como ya en la otra relación escribí, se puede intitular de nuevo Emperador della y con título y no menos mérito que el de Alemaña que por la gracia de Dios Vuestra Sacra Majestad posee. Y porque querer de todas las cosas destas partes y nuevos reinos de Vuestra Alteza decir todas las particularidades y cosas que en ellas hay y decirse debían seria casi proceder a infinito, si de todo a Vuestra Alteza no diere tan larga cuenta como debo a Vuestra Sacra Majestad suplico que me mande perdonar, porque ni mi habilidad ni la oportunidad del tiempo en que a la sazón me hallo para ello me ayudan, mas con todo, me esforzaré a decir a Vuestra Alteza lo menos mal que yo pudiere la verdad y lo que al presente es necesario que Vuestra Majestad sepa. Y asimismo suplico a Vuestra Alteza me mande perdonar si [de] todo lo acaecido no contare el cómo ni el cuándo muy cierto y si no acertare algunos nombres así de cibdades y villas como de señoríos dellas que a Vuestra Majestad han ofrescido su servicio y dádose por sus súbditos y vasallos, porque en cierto infortunio agora nuevamente acaescido, de que adelante en el proceso a Vuestra Alteza daré entera cuenta, se me perdieron todas las escrituras y abtos que con los naturales destas tierras yo he hecho y otras cosas muchas. En la otra relación, Muy Excellentísimo Príncipe, dije a Vuestra Majestad las cibdades y villas que hasta entonces a su real servicio se habían ofrecido y yo a él tenía subjetas y conquistadas. Y dije ansímismo que tenía noticia de un gran señor que se llamaba Muteeçuma que los naturales desta tierra me habían dicho que en ella había que estaba, segúnd ellos señalaban las jornadas, hasta noventa o cient leguas de la costa y puerto donde yo desembarqué; y que confiando en la grandeza de Dios y con esfuerzo del real nombre de Vuestra Alteza, pensaba irle a ver a doquiera que estuviese. Y aún me acuerdo que me ofrecí en cuanto a la demanda deste señor a mucho más de lo a mí posible, porque certifiqué a Vuestra Alteza que lo habría preso o muerto o súbdito a la corona real de Vuestra Majestad. Y con este propósito y demanda me partí de la cibdad de Cempoal, que yo intitulé Sevilla, a diez y seis de agosto, con quince de caballo y trecientos peones lo mejor adreszados de guerra que yo pude y el tiempo dio a ello lugar. Y dejé en la villa de la Vera Cruz ciento y cincuenta hombres con dos de caballo haciendo una fortaleza que ya tengo casi acabada. Y dejé toda aquella provincia de Cempoal y toda la sierra comarcana a la dicha villa, que serán hasta cincuenta mill hombres de guerra y cincuenta villas y fortalezas, muy seguros y pacíficos y por ciertos y leales vasallos de Vuestra Majestad, como hasta agora lo han estado y están. Porque ellos eran súbditos de aquel señor Muteeçuma y, segúnd fui informado, lo eran por fuerza y de poco tiempo acá. Y como por mí tuvieron noticia de Vuestra Alteza y de su muy grand y real poder, dijeron que querían ser vasallos de Vuestra Majestad y mis amigos, y que me rogaban que los defendiese de aquel grand señor que los tenía por fuerza y tiranía y que les tomaba sus hijos para los matar y sacríficar a sus ídolos, y me dijeron otras muchas quejas dél. Y con esto han estado y están muy ciertos y leales en el servicio de Vuestra Alteza, y creo lo estarán siempre por ser libres de la tiranía de aquél. Y porque de mí han sido siempre bien tratados y favorescidos y para más seguridad de los que en la villa quedaban, traje conmigo algunas personas prencipales dellos con alguna gente que no poco provechosos me fueron en mi camino. Y porque como ya creo, en la primera relación escribí a Vuestra Majestad que algunos de los que en mi compañía pasaron, que eran criados y amigos de Diego Velázquez, les había pesado de lo que yo en servicio de Vuestra Alteza hacía. Y aun algunos dellos se me quisieron alzar e írseme de la tierra, en especial cuatro españoles que se decían Juan Escudero y Diego Cermeño, piloto, y Gonzalo de Ungría, ansimismo piloto, y Alonso Peñate, los cuales, segúnd lo que confesaron espontáneamente, tenían determinado de tomar un bergantín que estaba en el puerto con cierto pan y tocinos y matar al maestre dél e irse a la isla Fernandina a hacer saber a Diego Velázquez cómo yo inviaba la nao que a Vuestra Alteza invié y lo que en ella iba y el camino que la dicha nao había de llevar para que el dicho Diego Velázquez pusiese navíos en guarda para que la tomasen. Como después que lo supo lo puso por obra, que, segúnd he sido informado, invió tras la dicha nao una carabela y si no fuera pasada, la tomara. Y ansimesmo confesaron que otras personas tenían la misma voluntad de avisar al dicho Diego Velázquez, y vistas las confesiones destos delincuentes, los castigué conforme a justicia y a lo que segúnd el tiempo me paresció que habia nescesidad y al servicio de Vuestra Alteza cumplía. Y porque demás de los que por ser criados y amigos de Diego Velázquez tenían voluntad de se salir de la tierra había otros que por verla tan grande y de tanta gente y tal y ver los pocos españoles que éramos estaban del mismo propósito, creyendo que si allí los navíos dejase se me alzarían con ellos y yéndose todos los que desta voluntad estaban yo quedaría casi sólo, por donde se estorbara el gran servicio que a Dios y a Vuestra Alteza en esta tierra se ha hecho, tuve manera cómo so color que los dichos navíos no estaban para navegar los eché a la costa, por donde todos perdieron la esperanza de salir de la tierra y yo hice mi camino más seguro y sin sospecha que, vueltas las espaldas, no había de faltarme la gente que yo en la villa había de dejar. Ocho o diez días después de haber dado con los navíos a la costa y siendo ya salido de la Vera Cruz hasta la cibdad de Cempoal, que está a cuatro leguas della, para de allí seguir mi camino, me hicieron saber de la dicha villa cómo por la costa della andaban cuatro navíos, y que el capitán que yo allí dejaba había salido a ellos con una barca y le habían dicho que eran de Francisco de Garay, teniente de gobernador en la isla de Jamaica, y que venían a descubrir; y que el dicho capitán les había dicho cómo yo en nombre de Vuestra Alteza tenía poblada esta tierra y hecha una villa allí a una legua de donde los dichos navíos andaban y que allí podían ir con ellos y me farían saber de su venida, y si alguna nescesidad trujesen se podrían