“La Odisea” (XIII) [Homero]

CANTO XIII

1

Así dijo. Enmudecieron los oyentes y, arrobados por el placer de escucharle, se quedaron silenciosos en el obscuro palacio. Mas Alcínoo le respondió diciendo:

4

—¡Oh, Odiseo! Pues llegaste a mi mansión de pavimento de bronce y elevada techumbre, creo que tornarás a tu patria sin tener que andar vagueando, aunque sean en tan gran número los males que hasta ahora has padecido. Y dirigiéndome a vosotros todos, los que siempre bebéis en mi palacio el negro vino de honor y oís al aedo, mirad lo que os encargo: ya tiene el huésped en pulimentada arca vestiduras y oro labrado y los demás presentes que los consejeros feacios le han traído, ea démosle sendos trípodes grandes y calderos: y reunámonos después para hacer una colecta por la población, porque sería difícil a cada uno de nosotros obsequiarle con tal regalo, valiéndonos de sola nuestra posibilidad.

16

Así les habló Alcínoo, y a todos les pIugo cuanto dijo. Salieron entonces para acostarse en sus respectivas casas.

18

Y así que se descubrió la hija de la mañana, Eos de rosáceos dedos, encamináronse diligentemente hacia la nave, llevando a ella el varonil bronce. La sacra potestad de Alcínoo fue también, y él mismo colocó los presentes debajo de los bancos: no fuera que se dañara alguno de los hombres cuando, para mover la embarcación, aprestasen con los remos. Acto continuo trasladáronse al palacio de Alcínoo y se ocuparon en aparejar el convite.

24

Para ellos la sacra potestad de Alcínoo sacrificó un buey a Zeus Cronida, el dios de las sombrías nubes, que reina sobre todos. Quemados los muslos, celebraron suntuoso festín, y cantó el divinal aedo, Demódoco, tan honrado por el pueblo. Mas Odiseo volvía a menudo la cabeza hacia el sol resplandeciente, con gran afán de que se pusiera, pues ya anhelaba irse a su patria.

31

Como el labrador apetece la cena después de pasar el día rompiendo con la yunta de negros bueyes y el sólido arado una tierra noval, se le pone el sol muy a su gusto para ir a comer, y al andar, siente el cansancio en las rodillas; así con qué gozo vio Odiseo que se ponía el sol.

36

Y al momento, dirigiéndose a los feacios, amantes de manejar los remos, y especialmente a Alcínoo, les habló de esta manera:

38

—¡Rey Alcínoo, el más esclarecido de todos los ciudadanos! Ofreced las libaciones, despedidme sano y salvo, y vosotros quedad con alegría. Ya se ha cumplido cuanto mi ánimo deseaba: mi expedición y las amistosas dádivas; hagan los dioses celestiales que éstas sean para mi dicha y que halle en mi palacio a mi irreprensible consorte e incólumes a los amigos. Y vosotros, que os quedáis, sed el gozo de vuestras legítimas mujeres y de vuestros hijos; los dioses os concedan toda clase de bienes, y jamás a esta población le sobrevenga mal alguno.

47

Así se expresó. Todos aplaudieron sus palabras y aconsejaron que se llevase al huésped a su patria, puesto que hablaba razonablemente. Y entonces la potestad de Alcínoo dijo al heraldo:

50

—¡Pontónoo! Mezcla el vino en la cratera y distribúyelo a cuantos se hallan en la sala, a fin de que, después de orar al padre Zeus, enviemos el huésped a su patria tierra.

53

Así habló. Pontónoo mezcló el vino dulce con la miel y lo sirvió a todos, ofreciéndoselo sucesivamente: ellos lo libaban, desde sus mismos asientos, a los bienaventurados dioses que poseen el anchuroso cielo; y el divinal Odiseo, levantándose, puso en las manos de Arete una copa de doble asa, mientras le decía estas aladas palabras:

59

—Sé constantemente dichosa, oh reina, hasta que vengan la senectud y la muerte, de las cuales no se libran los humanos. Yo me voy. Tú prosigue holgándote en esta casa con tus hijos, el pueblo y el rey Alcínoo.

63

Dicho esto, el divino Odiseo transpuso el umbral. La potestad de Alcínoo le hizo acompañar por un heraldo que lo condujese a la velera nave, a la orilla del mar.

66

Y Arete le envió también algunas esclavas: cuál le llevaba un manto muy limpio y una túnica; cuál, una sólida arca; y cuál otra, pan y rojo vino.

