Viene de la parte I
PEDRO INFANTE (MÉXICO)
Medio siglo después de su aciaga muerte, sigue congregando a sus incondicionales, sigue teniendo éxito en la televisión y sigue vendiendo su música. Cientos de personas se juntan el día del accidente para recordar sus éxitos y, los más exaltados, lloran sobre su tumba. Sin duda, sus orígenes humildes -algo que sobra en México- parece sirven de acicate a una popularidad que no cesa.
Su primer trabajo fue en una tienda de ultramarinos [abarrotes dicen allá] en donde descubrió que no dejaría de ser un chico humilde si continuaba de mozo en aquella faena. Decidió aprender un oficio y se fue al taller de su amigo Jesús Bustillo [otro soñador] y allí se construyó su primera guitarra, diseñaba sus muebles, los construía y los acababa. Su guitarra se le quedó pequeña, aprendió a tocar el violín. Su Guamúchil de infancia y las poblaciones cercanas le vieron crecer humana y musicalmente hablando hasta que llegó la hora del adiós, junto a su padre Delfino arrancó para Culiacán y Cuca, su madre, lloró como nunca en la estación ¿quién no derramó lágrimas en alguna ocasión viviendo una despedida? Era el inicio de una nueva vida para aquel niño pobre que llegó a lo más alto de su especialidad.
En esa etapa despertó el hombre, el procreador, en México eso se entiende con muchos hijos y más pobres son, más “chavitos hay”. El corazón se te parte cuando ves tanta miseria, pero es la vida en aquella sociedad que todo te lo da. A los 17 años tuvo a su Lupita [según las fuentes, cuando murió en accidente aéreo, dejaba catorce hijos de múltiples “chavas” que buscaban la manera de escapar a su destino].
En Culiacán logró, junto a su progenitor, ser acogido en una de las orquestas de la zona y Pedro se lanzó a cantar boleros por los que cobraba medio peso de la época, seguía siendo batería de la orquesta. Pronto los grandes salones, los santuarios de la sociedad bien, se lo disputan y se enamoran de su voz que enloquece a las mujeres cuando oyen en sus labios los éxitos inolvidables de Agustín Lara. Por supuesto, su impecable factura, su forma de vestir y su sonrisa a flor de piel acabó convirtiéndole en el ídolo de la juventud y el sueño de toda mujer.
Al piano llegó con la ayuda de Carlos Rodríguez (un aristócrata) con quien compartió muchas horas en su casa. Su vida familiar se endereza, recupera a su madre y hermanos, todos vivirán en la ciudad de Culiacán pero él seguía con sus sueños y entre ellos estaba la aviación que a la postre sería también su final.
Pedro Infante interpretando "Ojitos tapatios". Fuente: Youtube.com
En esa época entra en escena Enrique Gómez de la emisora local XEBL, pero no le fue fácil, tenía que buscarse patrocinador, no se amilanó y lo encontró en la figura de Odilón Díaz, propietario de “La Económica”, su voz envolvente y romántica alcanzó un impactante éxito a través de las ondas hertzianas. Pero el amor volvió a la vida de Pedro: apareció María Luisa León con la que decidió partir hacia la capital, fue un cambio impresionante. México es inmenso y las diferencias abismales vistas desde la perspectiva de un español. Los dos enamorados acabaron encontrándose en el DF y cuando apenas tenían nada en el bolsillo aparecieron por la XEW (relativamente céntrica en la parte histórica de la ciudad, donde está el poder político, histórico y económico del DF, lugar de paso para cualquier viajero que llegue a la capital federal) allí el técnico de sonido [ingeniero dicen ellos] Luis Ugalde, lo puso ante el director artístico Julián Morán que, a su vez, lo pasó a Ernesto Belloc y le hicieron la prueba con “La Consentida” [era la época de la radio en vivo, en directo, no como ahora que pasas por una emisora y todo está automatizado], pero los nervios le fallaron “La Consentida” no consintió y tuvieron que esperar a “Nocturnal”, fue elogiado sin rubor por el elenco de maestros que acabó contratándole: cantaría tres veces a la semana a las 07.45, por quince minutos le pagarían 6 pesos. No era una fortuna pero ya tenían para ir tirando.
La vida transcurría lentamente, pero fraguándose un futuro que a todas luces parecía incierto. Pasó por el Teatro Colonial, le hicieron también pruebas y con “Nocturnal” obtuvo el traje que le sirvió para llegar al altar junto a su amada. Tras su boda le ofrecieron un contrato en el Waikiki: 10 pesos por noche (22-03 horas), en una de esas noches apareció Enrique Serna Martínez [si mal no recuerdo era uno de los grandes en la historia de la radio mexicana] que le ofreció el doble de contrato más todos sus gastos cubiertos, el único problema era dejar el DF e instalarse en Tampico: el éxito fue arrollador, a veces lo sacaban en hombros como si de un maestro del toreo se tratase.
Una de las muchas anécdotas de su carrera, sucedió poco después de dejar Tampico y regresar al DF, le tocó actuar en el salón México, cuando le anunciaron se montó un cisco de espanto, todo el mundo quería oír boleros (no conocían esta vertiente artística que él cultivó en su Sinaloa natal en los años de juventud). Él, todo decidido, tomó el micrófono: “Ustedes tienen razón, pero a mí me han pagado para que venga a cantarles por lo menos una canción. ¿Me lo permiten?” Todo el público cayó rendido a sus pies y la noche fue apoteósica. En cierta medida iniciaba el despegue económico, pasó al Hotel Reforma donde tuvo noches inolvidables en su Salón Maya (¿cuántas damas quedaron prendadas de sus encantos? ¿Cuántos enfados se produjeron entre las parejas que iban a escucharlo?) y, después, al Tap Room donde dirigiría la orquesta, era 1942.
Llegó a grabar más de 300 canciones que aún gozan de buena salud no sólo en México, sino en todo el mundo hispano. El accidente de aviación en el que murió mientras pilotaba, no sólo no acabó con “el hombre”, sino que lo hizo inmortal. El cine acrecentó su fama de galán empedernido entre el público mexicano sin distinción de clase social.
Continúa en la parte III
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