reparar della, y que el dicho capitán los guiaría con la barca al puerto, el cual les señaló dónde era; y que ellos le habían respondido que ya habían visto el puerto porque pasaron por frente dél, y que ansí lo farían como él gelo decía; y que se había vuelto con la dicha barca y los navíos no le habían seguido ni venido al puerto, y que todavía andaban por la costa y que no sabían qué era su propósito, pues no habían venido al dicho puerto. Y visto lo que el dicho capitán me fizo saber, a la hora me partí para la dicha villa, donde supe que los dichos navíos estaban surtos tres leguas la costa abajo y que ninguno no había saltado en tierra. Y de allí me fui por la costa con alguna gente para saber lengua, y ya que casi llegaba a una legua dellos encontré tres hombres de los dichos navíos, entre los cuales venía uno que decía ser escribano. Y los dos traía, segúnd me dijo, para que fuesen testigos de cierta notificación, que diz que el capitán le había mandado que me hiciese de su parte un requirimiento que allí traía en el cual se contenía que me hacía saber cómo él habia descubierto aquella tierra y quería poblar en ella, por tanto que me requería que partiese con él los términos porque su asiento quería hacer cinco leguas la costa abajo después de pasada Nautecal, que es un[a] cibdad que es doce leguas de la dicha villa que agora se llama Almería. A los cuales yo dije que viniese su capitán y que se fuese con los navíos al puerto de la Vera Cruz, y que allí nos hablaríamos y sabría de qué manera venían; y si sus navíos y gente trujesen alguna nescesidad, les socorrería con lo que yo pudiese; y que pues él decía venir en servicio de Vuestra Sacra Majestad, que yo no deseaba otra cosa sino que se me ofreciese en qué sirviese a Vuestra Alteza, y que en le ayudar creía que lo hacía. Y ellos me respondieron que en ninguna manera el capitán ni otra gente vernía a tierra ni adonde yo estuviese. Y creyendo que debían de haber hecho algúnd daño en la tierra, pues se recelaban de venir ante mí, ya que era noche me puse secretamente junto a la costa de la mar, frontero de donde los dichos navíos estaban surtos. Y allí estuve encubierto fasta otro día casi a mediodía, creyendo que el capitán o piloto saltarían en tierra para saber dellos lo que habían fecho o por qué parte habían andado, y si algúnd daño hobiesen fecho en la. tierra, inviarlos a Vuestra Sacra Majestad. Y jamás salieron ellos ni otra persona, y visto que no salían, fice quitar los vestidos de aquellos que venían a facerme el requirimiento y [que] se los vestiesen otros españoles de los de mi compañía, los cuales fice ir a la playa y que llamasen a los de los navíos. Y visto por ellos, salió a tierra una barca con fasta diez o doce hombres con ballestas y escopetas, y los españoles que llamaban de la tierra se apartaron de la playa a unas matas que estaban cerca como que se iban a la sombra dellas, y ansí saltaron cuatro, los dos ballesteros y los dos escopeteros, los cuales, como estaban cercados de la gente que yo tenía en la playa puesta, fueron tomados. Y el uno dellos era maestre de la una nao, el cual puso fuego a una escopeta y matara aquel capitán que yo tenía en la Vera Cruz, sino que quiso Nuestro Señor que la mecha no tenía fuego. Y los que quedaron en la barca se hicieron a la mar, y antes que llegasen a los navíos ya iban a la vela sin aguardar ni querer que dellos se supiese cosa alguna. Y de los que conmigo quedaron me informé cómo habian llegado a un río que está treinta leguas de la costa abajo después de pasada Almería; y que allí habían habido buen acogimiento de los naturales y que por rescate les habían dado de comer; y que habían visto algúnd oro que traían los indios, aunque poco, y que habían rescatado fasta tres mill castellanos de oro; y que no habían saltado en tierra más de que habían visto ciertos pueblos en la ribera del río tan cerca que de los navíos los podían bien ver, y que no había edeficios de piedra sino que todas las casas eran de paja exceto que los suelos dellas tenían algo altos y hechos a mano. Lo cual todo después supe más por entero de aquel grand señor Muteeçuma y de ciertas lenguas de aquella tierra que él tenía consigo, a los cuales y a un indio que en los dichos navíos traían del dicho río que también yo les tomé invié con otros mensajeros del dicho Muteeçuma para que hablasen al señor de aquel río que se dice Pánuco para le atraer al servicio de Vuestra Sacra Majestad. Y él me invió con ellos una persona prencipal y aun, segúnd decía, señor de un pueblo, el cual me dio de su parte cierta ropa y piedras y plumajes y me dijo que él y toda su tierra eran muy contentos de ser vasallos de Vuestra Majestad y mis amigos. Y yo les di otras cosas de las de España con que fue muy contento, y tanto que cuando los víeron los de los otros navíos del dicho Francisco de Garay, de que adelante a Vuestra Alteza faré relación, me invió a decir el dicho Pánuco cómo los dichos navíos estaban en otro río lejos de allí hasta cinco o seis jornadas, y que les hiciese saber si eran de mi naturaleza los que en ellos venían porque les darían lo que hobiese menester, y que les habían llevado ciertas mujeres y gallinas y otras cosas de comer. Yo fui, Muy Poderoso Señor, por la tierra y señorío de Cempoal tres jornadas, donde de todos los naturales fui muy bien rescebido y hospedado. Y a la cuarta jornada entré en una provincia que se llama Sienchimalem, en que hay en ella una villa muy fuerte y puesta en recio lugar, porque está en una ladera de una sierra muy agra y para la entrada no hay sino un paso de escalera que es imposible pasar sino gente de pie y aun con farta dificultad si los naturales quieren defender el paso. Y en lo llano hay muchas aldeas y alquerías de a quinientos y a trecientos y a ducientos vecinos labradores, que serán por todos hasta cinco o seis mill hombres de guerra. Y esto es del señorío de aquel Muteeçuma. Y aquí me rescibieron muy bien y me dieron muy cumplidamente los bastimentos nescesarios para mi camino, y me dijeron que bien sabían que yo iba a ver a Muteeçuma, su señor; y que fuese cierto que él era mi amigo y les había inviado a mandar que en todo caso me hiciesen muy buen acogimiento, porque en ello le servirían. Y yo les satisfice a su buen comedimiento diciendo que Vuestra Majestad tenía noticia dél y me había mandado que le