Hablar [o escribir] de la radiodifusión internacional en onda corta a comienzos del siglo XXI es para temblar; puesto que ese concepto, salvo honrosas excepciones, prácticamente ha desaparecido y, con ello, todos nos hemos empobrecido.
A comienzos de los ochenta, el español tenía una salud de hierro en el mundo radial [casi un centenar de países lo utilizaban día tras día para llegar a sus audiencias en los más recónditos confines del orbe]. Los hechos históricos fueron desarrollándose a un ritmo vertiginoso y la radio fue la primera de las víctimas de los osados «ahorradores» disfrazados de corderos que llegaban a las máximas cotas de poder, aludiendo la ineficacia o el desconocimiento de la audiencia de esas emisiones. Nada más lejos de la realidad puesto que a pesar de las dificultades económicas en los países destinatarios de esas emisiones, los oyentes escribían centenares de cartas pero, poco a poco, fueron prácticamente ignorados. El político de turno puso la fatídica cruz y el cierre se hizo inevitable [con ello, añadiría, se amplió la corrupción].
Las emisiones para la península Ibérica, apenas cuentan en la actualidad [Ankara, Atenas, Beijing, Belgrado, Bratislava, Bucarest, Cairo, Damasco, Hanoi, Moscú, Praga, Pyongyang, Seúl, Sofía, Teherán, Tokio, Yakarta, Zagreb, etc.] y la imparcialidad, caído el telón de acero, no es precisamente una de las cualidades que priman, salvo honrosas excepciones que enorgullecen a un sector radial que supo mantener, contra viento y marea, bien alto el mástil de la esperanza tras la increíble orgía de sangre de la II Guerra Mundial.
Antaño los gobiernos intentaban evitar que esas emisoras llegasen a sus países, hoy lo han conseguido por la globalización idiotizadora que invade el orbe. Añadamos la corrupción que «consume» los presupuestos de medio mundo y tendremos el resto. No hay opción a la esperanza en un mundo de especuladores, así que tener [todavía] emisoras internacionales es un lujo que el ciudadano de a pie no debería dejarse arrebatar. Lamentablemente los «cucos» llegan y nos van cerrando esas ventanas por las que noche tras noche nos entraba el aire fresco, otras voces y otros puntos de vista.
¡Mantengamos la esperanza en la radiodifusión internacional en una época en la que todo tenemos que pagarlo y, con ello, nos controlan! La radio, tal y como la conocieron nuestros abuelos [y nosotros heredamos] era libre. Nos gustaría comprobar al finalizar del decenio que todavía sigue siendo el faro que ilumina al mundo ofreciendo esperanza y libertad.
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