“La vida es sueño” (II) [Pedro Calderón de la Barca]

ACTO SEGUNDO

[En el palacio real]

Salen el rey BASILIO y CLOTALDO

CLOTALDO:         Todo, como lo mandaste,
           queda efectuado.
BASILIO:                    Cuenta,
           Clotaldo, cómo pasó.
CLOTALDO:  Fue, señor, de esta manera:
           con la apacible bebida
           que de confecciones llena
           hacer mandaste, mezclando
           la virtud de algunas hierbas,
           cuyo tirano poder
           y cuya secreta fuerza
           así el humano discurso
           priva, roba y enajena,
           que deja vivo cadáver
           a un hombre, y cuya violencia,
           adormecido, le quita
           los sentidos y potencias...
           No tenemos que argüir
           que aquesto posible sea,
           pues tantas veces, señor,
           nos ha dicho la experiencia,
           y es cierto, que de secretos
           naturales, está llena
           la medicina, y no hay
           animal, planta ni piedra
           que no tenga calidad
           determinada, y si llega
           a examinar mil venenos
           la humana malicia nuestra
           que den la muerte, ¿qué mucho
           que, templada su violencia,
           pues hay venenos que maten,
           haya venenos que aduerman?
           Dejando aparte el dudar,
           si es posible que suceda,
           pues que ya queda probado
           con razones y evidencias...
           Con la bebida, en efeto,
           que el opio, la adormidera
           y el beleño, compusieron,
           bajé a la cárcel estrecha
           de Segismundo; con él
           hablé un rato de las letras
           humanas, que le ha enseñado
           la muda naturaleza
           de los montes y los cielos,
           en cuya divina escuela
           la retórica aprendió
           de las aves y las fieras.
           Para levantarle más
           el espíritu a la empresa
           que solicitas, tomé
           por asunto la presteza
           de una águila caudalosa,
           que despreciando la esfera
           del viento, pasaba a ser,
           en las regiones supremas
           del fuego, rayo de pluma,
           o desasido cometa.
           Encarecí el vuelo altivo
           diciendo:  "Al fin eres reina
           de las aves, y así, a todas
           es justo que te prefieras."
           Él no hubo menester más;
           que en tocando esta materia
           de la majestad, discurre
           con ambición y soberbia;
           porque, en efecto, la sangre
           le incita, mueve y alienta
           a cosas grandes, y dijo:
           "¡Que en la república inquieta
           de las aves también haya
           quien les jure la obediencia!
           En llegado a este discurso,
           mis desdichas me consuelan;
           pues, por lo menos, si estoy
           sujeto, lo estoy por fuerza;
           porque voluntariamente
           a otro hombre no me rindiera."
           Viéndole ya enfurecido
           con esto, que ha sido el tema
           de su dolor, le brindé
           con la pócima, y apenas
           pasó desde el vaso al pecho
           el licor, cuando las fuerzas
           rindió al sueño, discurriendo
           por los miembros y las venas
           un sudor frío, de modo
           que, a no saber yo que era
           muerte fingida, dudara
           de su vida.  En esto llegan
           las gentes de quien tú fías
           el valor de esta experiencia,
           y poniéndole en un coche,
           hasta tu cuarto le llevan,
           donde prevenida estaba
           la majestad y grandeza
           que es digna de su persona.
           Allí en tu cama le acuestan,
           donde al tiempo que el letargo
           haya perdido la fuerza,
           como a ti mismo, señor,
           le sirvan, que así lo ordenas.
           Y si haberte obedecido
           te obliga a que yo merezca
           galardón, sólo te pido
           -perdona mi inadvertencia-
           que me digas, ¿qué es tu intento,
           trayendo de esta manera
           a Segismundo a palacio?
BASILIO:   Clotaldo, muy justa es esa
           duda que tienes, y quiero
           sólo a vos satisfacerla.
           A Segismundo, mi hijo,
           el influjo de su estrella,
           -vos lo sabéis-, amenaza
           mil desdichas y tragedias;
           quiero examinar si el cielo
           -que no es posible que mienta,
           y más habiéndonos dado
           de su rigor tantas muestras,
           en su crüel condición-
           o se mitiga, o se templa
           por lo menos, y, vencido,
           con valor y con prudencia
           se desdice; porque el hombre
           predomina en las estrellas.
           Esto quiero examinar,
           trayéndole donde sepa
           que es mi hijo, y donde haga
           de su talento la prueba.
           Si magnánimo se vence,
           reinará; pero si muestra
           el ser crüel y tirano,
           le volveré a su cadena.
           Agora preguntarás,
           que para aquesta experiencia,
           ¿qué importó haberle traído
           dormido de esta manera?
           Y quiero satisfacerte,
           dándote a todo respuesta.
           Si él supiera que es mi hijo
           hoy, y mañana se viera
           segunda vez reducido
           a su prisión y miseria,
           cierto es de su condición
           que desesperara en ella;
           porque, sabiendo quién es,
           ¿qué consuelo habrá que tenga?
           Y así he querido dejar
           abierta al daño esta puerta
           del decir que fue soñado
           cuanto vio.  Con esto llegan
           a examinarse dos cosas;
           su condición, la primera;
           pues él despierto procede
           en cuanto imagina y piensa;
           y en consuelo, la segunda,
           pues, aunque agora se vea
           obedecido, y después
           a sus prisiones se vuelva,
           podrá entender que soñó,
           y hará bien cuando lo entienda;
           porque en el mundo, Clotaldo,
           todos lo que viven sueñan.
CLOTALDO:  Razones no me faltaran
           para probar que no aciertas;
           mas ya no tiene remedio;
           y, según dicen las señas,
           parece que ha despertado
           y hacia nosotros se acerca.
BASILIO:   Yo me quiero retirar;
           tú, como ayo suyo, llega,
           y de tantas confusiones
           como su discurso cercan,
           le saca con la verdad.
CLOTALDO:  ¿En fin, que me das licencia
           para que lo diga?
BASILIO:                      Sí;
           que podrá ser, con saberla,
           que, conocido el peligro,
           más fácilmente se venza. 