viese, y que yo no iba a más de verle. Y así pasé un puerto que está el fin desta provincia, que pusimos nombre el Puerto del Nombre de Dios por ser el primero que en estas tierras habíamos pasado, el cual es tan agro y alto que no lo hay en España otro tan dificultoso de pasar, el cual pasé seguramente y sin contradición alguna. Y a la bajada del dicho puerto están otras alquerías de una villa y fortaleza que se dice Teixuacan que ansimismo era del dicho Muteeçuma, que no menos que de los de Sienchimalem fuimos bien rescibidos. Y nos dijeron de la voluntad de Muteeçuma lo que los otros nos habían dicho, y yo ansimismo los satisfecí. Desde aquí anduve tres jornadas de despoblado y tierra inhabitable a causa de su esterilidad y falta de agua y muy grand frialdad que en ella hay, donde Dios sabe cuánto trabajo la gente padesció de sed y de hambre, en especial de un turbión de piedra y agua que nos tomó en el dicho despoblado de que pensé que pereciera mucha gente de frío, y ansí muríeron ciertos indios de la isla Fernandina que iban mal arropados. Y a cabo destas tres jornadas pasamos otro puerto aunque no tan agro como el primero, y en lo alto dél estaba una torre pequeña casi como humilladero donde tenían ciertos ídolos y alderredor de la torre más de mill carretadas de leña cortada muy compuesta, a cuyo respeto le posimos nombre el Puerto de la Leña. Y a la bajada del dicho puerto entre unas sierras muy agras está un valle muy poblado de gente que, segúnd paresció, debía ser gente pobre. Y después de haber andado dos leguas por la población sin saber della llegué a un asiento algo más llano donde paresció estar el señor de aquel valle, que tenía las mejores y más bien labradas casas que hasta entonces en esta tierra habíamos visto porque eran todas de cantería labradas y muy nuevas. Y había en ellas muchas y muy grandes y hermosas salas y muchos aposentos muy bien obrados. Y este valle y población se llama Caltanmy. Del señory gente fui muy bien rescebido y aposentado, y después de le haber hablado de parte de Vuestra Majestad y le haber dicho la cabsa de mi venida en estas partes le pregunté si él era vasallo de Muteeçuma o si era de otra parcialidad alguna, el cual, casi admirado de lo que le preguntaba me respondió diciendo que quién no era vasallo de Muteeçuma, queriendo decir que allí era señor del mundo. Yo le torné aquí a decir y replicar el gran poder de Vuestra Majestad, y [que] otros muy muchos y muy mayores señores que no Muteeçuma eran vasallos de Vuestra Alteza y aun que no lo tenían en pequeña merced, y que ansí lo había de ser Muteeçuma y todos los naturales destas tierras y que ansí lo requería a él que lo fuese, porque siendolo sería muy honrado y favorescido, y por el contrario no queriendo obedecer sería punido; y para que tuviese por bien de le mandar rescebir a su real servicio, que le rogaba que me diese algúnd oro que yo inviase a Vuestra Majestad. Y él me respondió que oro que él lo tenía, pero que no me lo quería dar si Muteeçuma no gelo mandase, y que mandándolo él, que el oro y su persona y cuanto tuviese daría. Por no escandalizarle ni dar algúnd desmán a mi propósito y camino desimulé con él lo mejor que pude y le dije que muy presto le inviaría a mandar Muteeçuma que diese el oro y lo demás que tuviese. Aquí me vinieron a ver otros dos señores que en aquel valle tenían su tierra, el uno cuatro leguas el valle abajo y el otro dos leguas arriba, y me dieron ciertos collarejos de oro de poco peso y valor y siete u ocho esclavas. Y dejándolos ansí muy contentos, me partí después de haber estado allí cuatro o cinco días y me pasé al asiento del otro señor que está las dos leguas que dije el valle arriba, que se dice Yztacmastitan. El señorío déste serán tres o cuatro leguas de población sin salir casa de casa por lo llano de un valle, ribera de un río pequeño que va por él. Y en un cerro muy alto está la casa del señor con la mejor fortaleza que hay en la mitad de España y mejor cercada de muro y barbacanes y cavas, y en lo alto deste cerro terná una población de hasta cinco o seis mill vecinos de muy buenas casas y gente algo más rica que no la del valle abajo, y aquí ansimismo fui muy bien rescebido y también me dijo este señor que era vasallo de Muteeçuma. Y estuve en este asiento tres días, ansí por me reparar de los trabajos que en el despoblado la gente pasó como por esperar cuatro mensajeros de los naturales de Cempoal que venían conmigo que yo desde Catalmy había inviado a una provincia muy grande que se llama Cascalteca que me dijeron que estaba muy cerca de allí, como de verdad paresció. Y me habían dicho que los naturales desta provincia eran sus amigos dellos y muy capitales enemigos de Muteeçuma y que me querían confederar con ellos porque eran muchos y muy fuerte gente, y que confinaba su tierra por todas partes con la del dicho Muteeçuma y que tenían con él muy continuas guerras, y que creía[n] se holgarían conmigo y me favorescerían si el dicho Muteeçuma se quisiese poner en algo conmigo. Los cuales dichos mensajeros en todo el tiempo que yo estuve en el dicho valle, que fueron por todos ocho días, no vinieron, y yo pregunté a aquellos prencipales de Cempoal que iban conmigo que cómo no venían los dichos mensajeros, y me dijeron que debía de ser lejos y que no podían venir tan aína. Y yo viendo que se dilataba su venida y que aquellos prencipales de Cempoal me certificaban tanto la amistad y seguridad de los desta provincia, me partí para allá. Y a la salida del dicho valle fallé una grand cerca de piedra seca tan alta como un estado y medio que atravesaba todo el valle de la una sierra a la otra y tan ancha como veinte pies, y por toda ella un petril de pie y medio de ancho para pelear desde encima y no más de una entrada tan ancha como diez pasos, y en esta entrada doblaba la una cerca sobre la otra a manera de rebelín tan estrecho como cuarenta pasos, de manera que la entrada fuese a vueltas y no a derechas. Y preguntada la cabsa de aquella cerca, me dijeron que la tenían porque eran fronteros de aquella província de Cascalteca, que eran enemigos de Muteeçuma y tenían siempre guerra con ellos. Los naturales deste valle me rogaron que pues que iba a ver a Muteeçuma su señor, que no pasase por la tierra destos sus enemigos porque por ventura serían malos y me farían algúnd daño, que ellos me llevarían