70

Cuando hubieron llegado a la nave y al mar, los ilustres conductores, tomando estas cosas juntamente con la bebida y los víveres, lo colocaron todo en la cóncava embarcación y tendieron una colcha y una tela de lino sobre las tablas de la popa a fin de que Odiseo pudiese dormir profundamente. Subió éste y acostóse en silencio. Los otros se sentaron por orden en sus bancos, desataron de la piedra agujereada la amarra del barco e inclinándose, azotaron el mar con los remos.

79

Mientras caía en los párpados de Odiseo un sueño profundo, suave, dulcísimo, muy semejante a la muerte. Del modo que los caballos de una cuadriga se lanzan a correr en un campo, a los golpes del látigo y galopando ligeros, terminan prontamente la carrera, así se alzaba la popa del navío y dejaba tras sí muy agitadas las olas purpúreas del estruendoso mar. Corría el bajel con un andar seguro e igual, y ni el gavilán, que es el ave más ligera, hubiera atenido con él: así, corriendo con tal rapidez, cortaba las olas del mar, pues llevaba consigo un varón que en el consejo se parecía a los dioses; el cual tuvo el ánimo acongojado muchas veces, ya combatiendo con los hombres, ya surcando las temibles ondas, pero entonces dormía plácidamente, olvidado de cuanto había padecido.

93

Cuando salía la más rutilante estrella, la que de modo especial anuncia la luz de Eos, hija de la mañana, entonces la nave, surcadora del ponto, llegó a la isla.

96

Está en el país de Itaca el puerto de Forcis, el anciano del mar, formado por dos orillas prominentes y escarpadas que convergen hacia las puntas y protegen exteriormente las grandes olas contra los vientos de funesto soplo, y en el interior las corvas naves, de muchos bancos, permanecen sin amarras así que llegan al fondeadero. Al cabo del puerto está un olivo de largas hojas, y muy cerca una gruta agradable, sombría, consagrada a las ninfas que náyades se llaman. Hállanse allí crateras y ánforas de piedra donde las abejas fabrican los panales. Allí pueden verse unos telares también de piedra, muy largos, donde tejen las ninfas mantos de color de púrpura, encanto de la vista. Allí el agua constantemente nace. Dos puertas tiene el antro: la una mira al Bóreas y es accesible a los hombres; la otra, situada frente al Noto, es más divina, pues por ella no entran hombres, siendo el camino de los inmortales.

113

A este sitio, que ya con anterioridad conocían, fueron a llegarse: y la embarcación andaba velozmente y varó en la playa, saliendo del agua hasta la mitad.

116

¡Tales eran los remeros por cuyas manos era conducida! Apenas hubieron saltado de la nave de hermosos bancos en tierra firme, comenzaron sacando del cóncavo bajel a Odiseo con la colcha espléndida y la tela de lino, y lo pusieron en la arena, entregado todavía al sueño, y seguidamente desembarcando las riquezas que los ilustres le habían dado al volver a su patria, gracias a la magnánima Atenea, las amontonaron todas al pie del olivo, algo apartadas del camino: no fuera que algún viandante se acercara a ellas en tanto Odiseo dormía y le hurtara algo. Después de esto volviéronse los feacios a su país. Pero el que sacude la tierra no olvidó las amenazas que desde un principio hizo a Odiseo, semejante a un dios, y quiso explorar la voluntad de Zeus:

128

—¡Padre Zeus! Ya no seré honrado nunca entre los inmortales dioses, puesto que no me honran en lo más mínimo ni tan siquiera los mortales, los feacios, que son de mi propia estirpe. No dejaba de figurarme que Odiseo tornaría a su patria, aunque a costa de multitud de infortunios, pues nunca le quité del todo que volviese, por considerar que con tu asentimiento se lo habías prometido; mas los feacios, llevándole por el ponto en velera nave, lo han dejado en Itaca, dormido, después de hacerle innumerables regalos: bronce, oro en abundancia vestiduras tejidas, y tantas cosas como nunca sacara de Troya si volviese indemne y después de lograr la parte que del botín le correspondiera.

139

Respondióle Zeus, que amontona las nubes:

140

—¡Ah, poderoso dios que bates la tierra! ¡Qué dijiste! No te desprecian los dioses, que sería difícil herir con el desprecio al más antiguo y más ilustre. Pero si deja de honrarte alguno de los hombres, por confiar en sus fuerzas y en su poder, está en tu mano tomar venganza. Obra, pues, como quieras y a tu ánimo le agrade.

