Artículo redifundido:
Por Jesús Alonso Velásquez Claro No era sino correr dos rayitas la aguja en el dialer, hasta llegar a los 530 Mhz y allí estaba actual, potente y sonora RADIO TEQUENDAMA de Bogotá, la emisora que marcó para siempre nuestra historia musical, por allá a mediados de los 80’s. Un hermoso radio de tubos, marca PHILIPS, era el receptor de toda la hilarante magia de canciones como Los zapatos pom-pom del fallecido Oscar Golden, Ramayá, de Simón El Africano, El Hombre de la Cima, de Christopher y muchos otros éxitos del momento. A tres rayas más adelante en los 580 mhz, podíamos ubicar las inconfundibles y románticas baladas de entonces en RADIO UNO de Cali, emisora especializada en arrancar suspiros a nuestros corazones enamorados, con canciones como «El Romance del Cacique y la Cautiva» de nuestro recordado Oscar Golden , «Pobre Gorrión» de Viky, «Una Muchacha y una Guitarra» de Sandro, «Mi viejo» de Piero y muchos otros temas que fueron consecuentes con nuestras aventuras juveniles de amor y de despecho. Mi tío Sergio que fue un personaje en mis épocas de niño, quizás por la locuacidad que siempre lo acompañó o por esa característica tendencia suya a deambular por los caminos sin rumbo fijo, tenía una forma muy propia para llamar a nuestro radio PHILIPS, le llamaba «la caja de música»… Cuando llegaba a la casa y me encontraba oyendo por ejemplo, al Grupo «Génesis» y su nunca igualada «cómo decirte», se quedaba lelo mirándome, meneando la cabeza con lástima y murmurando entre dientes: «El hombrecito se va a volver loco con esa música a go-go…» Tenía que revestirme de paciencia para soportar los regaños, maledicencias y críticas de quienes me rodeaban, pues para esa época era el sardino de la familia y en la mayoría de los casos, me convertía en el centro de atención. Cómo la televisión era tan escasa en nuestro pueblo, un poco más diría yo, que la luz eléctrica, la cual cuando se dignó llegar a nuestra casa, apenas alcanzaba para dos «bombillos» de 25 W ; uno en la cocina y otro en la sala. Y decía que debía armarme de paciencia, pues llegó un momento en que comenzamos a aficionarnos por la radio novelas y los dramatizados radiales. De manera que a las seis de la tarde, cuando comenzaban los grillos a emitir sus estridentes sonidos, nos congregábamos alrededor de una antigua mesa de madera ubicada en la sala que era junto con los taburetes de madera, el único mobiliario heredado del abuelo Miguel José Claro, un viejo y curtido arriero que paradójicamente había muerto ahogado en las turbulentas y peligrosas aguas del playón en una insuperable crecida, un 24 de Septiembre en plenas fiestas patronales, cuando «La Banda de Morales», tocaba sus fandangos en el patio de la casa de mi tío Francisco Velásquez, a las 8 de la noche… Entonces allí, a las seis en punto de la tarde, sonaba la fanfarria y anunciaban la llegada de ARANDÚ. El Príncipe de la Selva, un seriado radial que se robaba todos los índices de sintonía y que para nosotros se constituía en un super héroe más, compitiendo con Supermán, Batman, Acuamán, compitiendo en la honrosa lid de hacer justicia para los más débiles y desprotegidos, o esperábamos también con impaciencia todos los días a la una de la tarde, otro seriado que nos llenaba de emoción escucharlo, pues aprendíamos sin darnos cuenta, lecciones de superación, de amor por nuestros semejantes y otras enseñanzas que subliminalmente nos iba dejando en lo profundo de nuestro cerebro, era KALIMÁN, el Hombre Increíble y su amigo Solín. Muchos años después, comprendí los alcances de la fraseología que utilizaba la serie, al realizar en la ciudad de Barrancabermeja, un curso intensivo de superación mental y relajamiento, patrocinado por la empresa para la cual trabajaba entonces. Y en el inventario fantasioso de esa radio antigua, seguían una infinidad de programas que desgraciadamente hoy, a la luz de tanta modernidad, parecerían ridículos obsoletos e innecesarios. Todo ese acervo cultural que se arraigó en mi alma a través de esa maravillosa invención de la radio, yo me permití agrandarlo con una casi piadosa devoción por la lectura, la cual me permitió aventurarme por los más impensados vericuetos del mundo y así pude conocer al rey Schanhar y a la joven Scherezade de y a de la mano del capitán Nemo, gracias a la futurista imaginación de Julio Verne; Ana Karenina, me enseñó la grandeza del alma humana y las lecciones de moral, descritas por Tolstoi; Me adentré en el relato majestuoso de Saint-Exupéry. El Principito, donde entendí todo lo fácil y complejo del hombre y el mundo; entendí los misterios de la existencia humana en el Hamlet de Shakesperare, conocí a la Atenas de Aquiles, Héctor, Menelao, París, Odiseo a través de la Iliada de Homero y así, sucesivamente, podría seguir enumerando todo lo amplio y maravilloso que me prodigó la lectura, en épocas donde la prisa no era conocida y el amor por el olor de los libros era casi un ejercicio de idolatría… A través de mis amigos los libros, viajé por los mundos insondables de la poesía lorquiana, nerudiana, borgiana y de la nuestra también, porque fué de la voz de Silva, de Flórez, de Milanés, de Pacheco Quintero y otros que aprendí a libar el néctar del verso puro, diáfano y cristalino. Ese verso de simetrías sin iguales, de cadencias infinitas, de rimas capaces de adormecer el espíritu con la danza mágica de su juego, a diferencia de la libertad actual que existe para la incongruencia del poema y la inexactitud de de las palabras. Así, entre la radio y mis amigos los libros, transcurrieron los mejores años de mi vida, los mejores momentos de la ensoñación, las horas más sensatas y precisas de mi existencia. Por eso cuando miro con tristeza esa calculada y desmedida apatía por la lectura y los libros, de esta generación analfabeta de historia, con pobreza absoluta en el aspecto literario; que muestra una voracidad y la avidez de un epulón moderno hacia todo lo maquinal, todo lo fácil, todo lo vano, le doy un vuelo de pájaro errante a mi imaginación y entonces retorno a mi época, a mi pueblo, a La playa de Belén, en dónde reposa mi psiquis desdoblada y expectante.. ., sólo que este silencio en que me sumo, casi todas las veces se ve interrumpido por el estruendo del reguetón o la melosería del vallenato el cual ya no se hace por juglares para alimentar el folclor, sino por aficionados para aumentar sus ingresos…. N A N O Girón, Mayo 12 de 2009 Publicado por Jairo Angarita Navarro Fuente: Ocaña en la Web http://ciudadocana. com/secciones. php?seccion= art_maga&id=231 |
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