siempre por tierra del dicho Muteeçuma sin salir della y que en ella sería siempre bien rescebido. Y los de Cempoal me decían que no lo hiciese sino que fuese por allí, que lo que aquellos me decían era por me apartar de la amistad de aquella provincia, y que eran malos y traidores todos los de Muteeçuma y que me llevarían a meter donde no pudiese salir. Y porque yo de los de Cempoal tenía más concebto que de los otros tomé su consejo, que fue seguir el camino de Tascalteca llevando mi gente al mejor recaudo que yo podía, y yo con hasta seis de caballo iba adelante bien media legua y más no con pensamiento de lo que después se me ofreció pero por descubrír la tierra, para que si algo hobiese yo lo supiese y tuviese lugar de concertar y aprecebir la gente. Y después de haber andado cuatro leguas encumbrando un cerro, dos de caballo que iban delante de mí vieron ciertos indios con sus plumajes que acostumbran traer en las guerras y con sus espadas y rodelas, los cuales indios como vieron los de caballo comenzaron a huir. Y a la sazón llegaba yo e fice que los llamasen y que viniesen y no hobiesen miedo, y fue más hacia donde estaban, que serían fasta quince indios, y ellos se juntaron y comenzaron a tirar cochilladas y a dar voces a la otra su gente que estaba en un valle, y pelearon con nosotros de tal manera que nos mataron dos caballos e firíeron otros tres y a dos de caballo. Y en esto salió la otra gente, que serían fasta cuatro o cinco mill indios, y ya se habían llegado conmigo fasta ocho de caballo sin los otros muertos, y peleamos con ellos haciendo algunas arremetidas fasta esperar los españoles que con uno de caballo había inviado a decir que anduviesen, y en las vueltas les hecimos algúnd daño en que mataríamos cincuenta o sesenta dellos sin que daño alguno rescibiésemos puesto que peleaban con mucho denuedo y ánimo, pero como todos éramos de caballo arremetíamos a nuestro salvo y salíamos ansimesmo. Y desque sintiero[n] que los nuestros se acercaban se retrujeron, porque eran pocos, y nos dejaron el campo. Y después de se haber ido vinieron ciertos mensajeros que dijeron ser de los señores de la provincia, y con ellos dos de los mensajeros que yo había inviado, los cuales dijeron que los dichos señores no sabían nada de lo que aquéllos habían hecho, que eran comunidades y sin su licencia lo habían hecho; y que a ellos les pesaba y que me pagarían los caballos que me habían muerto, y que querían ser mis amigos y que fuese en hora buena, que sería dellos bien rescebido. Yo les respondí que gelo agradescía y que los tenía por amigos y que yo iría como ellos decían. Aquella noche me fue forzado dormir en un arroyo una legua adelante donde esto acaesció, ansí por ser tarde como porque la gente venía cansada. Allí estuve al mejor recaudo que pude con mis velas y escuchas ansí de caballo como de pie hasta que fue el día, que me partí llevando mi delantera y recuaje bien concertadas y mis corridores delante. Y llegando a un pueblo pequeñuelo ya que salía el sol vinieron los otros dos mensajeros llorando, diciendo que los habían atado para los matar y que ellos se habían escapado aquella noche. Y no dos tiros de piedra dellos asomó mucha cantidad de indios muy armados y con muy grand grita, y comenzaron a pelear con nosotros tirándonos muchas varas y flechas. Y yo les comencé a facer mis requirimientos en forma con las lenguas que conmigo llevaba por ante escribano, y cuanto más me paraba a los amonestar y requerir con la paz tanto más priesa nos daban ofendiéndonos cuanto ellos podían. Y viendo que no aprovechaban requerimientos ni protestaciones, comenzamos a nos defender como podíamos, y ansí nos llevaron peleando hasta nos meter entre más de cient mill hombres de pelea que por todas partes nos tenían cercados. Y peleamos con ellos y ellos con nosotros todo el día hasta una hora antes de puesto el sol que se retrajeron, en que con media docena de tiros de fuego y con cinco o seis escopetas y cuarenta ballesteros y con los crece de caballo que me quedaron les hice mucho daño sin rescebir dellos ninguno más del trabajo y cansancio del pelear y la hambre. Y bien paresció que Dios fue el que por nosotros peleó, pues entre tanta multitud de gente y tan animosa y diestra en el pelear y con tantos géneros de armas para nos ofender salimos tan libres. Aquella noche me hice fuerte en una torrecilla de sus ídolos que estaba en un cerrito. Y luego siendo de día dejé en el real ducientos hombres y toda la artillería. Y por ser yo el que cometía salí a ellos con los de caballo y cient peones y cuatrocientos indios de los que traje de Cempoal y trescientos de Yztaemestitán, y antes que hobiesen lugar de se juntar les quemé cinco o seis lugares pequeños de hasta cient vecinos y truje cerca de cuatrocientas personas entre hombres y mujeres presos, y me recogí al real peleando con ellos sin que daño ninguno me hiciesen. Otro día, en amanesciendo, dan sobre nuestro real más de ciento y cuarenta y nueve mill hombres que cubrían toda la tierra, tan determinadamente que algunos dellos entraron dentro en él y anduvieron a cuchilladas con los españoles. Y salimos a ellos y quiso Nuestro Señor en tal manera ayudarnos que en obra de cuatro horas habiamos fecho lugar para que en nuestro real no nos ofendiesen, puesto que todavía facían algunas arremetidas. Y ansí estuvimos peleando hasta que fue tarde, que se retrajeron. Otro día torné a salir por otra parte antes que fuese de día sin ser sentido dellos con los de caballo y cient peones y los indios mis amigos y les quemé más de diez pueblos, en que hobo pueblo dellos de más de tres mill casas. Y allí pelearon conmigo los del pueblo, que otra gente no debía de estar allí. Y como traíamos la bandera de la cruz y puñábamos por nuestra fe y por servicio de Vuestra Sacra Majestad en su muy real ventura, nos dio Dios tanta vitoria que les matamos mucha gente sin que los nuestros rescibiesen daño. Y poco más de mediodía, ya que la fuerza de la gente se juntaba de todas partes, estábamos en nuestro real con la vitoria habida. Otro día siguiente vinieron mensajeros de los señores diciendo que ellos querían ser vasallos de Vuestra Alteza y mis amigos, y que me rogaban les perdonase el yerro pasado. Y trajéronme de comer y ciertas cosas de plumajes que ellos usan y tienen en estima. Yo les respondí que ellos lo habían