Natureduca - Portal educativo de ciencia y cultura |
Mitos y Leyendas
GALICIA
La isla errante de San Barandán, o San Brandán - 3ª parte
Al alba divisaron, ya más claro el horizonte, lo que sin duda era costa verdadera. Abrupta, desigual, con agresivos farallones en los que se estrellaban las olas, sí, más costa, al fin, con toda seguridad.
El mamífero que isla les había parecido arrimó su corpachón a las rocas, tan mansamente, que apenas perdió el equilibrio la atribulada gente. Treparon por la escarpadura, hallaron un sendero y dieron con los habitantes de aquel incierto lugar. Estaban en Finisterre, en las Galicias nuevas, donde las rocas se alisan por la batida constante de las aguas salitrosas e improvisan dólmenes que abanean.
Mapa que se atribuye a Toscanelli, donde figura una gran
isla en el Atlántico, identificada como San Brandán.
El relato de tan prodigiosa aventura corrió de boca en boca. Pronto fue motivo de plática en las iglesias del país. Todos querían ver la isla errática, que por supuesto, había desaparecido.
La narración derivó en conseja y tanto como a Dios, se hizo intervenir el Diablo en la historia peregrina. Corrió las costas, hacia el sur, y los alumnos de la Escuela de Sagres, que fundara el infante don Henrique, bien apodado el Navegante, adquirían el compromiso, explícito o secreto, que localizar el promontorio a la deriva y trazar su derrota, para vanagloriarse de ello tras alguna de sus arriesgadas descobertas.
Todas las empresas fracasaron. De ahí que a la isla, en adelante, se la denominó de San Brandán, porque el prelado alcanzó la devoción popular, aunque hay textos que la llaman Encubierta, Encantada o Perdida, y aún Non trubada, que en la primera parla hispana, de la que proviene nuestro gallego, quiere decir "no encontrada".
Marinos ilustres, como Pizzigano, Toscanelli, Andrea Bianco y Martín Bonaini, la localizan en tan diversos puntos de la rosa de los vientos, que van desde Irlanda a las Canarias. El ambicioso Felipe II ordenó su localización, para incorporarla a su inmenso imperio. Más el paraíso terrenal, como reino de Dios, ya lo sabemos, no es de este mundo.