“El destino no puede contagiarse, pero sí el estado de ánimo con que se acepta”.
[Will Berthold]
Escrito por Will Berthold, Inédita Editores, Barcelona, 2007, 244 páginas. Se trata de un libro de sencilla y fácil lectura debido a su estructura en formato casi periodístico: o sea, más o menos dos o tres páginas por cada entrega para irnos adentrando en aquella gran epopeya que en la II Guerra Mundial enfrentaron a las armadas más potentes del momento: la alemana y la británica.
El autor, que había servido en la Wehrmacht, formó parte del rotativo Süddeutschen Zeitung hasta su fallecimiento en el año 2000. En la presente obra [una más de casi 60 títulos] trata de humanizar aquellos momentos, dramáticos, de la historia del hombre, acercándonos los acontecimientos y llevando un ritmo que al final no te deja indiferente ante los retos de la historia en general y del género humano en particular porque uno siempre se acaba preguntando ¿de verdad hemos avanzado?: Miremos los telediarios que día tras día nos traen lo peor de nuestra especie a nuestros hogares.
A estas alturas nadie debiera de ignorar que el Bismarck, a pesar de todo, realmente, quienes lo hundieron, fueron los mismos alemanes, mientras que los británicos durante años creyeron que fueron sus torpedos los que enviaron a su tumba eterna en el fondo del lecho marino a aquella monstruosa y efectiva máquina de guerra. En definitiva nos trata de recrear, novelísticamente hablando, aquellos hechos históricos que tuvieron en vilo a las dos marinas en mayo de 1941 y recrea la vida de los personajes que, en el gran navío, realizaron aquel acto supremo de la entrega de la vida por unos ideales que, en la mayoría de los casos, nada tenían que ver con su cotidianidad y, sin embargo, aquí estamos, en pleno siglo XXI donde la amenaza a la paz es más vigente que nunca y los cuatro desalmados no dejan de provocar para hacer saltar todo por los aires.
Es cierto que deberíamos estar curados ¿pero se puede uno curar de los necios? Es evidente que no y éstos siguen apretando las tuercas con consignas facilonas, promesas fatuas y mundos inverosímiles; lo peor es que muchos los creen y están entre nosotros, conviviendo, sin darnos cuenta, incluso, nos los tropezamos por la calle y eso te pone los pelos de punta porque ves que la realidad te desborda y ¡te sorprende! [Basta darse una vuelta con los acontecimientos que hace pocas semanas llevaron a las portadas de los periódicos y a los telediarios de toda España la detención de algunos individuos en esta zona de Tarragona].
Sin acritud, con honradez [o al menos así lo entendí yo]. El texto de Berthold deja un buen sabor de boca para entender aquellos hechos. No hay odio, no hay acritud, sí hay mucha decencia en el relato y eso nos enorgullece en estos tiempos donde cantidad de “listillos” se lanzan a escribir panfletos y libelos sin la más mínima vergüenza y, encima, pretenden que se les aplauda por el sólo hecho de estar en el candelero de las televisiones manipuladoras que pueblan el ruedo ibérico de estos momentos.
En definitiva es una obra bastante agradable de leer que, como no nos concierne directamente [aunque sí desde el entorno global pues todos vamos en el mismo barco llamado Tierra], nos hace creer que en realidad es algo totalmente lejano y sin lastre para el que se atreve a hincarle el diente. Bien estructurado, bien narrado y mejor urdido, seguramente les hará disfrutar de algunas horas de sana lectura y que le provocará un “cosquilleo” acerca de esa terrible manía de estar en constante pelea. ¡Vaya: como si no fuéramos capaces de vivir con tranquilidad!
Así que entraremos directamente en el tema de la radio, no es mucho, pero siempre hay algo para nuestro serial de LA RADIO EN LA LITERATURA, allá vamos.