hecho mal, pero que yo era contento de ser su amigo y perdonarles lo que habían hecho. Otro día siguiente vinieron fasta cincuenta indios que, según paresció, eran hombres de quien se hacía caso entre ellos, diciendo que nos venían a traer de comer, y comienzan a mirar las entradas y salidas del real y algunas chozuelas donde estábamos aposentados. Y los de Cempoal vinieron a mí y dijéronme que mirase que aquéllos eran malos y que venían a espiar y mirar cómo nos podrían dañar, y que tuviese por cierto que no venían a otra cosa. Yo hice tomar uno dellos desimuladamente, que los otros no lo vieron, y apartéme con él y con las lenguas y amedrentéle para que me dijese la verdad. El cual confesó que Sintengal, que es el capitán general desta provincia, estaba detrás de unos cerros que estaban frontero del real con mucha cantidad de gente para dar aquella noche sobre nosotros, porque decían que ya se habían probado de día con nosotros [y] que no les aprovechaba nada, y que querían probar de noche porque los suyos no temiesen los caballos ni los tiros ni las espadas; y que los habían inviado a ellos para que viesen nuestro real y las partes por donde nos podían entrar y cómo nos podrían quemar aquellas chozas de paja. Y luego fice tomar otro de los dichos indios y le pregunté ansimesmo y confesó lo que el otro por las mismas palabras. Y déstos tomé cinco o seis que todos conformaron en sus dichos. Y visto, los mandé tomar a todos cincuenta y cortarles las manos, y los invié que dijesen a su señor que de noche y de dia y cada y cuando él viniese verían quién éramos. Y yo fice fortalecer mi real a lo mejor que pude y poner la gente en las estancias que me paresció que convenían, y así estuve sobre aviso hasta que se puso el sol. Y ya que anochecía comenzó a abajar la gente de los contrarios por dos valles, y ellos pensaban que venían secretos para nos cercar y se poner más cerca de nosotros para ejecutar su propósito. Y como yo estaba tan avisado vílos, y parescióme que dejarlos llegar al real que sería mucho daño porque de noche como no viesen lo que de mi parte se les hiciese llegarían más sin temor, y también porque los españoles no los viendo, algunos temían alguna flaqueza en el pelear. Y temí que me pusieran fuego, lo cual si acaesciera fuera tanto daño que ninguno de nosotros escapara, y determiné de salirles al encuentro con toda la gente de caballo para los espantar o desbaratar en manera que ellos no llegasen. Y así fue, que como nos sintieron que íbamos con los caballos a dar sobre ellos, sin ningúnd detener ni grita se metieron por los maizales de que toda la tierra estaba casi llena y aliviaron algunos de los mantenimientos que traían para estar sobre nosotros si de aquella vez del todo nos pudiesen arrancar. Y así se fueron por aquella noche y quedamos seguros. Después de pasado esto estuve ciertos días que no salí de nuestro real más del redor para defender el entrada de algunos indios que nos venían a gritar y hacer algunas escaramuzas. Y después de estar algo descansado salí una noche, después de rondada la guarda de la prima, con cient peones y con los indios nuestros amigos y con los de caballo, y a una legua del real se me cayeron cinco de los caballos y yeguas que llevaba que en ninguna manera los pude pasar adelante, e hícelos volver. Y aunque todos los de mi compañía decían que me tornase porque era mala señal todavía seguí mi camino, considerando que Dios es sobre natura. Y antes que amanesciese di sobre dos pueblos en que maté mucha gente, y no quise quemar las casas por no ser sentido con los fuegos de las otras poblaciones que estaban muy juntas. Y ya que amanescía di en otro pueblo tan grande que se ha hallado en él por visitación que yo hice hacer más de veinte mill casas, y como los tomé de sobresalto salían desarmados y las mujeres y niños desnudos por las calles. Y comencé a hacerles algúnd daño, y viendo que no tenían resistencia venieron a mí ciertos prencipales del dicho pueblo a rogarme que no les hiciese más mal porque ellos querían ser vasallos de Vuestra Alteza y mis amigos, y que bien vían que ellos tenían la culpa en no me haber querido creer, pero que de ahí en [a]delante yo vería cómo ellos harían lo que yo en nombre de Vuestra Majestad les mandase y que serían muy verdaderos vasallos suyos. Y luego vinieron conmigo más de cuatro mill dellos de paz y me sacaron fuera a una fuente muy bien de comer, y ansi los dejé pacíficos y volví a nuestro real, donde hallé la gente que en él habla dejado farto atemorizada, creyendo que se me hobiera ofrecido algúnd peligro por lo que la noche antes habían visto en volver los caballos y yeguas. Y después de sabida la vitoria que Dios nos había querído dar y cómo dejaba aquellos pueblos de paz hobieron mucho placer, porque certifico a Vuestra Majestad que no había tal de nosotros que no tuviese mucho temor por nos ver tan dentro en la tierra y entre tanta y tal gente y tan sin esperanza de socorro de ninguna parte, de tal manera que ya a mis oídos oía decir por los corrillos y casi público que había sido Pedro Carbonero que los había metido donde nunca podrían salir. Y aun más, oí decir en una choza de ciertos compañeros estando donde ellos no me vían que si yo era loco y me metía donde nunca podría salir que no lo fuesen ellos sino que se volviesen a la mar; y que si yo quisiese volver con ellos, bien; y si no, que me dejasen. Y muchas veces fui desto por muchas veces requerído, y yo los animaba diciéndoles que mirasen que eran vasallos de Vuestra Alteza y que jamás en los españoles en ninguna parte hobo falta, y que estábamos en dispusición de ganar para Vuestra Majestad los mayores reinos y señoríos que había en el mundo y que demás de facer lo que a crístianos éramos obligados en puñar contra los enemigos de nuestra fee, y por ello en el otro mundo ganábamos la gloría y en éste consiguíamos el mayor prez y honra que hasta nuestros tiempos ninguna generación ganó; y que mirasen que teníamos a Dios de nuestra parte y que a él ninguna cosa es imposible, y que lo viesen por las vitorías que habíamos habido, donde tanta gente de los enemigos eran muertos y de los nuestros ningunos. Y les dije otras cosas que me paresció decirles desta calidad, que con ellas y con el real favor de Vuestra Alteza cobraron mucho ánimo y los atraje a mi propósito y a facer lo que yo deseaba, que