ANTÁRTIDA - FILATELIA ANTÁRTICA: Carsten Egeberg Borchgrevink (1864-1934)

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Antártida

FILATELIA ANTÁRTICA

Colaboración de Juan Franco Crespo

Carsten Egeberg Borchgrevink (1864 -1934)


 finales de 1999 llegaba a nuestro poder información alusiva a un nuevo matasellos de temática polar aunque no conseguíamos averiguar nada sobre el personaje honrado en la marca que le dedicaba su país: Noruega, al cumplirse cien años de su invernada Antártica. Creíamos, como siempre, que lo más importante era tener la cancelación y, como en tantas ocasiones, ya descubriríamos datos sobre la pieza para poder documentarla, sólo era cuestión de esperar, al final descifraríamos el enigma y, aunque no con todos los datos, algo sacaríamos a la luz.

¿Quién fue Carsten Egeberg Borchgrevink? Para algunos polares, con toda seguridad, nada nuevo les traeremos, para otros puede que sea la primera vez que oyen hablar de él y es para ellos para los que nos pusimos a redactar el presente artículo. Evidentemente, el personaje nos podrá servir para otras muchas cosas, temáticamente hablando, fue el primero en varios hitos y deberá ser tenido en cuenta por los coleccionistas que tienen incidencia en su persona, desde los de perros al uso de los ingenios humanos en el continente helado.


Borchgrevink
[Biografía]

He aquí algunos apuntes de lo descubierto sobre un personaje que poquísimas veces lo vi escrito en los materiales que poseo, incluso en libros expresamente dedicados al continente blanco, nunca aparecía reseñado. Sin duda alguna la bibliografía le fue dando de lado y al final se quedó en el olvido por no se sabe qué tipo de intereses.

Nuestro héroe era hijo de un noruego y una inglesa; se embarcó con la expedición de Henryk Bull con destino a la Antártida en 1894, tenía 30 años cuando tuvo su primer contacto con el enigmático continente helado y estaba dispuesto a entrar en la historia. Desembarcó en Cabo Anare y las primeras impresiones le acabaron convenciendo de la posibilidad de invernar en el territorio, así que nada más regresar de la expedición de Hull, se puso a buscar “patrocinadores” para financiar su proyecto, no logró dinero en Australia y tampoco parecía tener mejor suerte en el Reino Unido donde continuamente fueron rechazados sus planes, hasta que, de manera insospechada, se le cruzaba en el camino un hombre que haría todo lo que él necesitaba. Hombre de convicciones, tres años después, 1897, tenía el consentimiento del acaudalado editor de una revista británica: George Newnes le entregaba las 40.000 libras esterlinas que necesitaba para su aventura en la Antártida, éste inesperado éxito acabó irritando a la mismísima Real Sociedad Geográfica británica que andaba preparando su propia expedición en la misma época y aún les enervó más cuando Borchgrevink bautizó a su proyecto con el nombre de “Expedición Británica al Antártico” y, además, ondeaba orgullosa la célebre Union Jack en aquel épico viaje de 1898-1900. Él le puso este nombre en honor del máximo patrocinador aunque, en la práctica, la expedición sólo contaba con dos británicos, un australiano y 31 noruegos que había conseguido convencer para su gran aventura polar que le haría entrar en la historia.

La expedición partió a bordo del Southern Cross, un viejo ballenero reconvertido para la dura navegación en las heladas latitudes antárticas al que se le pusieron unos de los motores más potentes de la época. Partía del Reino Unido el 22 de agosto de 1898 y llegaba al Cabo Adare en febrero de 1899. Dos semanas después habían levantado dos refugios de madera en Ridley Beach (nombre que le dio nuestro personaje en honor de su madre) y el navío volvía sus derrotas hacia Nueva Zelanda. Borchgrevink y nueve hombres más fueron abandonados, por primera vez en la historia, para pasar el largo invierno antártico en el lugar más solitario del globo terráqueo. A la expedición le acompañaba una camada de 90 perros preparados y entrenados para arrastrar los trineos: por primera vez se empleaban en las exploraciones del continente blanco.

Asimismo fue la primera ocasión en que se emplearon los kayaks de los inuits (los célebres pueblos del gran norte) y una estufa portátil que se había inventado en la fría Suecia seis años antes –prácticamente ha llegado hasta nuestros días y aún es utilizada por aquellos territorios-. Lamentablemente, también se dieron casos negativos: el primer muerto en la Antártida, se trataba del zoólogo noruego Nicolai Hansen que falleció el 14 de octubre de 1899, fue enterrado en la cordillera de Cabo Adare. Vivieron varios percances desagradables que casi acaban dramáticamente con la expedición: el incendio y un escape de monóxido de carbono producido por la estufa de carbón. Sin embargo lograron superar con buena salud, física y psicológicamente hablando, su invernada antártica, algo que no consiguió la tripulación del Bélgica.

La Southern Cross volvió a por los expedicionarios el 28 de enero de 1900 y, con ello, se demostraba científicamente, algo nuevo: era posible sobrevivir a las duras condiciones ambientales en los frágiles refugios de madera que podrían ser usados como bases de partida a lo largo de las heladas costas y acometer también la conquista del Polo Sur.

