“Al lado de la dificultad está la facilidad”
[Mahoma]
De nuevo una reseña que no esperaba realizar. Cuando compré la trilogía de este autor, jamás pensé que, por la temática, la radio estuviera presente. Y me equivoqué. Los tres libros de Elías Meana Díaz titulados, genéricamente, EL PILOTO AZUL, tienen como campo de acción el MUNDO POLAR y eso fue lo que me hizo adquirirlos. Hoy debo decir que, además, me ha tocado disfrutarlos, tiene una cuidada corrección ortográfica y una excelente narración. Muy útiles en este caso, incluso, para los más jóvenes. ¡Qué diferencia respecto a otros autores que, con menos mimbres, se creen que pueden pontificar y, para colmo, tienen la caradura de considerarse escritores!
El tercero de la trilogía EL PILOTO AZUL se titula Aventura en el mar helado. Elías Meana Díaz, Editorial Noray, Barcelona 2008. Me llamó la atención su portada un trineo y los clásicos perros arrastrándolo, algo que ya está prohibido en el continente blanco, pero que estuvo presente hasta no hace muchos años. Ahora se confía todo a la parte mecánica y la técnica, aunque para sobrevivir, muchas veces, eso te sirve de bien poco si no tienes bien amueblada “la cabeza”, y de algo de eso va la historia, pues el hilo es la expedición de unos “reporteros” que se adentran en un territorio incógnito y cometen toda clase de equivocaciones…
A partir de esos hechos históricos engarza una historia que, me imagino, engancha a nuestros jóvenes [o al menos eso es lo que debería ocurrir] a los que les hilvana una narración llena de rigor y humanidad con personajes del mundo animal en los que entronca al protagonista principal y sus amigos [lobo marino, skúa, albatros y cachalote básicamente] de la región. Los “humaniza” y viven una apasionante aventura tratando de evitar el desastre a los novatos expedicionarios y reporteros que aspiran a montar el reportaje de su vida para ganar “pasta gansa” en las televisiones de medio mundo.
Las alusiones a la radio son esencialmente en su versión UTILITARIA dentro de las necesidades de comunicación en la región en cualquiera de las rutinarias actividades que se realizan o los desplazamientos que se programan. La radiodifusión como tal, prácticamente no tiene cabida [aunque hay emisoras de radio en algunas bases y a veces también captamos RADIO NACIONAL ARCÁNGEL SAN GABRIEL que transmite en la onda corta desde la base argentina de Esperanza, también tienen para entretenimiento los chilenos y los norteamericanos, aunque con escasa potencia y sólo en FM] pero no deja de ser menos interesante esta faceta que ha permitido durante más de un siglo mantener en contacto a los hombres de toda condición incluso en las condiciones más difíciles. Como siempre, al final del párrafo, entre corchetes y negrita, la página en la que se encuentra esa referencia.
“Hacía diez horas que estaban sobre Alfa Seis, y bien podía decirse que, desde entonces, no habían hecho otra cosa que cavar y cavar, pues tal cambio en la previsión meteorológica se había recibido en la estación de radio del Choyel, recién iniciado el trasbordo de la impedimenta que los insólitos nautas precisarían para su no menos insólita navegación.” [14]
“Lo primero que hicieron fue trasladar al refugio parte de los víveres, agua incluida, sacos de dormir, esteras de caucho, ropa y calzado de repuesto, el equipo de radio, un par de baterías y unas cuantas herramientas de mano, entre ellas, tres picos y otras tantas palas.” [18]
“Poco después, bajo la luz rojiza que desprendía la lámpara que colgaba de una gran escarpia clavada en el hielo del techo del refugio, Gabriel, ayudado por Enrique, montaba y conexionaba el equipo de radio, mientras que Alfonso y Anastasio preparaban algo de comer: sopa de “sobre” y carne enlatada que calentarían en un pequeño infiernillo de alcohol (algo imprescindible “Primus” de toda expedición).
-La radio está lista, don Alfonso –anunció Gabriel.
Este dejó la lata de carne que acababa de abrir sobre el cajón que hacía las veces de improvisada mesa y, de rodillas como estaba, se acercó a gatas al rincón donde, sobre su mismo embalaje de transporte, reposaba el aparato de radio: un transmisor-receptor que le recordaba al que, en la sección de comunicaciones, se exhibía en el museo de la Academia Naval. No dudaba de las habilidades tecnicooperativas de Gabriel, pero no podía evitar que la expresión de su rostro fuera un tanto escéptica. Y no era para menos; a la antigüedad del aparato, se sumaban las “heridas de guerra”: pequeñas abolladuras, arañazos y alguna que otra picadura de óxido que, aquí y allá, salpicaban su baqueteado chasis pintado de gris naval.
