“Naufragios” (XXVIII) [Álbar Núñez Cabeza de Vaca]

CAPITULO XXVIII

De otra nueva costumbre

Partidos de éstos, fuimos a otras muchas casas, y desde aquí comenzó otra nueva costumbre, y es que, rescibiendonos muy bien, que los que iban con nosotros los comenzaron a hacer tanto mal, que les tomaban las haciendas y les saqueaban las casas, sin que otra cosa ninguna les dejasen; de esto nos pesó mucho, por ver el mal tratamiento que a aquellos que tan bien nos rescebíanse hacía, y también porque temíamos que aquello sería o causaría alguna alteración y escándalo entre ellos; mas como no éramos parte para remediarlo ni para osar castigar, los que esto hacían y hobimos por entonces de sufrir, hasta que mas autoridad entre ellos tuviésemos; y también los indios mismos que perdían la hacienda, conosciendo nuestra tristeza, nos consolaron, diciendo que de aquello no rescibiésemos pena; que ellos estaban tan contentos de habernos visto, que daban por bien empleadas sus haciendas, y que adelante serían pagados de otros que estaban muy ricos. Por todo este camino teníamos muy gran trabajo, por la mucha gente que nos seguía, y no podíamos huir de ella, aunque lo procurábamos, porque era muy grande la priesa que tenían por llegar a tocarnos; y era tanta la importunidad de ellos sobre esto, que pasaban tres horas que no podíamos acabar con ellos que nos dejasen. Otro día nos trajeron toda la gente del pueblo, y la mayor parte de ellos son tuertos de nubes, y otros de ellos son ciegos de ellas mismas, de que estábamos espantados. Son muy bien dispuestos y de muy buenos gestos, más blancos que otros ningunos de cuantos hasta allí habíamos visto. Aquí empezamos a ver sierra , y parescía que venían seguidas de hacía el mar del Norte; y así, por la relación que los indios de esto nos dieron, creemos que están quince leguas de la mar. De aquí partimos con estos indios hacía estas sierras que decimos, y lleváronme por donde estaban unos parientes suyos, porque ellos no nos querían elevar sino por do habitaban sus parientes, y no querían que sus enemigos alcanzasen tanto bien, como les parescía que era vernos. Y cuando fuimos llegados, los que con nosotros iban saquearon a los otros; y como sabían la costumbre, primero que llegásemos escondieron algurias cosas; y después que nos hobieron rescebido con mucha fiesta y alegría, sacaron lo que habían escondido y viniéronnoslo a presentar, y esto era cuentas y almagra y algunas taleguillas de plata. Nosotros, segun la costumbre, dímoslo luego a los indios que con nos venían, y cuando nos lo hobieron dado, comenzaron sus balles y fiestas, y envíaron llamar otros de otro pueblo que estaba cerca de allí, para que nos viniesen a ver, y a la tarde vinieron todos, y nos trajeron cuentas y arcos, y otras cosillas, que también repartimos; y otro día, queriéndonnos partir, toda la gente nos quería llevar a otros amigos suyos que estaban en la punta de las sierras, y decían que allí había muchas cosas y gente, y que nos darían muchas cosas; mas por ser fuera de nuestro camino no quesimos ir a ellos, y tomamos por lo llano cerca de las sierras, las cuales creíamos que no estaban lejos de la costa. Toda la gente de ella es muy mala, y teníamos por mejor de atravesar la tierra, porque la gente que esta más metida adentro es mas bien acondicionada, y tratábannos mejor, y teníamos por cierto que hallaríamos la tierra mas poblada y de mejores mantenimientos. Lo ultimo, hacíamos esto porque, atravesando la tierra, víamos muchas particularidades de ella; porque si Dios nuestro Señor fuese servido de sacar alguno de nosotros, y traerlo a tierra de cristianos, pudiese dar nuevas y relación de ella. Y como los indios vieron que estábamos determinados de no ir por donde ellos nos encaminaban, dijeronnos que por donde nos queríamos ir no había gente, ni tunas ni otra cosa alguna que comer; y rogáronnos que estuviésemos allí aquel día, y ansi lo hecimos. Luego ellos enviaron dos indios para que buscasen gente por aquel camino que queríamos ir; y otro día nos partimos, llevando con nosotros muchos de ellos, y las mujeres iban cargadas de agua, y era tan grande entre ellos nuestra autoridad, que ninguno osaba beber sin nuestra licencia. Dos leguas de allí topamos los indios que habían ido a buscar la gente, y dijeron que no la hallaban; de lo que los indios mostraron pesar, y tornaronnosa rogar que nos fuésemos por la tierra. No lo quisimos hacer, y ellos, como vieron nuestra voluntad, aunque con mucha tristeza, se despidieron de nosotros, y se volvieron el rio abajo a sus casas, y nosotros caminamos por el río arriba, y desde a un poco topamos dos mujeres cargadas, que como nos vieron pararon y descargáronse, y trajéronnos de los que llevaban, que era harina de maíz, y nos dijeron que adelante en aquel río hallaríamos casas y muchas tunas y de aquella harina; y ansí nos despedimos de ellas, porque iban a los otros donde habíamos partido, y anduvimos hasta puesta del sol, y llegamos a un pueblo de hasta de veinte casas, adonde nos recebieron llorando y con grande tristeza, porque sabían ya que adonde quiera que llegábamos eran todos saqueados y robados de los que nos acompañaban, y como nos vieron solos, perdieran el miedo, y diéronnos unas tunas, y no otra cosa ninguna. Estuvimos allí aquella noche, y al alba los indios que nos habían dejado el día pasado dieron en sus casas, y como los tomaron descuidados y seguros, tomaronles cuanto tenían, sin que tuviesen lugar donde asconder ninguna cosa; de que ellos lloraron mucho; y los robadores, para consolarles, les decían que éramos hijos del sol, y que teníamos poder para sanar los enfermos y para matarlos, y otras mentiras aún mayores que estas, como ellos las saben mejor hacer cuando sienten que les conviene; y dijéronles que nos llevasen con mucho acatamiento, y tuviesen cuidado de no enojarnos en ninguna cosa, y que nos diesen todo cuanto tenían, y procurasen de llevarnos donde había mucha gente, y que donde llegásemos robasen ellos y saqueasen lo que los otros tenían, porque así era costumbre.

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