               Vase el rey BASILIO y sale CLARÍN

CLARÍN:    (A costa de cuatro palos,              Aparte
           que el llegar aquí me cuesta,
           de un alabardero rubio
           que barbó de su librea,
           tengo de ver cuanto pasa;
           que no hay ventana más cierta
           que aquella que, sin rogar
           a un ministro de boletas,
           un hombre se trae consigo;
           pues para todas las fiestas,
           despojado y despejado
           se asoma a su desvergüenza).
CLOTALDO:  (Éste es Clarín, el crïado         Aparte
           de aquélla, ¡ay cielos!, de aquélla
           que, tratante de desdichas,
           pasó a Polonia mi afrenta).
           Clarín, ¿qué hay de nuevo?
CLARÍN:                          Hay,
           señor, que tu gran clemencia,
           dispuesta a vengar agravios
           de Rosaura, la aconseja
           que tome su propio traje.
CLOTALDO:  Y es bien, por que no parezca
           liviandad.
CLARÍN:              Hay, que mudando
           su nombre, y tomando, cuerda,
           nombre de sobrina tuya,
           hoy tanto honor se acrecienta,
           que dama en palacio ya
           de la singular Estrella
           vive.
CLOTALDO:         Es bien que de una vez
           tome su honor por mi cuenta.
CLARÍN:    Hay, que ella se está esperando
           que ocasión y tiempo venga
           en que vuelvas por su honor.
CLOTALDO:  Prevención segura es ésa;
           que, al fin, el tiempo ha de ser
           quien haga esas diligencias.
CLARÍN:    Hay, que ella está regalada,
           servida como una reina,
           en fe de sobrina tuya.
           Y hay, que viniendo con ella,
           estoy yo muriendo de hambre
           y nadie de mí se acuerda,
           sin mirar que soy Clarín,
           y que si el tal Clarín suena,
           podrá decir cuanto pasa
           al rey, a Astolfo y a Estrella;
           porque Clarín y crïado
           son dos cosas que se llevan
           con el secreto muy mal;
           y podrá ser, si me deja
           el silencio de su mano,
           se cante por mí esta letra:
              "Clarín que rompe el albor,
           no suena mejor."
CLOTALDO:  Tu queja está bien fundada;
           yo satisfaré tu queja,
           y en tanto, sírveme a mí.
CLARÍN:    Pues ya Segismundo llega.

Salen  músicos cantando, y criados dando de vestir a SEGISMUNDO,
que sale como asombrado

SEGISMUNDO:   ¡Válgame el cielo!  ¿Qué veo?
           ­Válgame el cielo!  ¿Qué miro?
           Con poco espanto lo admiro,
           con mucha duda lo creo.
              ¿Yo en palacios suntuosos?
           ¿Yo entre telas y brocados?
           ¿Yo cercado de crïados
           tan lucidos y brïosos?
              ¿Yo despertar de dormir
           en lecho tan excelente?
           ¿Yo en medio de tanta gente
           que me sirva de vestir?
              ¡Decir que es sueño es engaño!
           Bien sé que despierto estoy.
           ¿Yo Segismundo no soy?
           Dadme, cielos, desengaño.
              Decidme, ¿qué pudo ser
           esto que a mi fantasía
           sucedió mientras dormía,
           que aquí me he llegado a ver?
              Pero sea lo que fuere,
           ¿Quién me mete en discurrir?
           Dejarme quiero servir,
           y venga lo que viniere.
CRIADO 2:     ¡Qué melancólico está!
CRIADO 1:  Pues a quién le sucediera
           esto, que no lo estuviera?
CLARÍN:    A mí.
CRIADO 2:               Llega a hablarle ya.
CRIADO 1:     ¿Volverán a cantar?
SEGISMUNDO:                No.
           No quiero que canten más.
CRIADO 2:  Como tan suspenso estás,
           quise divertirte.
SEGISMUNDO:                Yo
              no tengo de divertir
           con sus voces mis pesares;
           las músicas militares
           sólo he gustado de oír.
CLOTALDO:     Vuestra alteza, gran señor,
           me dé su mano a besar,
           que el primero le ha de dar
           esta obediencia mi honor.
SEGISMUNDO:   (Clotaldo es.  Pues, ¿cómo así    Aparte
           quien en prisión me maltrata,
           con tal respeto me trata?
           ¿Qué es lo que pasa por mí?)
CLOTALDO:     Con la grande confusión
           que el nuevo estado te da,
           mil dudas padecerá
           el discurso y la razón;
              pero ya librarte quiero
           de todas, si puede ser,
           porque has, señor, de saber
           que eres príncipe heredero
              de Polonia.  Si has estado
           retirado y escondido,
           por obedecer ha sido
           a la inclemencia del hado,
              que mil tragedias consiente
           a este imperio, cuando en él
           el soberano laurel
           corone tu augusta frente.
              Mas, fïando a tu atención
           que vencerás las estrellas,
           porque es posible vencellas
           a un magnánimo varón,
              a palacio te han traído
           de la torre en que vivías,
           mientras al sueño tenías
           el espíritu rendido.
              Tu padre, el rey mi señor,
           vendrá a verte, y de él sabrás,
           Segismundo, lo demás.
SEGISMUNDO: Pues, vil, infame, traidor,
              ¿qué tengo más que saber,
           después de saber quien soy,
           para mostrar desde hoy
           mi soberbia y mi poder?
              ¿Cómo a tu patria le has hecho
           tal traición, que me ocultaste
           a mí pues que me negaste,
           contra razón y derecho,
              este estado?
CLOTALDO:                  ¡Ay de mí, triste!
SEGISMUNDO: Traidor fuiste con la ley,
           lisonjero con el rey,
           y crüel conmigo fuiste.
              Y así el rey, la ley y yo,
           entre desdichas tan fieras,
           te condenan a que mueras
           a mis manos.
CRIADO 2:               ¡Señor!...
SEGISMUNDO:                       No
              me estorbe nadie, que es vana
           diligencia.  ¡Y vive Dios!
           Si os ponéis delante vos,
           que os eche por la ventana.
CRIADO 1:     Huye Clotaldo.
CLOTALDO:                   ¡Ay de ti,
           que soberbia vas mostrando
           sin saber que están soñando!

