La víctima

Hay personas que han tenido una infancia feliz y una vida, en general, bastante plácida. Otros, sin embargo, no han tenido tanta suerte. O tal vez sí, podrán argüir algunos. De hecho la fortaleza del carácter se forja en las situaciones adversas.

En mis artículos hablo a menudo de los abusos sexuales infantiles, un asunto que conozco mejor de lo que quisiera. Tanto este hecho traumático como otros de similares características, son susceptibles de generar en el individuo diversas secuelas de mayor o menor gravedad. Cabe señalar que no es fácil que un individuo advierta y reconozca en su propia persona el trauma, y más aún las secuelas asociadas al mismo. En realidad nunca somos demasiado conscientes de nuestros defectos, hayamos pasado o no por una situación traumática.

Quienes padecimos abusos sexuales, violaciones o cualquier otra situación similar terminamos convertidos en víctimas de aquel atropello. Parece una obviedad, sin embargo de un tiempo a esta parte, tomado como una descripción genérica, me postulo abiertamente en contra. Es cierto que en su momento fuimos víctimas; pero ese “fuimos” tiene un periodo de caducidad. No podemos ser víctimas indefinidamente. Y ese es uno de los mayores problemas con el que nos enfrentamos los individuos que tuvimos la desgracia de vivir esa situación traumática. Esa y muchas otras, vuelvo a insistir. Cuando uno no logra sobreponerse al victimismo actúa como si la sociedad hubiera contraído una deuda impagable, por lo que nos mostramos como víctimas eternas que buscan un resarcimiento para el cual no existe pago que satisfaga todo el dolor acumulado.

El niño que ha padecido abusos puede terminar convertido en un auténtico tirano respecto de sus padres, o bien sus padres, queriendo compensar al menor por lo sucedido, son quienes permiten que este tenga una especie de “barra libre” para hacer cuanto le plazca. La educación es fundamental en todos los casos, y este, aunque delicado, no es una excepción.

También debemos tener en cuenta que estas actitudes no siempre están asociadas a situaciones terribles que han marcado a una persona. Igualmente hay casos donde el individuo magnifica hasta lo absurdo cualquier padecimiento por el que se ha pasado con tal de reclamar una atención de la que se cree merecedor. Este tipo de personas se transforman en chantajistas emocionales que, probablemente sin ser conscientes de ello, provocan grandes tensiones en su entorno.

En definitiva, nadie es víctima de nada de un modo permanente. Lo es, en todo caso, de una situación puntual ocurrida en un momento concreto. El resto del tiempo cada cual es víctima de si mismo.

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