“La guerra siempre mata a los mejores” [página 147]
“A bordo, los hombres se distraen con los naipes. Escuchan la radio. Unos cuentan chistes procaces y ríen a carcajadas; otros adoptan una actitud más grave”. [7]
“Los espías noruegos transmiten a Londres lo que están viendo. No sospechan que los alemanes conocen la clave que emplean. Hace meses que Canaris sabe quiénes son los agentes enemigos que actúan en Noruega, pero no quiere detenerlos hasta que el Bismarck salga por vez primera al Atlántico”. [20]
“Ninguna de las dos muchachas sospecha que este mismo día serán perseguidas también por miradas indiferentes a sus atractivos femeninos. Todos sus movimientos son minuciosamente controlados. Los hombres que las siguen, saben exactamente adónde se dirigirán. Están cercadas por todos los lados. Sus vigilantes están esperando un radiograma para detenerlas.
Las muchachas vuelven al lado de Arne Svjenrod, cuya mano izquierda va descargando fardos de bacalao mientras la derecha pulsa la palanquilla de un pequeño transmisor. Las muchachas le explican cuanto han visto. No le bastan aquellas observaciones. Los ingleses le exigen informes acerca de la dotación del buque, del tonelaje, de su radio de acción. En Scapa Flor no están seguros todavía de que se trate del Bismarck. Según cálculos del Almirantazgo, el Bismarck sólo podría estar a punto dentro de un par de meses.” [22]
“Ahora tiene que actuar con rapidez. Regresa a su oficina y la abandona inmediatamente. Después se dirige a un edificio adyacente, penetra en una habitación interior, saca una caja de la pared, retira el hule que la cubre y comienza a pulsar la palanquilla.
Están esperando ya su radiograma. Anuncia:
“Crucero alemán de combate, probablemente el Bismarck o el Tirpitz. Unas 42.000 toneladas, cuatro torres de artillería con bocas de fuego gemelas de 38 cm, cinco aviones a bordo. Zarpa hoy mismo. Posible invasión de Islandia.
Todavía sigue dando detalles del barco. Aún está sentado ante el pulsador; la expresión de su rostro revela un temperamento obstinado. Tiene dos hijos, una esposa joven y hermosa y un negocio próspero. Pero se cuida muy poco de sus cosas. Sólo tiene un pensamiento, un objetivo… y un odio.
Va a su despacho, se sienta, conecta la radio y escucha la respuesta a su radiograma. La habitación está excesivamente caliente, pero Arne no se atreve a abrir la ventana.
Ahora va a cumplirse su destino. Sólo a cien metros de distancia, los alemanes han escuchado también su mensaje, que ha sido descifrado inmediatamente”. [23]
“El espectáculo es trágico. Los únicos que han logrado ponerse a salvo son el capitán Leach y el jefe de señalización. La sala de máquinas va siendo inundada por la sangre que cae, como un chorro grueso y viscoso, por el tubo altavoz que enlaza con la cabina de radio”. [46]
“En el puente de mando, la victoria es recibida con más serenidad. A las 6 horas y 32 minutos, el almirante Lütjens despacha el radiograma siguiente:
“Hundido un acorazado, probablemente el Hood. El otro buque, el King George V o Renown, seriamente tocado, ha huido. Mantenemos contacto con otros dos navíos enemigos; probablemente dos cruceros pesados. Jefe de la Flota”.
A las 7 horas y 5 minutos, Lütjens completaba su información con la siguiente noticia:
“Hundido buque de guerra a 63º 12’ Norte, 32º Oeste. Jefe de la Flota”.
Media hora después informaba acerca del estado del Bismarck.
“La cuarta sala de máquinas está fuera de servicio.
“La sala de calderas de babor hace agua. Pero puede repararse.
“Velocidad máxima, 28 km.
“Se han observado dos aparatos de radar enemigos.