-No se preocupe, este “chispómetro” y yo somos viejos amigos –quiso tranquilizarle Gabriel al observar su desconfianza.
Alfonso esbozó una sonrisa.
-Llame, por favor –pidió, sentándose sobre el hielo al lado de Enrique.
El cabo tomó el micrófono y con aplomo llamó en la frecuencia en la que barcos y bases chilenas mantenían escucha permanente.
-Bravo Tango, aquí Alfa Seis, ¿nos reciben? ¡Cambio! (Bravo Tango era la identificación del Choyel).
-Alfa Seis, aquí Bravo Tango, fuerte y claro. ¿Cómo reciben ustedes? –fue la respuesta que al cabo de unos segundos salió por el altavoz.
Intercambiaron novedades, recibieron la felicitación personal del comandante y se despidieron hasta el siguiente enlace.
-Siento haber dudado de su “amigo” –se excusó Alfonso en tono jovial, cuando Gabriel apagó el equipo.
-Tiene mucha mili encima y se ha quedado anticuado, pero no lo cambiaría por ninguno de los modernos –contestó Gabriel satisfecho, mientras desconectaba el cable de alimentación de la antena a fin de dejarlo enrollado para que no estorbara-. Mañana –continuó-, si usted no dispone de otra cosa, resolveré esto –comentó refiriéndose a la conveniencia de buscar otro camino de salida para el cable que no fuera el de la “chimenea”: un tubo de aluminio que, desde la superficie, atravesaba el hielo hasta asomar por el techo del iglú.” [20/21]
“Daniel recibió la noticia de que el Maipú era el barco elegido a la vuelta del siguiente viaje, mientras volvía a Punta Arenas, después de haber tomado carga en Valparaíso. Se la anticiparon por radio a fin de que hiciera todo cuanto estuviera en su mano por llegar a destino lo antes posible; el agente marítimo de World TV Champion’s Films quería ver el barco antes de proceder a la firma del contrato de alquiler.” [34]
“-Delta Hotel, aquí Oscar Mike. ¡Cambio! –llamó por radio cuando, tras la maniobra, pudo soltar una mano de los mandos y “abrir” el micrófono.
-Aquí Delta Hotel, te recibimos fuerte y claro, Anne Marie. ¿Has encontrado paso? ¿Estás ya de vuelta? – Oyó la voz de Ekke por los auriculares.
-Aquí Oscar Mike, afirmativo a las dos preguntas, calculo que en unos cinco minutos estaré sobre vuestro horizonte; en el mío ya tengo a los dos icebergs que están por vuestra proa.
-Aquí Delta Hotel, recibido. Nosotros continuamos rumbo oeste, abriéndonos en la banquisa a muy baja velocidad y como cuando partiste. A bordo está todo preparado para recibir al helicóptero. ¿Necesitas alguna indicación?
-De momento no, gracias, Ekke, cuanto os tenga a la vista volveré a llamar.” [45/46]
“Faltaba muy poco para las doce, y se encontraba en el refugio, con la radio encendida desde hacía unos minutos.
-Alfa Seis, aquí Bravo Tango, ¿me reciben? –llamó el Choyel cuando las dos manecillas del reloj coincidieron sobre las doce.
Bravo Tango, aquí Alfa Seis, fuerte y claro…
Gabriel pasó la información reflejada en el cuaderno y cedió el micrófono a Alfonso, que, tras intercambiar saludos e impresiones con el comandante, solicitó hablar con el glaciólogo embarcado a fin de recabar su opinión.” [68]
“Los tres se encontraban agazapados en el borde superior de la ensenada que, durante el desembarco del material, había hecho las veces de puerto. Desde allí, la distancia al campamento (unos cuatrocientos metros), permitía, además de ver con detalle la instalación, que Piloto Azul, gracias a sus extraordinarias dotes auditivas, captara todo lo que la estación de radio transmitía y recibía.” [69]
“Alfa Seis, aquí Étoile Polaire, ¿me reciben? –se escuchó en inglés por el altavoz de la radio que, trasladada del refugio, había instalado Gabriel en el interior de una de las tiendas de campaña.