era dar fin a mi demanda comenzada. Otro día siguiente a hora de las diez vino a mí Sicutengal, el capitán general desta provincia, con hasta cincuenta personas prencipales della. Y me rogó de su parte y de la de Magiscacin, que es la más prencipal persona de toda la provincia y de otros muchos señores della, que yo los quisiese admitir al real servicio de Vuestra Alteza y a mi amistad y les perdonase los yerros pasados porque ellos no nos conoscían ni sabían quién éramos; y que ya habían probado todas sus fuerzas ansí de día como de noche para se escusar de ser súpditos ni subjetos a nadie, porque en ningúnd tiempo esta provincia lo había sido ni tenían ni habían tenido cierto señor, antes habían vevido esentos y por sí de inmemorial tiempo acá; y que siempre se habían defendido contra el gran poder de Muteeçuma y de su padre y ahuelos que toda la tierra tenían sojuzgada y a ellos jamás habían podido traer a subjeción, teniéndolos como los tenían cercados por todas partes sin tener lugar para por ninguna de su tierra poder salir; y que no comían sal porque no la había en su tierra ni se la dejaban salir a comprar a otras partes, ni vestían ropas de algodón porque en su tierra por la frialdad no se criaba, y otras muchas cosas de que carescían por estar así encerrados, y que todo lo sufrían y habían por bueno por ser esentos y no subjetos a nadie; y que conmigo que quisieran hacer lo mismo y que para ello, como ya decían, habían probado sus fuerzas, y que vían claro que ni ellas ni las mañas que habían podido tener les aprovechaban, que querían antes ser vasallos de Vuestra Alteza que no morír y ser destruidas sus casas y mujeres y fijos. Yo les satisfice diciendo que conosciesen cómo ellos tenían la culpa del daño que habían rescebido, y que yo me venía a su tierra creyendo que me venía a tierra de mis amigos porque los de Cempoal así me lo habían certificado que lo eran y querían ser; y que yo les habían inviado mis mensajeros delante para les hacer saber cómo venía y la voluntad que de su amistad traía, y que sin me responder, veniendo yo seguro, me habían salido a saltear en el camino y me habían muerto dos caballos y herido otros, y demás desto después de haber peleado conmigo me inviaron sus mensajeros diciendo que aquello que se había hecho había sido sin su licencia y consentimiento, y que ciertas comunidades se habían movido a ello sin les dar parte, pero que ellos se lo habían reprehendido, y que querían mi amistad; y yo creyendo ser ansí, les había dicho que me placía y me vernía otro día seguramente en sus casas como en casas de amigos, y que ansimesmo me habían salido al camino y peleado conmigo todo el día hasta que la noche sobrevino, no obstante que por mí habían sido requeridos con la paz. Y trájeles a la memoria todo lo demás que contra mí habían fecho y otras muchas cosas que por no dar a Vuestra Alteza importunidad dejo. Finalmente que ellos quedaron y se ofrecieron por súbditos y vasallos de Vuestra Majestad y para su real servicio y ofrecieron sus personas y haciendas, y ansí lo hicieron y han hecho fasta hoy y creo lo harán para siempre, por lo que adelante Vuestra Majestad verá. Y ansí estuve sin salir de aquel aposento y real que allí tenía seis o siete días porque no me osaba fiar dellos, puesto que me rogaban que me viniese a una cibdad grande que tenían donde todos los señores desta provincia residían y residen, hasta tanto que todos los señores me vinieron a rogar que me fuese a la cibdad porque allí sería mejor rescebido y proveído de las cosas nescesarias que no en el campo y porque ellos tenían vergüenza en que yo estuviese tan mal aposentado, pues me tenían por su amigo y ellos y yo éramos vasallos de Vuestra Alteza. Y por su ruego me vine a la cibdad que está seis leguas del aposento y real que yo tenía, la cual cibdad es tan grande y de tanta admiración que aunque mucho de lo que della podría decir deje, lo poco que diré creo que es casi increíble, porque es muy mayor que Granada y muy más fuerte y de tan buenos edeficios y de muy mucha más gente que Granada tenía al tiempo que se ganó y muy mejor abastecida de las cosas de la tierra, que es de pan y de aves y caza y pescado de ríos y de otras legumbres y cosas que ellos comen muy buenas. Hay en esta cibdad un mercado en que cotidianamente todos los días hay en él de treinta mill ánimas arríba vendiendo y comprando, sin otros muchos mercadillos que hay por la cibdad en partes. En este mercado hay todas cuantas cosas ansí de mantenimiento como de vestido y calzado que ellos tratan y puede haber. Hay joyerías de oro y plata y piedras y de otras joyas de plumajes, tan bien concertado como puede ser en todas las plazas y mercados del mundo. Hay mucha loza de muchas maneras y muy buena y tal como la mejor de España. Venden mucha leña y carbón y yerbas de comer y medecinales. Hay casas donde lavan las cabezas como barberos y las rapan. Hay baños. Finalmente, que entre ellos hay toda la manera de buena orden y policía, y es gente de toda razón y concierto, y tal que lo mejor de Africa no se le iguala. Es esta provincia de muchos valles llanos y hermosos, y todos labrados y sembrados sin haber en ella cosa vacua. Tiene en torno la provincia noventa leguas y más. La orden que hasta agora se ha alcanzado que la gente della tiene en gobernarse es casi como las señorías de Venecia y Génova o Pisa, porque no hay señor general de todos. Hay muchos señores y todos residen en esta cibdad, y los pueblos de la tierra son labradores y son vasallos destos señores y cada uno tiene su tierra por sí. Tienen unos más que otros. Y para sus guerras que han de ordenar júntanse todos y todos juntos las ordenan y conciertan. Créese que deben de tener alguna manera de justicia para castigar los malos, porque uno de los naturales desta provincia hurtó cierto oro a un español y yo lo dije a aquel Magiscacin, que es el mayor señor de todos, e ficieron su pesquisa y siguiéronlo fasta una cibdad que está cerca de allí que se dice Churultecal y de allí lo trajeron preso y me lo entregaron con el oro y me dijeron que yo lo hiciese castigar. Yo les agradescí la deligencia que en ello pusieron y les dije que pues estaba en su tierra, que ellos le castigasen como lo acostumbraban, y que yo no me quería entremeter en castigar a los suyos estando en su tierra, de lo cual me dieron gracias. Y