                             Vase CLOTALDO

CRIADO 2:  Advierte...
SEGISMUNDO:           Apartad de aquí.
CRIADO 2:     ...que a su rey obedeció.
SEGISMUNDO: En lo que no es justa ley
           no ha de obedecer al rey;
           y su príncipe era yo.
CRIADO 2:     Él no debió examinar
           si era bien hecho o mal hecho.
SEGISMUNDO: Que estáis mal con vos sospecho,
           pues me dais que replicar.
CLARÍN:       Dice el príncipe muy bien,
           y vos hicisteis muy mal.
CRIADO 1:  ¿Quién os dio licencia igual?
CLARÍN:    Yo me la he tomado.
SEGISMUNDO:              ¿Quién
              eres tú, di?
CLARÍN:                    Entremetido.
           Y de este oficio soy jefe,
           porque soy el mequetrefe
           mayor que se ha conocido.
SEGISMUNDO:   Tú sólo en tan nuevos mundos
           me has agradado.
CLARÍN:                   Señor,
           soy un grande agradador
           de todos los Segismundos.

                             Sale ASTOLFO

ASTOLFO:      ¡Feliz mil veces el día,
           oh príncipe, que os mostráis
           sol de Polonia, y llenáis
           de resplandor y alegría
              todos estos horizontes
           con tan divino arrebol;
           pues que salís como el sol
           de debajo de los montes!
              Salid, pues, y aunque tan tarde
           se corona vuestra frente
           del laurel resplandeciente,
           tarde muera.
SEGISMUNDO:             Dios os guarde.
ASTOLFO:      El no haberme conocido
           sólo por disculpa os doy
           de no honrarme más.  Yo soy
           Astolfo.  Duque he nacido
              de Moscovia, y primo vuestro.
           Haya igualdad en los dos.
SEGISMUNDO: Si digo que os guarde Dios,
           ¿bastante agrado no os muestro?
              Pero ya que, haciendo alarde
           de quien sois, de esto os quejáis,
           otra vez que me veáis,
           le diré a Dios que no os guarde.
CRIADO 2:     Vuestra alteza considere
           que como en montes nacido
           con todos ha procedido,
           Astolfo, señor, prefiere...
SEGISMUNDO:   Cansóme como llegó
           grave a hablarme, y lo primero
           que hizo, se puso el sombrero.
CRIADO 1:  Es grande.
SEGISMUNDO:             Mayor soy yo.
CRIADO 2:     Con todo eso, entre los dos
           que haya más respeto es bien
           que entre los demás.
SEGISMUNDO:              ¿Y quién
           os mete conmigo a vos?  

                             Sale ESTRELLA

ESTRELLA:      Vuestra alteza, señor, sea
            muchas veces bien venido
            al dosel que agradecido
            le recibe y le desea;
               adonde, a pesar de engaños,
            viva augusto y eminente,
            donde su vida se cuente
            por siglos, y no por años.
SEGISMUNDO: Dime tú agora, ¿quién es
            esta beldad soberana?
            ¿Quién es esta diosa humana,
            a cuyos divinos pies
               postra el cielo su arrebol?
            ¿Quién es esta mujer bella?
CLARÍN:     Es, señor, tu prima Estrella.
SEGISMUNDO: Mejor dijeras el sol.
               Aunque el parabién es bien
            darme del bien que conquisto,
            de sólo haberos hoy visto
            os admito el parabién;
               y así, de llegarme a ver
            con el bien que no merezco,
            el parabién agradezco.
            Estrella, que amanecer
               podéis, y dar alegría,
            al más luciente farol,
            ¿qué dejáis que hacer al sol,
            si os levantáis con el día?
               Dadme a besar vuestra mano,
            en cuya copa de nieve
            el aura candores bebe.
ESTRELLA:   Sed más galán cortesano.
ASTOLFO:       (Si él toma la mano, yo          Aparte
            soy perdido).
CRIADO 2:                 (El pesar sé       Aparte
            de Astolfo, y le estorbaré).
            Advierte, señor, que no
               es justo atreverte así,
            y estando Astolfo...
SEGISMUNDO:                   ¿No digo
            que vos no os metáis conmigo?
CRIADO 2:   Digo lo que es justo.
SEGISMUNDO:                        A mí
               todo eso me causa enfado;
            nada me parece justo
            en siendo contra mi gusto.
CRIADO 2:   Pues yo, señor, he escuchado
               de ti que en lo justo es bien
            obedecer y servir.
SEGISMUNDO: ¿También oíste decir
            que por un balcón, a quien
               me canse, sabré arrojar?
CRIADO 2:   Con los hombres como yo
            no puede hacerse eso.
SEGISMUNDO:                        ¿No?
            ¡Por Dios que lo he de probar!

Cógele en los brazos y éntrase, y todos tras él,
y torna a salir

ASTOLFO:       ¿Qué es esto que llego a ver?
ESTRELLA:   Llegad todos a ayudar.
SEGISMUNDO: Cayó del balcón al mar;
            ¡vive Dios, que pudo ser!
ASTOLFO:       Pues medid con más espacio
            vuestras acciones severas,
            que lo que hay de hombres a fieras,
            hay desde un monte a palacio.
SEGISMUNDO: Pues en dando tan severo
            en hablar con entereza,
            quizá no hallaréis cabeza
            en que se os tenga el sombrero.