146

Contestóle Poseidón, que sacude la tierra:

147

—Al punto hubiera obrado como me aconsejas, oh dios de las sombrías nubes, pero me espanta tu cólera y procuro evitarla. Ahora quiero que naufrague en el obscuro ponto la bellísima nave de los feacios que vuelve de conducir a aquél -con el fin de que en adelante se abstengan y cesen de llevar a los hombres- y cubrir luego la vista de la ciudad con una gran montaña.

153

Repuso Zeus, que amontona las nubes:

154

—¡Oh querido! Tengo para mi que lo mejor será que, cuando los ciudadanos están mirando desde la población cómo el barco llega, lo tornes un Peñasco, junto a la costa, de suerte que guarde la semejanza de una velera nave, para que todos los hombres se maravillen, y cubras luego la vista de la ciudad con una gran montaña.

159

Apenas lo oyó Poseidón, que sacude la tierra, fuese a Esqueria, donde viven los feacios, y allí se detuvo. La nave, surcadora del ponto, se acercó con rápido impulso, y el que sacude la tierra, saliéndole al encuentro, la tornó un peñasco y de un puñetazo hizo que echara raíces en el suelo, después de lo cual fuése a otra parte.

165

Mientras tanto los feacios, que usan largos remos y son ilustres navegantes, hablaban entre si con aladas palabras. Y uno de ellos se expresó de esta suerte, dirigiéndose a su vecino:

168

—¡Ay! ¿Quién encadenó en el ponto la velera nave que tornaba a la patria y ya se descubría toda?

170

Así alguien decía, pues ignoraba lo que había pasado. Entonces Alcínoo les arengó de esta manera:

172

—¡Oh dioses! Cumpliéronse las antiguas predicciones de mi padre, el cual solía decir que Poseidón nos miraba con malos ojos porque conducíamos sin recibir daño a todos los hombres; y aseguraba que el dios haría naufragar en el obscuro ponto una hermosísima nave de los feacios, al volver de llevar a alguien, y cubriría la vista de la ciudad con una gran montaña. Así lo afirmaba el anciano, y ahora todo se va cumpliendo. Ea, hagamos lo que voy a decir. Absteneos de conducir los mortales que lleguen a nuestra población y sacrifiquemos doce toros escogidos a Poseidón, para ver si se apiada de nosotros y no nos cubre la vista de la ciudad con la enorme montaña.

184

Así habló. Entróles el miedo y aparejaron los toros. Y mientras los caudillos y príncipes del pueblo feacio oraban al soberano Poseidón, permaneciendo de pie en torno de su altar, Odiseo recordó de su sueño en la tierra patria, de la cual había estado ausente mucho tiempo, y no pudo reconocerla porque una diosa -Palas Atenea, hija de Zeus- le cercó con una nube con el fin de hacerle incognoscible y enterarle de todo: no fuese que su esposa, los ciudadanos y los amigos lo reconocieran antes que los pretendientes pagaran por entero sus demasías. Por esta causa todo se le presentaba al rey en otra forma, así los largos caminos, como los puertos cómodos para fondear, las rocas escarpadas y los árboles florecientes. El héroe se puso en pie y contempló la patria tierra; pero en seguida gimió y, bajando los brazos golpeóse los muslos mientras suspiraba y decía de esta suerte.

200

—¡Ay de mi! ¿Qué hombres deben de habitar esta tierra a que he llegado? ¿Serán violentos, salvajes e injustos, u hospitalarios y temerosos de los dioses? ¿Adónde podré llevar tantas riquezas? ¿Adonde iré perdido? Ojalá me hubiese quedado allí, con los feacios, pues entonces me llegara a otro de los magnánimos reyes, que, recibiéndome amistosamente, me habría enviado a mi patria. Ahora no sé dónde poner las cosas, ni he de dejarlas aquí: no vayan a ser presa de otros hombres. ¡Oh dioses! No eran, pues, enteramente sensatos ni justos los caudillos y príncipes feacios, ya que me traen a estotra tierra; dijeron que me conducirían a Itaca que se ve de lejos, y no lo han cumplido. Castíguelos Zeus, el dios de los suplicantes, que vigila a los hombres e impone castigos a cuantos pecan. Mas, ea, contaré y examinaré estas riquezas: no se hayan llevado alguna cosa en la cóncava nave cuando de aquí partieron.

