El amor que es un necio a los veinte años es un
loco del todo a les sesenta.
He leído en alguna parte que para amarse hay que
tener principios semejantes, con gustos opuestos.
En la mujer, el orgullo es a menudo el móvil del
amor.
No somos sólo cuerpo, o sólo espíritu, somos
cuerpo y espíritu a la vez.
Dos cuerpos pueden juntarse para producir otro,
pero el pensamiento sólo puede dar vida al
pensamiento.
Nos damos bien a la pena y nos imponemos
privaciones para curar el cuerpo; se puede, pienso,
hacer lo mismo para curar el alma.
El que tiene buen corazón nunca es estúpido.
El otoño es un andante melancólico y gracioso
que prepara admirablemente el solemne adagio del
invierno.
¡Dejadme escapar de la mentirosa y criminal
ilusión de la felicidad! Dadme trabajo, cansancio,
dolor y entusiasmo.
La belleza exterior no es más que el encanto de
un instante. La apariencia del cuerpo no siempre es
el reflejo del alma.
No hay verdadera felicidad en el egoísmo.
Hay que juzgar los sentimientos por los actos,
más que por las palabras.
Nada se parece más a un hombre honesto que un
pícaro que conoce su oficio.
La vida de un amigo, es la nuestra, como la
verdadera vida de cada uno es la de todos.
Dios, que muestras nuestras lágrimas a nuestro
conocimiento, y que, en su inmutable serenidad, nos
parece que no nos tiene en cuenta, ha puesto él
mismo en nosotros esta facultad de sufrir para
enseñarnos a no querer hacer sufrir a otros.
La sociedad no debe exigir nada de aquel que no
espera nada de ella.
Nos equivocamos a menudo en el amor, a menudo
herido, a menudo infeliz, pero soy yo quien vivió, y
no un ser ficticio, creado por mi orgullo.
La naturaleza es una obra de arte, pero Dios es
el único artista que existe, y el hombre no es más
que un obrero de mal gusto.
La desgracia, al ligarse a mí, me enseñó poco a
poco otra religión, distinta a la religión enseñada
por los hombres.
Amar sin ser amado, es como encender un
cigarrillo con una cerilla ya apagada.