                  Vase ASTOLFO y sale el rey BASILIO

BASILIO:       ¿Qué ha sido esto?
SEGISMUNDO:                        Nada ha sido.
            A un hombre que me ha cansado,
            de ese balcón he arrojado.
CLARÍN:     Que es el rey está advertido.
BASILIO:       ¿Tan presto?  ¿Una vida cuesta
            tu venida el primer día?
SEGISMUNDO: Díjome que no podía
            hacerse, y gané la apuesta.
BASILIO:       Pésame mucho que cuando,
            príncipe, a verte he venido,
            pensado hallarte advertido,
            de hados y estrellas triunfando,
               con tanto rigor te vea,
            y que la primera acción
            que has hecho en esta ocasión,
            un grave homicidio sea.
               ¿Con qué amor llegar podré
            a darte agora mis brazos,
            si de sus soberbios lazos,
            que están enseñados sé
               a dar muertes?  ¿Quién llegó
            a ver desnudo el puñal
            que dio una herida mortal,
            que no temiese?  ¿Quién vio
               sangriento el lugar, adonde
            a otro hombre dieron muerte,
            que no sienta?  Que el más fuerte
            a su natural responde.
               Yo así, que en tus brazos miro
            de esta muerte el instrumento,
            y miro el lugar sangriento,
            de tus brazos me retiro;
               y aunque en amorosos lazos
            ceñir tu cuello pensé,
            sin ellos me volveré,
            que tengo miedo a tus brazos.
SEGISMUNDO:    Sin ellos me podré estar
            como me he estado hasta aquí;
            que un padre que contra mí
            tanto rigor sabe usar,
               que con condición ingrata
            de su lado me desvía,
            como a una fiera me cría,
            y como a un monstruo me trata
               y mi muerte solicita,
            de poca importancia fue
            que los brazos no me dé,
            cuando el ser de hombre me quita.
BASILIO:       Al cielo y a Dios pluguiera
            que a dártele no llegara;
            pues ni tu voz escuchara,
            ni tu atrevimiento viera.
SEGISMUNDO:    Si no me le hubieras dado,
            no me quejara de ti;
            pero una vez dado, sí,
            por habérmele quitado;
               que aunque el dar la acción es
            más noble y más singular,
            es mayor bajeza el dar,
            para quitarlo después.
BASILIO:       ¡Bien me agradeces el verte
            de un humilde y pobre preso,
            príncipe ya!
SEGISMUNDO:              Pues en eso,
            ¿qué tengo que agradecerte?
               Tirano de mi albedrío,
            si viejo y caduco estás,
            ¿muriéndote, qué me das?
            ¿Dasme más de lo que es mío?
               Mi padre eres y mi rey;
            luego toda esta grandeza
            me da la naturaleza
            por derechos de su ley.
               Luego, aunque esté en este estado,
            obligado no te quedo,
            y pedirte cuentas puedo
            del tiempo que me has quitado
               libertad, vida y honor;
            y así, agradéceme a mí
            que yo no cobre de ti,
            pues eres tú mi deudor.
BASILIO:       Bárbaro eres y atrevido;
            cumplió su palabra el cielo;
            y así, para el mismo apelo,
            soberbio desvanecido.
               Y aunque sepas ya quién eres,
            y desengañado estés,
            y aunque en un lugar te ves
            donde a todos te prefieres,
               mira bien lo que te advierto:
            que seas humilde y blando,
            porque quizá estás soñando,
            aunque ves que estás despierto.     

                          Vase le rey BASILIO

SEGISMUNDO:    ¿Que quizá soñando estoy,
            aunque despierto me veo?
            No sueño, pues toco y creo
            lo que he sido y lo que soy.
               Y aunque agora te arrepientas,
            poco remedio tendrás;
            sé quién soy, y no podrás
            aunque suspires y sientas,
               quitarme el haber nacido
            de esta corona heredero;
            y si me viste primero
            a las prisiones rendido,
               fue porque ignoré quién era;
            pero ya informado estoy
            de quién soy y sé que soy
            un compuesto de hombre y fiera.

                          Sale ROSAURA, dama

ROSAURA:       (Siguiendo a Estrella vengo,       Aparte
            y gran temor de hallar a Astolfo tengo;
            que Clotaldo desea
            que no sepa quién soy, y no me vea,
            porque dice que importa al honor mío;
            y de Clotaldo fío
            su efecto, pues le debo, agradecida,
            aquí el amparo de mi honor y vida).
CLARÍN:     ¿Qué es lo que te ha agradado
            más de cuanto hoy has visto y admirado?
SEGISMUNDO: Nada me ha suspendido,
            que todo lo tenía prevenido;
            mas, si admirar hubiera
            algo en el mundo, la hermosura fuera
            de la mujer.  Leía
            una vez en los libros que tenía
            que lo que a Dios mayor estudio debe,
            era el hombre, por ser un mundo breve;
            mas ya que lo es recelo
            la mujer, pues ha sido un breve cielo;
            y más beldad encierra
            que el hombre, cuanto va de cielo a tierra.
            ¡Y más di es la que miro!
ROSAURA:    (El príncipe está aquí; yo me retiro).
SEGISMUNDO: Oye, mujer, detente;
            no juntes el ocaso y el oriente
            huyendo al primer paso;
            que juntos el oriente y el ocaso,
            la lumbre y sombra fría,
            serás, sin duda, síncopa del día.
            ¿Pero qué es lo que veo?
ROSAURA:    Lo mismo que estoy viendo, dudo y creo.
SEGISMUNDO: (Yo he visto esta belleza             Aparte
            otra vez).
ROSAURA:            (Yo esta pompa, esta grandeza Aparte
            he visto reducida
            a una estrecha prisión).
SEGISMUNDO:                   (Ya hallé mi vida).   Aparte
            Mujer, que aqueste nombre
            es le mejor requiebro para el hombre,
            ¿quién eres?  Que sin verte
            adoración me debes, y de suerte
            por la fe te conquisto,
            que me persuado a que otra vez te he visto.
            ¿Quién eres, mujer bella?
ROSAURA:    (Disimular me importa).               Aparte
                             Soy de Estrella
            una infelice dama.
SEGISMUNDO: No digas tal; di el sol, a cuya llama
            aquella estrella vive,
            pues de tus rayos resplandor recibe;
            yo vi en reino de olores
            que presidía entre comunes flores
            la deidad de la rosa,
            y era su emperatriz por más hermosa;
            yo vi entre piedras finas
            de la docta academia de sus minas
            preferir el diamante,
            y ser su emperador por más brillante;
            yo en esas cortes bellas
            de la inquieta república de estrellas,
            vi en el lugar primero
            por rey de las estrellas el lucero;
            yo en esferas perfetas,
            llamando el sol a cortes los planetas,
            le vi que presidía
            como mayor oráculo del día.
            ¿Pues cómo, si entre flores, entre estrellas,
            piedras, signos, planetas, las más bellas
            prefieren, tú has servido
            la de menos beldad, habiendo sido
            por más bella y hermosa,
            sol, lucero, diamante, estrella y rosa? 