-¡Nos están llamando! –advirtió Alfonso, el menos desconcertado de los cuatro, y el más cercano a la tienda.
-Alfa Seis, aquí Étoile Polaire, ¿me reciben? –oyeron ahora todos la repetición de la llamada.
-Étoile Polaire, aquí Alfa Seis, le recibo fuerte y claro –contestó Gabriel en su chusco inglés, jadeante tras la carrera.
-Aquí Étoile Polaire, fuerte y claro también. Un momento por favor –respondieron desde el Étoile Polaire.
-Es uno de los barcos que han participado en el proyecto; creo recordar que es un rompehielos belga –informó Alfonso mientras esperaban.
-Alfa Seis, aquí Étoile Polaire,. ¡Buenas tardes!, mi nombre es Anne Marie Surte, soy la piloto del helicóptero que llevamos a bordo, y les hablo en nombre del capitán. ¿Podría hablar con el responsable de la expedición? –oyeron al poco en perfecto castellano.
-Aquí Alfa Seis. ¡Buenas tardes, señora!, le habla Alfonso Suances, oficial de la Armada chilena. Usted dirá –contestó tomando el micrófono que le ofrecía Gabriel.
-Encantada de saludarle, don Alfonso; espero que pronto podré hacerlo personalmente. Acabamos de hablar por radio con el comandante del Choyel y nos ha informado de sus inquietudes. Entre nosotros se encuentra uno de los glaciólogos que participan en el proyecto y está dispuesto a volar hasta ustedes… ¿Me sigue recibiendo bien?
-Perfectamente, señora. Continúe, por favor.
-Sigo, entonces: según la posición que nos han facilitado. Nos separan unas sesenta millas, por lo que estimo que en poco más de una hora podríamos estar volando sobre Alfa Seis.
¿Qué condiciones meteorológicas tienen ustedes?
Alfonso, antes de facilitar la información requerida, creyó necesario relatar sucintamente lo ocurrido. Luego, ante el acrecentado interés que mostró el experto tras la traducción de los hechos por parte de Anne Marie, ultimó con ella los datos meteorológicos que solicitaba.
-De acuerdo. Como bien dice usted, todo apunta a que el tiempo vuelve a estabilizarse. En cinco minutos estaré lista para emprender el vuelo, y en cuanto estime que estamos al alcance del equipo de VHF, le llamaré por el canal 16. ¿Le parece bien?
-Me parece magnífico. ¡No sabe cuánto vamos a agradecerles la visita! –respondió Alfonso.
“No me digas que la catacaldos esa del helicóptero viene hacia aquí”, refunfuñó Rascasota, cuando Ignacio resumió para ella y Dos Pelos la conversación radiotelefónica mantenida entre Anne Marie y Alfonso.” [91/93]
“Luego, miró la hora en el reloj de su muñeca; habían transcurrido siete minutos desde que había informado Alfa Seis de que estaba en apuros. Abrió el micrófono y llamó:
-Alfa Seis, aquí Oscar Mike, ¿me reciben?
-Oscar Mike, aquí Alfa Seis, fuerte y claro, adelante –respondió Gabriel de inmediato.
-Aquí Oscar Mike, aunque la avería persiste, afortunadamente no ha ido a más y estoy volando con relativa normalidad. Espero llegar hasta ustedes en unos veinte minutos. ¿Han informado al Étoile Polaire?
-Aquí Alfa Seis, recibido. No sabe cuánto nos alegra escucharla. En cuanto a su pregunta, afirmativo: mantenemos contacto permanente por onda corta y no hace ni dos minutos que nos han informado de que navega a toda máquina siguiendo el rumbo que usted trae, y al tiempo que hablamos, uno de mis compañeros les está informando de esta conexión. ¿Recibido?
-Recibido y muchas gracias. Volveré a llamarles en cuanto les tenga a la vista ¿de acuerdo?
-¿Necesitará de alguna ayuda para el aterrizaje?
-¡No, gracias!; una vez en la vertical de ustedes, lanzaré un bote de humo para hacerme idea de la dirección e intensidad del viento.
-Recibido. De momento, el viento está en calma.
-¡Gracias y hasta pronto; repito, volveré a llamarles cuando tenga a la vista el iceberg! –se despidió Anne Marie dando por finalizada la comunicación.
-Voy a dar la noticia a don Alfonso –advirtió Gabriel a Enrique, que seguía al habla con el rompehielos.