lo tomaron, y con pregón público que magnifestaba su delito le hicieron llevar por aquel grand mercado y allí le pusieron al pie de uno como teatro que est[á] en medio del dicho mercado. Y encima del teatro subió el pregonero y en altas voces tornó a decir el delito de aquél, y viéndolo todos, le dieron con unas porras en la cabeza hasta que lo mataron. Y muchos otros habemos visto en prisiones que dicen que los tienen por furtos y cosas que han hecho. Hay en esta provincia, por visitación que yo en ella mandé hacer, ciento y cincuenta mill vecinos con otra provincia pequeña que está junto con ésta que se dice Guasyncango que viven a la manera déstos sin señor natural, los cuales no menos están por vasallos de Vuestra Alteza que estos tascalte[c]as . Estando, Muy Católico Señor, en aquel real que tenía en el campo cuando en la guerra desta provincia estaba, vinieron a mí seis señores muy prencipales vasallos de Muteeçuma con fasta ducientos hombres para su servicio. Y me dijeron que venían de parte del dicho Muteeçuma a me decir cómo él quería ser vasallo de Vuestra Alteza y mi amigo, y que viese yo qué era lo que quería que él diese por Vuestra Alteza en cada un año de tributo así de oro como de plata y piedras y esclavos y ropa de algodón y otras cosas de las que él tenía, y que todo lo daría con tanto que yo no fuese a su tierra, y que lo hacía porque era muy estéril y falta de todos mantenimientos, y que le pesaría de que yo padesciese nescesidad y los que conmigo venían. Y con ellos me invió fasta mill pesos de oro y otras tantas piezas de ropa de algodón de la que ellos visten. Y estuvieron conmigo en mucha parte de la guerra hasta en fin della, que vieron bien lo que los españoles podían y las paces que con los desta provincia se hicieron y el ofrecimiento que al servicio de Vuestra Sacra Majestad los señores y toda la tierra ficieron, de que, segúnd paresció y ellos mostraban, no hobieron mucho placer, porque trabajaron por muchas vías y formas de me revolver con ellos diciendo que no era cierto lo que me decían ni verdadera la amistad que afirmaban, y que lo hacían por me asegurar para hacer a su salvo alguna traición. Los de esta provincia, por consiguiente, me decían y avisaban muchas veces que no me fiase de aquellos vasallos de Muteeçuma porque eran traidores y sus cosas siempre las hacían a traición y con mañas y con éstas habían sojuzgado toda la tierra, y que me avisaban dello como verdaderos amigos y como personas que los conoscían de mucho tiempo acá. Vista la discordia y desconformidad de los unos y de los otros, no hobe poco placer, porque me paresció hacer mucho a mi propósito y que podría tener manera de más aína sojuzgarlos y que se dijese aquel comúnt decir de «de monte…», etc. y aún acordéme de una abtorídad evangélica que dice: «Omne regnum in se ipsum divissum desolavitur». Y con los unos y con los otros maneaba, y a cada uno en secreto le agradescía el aviso que me daba y le daba crédito de más amistad que al otro. Después de haber estado en esta cibdad veinte días y más, me dijeron aquellos señores mensajeros de Muteeçuma que siempre estuvieron conmigo que me fuese a una cibdad que está seis leguas désta de Tascaltecal que se dice Churultecal, porque los naturales dellos eran amigos de Muteeçuma su señor, y que allí sabríamos la voluntad del dicho Muteeçuma si era que yo fuese a su tierra; y que algunos dellos irían a hablar con él y a decirle lo que yo les había dicho, y me volverían con la respuesta aunque sabían que allí estaban algunos mensajeros suyos para me hablar. Yo les dije que me iría y que me partiría para un día cierto que les señalé. Y sabido por los desta provincia de Tascaltecal lo que aquellos habían concertado conmigo y cómo yo había aceptado de me ir con ellos a aquella cibdad, vinieron a mí con mucha pena los señores y me dijeron que en ninguna manera fuese porque me tenían ordenada cierta traición para me matar en aquella cibdad a mí y a los de mi compañía, y que para ello había inviado Muteeçuma de su tierra – porque alguna parte della confina con esta cibdad cincuenta mill hombres, y que los tenía en guarnición a dos leguas de la dicha cibdad, segúnd señalaron; y que tenía cerrado el camino real por do solían ir, y hecho otro nuevo de muchos hoyos y palos agudos hincados y encubiertos para que los caballos cayesen y se mancasen; y que tenían muchas de las calles tapiadas y por las azoteas de las casas muchas piedras para que después que entrásemos en la cibdad tomamos seguramente y aprovecharse de nosotros a su voluntad; y que si yo quería ver cómo era verdad lo que ellos me decían, que mirase cómo los señores de aquella cibdad nunca habían venido a me ver ni a hablar estando tan cerca désta, pues habían venido los de Guasucango, que estaban más lejos que ellos, y que los inviase a llamar y vería cómo no querían venir. Yo les agradescí su aviso y les rogué que me diesen ellos personas que de mi parte los fuesen a llamar, y ansí me las dieron. Y yo les invié a rogar que viniesen a verme porque les quería hablar ciertas cosas de parte de Vuestra Alteza y decirles la causa de mi venida a esta tierra, los cuales mensajeros fueron y dijeron mi mensaje a los señores de la dicha cibdad, y con ellos vinieron dos o tres personas no de mucha abtoridad y me dijeron que ellos venían de parte de aquellos señores porque ellos no podían venir por estar enfermos, que a ellos les dijese lo que querían. Los desta cibdad me dijeron que era burla, y que aquellos mensajeros eran hombres de poca suerte y que en ninguna manera me partiese sin que los señores de la cibdad viniesen aquí. Yo les hablé a aquellos mensajeros y les dije que embajada de tan alto príncipe como Vuestra Sacra Majestad que no se debía de dar a tales personas como ellos y que aun sus señores eran poco para la oír, por tanto que dentro de tres días paresciesen ante mí a dar la obidiencia a Vuestra Alteza y a se ofrecer por sus vasalIos, con aprecibimiento que pasado el término que les daba si no viniesen iría sobre ellos y los destruiría y procedería contra ellos como contra personas rebeldes y que no se querían someter debajo del dominio de Vuestra Alteza. Y para ello les invié un mandamiento firmado de mi nombre y de un escribano con relación larga de la real persona de Vuestra Sacra Majestad y de mi venida, deciéndoles cómo todas estas