                             Sale CLOTALDO

CLOTALDO:   (A Segismundo reducir deseo,          Aparte
            porque, en fin, le he criado; mas ¿qué veo?)
ROSAURA:    Tu favor reverencio.
            Respóndote retórico el silencio;
            cuando tan torpe la razón se halla,
            mejor habla, señor, quien mejor calla.
SEGISMUNDO: No has de ausentarte, espera.
            ¿Cómo quieres dejar de esa manera
            a escuras mi sentido?
ROSAURA:    Esta licencia a vuestra alteza pido.
SEGISMUNDO: Irte con tal violencia
            no es pedir, es tomarte la licencia.
ROSAURA:    Pues si tú no la das, tomarla espero.
SEGISMUNDO: Harás que de cortés pase a grosero,
            porque la resistencia
            es veneno crüel de mi paciencia.
ROSAURA:    Pues cuando ese veneno,
            de furia, de rigor y saña lleno,
            la paciencia venciera,
            mi respeto no osara, ni pudiera.
SEGISMUNDO: Sólo por ver si puedo,
            harás que pierda a tu hermosura el miedo;
            que soy muy inclinado
            a vencer lo imposible; hoy he arrojado
            de ese balcón a un hombre, que decía
            que hacerse no podía;
            y así, por ver si puedo, cosa es llana
            que arrojaré tu honor por la ventana.
CLOTALDO:   (Mucho se va empeñando.             Aparte
            ¿Qué he de hacer, cielos, cuando
            tras un loco deseo
            mi honor segunda vez a riesgo veo?)
ROSAURA:    No en vano prevenía
            a este reino infeliz tu tiranía
            escándalos tan fuertes
            de delitos, traiciones, iras, muertes.
            ¿Mas, qué ha de hacer un hombre
            que de humano no tiene más que el nombre?
            ¡Atrevido, inhumano,
            crüel, soberbio, bárbaro y tirano,
            nacido entre las fieras!
SEGISMUNDO: Porque tú ese baldón no me dijeras,
            tan cortés me mostraba,
            pensando que con eso te obligaba;
            mas, si lo soy hablando de este modo,
            has de decirlo, vive Dios, por todo.
            --¡Hola, dejadnos solos, y esa puerta
            se cierre, y no entre nadie!     

                              Vase CLARÍN

ROSAURA:                (Yo soy muerta).               Aparte
            Advierte...
SEGISMUNDO:              Soy tirano,
            y ya pretendes reducirme en vano.
CLOTALDO:   (¡Oh, qué lance tan fuerte!    Aparte
            Saldré a estorbarlo, aunque me dé la muerte).
            Señor, atiende, mira.
SEGISMUNDO: Segunda vez me has provocado a ira,
            viejo caduco y loco.
            ¿Mi enojo y rigor tienes en poco?
            ¿Cómo hasta aquí has llegado?
CLOTALDO:   De los acentos de esta voz llamado
            a decirte que seas
            más apacible, si reinar deseas;
            y no, por verte ya de todos dueño,
            seas crüel, porque quizá es un sueño.
SEGISMUNDO: A rabia me provocas,
            cuando la luz del desengaño tocas.
            Veré, dándote muerte,
            si es sueño o si es verdad.

      Al ir a sacar la daga, se la tiene CLOTALDO y se arrodilla

CLOTALDO:                      Yo de esta suerte
            librar mi vida espero.
SEGISMUNDO: Quita la osada mano del acero.
CLARÍN:     Hasta que gente venga,
            que tu rigor y cólera detenga,
            no he de soltarte.
ROSAURA:                   ¡Ay cielos!
SEGISMUNDO:                             ¡Suelta, digo!
            Caduco, loco, bárbaro, enemigo,
            o será de esta suerte:    

                                Luchan

            el darte agora entre mis brazos muerte.
ROSAURA:    Acudid todos presto,
            que matan a Clotaldo.

Vase ROSAURA.  Sale ASTOLFO a tiempo que cae CLOTALDO a sus pies, y
él se pone en medio

ASTOLFO:                   ¿Pues, qué es esto,
            príncipe generoso?
            ¿Así se mancha acero tan brïoso
            en una sangre helada?
            Vuelva a la vaina tu lucida espada.
SEGISMUNDO: En viéndola teñida
            en esa infame sangre.
ASTOLFO:                           Ya su vida
            tomó a mis pies sagrado;
            y de algo ha servirme haber llegado.
SEGISMUNDO: Sírvate de morir, pues de esta suerte
            también sabré vengarme, con tu muerte,
            de aquel pasado enojo.
ASTOLFO:                           Yo defiendo
            mi vida; así la majestad no ofendo. 

          Sacan las espadas, y sale el rey BASILIO y ESTRELLA

CLOTALDO:   No le ofendas, señor.
BASILIO:                 ¿Pues, aquí espadas?
ESTRELLA:   (¡Astolfo es, ay de mí, penas airadas!)
BASILIO:    ¿Pues, qué es lo que ha pasado?
ASTOLFO:    Nada, señor, habiendo tú llegado.

                               Envainan

SEGISMUNDO: Mucho, señor, aunque hayas tú venido;
            yo a ese viejo matar he pretendido.
BASILIO:    Respeto no tenías
            a estas canas?
CLOTALDO:               Señor, ved que son mías;
            que no importa veréis.
SEGISMUNDO:                        Acciones vanas,
            querer que tengo yo respeto a canas;
            pues aun ésas podría
            ser que viese a mis plantas algún día;
            porque aun no estoy vengado
            del modo injusto con que me has crïado.

                            Vase SEGISMUNDO

BASILIO:    Pues antes que lo veas,
            volverás a dormir adonde creas
            que cuanto te ha pasado,
            como fue bien del mundo, fue soñado.