-De acuerdo –vino a decir con un movimiento de la cabeza, sin dejar de hablar por el micrófono.” [106/107]
“Mientras tanto, la buena nueva no dejaba de correr a lo largo y ancho de la península Antártica, llevando la esperanza a todos cuantos permanecían pegados a la radio, desde el momento en el que el Étoile Polaire había solicitado ayuda. En aquella área eran muchas y de distintos países las bases polares en operación, y los “vivas” junto a los receptores se escuchaban lo mismo en castellano (los más, al ser chilenas y argentinas la mayoría) que en inglés, alemán, ruso, y ni que decir tiene, en francés y neerlandés, los dos idiomas que se hablaban en el rompehielos.
-El Likhoslavl comunica que, en tanto el helicóptero no se pose sobre Alfa Seis, continuará navegando hacia su posición –acaba de comunicar el oficial de radio del Étoile Polaire a su capitán.” [106/108]
“-Oscar Mike, aquí Alfa Seis, ¿me recibe? –interrumpió la radio, cortando la posible respuesta de Piloto Azul.
-Aquí Oscar Mike, fuerte y claro. Les tengo a la vista y calculo que en unos cinco minutos estaremos con ustedes –contestó.
-Aquí Alfa Seis, nosotros también hemos visto el helicóptero y no hemos podido esperar a que nos llamara. ¿Cómo van las cosas por ahí?
-Con algún que otro apuro, pero creo que podré posarme sin romper nada.
-¡Magnífico!, esperamos impacientes darles la bienvenida en persona.” [114/115]
“Lo que sí se había permitido apuntar era la posibilidad de establecer contacto con la base argentina, de cuya existencia y proximidad había informado a Lycos.
-La información que podrían obtener sería de gran ayuda. Si quiere, puedo intentar establecer contacto por radio, pero creo que lo mejor sería visitarles; con el vehículo oruga, el viaje no llevaría mucho tiempo –había opinado sin éxito.” [166]
“Los expedicionarios se disponían a preparar una improvisada cena, mientras Lycos hablaba por radio con el Maipú, que acababa de comunicar que, debido al temporal, se veían obligados a separarse de la barrera.
-¿Cuál es su posición? –preguntó Daniel a Lycos, después de intercambiar las novedades.
-Nos encontramos a unos treinta y cinco kilómetros al sur del punto de partida –contestó, echando un vistazo a la carta náutica sobre la que estimaba la posición.
-¿A qué distancia calculan que están del borde de la barrera? Lo pregunto porque mi intención es navegar hacia el sur paralelo a ella y tal vez podríamos verles cuando amaine si es que no están muy en el interior –explicó Daniel.
-No lo sé con certeza; hemos tenido que dar muchos rodeos, pero creo que no estaremos a más de ocho kilómetros –respondió.
-¡Recibido! Por mi parte esto es todo. ¿Algo más, señor Lycos?
-Nada más de momento; gracias, capitán.
-De acuerdo. Entonces, hasta el próximo enlace; no obstante, por si en cualquier momento precisan comunicar, dejaré la escucha abierta –finalizó Daniel.
Lycos colgó el micrófono en su soporte, apagó el aparato y a continuación quiso dirigirse a sus compañeros de tienda, pero los furiosos ladridos de los perros le interrumpieron.” [190]
“Antes de salir de la tienda, comprobó que entre los bultos y enseres no había nada que le fuera de utilidad, y con la misma idea se dirigió a la otra; la alzó de forma provisional y buscó. “Justo lo que necesitaba”, se dijo al descubrir el equipo de radio. Extendió la antena, encendió el aparato, y con la esperanza de que el Maipú estuviera en escucha permanente, llamó:
-Maipú, Maipú, Maipú, aquí Campamento, ¿me oyen?
-Campamento, aquí el Maipú, le oigo perfectamente. Por favor, espere; voy avisar al capitán –contestó alguien a la segunda llamada
-Adelante, señor Lycos, le escucho –invitó Daniel al poco, preocupado por la llamada fuera del horario previsto.
-… Pero ¿quién es usted? –preguntó Daniel, a continuación de que Ignacio le pusiera en antecedentes de lo que había ocurrido y de la necesidad de evacuar a Alfred.
-Eso ahora es lo de menos; lo importante es que trate de ponerse en comunicación con el Étoile Polaire. Es un rompehielos que se encuentra por esta zona y cuenta con médico y helicóptero –contestó Ignacio.