A pesar de este significativo éxito, al que se le ha de añadir la excelente cartografía del Mar de Ross levantada por el agrimensor inglés William Colbeck (pertenecía a la Armada Real de su Graciosa Majestad) que serviría para posteriores expediciones de exploración. Borchgrevink no fue recibido con el calor que se merecía y su hazaña quedó oscurecida por la que preparaba el mítico Robert F. Scott. La Real Sociedad Geográfica sólo se avino a reconocer su épica invernada en 1930, entonces le otorgó la Medalla de la entidad, cuatro años después nuestro intrépido viajero moría en su Noruega natal.

No obstante aún hay páginas oscuras sobre la hazaña de Borchgrevink. Una cita bibliográfica habla del primer desembarco en las tierras antárticas en 1895, se trató de la expedición ballenera de Henryk Bull que con el “Antarctic” capitaneado por Leonard Kristensen, llegó y desembarcó, el 24 de enero, en el Cabo Adare, el biólogo auxiliar (era la categoría de nuestro personaje que viajaba en la expedición de Hull) Carsten Egeberg Borchgrevink, exigió ser reconocido como el primer hombre que puso los pies en el continente antártico. El capitán pidió lo mismo en los términos de “ser los primeros hombres que alguna vez pusieron los pies en South Victoria Land”. Sin embargo, al parecer, el verdadero honor correspondería a Alejandro Tunzleman (un muchacho reclutado en Steward Island) fue el que realmente precedió a ambos: preparó los cordajes y escalerillas para que, cómodamente, desembarcaran el capitán y los otros miembros de la tripulación.

El jefe de la expedición Henryk Hull dijo “tener la sensación de ser los primeros hombres que ponían el pie en el continente Antártico de una manera real y palpable”. La disputa o la vanidad sobre el hecho de ser los primeros tuvo sus acaloradas discusiones y al parecer hubo otros desembarcos anteriores, pero Borchgrevink tiene el honor de ser el Jefe de la primera expedición que pasó el invierno en la Antártida en la temporada 1899-1900. El testimonio de aquella gesta quedó registrado en la bitácora del Southern Cross y aún hoy pueden visitarse las dos cabañas que los expedicionarios utilizaron en Ridley Beach (Cabo Adare). Nuestro héroe escribió: “En el techo colgaba armas, pescado, cuchillos, cadenas, cuerdas, etc. Se cerraron las literas cubiertas con fieltro y se dejó una pequeña abertura por donde nos introducíamos, en cierta medida era una especie de ataúd que confería una cierta intimidad al tiempo que todos compartíamos el escaso espacio de nuestra cabaña. Todo realizado de acuerdo con las recomendaciones del doctor del grupo que encontró esta fórmula para defendernos al máximo de las bajas temperaturas”.

Las chozas de Borchgrevink se levantaron con pesados tablones de abeto noruego que han demostrado su resistencia a las bajas temperaturas invernales y los fuertes vientos que suelen azotar la zona de Cabo Adare. Las construcciones que acogieron a los 10 hombres hace un siglo, medían 5.5 x 6.5 metros; al entrar hay una pequeña oficina/almacén –izquierda- y un cuarto oscuro –derecha-, el aislamiento térmico se realizó mediante la fijación de pieles en el interior de la cabaña. Pasadas las dos pequeñas estancias, encontraríamos una estufa de pie, una mesa y las sillas, finalmente los cinco nichos dobles en gradas alineadas en el espacio libre del resto de la pared, Borchgrevink estaba situado en la parte superior de la esquina izquierda. La choza tenía una doble ventana y, a pesar de la cuidadosa planificación, las cabañas no fueron nada cómodas para los expedicionarios. El físico australiano Louis Bernacchi escribió, al dejar Cabo Anare: “Nunca había pasado doce meses tan duros en un ambiente tan inhóspito y en tan delicadas condiciones”. La cabaña de las reservas estaba orientada al lado oeste y a principios de los noventa había perdido el techo y aún conserva las cajas de munición que Borchgrevink trajo en su expedición para defenderse de los grandes depredadores (pensaba que habría osos polares, recordemos que nadie antes había pasado la larga noche invernal en la Antártida y, por consiguiente, se desconocían los peligros reales a los que tendrían que enfrentarse) y otra de las grandes provisiones fue una tonelada de manteca irlandesa. Cenizas, basuras en los barriles y carbón están fuera de la choza que está totalmente rodeada por una gran colonia de pingüinos Adélia, algo que debe de tener en cuenta toda persona que visita este histórico rincón.

El Antarctic Heritage Trust tiene a su cargo los trabajos de mantenimiento y conservación de las construcciones originales a las que se reforzaron con abrazaderas fijadas a tierra en la campaña 1989-1990. Generalmente sólo cuatro personas suelen pernoctar en las cabañas, incluyendo el representante del Antarctic Heritage que suele acompañar a los viajeros que llegan a la zona de la Base Scott y del interior del Cabo Adare, las chozas tienen una capacidad limitada y tratan de evitar que se destruyan por parte de los visitantes que, generalmente, son acompañados bajo unas estrictas normas que se comprometen a respetar cuando están en la zona donde invernaron los expedicionarios de Borchgrevink hace un siglo.

NOTA: El presente artículo es una versión libre del autor basada en los documentos que Jeff Rubin incluyó en su libro “Antártica”, Lonely Planet, Australia, 1996.

NOTA DEL WEBMASTER: Véanse los relatos complementarios de las expediciones de 1894 y 1898 en la sección Exploración - expediciones: Carsten Borchgrevink 1894


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