Vase el rey BASILIO y CLOTALDO; quedan ESTRELLA y
ASTOLFO

ASTOLFO:       ¿Qué pocas veces el hado
            que dice desdichas, miente,
            pues es tan cierto en los males,
            cuanto dudoso en los bienes?
            ­¡Qué buen astrólogo fuera,
            si siempre casos crüeles
            anunciara; pues no hay duda
            que ellos fueran verdad siempre!
            Conocerse esa experiencia
            en mí y Segismundo puede,
            Estrella, pues en los dos
            hizo muestras diferentes.
            En él previno rigores,
            soberbias, desdichas, muertes,
            y en todo dijo verdad,
            porque todo, al fin, sucede;
            pero en mí, que al ver, señora,
            esos rayos excelentes,
            de quien el sol fue una sombra
            y el cielo un amago breve,
            que me previno venturas,
            trofeos, aplausos, bienes,
            dijo mal, y dijo bien;
            pues sólo es justo que acierte
            cuando amaga con favores,
            y ejecuta con desdenes.
ESTRELLA:   No dudo que esas finezas
            son verdades evidentes;
            mas serán por otra dama,
            cuyo retrato pendiente
            trujisteis al cuello cuando
            llegasteis, Astolfo, a verme;
            y siendo así, esos requiebros
            ella sola los merece.
            Acudid a que ella os pague,
            que no son buenos papeles
            en el consejo de amor
            las finezas ni las fees
            que se hicieron en servicio
            de otras damas y otros reyes. 

                      Sale ROSAURA al paño

ROSAURA:    (¡Gracias a Dios, que han llegado     Aparte
            ya mis desdichas crüeles
            al término suyo, pues
            quien esto ve nada teme!)
ASTOLFO:    Yo haré que el retrato salga
            del pecho, para que entre
            la imagen de tu hermosura.
            Donde entre Estrella no tiene
            lugar la sombra, ni estrella
            donde el sol; voy a traerle.
            (Perdona, Rosaura hermosa,      Aparte
            este agravio, porque ausentes,
            no se guardan más fe que ésta
            los hombres y las mujeres).

                             Vase ASTOLFO

ROSAURA:    (Nada he podido escuchar,        Aparte
            temerosa que me viese).
ESTRELLA:   ¡Astrea!
ROSAURA:              ¿Señora mía?
ESTRELLA:   Heme holgado que tú fueses
            la que llegaste hasta aquí;
            porque de ti solamente
            fïara un secreto.
ROSAURA:                      Honras,
            señora, a quien te obedece.
ESTRELLA:   En el poco tiempo, Astrea,
            que ya que te conozco, tienes
            de mi voluntad las llaves;
            por esto, y por ser quien eres,
            me atrevo a fïar de ti
            lo que aun de mí muchas veces
            recaté.
ROSAURA:             Tu esclava soy.
ESTRELLA:   Pues para decirlo en breve,
            mi primo Astolfo -bastara
            que mi primo te dijese,
            porque hay cosas que se dicen
            con pensarlas solamente-
            ha de casarse conmigo,
            si es que la fortuna quiere
            que con una dicha sola
            tantas desdichas descuente.
            Pesóme que el primer día
            echado al cuello trujese
            el retrato de una dama;
            habléle en él cortésmente,
            es galán y quiere bien;
            fue por él, y ha de traerle
            aquí.  Embarázame mucho
            que él a mí a dármele llegue;
            quédate aquí, y cuando venga,
            le dirás que te lo entregue
            a ti.  No te digo más;
            discreta y hermosa eres;
            bien sabrás lo que es amor.

                             Vase ESTRELLA

ROSAURA:    ¡Ojalá no lo supiese!
            ¡Válgame el cielo!  ¿Quién fuera
            tan atenta y tan prudente,
            que supiera aconsejarse
            hoy en ocasión tan fuerte?
            ¿Habrá persona en el mundo
            a quien el cielo inclemente
            con más desdichas combata
            y con más pesares cerque?
            ¿Qué haré en tantas confusiones,
            donde imposible parece
            que halle razón que me alivie,
            ni alivio que me consuele?
            Desde la primer desdicha,
            no hay suceso ni accidente
            que otra desdicha no sea;
            que unas a otras suceden
            herederas de sí mismas.
            A la imitación del Fénix,
            unas de las otras nacen,
            viviendo de lo que mueren,
            y siempre de sus cenizas
            está el sepulcro caliente.
            Que eran cobardes decía
            un sabio, por parecerle
            que nunca andaba una sola;
            yo digo que son valientes,
            pues siempre van adelante,
            y nunca la espalda vuelven.
            Quien las llevare consigo
            a todo podrá atreverse,
            pues en ninguna ocasión
            no haya miedo que le dejen.
            Dígalo yo, pues en tantas
            como a mi vida suceden,
            nunca me he hallado sin ellas,
            ni se han cansado hasta verme
            herida de la fortuna,
            en los brazos de la muerte.
            ¡Ay de mí!  ¿Qué debo hacer
            hoy en la ocasión presente?
            Si digo quién soy, Clotaldo,
            a quien mi vida le debe
            este amparo y este honor,
            conmigo ofenderse puede;
            pues me dice que callando
            honor y remedio espere.
            Si no he de decir quién soy
            a Astolfo, y él llega a verme,
            ¿cómo he de disimular?
            Pues, aunque fingirlo intenten
            la voz, la lengua, y los ojos,
            les dirá el alma que mienten.
            ¿Qué haré?  ¿Mas para qué estudio
            lo que haré, si es evidente
            que por más que lo prevenga,
            que lo estudie y que lo piense,
            en llegando la ocasión
            ha de hacer lo que quisiere
            el dolor?  Porque ninguno
            imperio en sus penas tiene.
            Y pues a determinar
            lo que he de hacer no se atreve
            el alma, llegue el dolor
            hoy a su término, llegue
            la pena a su extremo, y salga
            de dudas y pareceres
            de una vez; pero hasta entonces
            ¡valedme, cielos, valedme!