-De acuerdo, haré lo que usted dice, mientras que nos dirigimos hacia su posición; tal vez, si cesa el viento, podamos evacuar al herido y rescatar a los que van a la deriva en el iceberg.
-Verá, capitán, aquí la barrera tiene una altura considerable, y de nada valdrá que se acerque, y lo mismo ocurre con el iceberg. Si le parece bien, creo que lo mejor será que se dirija al lugar en el que estuvieron atracados, al tiempo que yo hago lo mismo, no vaya a ser que el Étoile Polaire se encuentre demasiado lejos o que las condiciones meteorológicas impidan el vuelo del helicóptero. ¿De acuerdo?
Guillermo, que seguía la conversación pegado a su padre, acabó reconociendo la voz y no pudo evitar exclamar:
-¡Piloto Azul!, es él, papá.
Daniel, que se disponía a contestar, miró extrañado a su hijo:
-¿Quién es ese tal Piloto Azul?, ¿cómo es que le conoces?
Guillermo, colorado como un tomate, tardó en contestar.
-Es un secreto y no te lo puedo decir; lo he prometido, -balbuceó con la vista baja.
-¿Un secreto?, pues ya no hay secreto que valga; dime, ¿quién es ese hombre? –le preguntó muy serio su padre.
-Capitán, ¿me ha recibido? –preguntó Ignacio, ante la tardanza en contestar.
-Guillermo, no te lo preguntaré otra vez, ¿quién es ese hombre?, ¿qué secreto es el que guardas? –volvió a preguntarle su padre, haciendo oídos sordos a Ignacio.
-Se llama…
-Capitán, atienda por favor: ¿está su hijo con usted? –preguntó Ignacio, presintiendo lo que sucedía.
-Sí, lo tengo a mi lado –contestó Daniel, tras un titubeo.
-Lo he imaginado, y ahora le explicaré; un momento, por favor. ¡Hola, Guillermo!, no te preocupes; compartimos nuestro secreto con tu padre. ¿Me has oído?
-Ha sido sin querer, Piloto Azul –contestó, con la autorización de su padre, que, aunque no entendía absolutamente nada de lo que estaba pasando, la voz de aquel extraño le infundía confianza y tranquilidad.
-De acuerdo, llevaré la radio conmigo y abriré escucha al llegar a la zona baja de la barrera –convino Ignacio con Daniel, después de haberle hecho partícipe del secreto.” [200/202]
“Lo primero que hizo Ignacio, tras desenganchar a los perros, fue improvisar una tienda de campaña con los toldos que envolvían la impedimenta que había quedado sobre el hielo, cobijando en ella al herido sin moverlo del trineo. Luego, instaló la radio y llamó al Maipú.
Puesto al habla con Daniel, este le informó de lo hablado con el Étoile Polaire y con la cercana base argentina a la que también había llamado en demanda de ayuda. La noticias que sobre el rompehielos le dio, fue que se dirigía a toda máquina al punto en el que se había producido el desprendimiento, confiando en poder rescatar a los náufragos sin la ayuda del helicóptero, que, en tanto no amainara el viento, no podría despegar. En cuando a la comunicación mantenida con la base, las noticias eran que el médico de la dotación se estaba preparando para salir hacia donde se encontraba Ignacio, estimando llegar en algo menos de una hora.
-¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy? –oyó a su espalda que preguntaba Alfred, con un hilo de voz, en el momento en el que finalizaba la conversación con Daniel.” [205]
“A esa misma hora en Alfa Seis
-Deberíamos bautizarle, ¿no le parece, don Alfonso? –sugirió Gabriel, sentado junto al aparato de radio con una humeante taza de café entre las manos.
Acababan de celebrar la comunicación de las ocho de la mañana, y en lo que se refería a “fauna avistada”. [222/223]
“Un minuto más tarde, tras dar un corto vuelo de comprobación por las cercanías del rompehielos, puso rumbo al sur en busca de la boya oceánica en la que, entre otros instrumentos de medida, se alojaba un mareógrafo. El equipo de radio que incorporaba para la transmisión de datos había dejado de transmitir y los oceanógrafos temían que, aun cuando estaba protegida por un entramado de hierro, tal vez había resultado dañada al estrellarse contra un iceberg, empujada por el fuerte viento que hasta hacía unas pocas horas había reinado.” [225]
Y hasta aquí lo que dio de sí el tercer volumen de la trilogía de Elías Meana Díaz dedicada al Piloto Azul, el San Telmo y la Antártida.
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