“Intentamos llegar a St. Nazaire. No hemos sufrido bajas. Jefe de la Flota”. [51]
“En la gran sala de RADIO BERLÍN [Nada que ver con la después de la guerra transmitiría desde la República Democrática Alemana como Radio Berlín Internacional] tiene lugar, treinta y dos horas después del hundimiento del Hood, una emisión, a la que han sido invitados heridos de guerra, enfermeras, técnicos artilleros y todos los que, de una forma u otra, tienen alguna relación con aquella sorprendente victoria. Todo el mundo reconoce la voz de Heinz Goedeckes, que dice:
“Y ahora votamos por la guarnición del refugio Dora 23, en Francia. Pues ¿en qué puede soñar ahora el soldado de infantería?” Se oye una salva de aplausos. Aquellas palabras son escuchadas en Italia, Francia, Polonia, Checoslovaquia, Noruega, Dinamarca. La emisión transcurre, como siempre, sin incidencias. Pero el locutor termina con una alocución muy especial y grita ante el micrófono:
“Y ahora expresamos un deseo. Un deseo muy particular. Todo el pueblo alemán dedica a la valiente tripulación del Bismarck la canción que se titula: ¡Vuelve!”
El teniente capitán Werner Nobis ha sido relevado hace cinco minutos. Pero como pueden llamarle en cualquier momento, aprovecha la pausa en el servicio para relajarse un poco. Está demasiado fatigado para poder dormir. Escucha la emisión en un estado intermedio entre la vigilia y el sueño. Pero las últimas palabras le han hecho saltar como electrizado. No sólo a él. De pronto cesan en el barco todos los chistes, la general algarabía. La animación decae, se extingue la indiferencia. Todos se creen personalmente aludidos cuando se habla de la Patria, del hogar; piensan en sus madres, en sus novias. Todos sacan sus fotografías y sus cartas. Lo mismo el Teniente capitán Nobis que el cabo Pfeiffer. El uno parece avergonzado; el otro se olvida de los camaradas que le rodean. A Algunos les disgusta la canción pero ninguno puede sospechar que aquella melodía será como la fúnebre despedida de los seres en quienes piensan.
Dentro de muy pocos días, el Bismarck desparecerá. Las granadas enemigas lo envolverán en un círculo de fuego. Los mástiles caerán sobre cubierta; las planchas de acero se desgajarán como impulsadas por una mano misteriosa. Pero los micróf0onos siguen repitiendo ahora: “Vuelve, te espero… te espero…” [52/53]
“Pero se produce el milagro. De una forma tan inmediata e inverosímil, que ni los mismos ingleses aciertan a comprenderlo.
¡El Bismarck radiotelegrafía!
Los ingleses conocen ahora su situación y avanzan contra él.
El almirante Lütjens no permite que lo releven. Extenuado e inmóvil, permanece en el puente de mando del Bismarck.
A primera hora de la mañana del 25 de mayo comunica por radio con el “Grupo Oeste” y se traiciona sin saberlo. Anuncia: “El radar enemigo, con un campo de acción de 35.000 metros, perjudica notablemente la operación Atlántico. La unidad está cercada en el estrecho de Dinamarca. El enemigo mantiene contacto. No puedo esquivarlo, a pesar de las favorables condiciones atmosféricas. El aprovisionamiento de combustible sólo será posible si se consigue escapar al enemigo por mayor velocidad… Consumo de municiones propias durante el combate con el Hood: 93 disparos. El Prinz Eugen ha conseguido huir porque el Bismarck ha atacado a los cruceros adversarios en la niebla. Nuestro aparato de radar sufre frecuentes fallos: sobre todo, cuando nuestra artillería dispara. Jefe de la Flota”.