                      Sale ASTOLFO con el retrato

ASTOLFO:    Éste es, señora, el retrato;
            mas ¡ay Dios!
ROSAURA:                 ¿Qué se suspende
            vuestra alteza?  ¿Qué se admira?
ASTOLFO:    De oírte, Rosaura, y verte.
ROSAURA:    ¿Yo Rosaura?  Hase engañado
            vuestra alteza, si me tiene
            por otra dama; que yo
            soy Astrea, y no merece
            mi humildad tan grande dicha
            que esa turbación le cueste.
ASTOLFO:    Basta, Rosaura, el engaño,
            porque el alma nunca miente,
            y aunque como a Astrea te mire,
            como a Rosaura te quiere.
ROSAURA:    No he entendido a vuestra alteza,
            y así, no sé responderle;
            sólo lo que yo diré
            es que Estrella -que lo puede
            ser de Venus- me mandó
            que en esta parte le espere,
            y de la suya le diga
            que aquel retrato me entregue
            -que está muy puesto en razón-,
            y yo misma se lo lleve.
            Estrella lo quiere así,
            porque aun las cosas más leves
            como sean en mi daño
            es Estrella quien las quiere.
ASTOLFO:    Aunque más esfuerzos hagas,
            ¡oh, qué mal, Rosaura, puedes
            disimular!  Di a los ojos
            que su música concierten
            con la voz; porque es forzoso
            que desdiga y que disuene
            tan destemplado instrumento,
            que ajustar y medir quiere
            la falsedad de quien dice,
            con la verdad de quien siente.
ROSAURA:    Ya digo que sólo espero
            el retrato.
ASTOLFO:                Pues que quieres
            llevar al fin el engaño,
            con él quiero responderte.
            Dirásle, Astrea, a la infanta
            que yo la estimo de suerte,
            que, pidiéndome un retrato,
            poca fineza parece
            enviársele, y así,
            porque le estime y le precie
            le envío el original;
            y tú llevársele puedes,
            pues ya le llevas contigo,
            como a ti misma te lleves.
ROSAURA:    Cuando un hombre se dispone,
            restado, altivo y valiente,
            a salir con una empresa
            aunque por trato le entreguen
            lo que valga más, sin ella
            necio y desairado vuelve.
            Yo vengo por un retrato
            y aunque un original lleve
            que vale más, volveré
            desairada; y así, déme
            vuestra alteza ese retrato,
            que sin él no he de volverme.
ASTOLFO:    ¿Pues cómo, si no he de darle,
            le has de llevar?
ROSAURA:                   De esta suerte,
            suéltale, ingrato.
ASTOLFO:                    Es en vano.
ROSAURA:    ¡Vive Dios, que no ha de verse
            en mano de otra mujer!
ASTOLFO:    Terrible estás.
ROSAURA:                Y tú aleve.
ASTOLFO:    Ya basta, Rosaura mía.
ROSAURA:    ¿Yo tuya, villano?  Mientes.               

                         Sale ESTRELLA

ESTRELLA:   Astrea, Astolfo, ¿qué es esto?
ASTOLFO:    (Aquésta es Estrella).            Aparte
ROSAURA:                          (Déme       Aparte
            para cobrar mi retrato
            ingenio el Amor). Si quieres
            saber lo que es, yo, señora,
            te lo diré.
ASTOLFO:               ¿Qué pretendes?
ROSAURA:    Mandásteme que esperase
            aquí a Astolfo, y le pidiese
            un retrato de tu parte.
            Quedé sola, y como vienen
            de unos discursos a otros
            las noticias fácilmente,
            viéndote hablar de retratos,
            con su memoria acordéme
            de que tenía uno mío
            en la manga.  Quise verle,
            porque una persona sola
            con locuras se divierte;
            cayóseme de la mano
            al suelo; Astolfo, que viene
            a entregarte el de otra dama,
            le levantó, y tan rebelde
            está en dar el que le pides,
            que en vez de dar uno, quiere
            llevar otro; pues el mío
            aun no es posible volverme,
            con ruegos y persuasiones;
            colérica e impaciente
            yo se le quise quitar.
            Aquél que en la mano tiene,
            es mío; tú lo verás
            con ver si se me parece.
ESTRELLA:   Soltad, Astolfo, el retrato.

                           Quítasele

ASTOLFO:    Señora...
ESTRELLA:             No son crüeles,
            a la verdad, los matices.
ROSAURA:    ¿No es mío?
ESTRELLA:               ¿Qué duda tiene?
ROSAURA:    Di que ahora te entregue el otro.
ESTRELLA:   Tomas tu retrato, y vete.
ROSAURA:    (Yo he cobrado mi retrato,            Aparte
            venga ahora lo que viniere).                    

                             Vase ROSAURA

ESTRELLA:   Dadme ahora el retrato vos
            que os pedí; que aunque no piense
            veros ni hablaros jamás,
            no quiero, no, que se quede
            en vuestro poder, siguiera
            porque yo tan neciamente
            le he pedido.
ASTOLFO:                  (¿Cómo puedo   Aparte
            salir de lance tan fuerte?)
            Aunque quiera, hermosa Estrella,
            servirte y obedecerte,
            no podré darte el retrato
            que me pides, porque...
ESTRELLA:                        Eres
            villano y grosero amante.
            No quiero que me le entregues;
            porque yo tampoco quiero,
            con tomarle, que me acuerdes
            de que yo te le he pedido.

                             Vase ESTRELLA

ASTOLFO:    Oye, escucha, mira, advierte.
            ¡Válgame Dios por Rosaura!
            ¿Dónde, cómo, o de qué suerte
            hoy a Polonia has venido
            a perderme y a perderte?

                             Vase ASTOLFO
                         [En la torre de SEGISMUNDO]

Descúbrese SEGISMUNDO, como al principio, con pieles y cadena,
durmiendo en el suelo; salen CLOTALDO, CLARÍN y los dos criados

CLOTALDO:      Aquí le habéis de dejar
            pues hoy su soberbia acaba
            donde empezó.
CRIADO 1                  Como estaba,
            la cadena vuelvo a atar.
CLARÍN:     No acabes de despertar,
            Segismundo, para verte
            perder, trocada la suerte
            siendo tu gloria fingida,
            una sombra de la vida
            y una llama de la muerte.
CLOTALDO:      A quien sabe discurrir,
            así, es bien que se prevenga
            una estancia, donde tenga
            harto lugar de argüir.
            Éste es el que habéis de asir
            y en ese cuarto encerrar.
CLARÍN:     ¿Por qué a mí?
CLOTALDO:                  Porque ha de estar
            guardado en prisión tan grave,
            Clarín que secretos sabe,
            donde no pueda sonar.
CLARÍN:        ¿Yo, por dicha, solicito
            dar muerte a mi padre?  No.
            ¿Arrojé del balcón yo
            al Icaro de poquito?
            ¿Yo muero ni resucito?
            ¿Yo sueño o duermo?  ¿A qué fin
            me encierran?
CLOTALDO:                 Eres Clarín.
CLARÍN:     Pues ya digo que seré
            corneta, y que callaré,
            que es instrumento ruín.

