Si un hombre fuese necesario para sostener el
Estado, ese Estado no debería existir; y al fin no
existiría.
Yo desprecié los grados y distinciones. Aspiraba
a un destino más honroso: derramar mi sangre por la
libertad de mi patria.
En el orden de las vicisitudes humanas no es
siempre la mayoría de la masa física la que decide,
sino que es la superioridad de la fuerza moral la
que inclina hacia sí la balanza política.
Formémonos una patria a toda costa y todo lo
demás será tolerable.
La Justicia es la reina de las virtudes
republicanas y con ella se sostiene la igualdad y la
libertad.
Un soldado feliz no adquiere ningún derecho para
mandar a su patria. No es el árbitro de las leyes ni
del gobierno. Es defensor de su libertad.
Primero el suelo nativo que nada. Nuestra vida
no es otra cosa que la herencia de nuestro país.
La unidad de nuestros pueblos no es simple
quimera de los hombres, sino inexorable decreto del
destino.
Los empleos públicos pertenecen al Estado; no
son patrimonio de particulares. Ninguno que no tenga
probidad, aptitudes y merecimientos es digno de
ellos.
Los legisladores necesitan ciertamente una
escuela de moral.
El ajedrez es un juego útil y honesto,
indispensable en la educación de la juventud.
Las buenas costumbres, y no la fuerza, son las
columnas de las leyes; y el ejercicio de la justicia
es el ejercicio de la libertad.
Yo soy siempre fiel al sistema liberal y justo
que proclamó mi patria.
La libertad del nuevo mundo, es la esperanza del
universo.
El soldado bisoño lo cree todo perdido desde que
es derrotado una vez.
El castigo más justo es aquel que uno mismo se
impone.
La confianza ha de darnos la paz. No basta la
buena fe, es preciso mostrarla, porque los hombres
siempre ven y pocas veces piensan.
Para el logro del triunfo siempre ha sido
indispensable pasar por la senda de los sacrificios.
Dichosísimo aquel que corriendo por entre los
escollos de la guerra, de la política y de las
desgracias públicas, preserva su honor intacto.