DÍA 16 DE DICIEMBRE
Definitivamente, el viajero que dice que pasó hambre en China no está diciendo la verdad o es demasiado delicado para, voluntariamente, someterse al ayuno. Puede que el sabor no te sea familiar, pero la gastronomía de la región no te deja indiferente y en cada comida tienes una veintena de platos que van girando en la mesa redonda al ritmo del comensal.
Hay sabores que juegan con los sentidos, algunos platos son verdaderas exquisiteces y te los cocinan sobre la marcha en la propia mesa. Tras el opíparo almuerzo iniciamos el camino al microbús a ver cuál es la sorpresa que nos depara el día.
Tras una larga hora para salir de la ciudad, llegamos a una extraordinaria instalación que, si no lo es, debería serlo ya. EL MUSEO DE LA ETNIA HUI. En el recinto tenemos una de las mezquitas más grandes del mundo y después, si el museo y la mezquita te impactaron, suspira para poder llegar al restaurante en forma cuadrada y centenares de metros por cada lado. Salas para satisfacer a grupos de hasta un centenar, lujosa decoración y un equipo de cocina que se merece un 10. Los franceses exclamarían. ¡Bravo!
De nuevo en ruta, ahora nos dirigimos al Mausoleo del monarca Xi Xia, uno de los recintos museísticos más modernos de la región. Alberga una rica colección con la mayoría de las piezas halladas en el yacimiento arqueológico de la explanada y una concisa historia de este pueblo que tuvo su propio reino [aunque no muy conocido por los historiadores occidentales, menos aún por la literatura sobre China que yo pude localizar en España]. Eso es lo que queda de aquel reino que existió en el XI y que abarcó amplias zonas de la actual Ningxia y otras tierras ubicadas hoy en las regiones de Shaanxi, Gansu, Qinhai y Mongolia Interior; su ocaso llegó con el ataque de los mongoles que prácticamente les hizo desaparecer en 1227, hoy la etnia hui puebla mayoritariamente esta región que es una de las provincias más pequeñas de la República Popular China.
Impresionantes los túmulos y las dimensiones del recinto arqueológico que me transportaron hasta el yacimiento de Teotihuacan (al norte del DF de México). Curiosamente, aquí en esta desértica zona china también se le denomina DE LA LUNA. La entrada no tiene calificativo y, me imagino, esos amplios aparcamientos para centenares de vehículos están para algo. Vaya, que no me consideraría afortunado si hubiese tenido que visitarlo en temporada alta: las instalaciones estaban a disposición prácticamente en exclusiva para el grupo, desperdigadas, una veintena más de personas que recorrían las instalaciones a pesar del gélido ambiente y el viento que cortaba el aliento.
El regreso casi necesitó hora y media y ello nos permitió, una vez más, observar centenares de hectáreas de terreno cultivado, invernaderos por doquier [y eso me explica la gran cantidad de hortalizas y frutas, no sólo en los restaurantes, sino en los puestos que por doquier inundan las esquinas de la ciudad y en donde los campesinos venden directamente sus productos a precios que ya nos encantaría fueran los que nosotros pagamos en nuestro país]. El misterio de las fresas, sandías, kiwis, manzanas, etc., lo tenemos en esa apuesta que el gobierno hizo hace años para arañar tierra fértil y dedicarla al uso agrícola, algo que a juzgar por lo que ven mis ojos, lo lograron de una extraordinaria manera.
Otra cosa que te sorprende son las vías de comunicación, autopistas de hasta diez carriles, avenidas en las que la vista se pierde porque no ve el final de las mismas, el aliento que lo pierdes cuando tienes que atravesarlas, centenares de miles de especies empleadas en repoblar la región [las más familiares para mi eran los álamos, abedules, sauces, acacias, pinos o cipreses junto a una infinidad de arbustos que, con la eclosión de la primavera y la solidificación del terreno crean un manto verde que, a juzgar por las fotografías, obnubila al visitante] que hacen con la llegada del buen tiempo, resplandezcan y alegren un territorio que en el otoñó-invierno tiene infinidad de tonalidades grises.