El “Grupo Oeste” contesta a las 8 horas 46 minutos del mismo día. Es el Alto Mando Naval situado en Francia. Todavía el Bismarck puede salvarse, pues en tierra se sabe lo que Lütjens ignora: que el enemigo ha perdido el contacto con el Bismarck. El mensaje radiotelegráfico dice literalmente:
-Última comunicación de contacto 02:13 h. de “K3G” [Indicativo de llamada asignado al navío]. Acto seguido, señales tácticas de tres puntos, pero sin datos referentes a localización. Tenemos la impresión de que el contacto se ha perdido. Se han repetido las llamadas radiotelegráficas para Bermudas y Halifax, pero no para Gibraltar o para el “grupo de combate H”, que se supone en el Atlántico. Grupo Oeste.
A pesar de todo, el almirante sigue por su antigua ruta.
La ruta de la muerte”. [82/84]
“En la cabina de radio se aprovechan las pausas entre el combate para transmitir música. Los hombres, que creen no oír bien, contemplan atónicos los altavoces.
-¿Por qué es tan bonita esta música? –pregunta uno.
Se oyen carcajadas, que son bruscamente interrumpidas por la llamada de alarma.
-Ataque de destructores enemigos.,
-Ya están aquí los ingleses. Deben de haberse vuelto locos.
Pero el Bismarck aún no ha muerto. Todavía no se ha hundido. Sus disparos sieguen siendo certeros”. [137]
“En la cabina de radio del Bismarck se aprovecha esta pausa para poner otro disco, para encender unos cigarrillos, para discutir, para escribir. Inexplicablemente, se ha difundido el rumor de que se ha conseguido reparar el timón y de que las hélices todavía funcionan”. [138/19]
“La canción les devuelve la fe en la vida, disipa su angustia, destierra la desconfianza y el pesimismo. La oirán hasta el fin. Como sostenido por una mano misteriosa, el disco girará sin descanso mientras el barco se hunde.
Vuelve.
te espero,
pues tú eres
mi única felicidad.
Los hombres escuchan con fervor, con fe. Recitan la letra a media voz, como si fuera un ruego, una oración; como si fuera un sortilegio capaz de librarles de las profundidades del mar, de la muerte que los acecha.
Es largo el camino
que a ti y a mí
nos conduce
a la felicidad eterna,
por eso hoy te pido:
¡Vuelve, vuelve!
Las paredes de acero se agrietan, las torres de artillería saltan en el aire, la cubierta arde en llamas, los depósitos de combustible estallan, las órdenes se suceden rápidamente, los hombres mueren, pero el disco sigue girando. La muerte llega al Bismarck mientras las notas de la canción traen a sus tripulantes el mensaje de la Patria lejana, un mensaje de consuelo, de esperanza, de fe…” [160/161]
“Los niños están ya en la escuela. La radio transmite emisiones extraordinarias desde Creta. Los artículos de fondo comentan una vez más la victoria del Bismarck sobre el Hood. Los familiares de los tripulantes saben que sus esposos e hijos se preparan para un nuevo y difícil combate”. [163]
“-Honorable pareja –dice, y todos los presentes disimulan una sonrisa irónica. Luego el virtuoso funcionario habla de la Patria, del deber, del valor. Elsa apenas le presta atención. Hace ya ocho años que la radio y los periódicos no hablan de otra cosa. Ella prefiere pensar en Hans, en su futuro hogar, en cómo serán sus hijos”. [186/187]
“Para los ingleses, que aún se encuentran en el radio de acción de los aviones y submarinos alemanes, la lucha no ha terminado. A las 13 horas del 27 de mayo de 1941, la Agencia Reuter anunciaba al mundo el hundimiento del Bismarck. A las 13 horas y 32 minutos, el “Grupo Oeste” telegrafiaba al almirante Lütjens pidiéndola la situación exacta del barco.
En vano. El Bismarck no contestaba…” [231]
Y eso fue todo lo que dio de sí este título de narrativa naval y de guerra. Finalizamos con la página 235: “El epitafio lo escribirán las olas, que se alzarán al cielo como preguntando: ¿por qué el odio?, ¿por qué la guerra?, ¿por qué la muerte?”
¡Que lo disfruten!
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