partes y otras muy mayores tierras y señoríos eran de Vuestra Alteza, y que los que quisiesen ser sus vasallos serían honrados y favorescidos, y por el contrario los que fuesen rebeldes, porque serían castigados conforme a justicia. Y otro día vinieron algunos de los señores de la dicha cibdad o casi todos y me dijeron que si ellos no habían venido antes la cabsa era porque los desta provincia eran sus enemigos, y que no osaban entrar por su tierra porque no pensaban venir seguros; y que bien creían que me habían dicho algunas cosas dellos, que no les diese crédito, porque las decían como enemígos y no porque pasaba ansí, y que me fuese a su cibdad y que allí conoscería ser falsedad lo que éstos me decían y verdad lo que ellos me certificaban; y que desde entonces se daban y ofrecían por vasallos de Vuestra Sacra Majestad, y que lo serían para siempre y servirían y contribuirían en todas las cosas que de parte de Vuestra Alteza se les mandase. Y así lo asentó un escribano por las lenguas que yo tenía. Y todavía determiné de me ir con ellos, así por no mostrar flaqueza como porque desde allí pensaba hacer mís negocios con Muteeçuma, porque confina con su tierra, como ya he dicho, y allí osaban venir y los de allí ir allá porque en el camino no tenían recuesta alguna. Y como los de Tascala vieron mi determinación pésoles mucho y dijéronme muchas veces que lo erraba, pero que pues ellos se habían dado por vasallos de Vuestra Sacra Majestad y mis amigos, que querían ir conmígo y ayudarme en todo lo que se ofreciese. Y puesto que yo gelo defendí y rogué que no fuesen porque no había nescesidad, todavía me siguieron hasta cient mill hombres muy bien adreszados de guerra y llegaron conmigo hasta dos leguas de la cibdad. Y desde allí por mucha importunidad mía se volvieron, aunque todavía quedaron en mi compañia hasta cinco o seis mill dellos. Y dormí en un arroyo que allí estaba a las dos leguas por despedir la gente, porque no hiciesen algúnd escándalo en la cibdad y también porque era ya tarde y no quise entrar en la cibdad sobre tarde. Otro día de mañana salieron de la cibdad a me rescebir al camino con muchas trompetas y atabales y muchas personas de las que ellos tienen por religiosas en sus mezquitas vestidas de las vestiduras que usan y cantando a su manera como lo hacen en las dichas mezquitas. Y con esta solemnidad nos llevaron hasta entrar en la cibdad y nos metieron en un aposento muy bueno adonde toda la gente de mi compañía se aposentó a mi placer, y allí nos trajeron de comer, aunque no cumplidamente. Y en el camino topamos muchas señales de las que los naturales de esta provincia nos habían dicho, porque hallamos el camino real cerrado y hecho otro, y algunos hoyos aunque no muchos, y algunas calles de la cibdad tapiadas y muchas piedras en todas las azoteas. Y con esto nos hicieron estar más sobre aviso y a mayor recabdo. Allí fallé ciertos mensajeros de Muteeçuma que venían a hablar con los que conmigo estaban. Y a mí no me dijeron cosa alguna más que venían a saber de aquéllos lo que conmigo habían hecho y concertado para lo ir a decir a su señor. Y ansí se fueron después de los haber hablado ellos y aun el uno de los que antes conmigo estaban, que era el más prencipal. En tres días que allí estuve proveyeron muy mal y cada día peor, y muy pocas veces me venían a ver ni hablar los señores y personas principales de la cibdad. Y estando algo perplejo en esto, a la lengua que yo tengo, que es una india de esta tierra que hobe en Putunchan, que es el rio grande de que ya en la primera relación a Vuestra Majestad hice memoria, le dijo otra natural desta cibdad cómo muy cerquita de allí estaba mucha gente de Muteeçuma junta, y que los de la cibdad tenían fuera sus mujeres e hijos y toda su ropa y que habían de dar sobre nosotros para nos matar a todos, y si ella se quería salvar que se fuese con ella, que la guarescería. La cual lo dijo a aquel Jerónimo de Aguilar, lengua que yo hobe en Yucatán, de que ansimesmo a Vuestra Alteza hobe escripto, y me lo hizo saber. Y yo tomé uno de los naturales de la dicha cibdad que por allí andaba y le aparté secretamente, que nadie lo vio, y le interrogué y confirmó con lo que la india y los naturales de Tascaltecal me habían dicho. Y ansí por esto como por las señales que para ello vía acordé de prevenir antes que ser prevenido, e hice llamar a algunos de los señores de la cibdad diciendo que les quería hablar y metílos en una sala, y en tanto, fice que la gente de los nuestros estuviese apercibida y que en soltando una escopeta diesen en mucha cantidad de indios que había junto al aposento y muchos dentro en él. Y ansí se hizo, que después que tuve los señores dentro en aquella sala dejélos atando y cabalgué e hice soltar la escopeta, y dímosles tal mano que en dos horas murieron más de tres mill hombres. Y porque Vuestra Merced vea cuánd aprecibidos estaban, antes que yo saliese de nuestro aposento tenían todas las calles tomadas y toda la gente a punto, aunque como los tomamos de sobresalto fueron buenos de desbaratar, mayormente que les faltaban los caudillos, porque los tenía ya presos, e hice poner fuego a algunas torres y casas fuertes donde se defendían y nos ofendian. Y ansí anduve por la cibdad peleando, dejando a buen recaudo el aposento, que era muy fuerte, bien cinco horas hasta que eché toda la gente fuera de la cibdad por muchas partes della, porque me ayudaban bien cinco mill indios de Tascaltecal y otros cuatrocientos de Cempoal. Y vuelto al aposento, hablé con aquellos señores que tenía presos y les pregunté qué era la causa que me querían matar a traición. Y me respondieron que ellos no tenían la culpa, porque los de Culúa, que son los vasallos de Muteeçuma, los habían puesto en ello, y que el dícho Muteeçuma tenía allí en tal parte – que, según después paresció, sería legua y medía – cincuenta mill hombres en guarnición para lo hacer; pero que ya conoscian cómo habían sido engañados, que soltase uno o dos dellos y que harían recoger la gente de la cibdad y tornar a ella todas las mujeres y niños y ropa que tenían fuera; y que me rogaban que aquel yerro les perdonase, que ellos me certificaban que de allí adelante nadie los engañaría y serían muy ciertos y leales vasallos de Vuestra Alteza y mis amigos. Y después de les haber hablado muchas cosas acerca de su yerro solté dos dellos.