La sorpresa gastronómica está por llegar. Yo me escapé un par de horas que teníamos libres por esta ciudad y encontré unas calles no sólo limpias, sino animadísimas y miles de personas por la calle. El mercado sorprendente y animadísimo, hasta que localicé la sucursal del Banco de China donde, un personal escaso, pero muy amable, me solucionó en un inglés peor que el mío, el problema del cambio que no había podido arreglar en ninguno de los hoteles [pensaba, como en mi viaje anterior, que todos cambiaban y me confié: en aquella ocasión al ser un grupo turístico nacido en España llegamos a una instalación estratégicamente situada frente a la Estación Central de Ferrocarriles y allí teníamos de todo, incluso el cambio], finalmente con un puñado de papeles rellenados y firmados, otra vez el jeroglífico en chino, sólo los números y mi nombre eran identificables, pero solucioné el problema para tener algo de dinero por si se presentaba la ocasión de realizar alguna compra que siempre atraen al visitante, personalmente estaba más pendiente del terreno filatélico [ya me había perdido unos cuantos ejemplares, pero después resultó que no encontré más en todo el viaje]. Sí es cierto que algunas piezas te piden una “pasta” pero como recuerdo siempre es necesario pagarlo.
Repetir que fue el único día desde que llegué que pude estar a mi aire un breve tiempo, pero para sorpresa, al volver descubro que me habían estado buscando varias veces para realizar las grabaciones para las emisiones de la CRI. Deprisa y corriendo escribí también la página con las reflexiones diarias que se vierten a la versión china para CRI on-line y en español van apareciendo en la página correspondiente… Sin saberlo estaba dando “señales de vida” a los familiares y amigos que entraban en la emisora. Aunque parezca extraño: era el único que no tenía “última moda en tecnología” y por lo tanto no podía engancharme al Wi-Fi que subyuga al viajero de nuestros días… Yo prefiero lo antiguo, deambular, ver, patear en definitiva el territorio que piso y no quedarme en el sillón del recibidor del Hotel machacando una pantalla para que en el otro lado del mundo tengan mis noticias. Me encanta desconectar de la vida cotidiana y empaparme de dónde estoy y creo que las nuevas tecnologías, tal y como alguna gente las utiliza no siempre son las mejores compañías de viaje.
En fin, tras el trabajo salimos pitando, seguramente la cena más divertida de todo el viaje [o una de ellas], en esta ocasión era una deferencia del turismo local en la persona de sus máximos directivos. La Señora Zhao Mingxia y dos responsables más de su departamento. Contrasta el parlamento de la vigorosa señora Zhao con la poca emotividad que, a mi parecer, se les dio a Los Xiquets de Hangzhou cuando, en el Otoño del 2012 estuvieron por Valls para el concurso de Castells en la ciudad de Tarragona.
¡Qué familiaridad, qué manera de agradecernos y felicitarnos por tenernos con ella! Vamos un acto de cortesía que deberían de tener otros pueblos hacia sus visitantes. El vino aún mejor que el de jornadas anteriores, pronto serán también grandes exportadores a juzgar por las extensiones de viñedos que están realizando en esta zona que geográficamente se parece a la de Burdeos y los suelos de pizarra permiten, evidentemente, crear buenos vinos a poco que la cosecha se presente en condiciones. Ningxia tiene una parte del territorio en el mismo paralelo de otras zonas vinícolas por excelencia y pronto podrán competir, sin complejos, en cualquier muestra enológica del mundo. ¡Tiempo al tiempo!
Si abrumados quedamos con la comida del mediodía, la cena ya fue el acabose. La preparación de las delicatessen hui en la propia mesa fue todo un espectáculo para nuestras retinas y un impresionante desfile de sabores para nuestra garganta. ¡Cómo disfruté del cordero finamente cortado como si fuese jamón y hecho sobre la mesa, tampoco debo de dejar mal al rico surtido de setas! Las salsas, alguna picante como ella sola, no le iban a la zaga.
Los brindis se fueron sucediendo y al final uno tenía que escanciar el mínimo porque aquí también son excelentes bebedores a juzgar por las juergas en los salones aledaños donde la voz y las canciones iban aumentando decibelios a medida que transcurría la noche. Simplemente fastuosa la jornada e inexplicable la sensación de encontrarte como en casa y, sin embargo, estás a miles de kilómetros y con un pueblo prácticamente desconocido en España pero sumamente amable y alegre.
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