       Llévanle a CLARÍN.  Sale el rey BASILIO, rebozado

BASILIO:       ¿Clotaldo?
CLOTALDO:                ¡Señor!  ¿Así
            viene vuestra majestad?
BASILIO:    La necia curiosidad
            de ver lo que pasa aquí
            a Segismundo, ¡ay de mí!
            de este modo me ha traído.
CLOTALDO:   Mírale allí, reducido
            a su miserable estado.
BASILIO:    ¡Ay, príncipe desdichado
            y en triste punto nacido!
               Llega a despertarle, ya
            que fuerza y vigor perdió
            con el opio que bebió.
CLOTALDO:   Inquieto, señor, está,
            y hablando.
BASILIO:               ¿Qué soñará
            agora?  Escuchemos, pues.

                             En sueños

SEGISMUNDO: Piadoso príncipe es
            el que castiga tiranos;
            muera Clotaldo a mis manos,
            bese mi padre mis pies.
CLOTALDO:      Con la muerte me amenaza.
BASILIO:    A mí con rigor y afrenta.
CLOTALDO:   Quitarme la vida intenta.
BASILIO:    Rendirme a sus plantas traza.

                           En sueños

SEGISMUNDO: Salga a la anchurosa plaza
            del gran teatro del mundo
            este valor sin segundo;
            porque mi venganza cuadre,
            vean triunfar de su padre
            al príncipe Segismundo.

                               Despierta

               Mas, ¡ay de mí! ¿Dónde estoy?
BASILIO:    Pues a mí no me ha de ver;
            ya sabes lo que has de hacer.
            Desde allí a escucharle voy.             

                    Retírase el rey BASILIO

SEGISMUNDO: ¿Soy yo por ventura?  ¿Soy
            el que preso y aherrojado
            llego a verme en tal estado?
            ¿No sois mi sepulcro vos,
            torre?  Sí.  ¡Válgame Dios,
            qué de cosas he soñado!
CLOTALDO:      (A mí me toca llegar,             Aparte
            a hacer la desecha agora).
SEGISMUNDO: ¿Es ya de despertar hora?
CLOTALDO:   Sí, hora es ya de despertar.
            ¿Todo el día te has de estar
            durmiendo?  ¿Desde que yo
            al águila que voló
            con tarda vista seguí
            y te quedaste tú aquí,
            nunca has despertado?
SEGISMUNDO:                        No.
               Ni aun agora he despertado;
            que según, Clotaldo, entiendo,
            todavía estoy durmiendo,
            y no estoy muy engañado;
            porque si ha sido soñado
            lo que vi palpable y cierto,
            lo que veo será incierto;
            y no es mucho que, rendido,
            pues veo estando dormido,
            que sueñe estando despierto.
CLOTALDO:      Lo que soñaste me di.
SEGISMUNDO: Supuesto que sueño fue,
            no diré lo que soñé;
            lo que vi, Clotaldo, sí.
            Yo desperté, y yo me vi,
            -¡qué crueldad tan lisonjera!-
            en un lecho, que pudiera
            con matices y colores
            ser el catre de las flores
            que tejió la primavera.
               Aquí mil nobles, rendidos
            a mis pies nombre me dieron
            de su príncipe, y sirvieron
            galas, joyas y vestidos.
            La calma de mis sentidos
            tú trocaste en alegría,
            diciendo la dicha mía;
            que, aunque estoy de esta manera,
            príncipe en Polonia era.
CLOTALDO:   Buenas albricias tendría.
SEGISMUNDO: No muy buenas; por traidor,
            con pecho atrevido y fuerte
            dos veces te daba muerte.
CLOTALDO:   ¿Para mí tanto rigor?
SEGISMUNDO: De todos era señor,
            y de todos me vengaba;
            sólo a una mujer amaba...
            que fue verdad, creo yo,
            en que todo se acabó,
            y esto sólo no se acaba.

                          Vase el rey BASILIO

CLOTALDO:      (Enternecido se ha ido           Aparte
            el rey de haberle escuchado).
            Como habíamos hablado
            de aquella águila, dormido,
            tu sueño imperios han sido;
            mas en sueños fuera bien
            entonces honrar a quien
            te crïó en tantos empeños,
            Segismundo, que aun en sueños
            no se pierde el hacer bien.

                             Vase CLOTALDO

SEGISMUNDO: Es verdad; pues reprimamos
            esta fiera condición,
            esta furia, esta ambición,
            por si alguna vez soñamos;
            y sí haremos, pues estamos
            en mundo tan singular,
            que el vivir sólo es soñar;
            y la experiencia me enseña
            que el hombre que vive, sueña
            lo que es, hasta despertar.
               Sueña el rey que es rey, y vive
            con este engaño mandando,
            disponiendo y gobernando;
            y este aplauso, que recibe
            prestado, en el viento escribe,
            y en cenizas le convierte
            la muerte, ¡desdicha fuerte!
            ¿Que hay quien intente reinar,
            viendo que ha de despertar
            en el sueño de la muerte!
               Sueña el rico en su riqueza,
            que más cuidados le ofrece;
            sueña el pobre que padece
            su miseria y su pobreza;
            sueña el que a medrar empieza,
            sueña el que afana y pretende,
            sueña el que agravia y ofende,
            y en el mundo, en conclusión,
            todos sueñan lo que son,
            aunque ninguno lo entiende.
               Yo sueño que estoy aquí
            de estas prisiones cargado,
            y soñé que en otro estado
            más lisonjero me vi.
            ¿Qué es la vida?  Un frenesí.
            ¿Qué es la vida?  Una ilusión,
            una sombra, una ficción,
            y el mayor bien es pequeño;
            que toda la vida es sueño,
            y los sueños, sueños son.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *