España dispone de una superficie agrícola útil de 23 millones de hectáreas (cerca de la mitad del territorio español). Alrededor de 17 millones de hectáreas están dedicadas al cultivo, de las cuales un 76% es de secano y el 24% restante de regadío. La mayor parte de la superficie la ocupan los cultivos herbáceos (los cereales, sin contar el arroz, ya suponen más de 20 millones de toneladas al año), seguido de los frutales y otros cultivos leñosos, siendo el olivar el cultivo leñoso con mayor superficie cultivada.
El mapa de variados tipos de cultivos tradicionales en España está cambiando y abandonando el modelo agronómico estable que se mantenía hasta el momento. El mundo protagoniza transformaciones radicales en muchos ámbitos, el agrícola y ganadero tendrá que asumir retos importantes. En concreto, la agricultura tendrá que adaptarse a una demanda creciente de hábitos y necesidades, en una competencia de mercados cada vez más globalizado. El ejemplo del campo valenciano, con una gran extensión de naranjos levantados por la ruina de parte de sus productores, y reconvertidos a otros cultivos más rentables, como el aguacate, pone de manifiesto el problema al que nos enfrentamos. La competitividad en un entorno de sostenibilidad, junto con la lucha contra el cambio climático y la escasez de recursos, son contratiempos añadidos a un problema de por sí complejo y difícil de abordar.
El pistacho es uno más de esos frutos que explora la rentabilidad en el suelo español. La popularidad que alcanzó a partir de la segunda década del siglo XXI, ocasionó una importante demanda de pies para nuevas plantaciones que ha sido imposible cubrir en su totalidad por los viveros. La avalancha de solicitudes de información sobre este cultivo en varios centros y empresas del sector, como cbh.es o el Centro de Investigación Agroambiental de Castilla-La Mancha (CIAC), así como en otras instituciones oficiales del sector agrario, da idea del interés que suscita entre los agricultores.
Los primeros cultivos hallaron en el camino la inexperiencia y desconocimiento sobre cómo se adaptaría al territorio español un frutal foráneo, a pesar de que este cultivo ya existía en España en la Edad Media introducido por los árabes, pero que pronto desapareció en favor de especies herbáceas, sobretodo cereales. La tecnología y la práctica empírica vino a ofrecer un panorama interesante para este cultivo, que podría manifestar una expansión notable en las próximas décadas. Algunas comunidades españolas, comenzando por Cataluña, ya se estrenaron y ven el futuro con optimismo.
La existencia del pistacho se remonta al menos a la era cenozoica, según se desprende de fósiles del género Pistacia hallados en la isla de Madeira. El origen de las especies está diversificado, aunque la mayoría proceden de Asia Central, norte de África y cuenca mediterránea, áreas que disponen de un clima riguroso, muy seco, con elevadas temperaturas estivales y extremadamente bajas en invierno, así como unas lluvias muy escasas y suelos bastante alcalinos.
La especie Pistacia vera, que es de las más cultivadas, se cree originaria de una amplia zona que abarcaría desde Asia Menor hasta Turkmenistán, siendo Siria su probable origen, pero no se ha podido establecer con certeza. La planta se halla silvestre en Pakistán, Irán, Siria, India, Palestina, Líbano y Chipre.
Pistacia vera en estado silvestre. Imagen Wikimedia Commons.
El pistacho ya aparece citado en el Antiguo Testamento por Jacob, hijo de Isaac y nieto de Abraham, donde relata que solía consumirlos con miel y almendras, considerándolos como «lo más fino de su prometida tierra» (Génesis 27).
Las primeras referencias sobre el cultivo se remontan a principios del siglo VI a.C., donde serían consumidos por los pueblos persas y asirios. Brossard, Maurice en su «Historia Marítima del mundo» (1976), recoge los usos de la madera en esa época para la construcción de determinados elementos de las embarcaciones, como los palos que sustentan las velas, y donde menciona la madera de pistacho: «Entre las maderas más frecuentemente utilizadas destacan las de pino, haya, boj, nogal, fresno, carrasca, abeto y también olivo y pistacho, todas ellas presentes a lo largo de la cuenca mediterránea y objeto de transporte y comercio».
A partir del año 30 a.C. el pistacho se introduce en Roma y Sicilia, y hacia el fin de la dominación romana ya era bien conocido en Europa, según se describe en el manuscrito de principios del siglo VI d.C. «De observatione ciborum» («Sobre la observación de los alimentos»), del médico bizantino Anthimus.
A comienzos de la era cristiana, además de Europa, también fue distribuida por otras áreas del mundo, excepto América, donde apareció mucho más tarde alrededor de comienzos de 1900, difundiéndose lentamente, por ejemplo en Chile a donde llegó en 1940. Actualmente, Irán y Estados Unidos son los mayores productores y exportadores de pistacho.
En España, la mayor expansión del pistacho se manifiesta en la Edad Media, los árabes lo convirtieron en un cultivo agrícola (también lo llevaron a muchas regiones mediterráneas), pero termina desapareciendo en el país al generalizarse otros cultivos que en la actualidad ya son tradicionales, como el olivo y especialmente los cereales.
El año 1975 se inicia en Tarragona un estudio sobre el cultivo de este frutal, siendo en la década de los años 80 cuando comienzan a realizarse algunas plantaciones de pistachos privadas. Hoy, los cultivos ya se reparten por varias comunidades, como Castilla-La Mancha, Andalucía, Extremadura y Aragón, aparte de la propia Cataluña.
El pistacho pertenece a la familia de las Anacardiaceae y al género Pistacia, con unas 11 especies y algunas variedades utilizadas como portainjertos más que por el consumo de los frutos, que sirven habitualmente para elaborar aceite vegetal.
El pistachero es un árbol o arbusto de hoja caduca, de porte abierto y copa más o menos redondeada. Su altura promedio en los ejemplares cultivados es entre 4 y 5 metros. El perímetro puede alcanzar hasta los 10 metros de diámetro.
Planta del género Pistacia mostrando los colores otoñales. Imagen Wikimedia Commons.
En estado silvestre, los pistacheros nacidos de semillas tienen una alta tolerancia a la sequía, porque desarrollan una raíz pivotante capaz de penetrar en la tierra profundamente, eso les permite soportar condiciones extremas de aridez, sobreviviendo con los nutrientes que puede alcanzar en los horizontes inferiores del suelo. Esta capacidad natural de su sistema radical en estado silvestre, parece quedar limitado cuando el pistachero se cultiva y propaga en los viveros.
Las flores del pistachero son dioicas, es decir, presenta flores masculinas y femeninas en plantas distintas. En las plantaciones comerciales es necesario incluir determinado número de ejemplares masculinos para asegurar la producción; lo habitual es disponer de una planta macho por cada seis plantas hembra, aunque en cultivos bien desarrollados podría ampliarse a un macho por cada ocho a diez hembras. La polinización es realizada por el viento, pero debido a que la floración femenina es variable y habitualmente desfasada con la floración masculina, se suelen utilizar diferentes variedades polinizantes.
El fruto es una drupa. La semilla se encierra en una cáscara bivalva delgada pero muy dura, que está rodeada de una cubierta carnosa. Esa cubierta se separa parcialmente de la cáscara cuando el fruto madura. La deshicencia es una característica de este fruto, es decir, la cáscara bivalva se abre por su ápice al madurar en un alto porcentaje, dejando la semilla con su cubierta rojiza a la vista. La dehiscencia es una característica deseable en las variedades comerciales.
Un pistacho mostrando la dehiscencia. Imagen Wikimedia Commons.
El pistacho acepta una amplia gama de suelos para crecer, pero los prefiere bien drenados y profundos, con un pH preferentemente neutro, aunque es más tolerante a un suelo alcalino o salino que otros frutales. Aún siendo un árbol muy rústico capaz de soportar temperaturas extremas, además de suelos áridos gracias a la característica de su raíz pivotante, es muy sensible a la saturación hídrica del terreno, la cual no soporta y deber evitarse siempre; la verticilosis es una consecuencia, este hongo es muy común en gran variedad de árboles y plantas hortícolas, como el olivo, el tomate, el pimiento…
El mejor clima para el pistacho es el mismo que resulta adecuado para el cultivo del olivo, es decir, con temporadas estivales secas y cálidas, e inviernos fríos; las heladas primaverales próximas a la floración pueden ser contraproducentes. Las lluvias durante la floración afecta a la producción, así como los vientos fuertes que impiden una adecuada polinización (el pistacho es anemófilo).
Los cultivos comerciales requieren riego durante el crecimiento vegetativo, a pesar de que esta planta es capaz de crecer y producir incluso en zonas arenosas. Mantener cierta humedad (no encharcamiento) en los periodos de floración y crecimiento del fruto, asegura mayores niveles de producción. En todo caso, las necesidades hídricas vendrán dadas por las características del suelo, su drenaje o retención, así como la altura del nivel freático en periodos de lluvias.
El pistachero, como todas las plantas cultivadas, requiere una serie de nutrientes para crecer y desarrollarse. Nitrógeno (entre 2,3 y 2,7%), potasio (entre 1 y 2%), calcio (entre 1,3 y 4%), boro (entre 60 y 230 ppm o partes por millón) y zinc (entre 7 y 15 ppm) son los elementos básicos en la nutrición de este frutal, que deben mantenerse en las partes o porcentajes indicados para que no se manifiesten deficiencias nutricionales. Es recomendable un análisis del suelo previo a la primera plantación para corregirlas si fuera necesario. Una deficiencia importante de alguno de esos nutrientes pueden ser visibles en las hojas, raíces o frutos:
La falta de nitrógeno afecta a la raíz y las partes aéreas, presentando hojas pequeñas y de color verde pálido que más tarde se tornan amarillas y terminan cayendo; también muestran brotes más cortos y delgados, con la corteza rojiza.
La falta de potasio se manifiesta mediante una palidez general de las hojas. La clorosis comienza en la punta de las hojas más viejas y va progresando por sus márgenes. Finalmente se produce necrosis en las zonas afectadas por la clorosis y secan.
La falta de calcio tiene efectos sobre el tamaño de las hojas, que tienden a ser pequeñas, escasas y redondeadas; esta deficiencia se manifiesta sobretodo en las hojas más jóvenes; en sus puntas asoma la clorosis y se curvan hacia abajo. Los peciolos y brotes quedan cortos y delgados. Las plantas más afectadas por esta deficiencia se muestran enanas y defoliadas.
La falta de boro muestra sus síntomas en los brotes principales al comienzo de la temporada, con los puntos de crecimiento y las hojas quemadas. Las hojas también se muestran como retorcidas o deformadas (rizadas). Las zonas lignificadas suelen mostrar áreas irregulares con protuberancias en forma de ampollas. La punta de los brotes suele morir por carencia de este elemento.
La falta de cinc se manifiesta por un crecimiento lento de las yemas florales y vegetativas en la primavera, lo que trae consigo enanismo de las hojas y brotes de internudos muy cortos. Si esta deficiencia es muy acusada, una gran parte de los frutos no prospera.
El injertado es una asignatura pendiente en este tipo de frutal, pues el bajo porcentaje de éxito es una de las razones de que este cultivo no haya conseguido propagarse adecuadamente en muchos países.
Para minimizar los fracasos del injertado debe elegirse un material vegetal proveniente de una plantación garantizada en cuanto a la variedad y sus polinizantes. Los esquejes deben elegirse preferiblemente del año anterior, ya lignificados pero con yemas bien desarrolladas. La variedad americana Pistacia Vera tipo Kerman, por ejemplo, es de las más cultivadas y apreciadas por sus frutos, si se plantan junto a machos de la variedad Pistacia vera tipo Peters.
Debe transcurrir el menor tiempo posible entre la extracción de los esquejes y su posterior injertado, conservándolos mientras tanto envueltos en un paño o papel húmedo, sellados en bolsas oscuras y depositados en frigorífico a unos 2ºC. El posterior injertado deberá realizarse a comienzos de la primavera, con temperaturas entre 20ºC y un máximo de 24ºC.
Pistacho de la variedad Kerman. Imagen Wikimedia Commons.
Los tipos de injertos que se pueden practicar con un menor índice de fracasos, son los de yema (chip o astilla) y los de parche.
El sistema de plantación más recurrido para el pistachero es un marco cuadrado, habitualmente entre 7 a 10 metros; en zonas de regadío se puede reducir a 5 metros entre hileras. Para la ubicación de las plantas macho debe tenerse en cuenta cómo actúa el viento en la zona, si no hay dominancia de algún punto geográfico se pueden intercalar los machos guardando la proporción dentro del marco de plantación; si existe algún punto dominante del viento, es preferible situar gran parte de los machos de forma perimetral comenzando desde el punto de entrada del viento, e intercalando algún macho en el interior.
La vecería es la alternancia en la producción del fruto. Es un fenómeno de muchos árboles frutales y que también sucede con el pistachero, por el cual las cosechas alternan cada año, es decir, un año se presenta buena o muy buena producción y al año siguiente es mínima o muy escasa. Las razones de porqué sucede esto son varias: agotamiento de las reservas hidrocarbonadas de las raíces tras una buena cosecha; interferencia entre el crecimiento de los ápices vegetativos y los frutos en desarrollo…; y otras causas de naturaleza genética del árbol.
Se sabe que el clima no tiene un efecto directo sobre la vecería, pues ésta suele ser un fenómeno alternante pero estable bianualmente, mientras que el clima sufre ciclos o variaciones por lo que se ha descartado como causa.
La vecería es un problema de compleja solución, aunque existen algunas directrices que pueden ayudar a paliarla:
Elegir la variedad adecuada es un factor muy importante en la reducción de la vecería, de hecho es la primera medida que debemos llevar a cabo entre todas las que se recomiendan, pues es sabido que existen algunas más o menos veceras. Como ejemplo, las variedades Larnaka y Avdat, se han demostrado menos sensibles a este fenómeno que la variedad Avidón.
Se puede reducir el efecto de la vecería intentando encontrar un equilibrio entre las labores de poda, riego y abonado, de forma que el árbol no manifieste un sufrimiento acusado. Después de la poda de formación, el árbol ya no las necesitará de manera habitual siendo suficiente hacer podas de mantenimiento cada dos o tres años.
El riego bien dosificado protegerá el árbol de posibles sequías, favoreciendo la producción de brotes, pero también tallos que podrán dar fruto al año siguiente; el riego por goteo es el más recomendado para un buen equilibrio hídrico. En todo caso, hay que estudiar las necesidades de agua de la plantación según la climatología y características del lugar, así como capacidad de retención y evapotranspiración del suelo. Se tendrá en cuenta que el pistachero tiene unas necesidades hídricas específicas durante la primavera, durante la prefloración, y finalmente cuando el fruto se halla en el periodo de cuajado.
La fertilización, si se realiza dosificando adecuadamente el agua de riego en la zona radicular, permitirá que tanto las plantas jóvenes como las adultas aceleren su crecimiento y producción.
Estas recomendaciones pueden ser más complicadas de llevar a cabo, cuando el clima del lugar no mantiene una estabilidad de los fenómenos meteorológicos aunque, como ya se dijo, el clima no es causa directa de la vecería, sino de factores internos relativos a la naturaleza genética del árbol.
Elegir adecuadamente la fecha de recolección reduce la vecería. Es evidente que si se realiza una recogida más temprana del fruto, el árbol acusará menos el esfuerzo en la primavera siguiente, pues se hallará más «descansado» favoreciendo cosechas más constantes.
Los cultivos de pistacho en España son muy jóvenes y aún se hallan en un proceso de consolidación. A pesar de que en las primeras plantaciones se cometieron errores, típicos de la falta de experiencia con un frutal foráneo, la progresiva experiencia ha ido corrigiendo estos errores, mejorando notablemente el nivel tecnológico y las producciones.
Actualmente, nos hallamos ante una alternativa de cultivo muy interesante en España, como ya sucedió con otros tipos de frutales que han evolucionado favorablemente. Existen muchas regiones españolas donde este frutal puede, no solo adaptarse y prosperar, sino también destacar como un cultivo rentable en un mundo cambiante y globalizado.
Fuentes de consulta:
CBHAgro Innova
El futuro del sector agrícola español (AEPLA)
El cultivo del pistacho (Diputación de Jaén)
Cultivo del pistachero (IRTA)
Cultivo del pistacho en España (CIAC)
Parámetros previos a la plantación del pistacho (CIAC)
Micropropagación del pistacho (Aula experimental CSIC Zaragoza)
Cultivo moderno del pistachero (Valseco)
Gestión de plagas – pistacho (MAPAMA)
Boletines Iberopistacho.com
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