“Naufragios” (XXVI) [Álbar Núñez Cabeza de Vaca]

CAPITULO XXVI

De las naciones y lenguas

También quiero contar sus naciones y lenguas, que desde la isla de Mal Hado hasta los últimos hay. En la isla de Mal Hado hay dos lenguas: a los que unos llaman de Caoques y a los otros llaman de Han. En la Tierra Firme, enfrente de la isla, hay otros que se llaman de Chorruco; y toman el nombre de los montes donde vine. Adelante, en la costa del mar, habitan otros que se llaman Doguenes y enfrente de ellos otros que tienen por nombre los de Mendica. Más adelante, en la costa, están los quevenes, y enfrente de ellos, dentro en la Tierra Firme, los mariames; y yendo por la costa adelante, están otros que se llaman guaycones, y enfrente de éstos, dentro en la Tierra Firme, los iguaces. Cabo de éstos están otros que se llaman atayos, y detrás de éstos, otros, acubadaos, y de éstos hay muchos por esta vereda adelante. En la costa viven otros llamados quitoles, y enfrente de éstos, dentro en la Tierra Firme, los avavares. Con éstos se juntan los maliacones, y otros cutalchiches, y otros que se llaman susolas, y otros que se llaman comos, y adelante en la costa estén los camoles, y en la misma costa adelante, otros a quienes nosotros llamamos los de los higos. Todas estas gentes tienen habitaciones y pueblos y lenguas diversas. Entre éstos hay una lengua en que llaman a los hombres por mira acá; arre acá; a los perros, xo; en toda la tierra se emborrachan con un humo, y dan cuanto tienen por él. Beben también otra cosa que sacan de las hojas de los árboles, como de encina, y tuéstanla en unos botes al fuego, y después que la tienen tostada hinchan el bote de agua, y así lo tienen sobre el fuego, y cuando ha hervido dos veces, échanlo en una vasija y están enfriándola con media calabaza, y cuando está con mucha espuma bébenla tan caliente cuanto pueden sufrir, y desde que la sacan del bote hasta que la beben están dando voces, diciendo que quién quiere beber? Y cuando las mujeres oyen estas voces luego se paran sin osarse mudar, y aunque estén mucho cargadas, no osan hacer otra cosa, y si acaso alguna de ellas se mueve, la deshonran y la dan de palos, y con muy gran enojo derraman el agua que tienen para beber, y la que han bebido la tornan a lanzar, lo cual ellos hacen muy ligeramente y sin pena alguna. La razón de la costumbre dan ellos, y dicen que si cuando ellos quieren beber aquella agua las mujeres se mueven de donde les toma la voz, que en aquella agua se les mete en el cuerpo una cosa mala y que donde a poco les hace morir, y todo el tiempo que el agua está cociendo ha de estar el bote atapado, y si acaso este destapado y alguna mujer pasa, lo derraman y no beben más de aquella agua; es amarilla y están bebiéndola tres días sin comer, y cada día bebe cada uno arroba y media de ella, y cuando las mujeres están con su costumbre no buscan de comer más de para sí solas, porque ninguna otra persona come de lo que ellas traen. En el tiempo que así estaba, entre éstos vi una diablura, y es que vi un hombre casado con otro, y éstos son unos hombres amarionados, impotentes, y andan tapados como mujeres y hacen oficio de mujeres, y tiran arco y llevan muy gran carga, entre éstos vimos muchos de ellos así amarionados como digo, y son más membrudos que los otros hombres y más altos; sufren muy grandes cargas.

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