217

Hablando así contó los bellísimos trípodes, los calderos, el oro y las hermosas vestiduras tejidas; y, aunque nada echó de menos, lloraba por su patria tierra, arrastrándose en la orilla del estruendoso mar y suspirando con mucha congoja. Acercósele entonces Atenea en figura de un joven pastor de ovejas, tan delicado como el hijo de un rey, que llevaba en los hombros un manto doble, hermosamente hecho; en los nítidos pies, sandalias; y en la mano, una jabalina.

226

Odiseo se holgó de verla, salió a su encuentro y le dijo estas aladas palabras:

228

—¡Amigo! Ya que te encuentro a ti antes que a nadie en este lugar, ¡salud!, y ojalá no vengas con mala intención para conmigo; antes bien, salva estas cosas y sálvame a mi mismo, que yo te lo ruego como a un dios y me postro a tus plantas. Mas dime con verdad para que yo me entere: ¿Qué tierra es esta? ¿Qué pueblo? ¿Qué hombres hay en la comarca? ¿Estoy en una isla que se ve a distancia o en la ribera de un fértil continente que hacia el mar se inclina?

236

Atenea, la deidad de ojos de lechuza; le respondió diciendo:

237

—¡Forastero! Eres un simple o vienes de lejos cuando me preguntas por esta tierra, cuyo nombre no es tan obscuro, ya que la conocen muchísimos así de los que viven hacia el lado por donde sale la aurora y el sol, como de los que moran en la otra parte, hacia el tenebroso ocaso. Es, en verdad, áspera e impropia para la equitación; pero no completamente estéril, aunque pequeña, pues produce trigo en abundancia y también vino; nunca le falta ni la lluvia ni el fecundo rocío; es muy a propósito para apacentar cabras y bueyes; cría bosques de todas clases, y tiene abrevaderos que jamás se agotan. Por lo cual, oh forastero, el nombre de Itaca llegó hasta Troya, que, según dicen, está muy apartada de la tierra aquea.

250

Así habló. Alegróse el paciente divinal Odiseo, holgándose de su tierra patria, a la que le nombraba Palas Atenea, hija de Zeus, que lleva la égida; y pronunció en seguida estas aladas palabras, ocultándole la verdad con hacerle un relato fingido, pues siempre revolvía en su pecho trazas muy astutas:

256

—Oí hablar de Itaca allá en la espaciosa Creta, muy lejos, allende el ponto, y he llegado ahora con estas riquezas. Otras tantas dejé a mis hijos ;y voy huyendo porque maté al hijo querido de Idomeneo, a Orsíloco, el de los pies ligeros, que aventajaba en la ligereza de los pies a los hombres industriosos de la vasta Creta, el cual deseó privarme del botín de Troya por el que tantas fatigas había yo arrostrado, ya combatiendo con los hombres, ya surcando las temibles olas, a causa de no haber consentido en complacer a su padre, sirviéndole en el pueblo de los troyanos, donde yo era caudillo de otros compañeros. Como en cierta ocasión aquél volviera del campo, envainéle la broncínea lanza, habiéndole acechado con un amigo junto a la senda: obscurísima noche cubría el cielo, ningún hombre fijó su atención en nosotros y así quedó oculto que le hubiese dado muerte. Después que lo maté con el agudo bronce, fuime hacía la nave de unos ilustres fenicios a quienes supliqué y pedí, dándoles buena parte del botín, que me llevasen y me dejasen en Pilos o en la divina Elide, donde ejercen su dominio los epeos. Mas la fuerza del viento extraviólos, mal de su agrado, pues no querían engañarme: y, errabundos, llegamos acá por la noche. Con mucha fatiga pudimos entrar en el puerto a fuerza de remos; y, aunque muy necesitados de tomar alimento, nadie pensó en la cena: desembarcamos todos y nos echamos en la playa. Entonces me vino a mí, que estaba cansadísimo, un dulce sueño; sacaron aquéllos de la cóncava nave mis riquezas, las dejaron en la arena donde me hallaba tendido y volvieron a embarcarse para ir a la populosa Sidón; y yo me quedé aquí con el corazón triste.

287

Así se expresó. Sonrióse Atenea, la deidad de ojos de lechuza, le halagó con la mano y transfigurándose en una mujer hermosa, alta y diestra en eximias labores, le dijo estas aladas palabras:

291

—Astuto y falaz habría de ser quien te aventajara en cualquier clase de engaños, aunque fuese un dios el que te saliera al encuentro. ¡Temerario, artero, incansable en el dolo! ¿Ni aun en tu patria habías de renunciar a los fraudes y a las palabras engañosas, que siempre fueron de tu gusto? Mas, ea no se hable más de ello, que ambos somos peritos en astucias; pues si tú sobresales mucho entre los hombres por tu consejo y tus palabras, yo soy celebrada entre todas las deidades por mi prudencia y mis astucias. Pero aun no has reconocido en mí a Palas Atenea, hija de Zeus, que siempre te asisto y protejo en tus cuitas e hice que les fueras agradable a todos los feacios. Vengo ahora a fraguar contigo un designio a esconder cuantas riquezas te dieron los ilustres feacios por mi voluntad e inspiración cuando viniste a la patria, y a revelarte todos los trabajos que has de soportar fatalmente en tu morada bien construida: toléralos, ya que es preciso, y no digas a ninguno de los hombres ni de las mujeres que llegaste peregrinando; antes bien sufre en silencio los muchos pesares y aguanta las violencias que te hicieron los hombres.

311

Respondióle el ingenioso Odiseo:

312

—Difícil es, oh diosa, que un mortal, al encontrarse contigo, logre conocerte, aunque fuere muy sabio, porque tomas la figura que te place. Bien sé que me fuiste propicia mientras los aqueos peleamos en Troya; pero después que arruinamos la excelsa ciudad de Príamo, partimos en las naves y un dios dispersó a los aqueos, nunca te he visto, oh hija de Zeus, ni he advertido que subieras a mi bajel para ahorrarme ningún pesar. Por el contrario, anduve errante constantemente, teniendo en mi pecho el corazón atravesado de dolor, hasta que los dioses me libraron del infortunio; y tú, en el rico pueblo de los feacios, me confortaste con tus palabras y me condujiste a la población. Ahora por tu padre te lo suplico -pues no creo haber arribado a Itaca, que se ve desde lejos, sino que estoy en otra tierra y que hablas de burlas para engañarme- dime si en verdad he llegado a mi querida tierra.

329

Contestóle Atenea, la deidad de ojos de lechuza.

330

—Siempre guardas en tu pecho la misma cordura, y no puedo desampararte en la desgracia porque eres afable, perspicaz y sensato. Cualquiera que volviese después de vagar tanto, deseara ver en su palacio a los hijos y a la esposa; mas a ti no te place saber de ellos ni preguntar por los mismos hasta que hayas probado a tu mujer, la cual permanece en tu morada y consume los días y las noches tristemente, pues de continuo está llorando. Yo jamás puse en duda, pues me constaba con certeza, que volverías a tu patria después de perder todos los compañeros; mas no quise luchar con Poseidón; mi tío paterno, cuyo ánimo se encolerizó e irritó contigo porque le cegaste su caro hijo. Pero, ea, voy a mostrarte el suelo de Itaca para que te convenzas. Este es el puerto de Forcis, el anciano del mar; aquél, el olivo de largas hojas que existe al cabo del puerto; cerca del mismo se halla la gruta deliciosa, sombría, consagrada a las ninfas que náyades se llaman; aquí tienes la abovedada cueva donde sacrificabas a las ninfas gran número de perfectas hecatombes; y allá puedes ver el Nérito, el frondoso monte.
 

352

Cuando así hubo hablado, la deidad disipó la nube, apareció el país y el paciente divinal Odiseo se alegró, holgándose de su tierra, y besó el fértil suelo. Y acto continuo oró a las ninfas, con las manos levantadas:

356

—¡Ninfas náyades, hijas de Zeus! Ya me figuraba que no os vería más. Ahora os saludo con tiernos votos y os haremos ofrendas, como antes, si la hija de Zeus, la que impera en las batallas, permite benévola que yo viva y vea crecer a mi hijo.

361

Díjole entonces Atenea, la deidad de ojos de lechuza:

362

—Cobra ánimo y eso no te dé cuidado. Pero metamos ahora mismo las riquezas en lo más hondo del divino antro a fin de que las tengas seguras, y deliberemos para que todo se haga de la mejor manera.

366

Cuando así hubo hablado, penetró la diosa en la sombría cueva y fue en busca de los escondrijos; y Odiseo se fue llevando todas las cosas -el oro, el duro bronce y las vestiduras bien hechas- que le habían regalado los feacios.

370

Así que estuvieron colocadas del modo más conveniente, Atenea, hija de Zeus que lleva la égida, cerró la entrada con una piedra.

372

Sentáronse después en las raíces del sagrado olivo y deliberaron acerca del exterminio de los orgullosos pretendientes. Atenea, la deidad de ojos de lechuza, fue quien rompió el silencio pronunciando estas palabras:

375

—¡Laertíada, del linaje de Zeus! ¡Odiseo, fecundo en ardides! Piensa cómo pondrás las manos en los desvergonzados pretendientes, que tres años ha mandan en tu palacio y solicitan a tu divinal consorte, a la que ofrecen regalos de boda; mas ella, suspirando en su ánimo por tu regreso, si bien a todos les da esperanzas y a cada uno le hace promesas enviándole mensajes, revuelve en su espíritu muy distintos pensamientos.

382

El ingenioso Odiseo le respondió diciendo:

383

—¡Oh númenes! Sin duda iba a perecer en el palacio con el mismo hado funesto de Agamemnón Atrida, si tú, oh diosa, no me hubieses instruido convenientemente acerca de estas cosas. Mas, ea, traza un plan para que los castigue y ponte a mi lado, infundiéndome fortaleza y audacia, como en aquel tiempo en que destruimos las lucientes almenas de Troya. Si con el mismo ardor de entonces me acompañases oh deidad de ojos de lechuza, yo combatiría contra trescientos hombres, pero con tu ayuda, veneranda diosa, siempre que benévola me socorrieres.

392

Contestóle Atenea, la deidad de ojos de lechuza:

393

—Te asistiré ciertamente, sin que me pases inadvertido cuando en tales cosas nos ocupemos y creo que alguno de los pretendientes que te devoran tus bienes manchará con su sangre y sus sesos el extensísimo pavimento. Mas, ea, voy a hacerte incognoscible para todos los mortales: arrugaré el hermoso cutis de tus ágiles miembros, raeré de tu cabeza los blondos cabellos, te pondré unos andrajos que causen horror al que te vea y haré sarnosos tus ojos, antes tan lindos, para que les parezcas despreciable a todos los pretendientes y a la esposa y al hijo que dejaste en tu palacio. Llégate primero al porquerizo, al guardián de tus puercos, que te quiere bien y adora a tu hijo y a la prudente Penelopea. Lo hallarás sentado entre los puercos, los cuales pacen junto a la roca del Cuervo, en la fuente de Aretusa, comiendo abundantes bellotas y bebiendo aguas turbias, cosas ambas que hacen crecer en ellos la floreciente grosura. Quédate allí de asiento e interrógale sobre cuanto deseares mientras yo voy a Esparta, la de hermosas mujeres, y llamo a Telémaco, tu hijo, oh Odiseo, que se fue junto a Menelao en la vasta Lacedemonia, para saber por la fama si aún estabas vivo en alguna parte.

416

Respondióle el ingenioso Odiseo:

417

—¿Y por qué no se lo dijiste, ya que tu mente todo lo sabía? ¿Acaso para que también pase trabajos, vagando por el estéril ponto, y los demás se le coman los bienes?

420

Contestóle Atenea, la deidad de ojos de lechuza:

421

—Muy poco has de apurarte por él. Yo misma le llevé para que, yendo allá, adquiriese ilustre fama; y no padece trabajo alguno, sino que se está muy tranquilo en el palacio del Atrida, teniéndolo todo en gran abundancia. Cierto que los jóvenes le acechan embarcados en negro bajel, y quieren matarle cuando vuelva al patrio suelo; pero me parece que no sucederá así y que antes la tierra tendrá en su seno a alguno de los pretendientes que devoran lo tuyo.

429

Dicho esto tocóle Atenea con una varita. La diosa le arrugó el hermoso cutis en los ágiles miembros, le rayó de la cabeza los blondos cabellos, púsole la piel de todo el cuerpo de tal forma que parecía la de un anciano; hízole sarnosos los ojos, antes tan bellos; vistióle unos andrajos y una túnica, que estaban rotos, sucios y manchados feamente por el humo; le echó encima el cuero grande, sin pelambre ya, de una veloz cierva; y le entregó un palo y un astroso zurrón lleno de agujeros con su correa retorcida.

439

Después de deliberar así se separaron, yéndose Atenea a la divinal Lacedemonia donde se hallaba el hijo de Odiseo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *